Capítulo 11 - Como el corazón de una estrella

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Sobre el fuste de una de las columnas del templo de Narsis había una inscripción que rezaba «Asnâmei rotelgos, nahada meiTal sifu». Si un trasladador hubiera tenido que traducirlo al idioma humano, habría limitado su significado a: «La forja del Metalurgo arde como el corazón de una estrella; nuestros objetivos arden con mayor intensidad». Era una interpretación pobre que no alcanzaba a explicar el porqué de la solemnidad de los narsianos cuando la recitaban.

Desde el día en el que Shasmel llegó a la Lirdem apenas había tenido tiempo para descansar o dedicarse a alguna actividad recreativa. Sabía los problemas que podía causarle el volcarse en el trabajo y prescindir del ocio. Su miedo no era que el estrés afectara a su rendimiento, sino que al alejarse de los círculos sociales de los enviados narsianos, estos comenzaran a cerrarse a él o comenzar sus intrigas sin contar con su colaboración. Aislarse era la peor estrategia que podía tener alguien dedicado a la política, pero entre el proyecto personal, las citas con la dama Cortés y la ansiedad que le causaba pensar que en cualquier pasillo podía encontrarse a solas con el falso criado, había terminado excluyéndose de todas las reuniones informales, llegando a comer en su habitación.

Tras su visita a la base militar, Shasmel no había tenido ni media hora para asearse y cambiarse de ropa antes de la reunión con su mansu, por lo que se saltó la comida. Por suerte el encuentro se desarrolló en el serrallo de Cosmel de Llanayor, quien los agasajó con dulces y música relajante.

Sus criados eran hombres bien instruidos. Debido a las condiciones especiales de ese encuentro, eran todos varones, por lo que no hubo ninguna voz femenina que acompañara los sonidos del harp ni el clavil, pero su ausencia no se notó. Cosmel había tenido la precaución de traer consigo a un par de muchachos que aún no habían recibido el linguador. Los niños, hijos de criados, estaban tan bien instruidos en el canto como en el resto de habilidades de sus familias, y sabían bajar el volumen de su voz, sin llegar a callar, en cuanto las charlas dejaban de ser intercambios de comentarios sin importancias para entrar en temas más serios.

Shasmel, demasiado cansado como para enfrascarse en debates intensos sobre las leyes de colaboración, los impedimentos que estaban poniendo los embajadores del Soberano Supremo y otros supuestos ardides de la administración, se apartó de los cojines donde todos estaban sentados y se acercó a los cantantes. Por su estatura y el tamaño de sus falderas, dedujo que ni siquiera llegaban a los ocho ciclos, pero se comportaban con una solemnidad que el jefe de los criados de su casa habría querido para los suyos. Los muchachos ni siquiera desviaron la mirada hacia él, soportando su escrutinio sin perder la sonrisa ni el ritmo.

—Siempre que escucho esta canción me acuerdo de las montañas de Ildunia —le dijo Susno, acercándose—. Fue en el primer lugar donde la oí. Es una canción tradicional de Movar.

Shasmel se giró hacia él, esforzándose por ocultar su cansancio.

—Es agradable. La había escuchado algunas veces, pero nunca interpretada por niños.

El hombre asintió y se situó a su lado, los dos observando los movimientos de los jóvenes. Estos iban vestidos con corrección, con el cabello y la boca cubiertos por un tupido velo, evitando así que al separar demasiado los labios mostraran partes inadecuadas, pero debajo se podían percibir las formas de la barbilla y la nariz.

—Llanayor es una marca famosa por su escuela de servidumbre. El marqués mismo supervisa la formación y se asegura de que nadie obtenga su acreditación de criado sin merecerla. Los padres envían a sus hijos en cuanto son capaces de hacer correctamente una reverencia, y no los sacan hasta que tienen edad para usar linguador.

Sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora