Capítulo 6 - Política

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El soldado había estado acertado cuando le dijo que iba a reconocer el lugar de inmediato. La puerta de la que le había hablado tenía una anchura idónea para meter un biplaza acorazado con las alas de atmósfera extendidas y sin necesidad de que el piloto fuera especialmente bueno. Las hojas habían desaparecido, pero no había duda de que estaban ahí, metidas en la pared y preparadas para volverse a deslizar en cuanto alguien le diera la orden de cerrarse, y del interior de la estancia salía una luz azulada mucho más intensa que la escasa iluminación del pasillo.

Al acercarse, escuchó las voces de varios hombres discutiendo. Reconoció algunas como miembros de su compañía sin que le sorprendiera demasiado. El lugar estaba demasiado cerca de su serrallo y muchos de los soldados se habrían quedado ociosos tras los arreglos de distribución de dormitorios, sin mochilas que deshacer ni mudas para cambiarse tras el aseo.

Redujo la velocidad según se acercaba, queriendo primero asegurarse de quién estaba en el interior por si podía evitar alguna compañía indeseada. No se llevaba mal con ninguno, pero había veces que uno se encontraba demasiado cansado como para seguir las intensas charlas de Shawn Panfil o soportar los chistes incómodos del teniente Philpotts.

—Lo que tú digas, pero yo prefiero eso a que me traten como si fuera manco. Sólo les faltó preguntarme si también me masticaban la comida.

Esa era indiscutiblemente la voz áspera del cabo Villani. Sus palabras siempre se escuchaban amortiguadas por el poblado bigote que casi le cubría los labios.

Al asomarse vio a Raymond Hewings, el más joven de la compañía, observando a sus amigos con su cara redonda de niño imberbe.

—Pues yo no noté nada de eso. Al principio me pareció que creían que era un niñato, porque estaban constantemente intentando averiguar mi edad, hasta que les dejé claro que todos ahí éramos adultos, y comenzaron con la charla aburrida sobre la economía Universal, los provechosos tratados con los gislianos y yo que sé qué más mierda sin sentido. Estoy seguro de que al da Costa o a al Fayad ese les habría encantado, pero para mí las clases de matemáticas avanzadas de la academia eran más fáciles de comprender.

—Lo tuyo tiene sentido, porque algo de niñato aún tienes —se burló el sargento Hodgson, flaco y con un oscuro mostacho bailando sobre sus labios apretados—. Pero sólo les faltó tratarme en femenino. Ahora entiendo cuando a mi parienta le entran los sofocos porque en el trabajo la tratan como basura, aunque es peor porque yo soy hombre y algo de importancia tiene que tener eso. Mi mujer ya nació así y creció con esa mierda cada día, pero el que nosotros tengamos que venirnos a otra galaxia a que se rían en nuestras narices de nuestras opiniones, como si fuera un chiste que un humano se atreva a hablar de la potencia de los nuevos núcleos motrices, es una putada en mayúsculas. Una jodienda, eso es lo que ha sido.

Dudó un segundo y añadió:

­—No tengo nada contra las palabras amables. Mi esposa es inglesa y siempre está con el Honey por aquí, el my dear por allá, y el baby cada vez que quiere que me tranquilice, pero lo de estos hombres era… extraño. Demasiado… No sé cómo explicarlo. ¿Galanteo?

—Me alegra saber que no soy el único que se quedó con la idea de que estaban —el cabo Villani frunció el ceño, como si la palabra se le hubiera atragantado en la garganta, y finalmente la escupió— flirteando.

—Lo que esos correctísimos aristócratas súper refinados están buscando es un buen hombre que se los…

En ese momento el sargento se dio cuenta de que Fran estaba apoyado contra la jamba de la puerta, escuchándolos, y tuvo la decencia de avergonzarse. A pesar de ser una persona eficiente y respetuosa con el sistema de mando, el sargento tenía un discurso que muchas veces se acercaba peligrosamente al machismo vulgar, el que nace más como actitud para reforzar la virilidad que como una ideología social. Sin embargo era uno de los pocos que durante el viaje le habían preguntado a Fran por su estado sentimental, obteniendo una respuesta sincera sobre sus gustos, y su actitud hacia él no había cambiado en absoluto. Su homofobia, por tanto, era similar a su machismo, una actitud que tomaba ante sus amigos para marcar su masculinidad de pueblo.

Sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora