Capítulo 12 - Batallas que merecen la pena luchar

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Cuando entró al patio del serrallo, poco antes de que los avisaran para la cena, Fran se encontró con uno de los espectáculos a los que ya se estaba acostumbrando a ver. Los muchachos estaban aburridos con la inactividad y había un límite incluso para las bromas, los juegos de carta y la lectura, así que habían aprendido a entretenerse con el entorno. Jugar con los adornos, mover los muebles o estorbar a los criados eran ahora sus actividades favoritas, y puesto que ni los adornos ni los muebles ni los criados se quejaban, lo más seguro era que siguiera siéndolo durante el resto de su estancia en la Lirdem.

Lo que le sorprendió fue descubrir al teniente Okoro participando. El hombre ni isquiera estaba instalado en ese serrallo, pero se había sentado en la mesa con tanta confianza, con una pierna sobre el banco y lanzando carcajadas ante las observaciones de los otros soldados, que cualquiera habría pensado que era uno más de la unidad. A su lado estaba el soldado Ivanovich, rubio, alto y pálido como el resto de sus compatriotas. Los dos hombres apoyaban uno de sus brazos sobre la mesa, piel con piel, y comparaban el contraste entre el blanco eslavo y el negro nigeriano. En torno a ellos un grupo más ruidoso que numeroso aplaudían y llamaban a un criado, instándolo a descubrirse el antebrazo y unirse a la comparación.

El espectáculo lo molestó. Conocía al sirviente. Era el mismo que siempre lo llevaba hasta el tercer distrito. Pero aún si nunca lo hubiera visto no habría tenido dificultad para notar la incomodidad el narsiano bajo su sonrisa tensa. Sus ojos observaban a los humanos sin ser capaces de parpadear, como si el miedo hubiera paralizado todos sus músculos faciales, y aunque iniciaba la marcha hacia la mesa cada vez que se lo pedían, se detenía a los pocos pasos, incapaz de retroceder.

Era evidente que lo estaba pasando mal pero ninguno de los soldados parecía importarle. Por el contrario las risas se incrementaban mientras se quejaban de su lentitud.

—¡Ivanovich! —Llamó con voz marcial, consiguiendo que el soldado saltara del asiento y se colocara en posición de firmes—. ¿No debería estar haciendo algo productivo?

—Señor, estoy en mi descanso.

—¿Y le parece que esta es forma de perder el tiempo?

El teniente Okoro, que ya no sonreía, se levantó y avanzó inseguro hacia él. Fran le dirigió una mirada seria, advirtiéndole en silencio que no lo cuestionara.

No consiguió nada.

—¿Cuál es el problema? No estábamos haciendo nada malo.

—Lucky —le dijo, llamándolo por su nombre de pila—, que tú disfrutes una actividad no significa que el resto de los implicados también la disfruten.

Un par de soldados aprovecharon el anonimato del grupo para deslizar quejas en murmullos molestos.

—Tampoco es para tanto —gruñó uno por lo bajo, pero al estar en primera línea Fran no tuvo problemas para identificarlos.

—Soldado, quítese ahora mismo los pantalones.

—¿Qué?

El hombre lo miró con sorpresa mientras sus compañeros prorrumpían en carcajadas.

—¿No me ha oído? Quítese los pantalones. Tampoco es tan malo. Es sólo un juego para que yo y sus compañeros podamos divertirnos. ¿No le gusta? Tampoco es para tanto —insistió.

—Vale, vale. —Okoró alzó una mano, llamándo a la paz, y luego lo tomó del hombro, alejándolo de los hombres. —Cojo lo que quieres decir. A los yldianos no les gusta remangarse la ropa. Tampoco es necesario ganarte una denuncia por acoso sólo para explicar tu postura.

Por el rabillo del ojos vio que el criado había girado con ellos y los seguía, dándose tirones nerviosos de la manga de la camisa. Intentaba evitar quedar a solas de nuevo con el grupo de soldados aburridos.

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⏰ Última actualización: Oct 06, 2015 ⏰

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