Capìtulo 16. Pesadilla en la calle 12.

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Al día siguiente de las elecciones, la ciudad amaneció desierta, parecía fin de semana feriado. Todos estaban pendientes del resultado de las elecciones, los conteos preliminares daban el triunfo a la nomina civilista. Incluso la iglesia católica que liderizaba el Arzobispo Marcos Gregorio Mc Grath, tenía sus propios conteos. Y en todos, la nomina opositora se erigía como virtual triunfadora.

La desesperación en el oficialismo era casi demencial. No podían creer que todo un pueblo se uniera para sacarlos del poder. Y ahora el triunfo era precisamente de quienes anteriormente influyeron en los destinos de aquella nación.

En el grupo de resistencia, la atmosfera era tensa. Magdalena había despertado luego de una larga noche de delirio y fiebre. Aun estaba débil, pero insistió en bajar a desayunar.

—Tienes mal semblante, Magdalena. —le comentó María Alejandra al verla aparecer por el comedor. —Lo de ayer dejo muy estropeadas a más de cuatro.

—No puedo pasármela acostada todo el día como si fuera Margarita Gautier. —bromeó. —No sabemos qué puede pasar, debo estar alerta y preparada.

Miodrag bajó a desayunar. Al verla se sorprendió, tenia mal semblante, señal de que no estaba del todo recuperada.

—Hola, princesa. —se acercó y la besó suavemente en la mejilla. —Veo que no te has repuesto de lo de ayer.

—Una impresión muy fea. Todo lo que ella pensaba hacer, pasó por mis ojos como si fuera una película. No podía permitirlo.

El desayuno llegó y Magdalena miró con duda su plato, en ese momento no se sentía con ánimos para comer. Le recordó aquellos días ingratos en que las peleas en su casa eran tan fuertes que no podía tragar bocado, mas si era con un golpe en la boca que se la reventaba por dentro, la sangre se mezclaba con el alimento, haciéndole sentir asco.

—Estás sin apetito. Lo sé, la impresión de lo de anoche, en que casi me dejan inútil, debió hacerte mucho mal. —Se sentó al lado de la chica, tomando una cuchara y el bol de avena recién hecha.

—Come. Lo necesitas. — Y le puso la cuchara llena de avena con aroma a vainilla y canela. Sin obligarla, pero con firmeza. Magdalena tragó con dificultad el cereal. Miodrag siguió en su tarea, con gran paciencia, mientras ella comía, el acariciaba con la otra mano, su cabello.

Después de la avena, siguió el panecillo con mantequilla, queso y jamón. Una manera de demostrarle cariño. El simple gesto de alimentarla era sumamente romántico y si se quería ver algo más, sensualidad y pasión.

—Ya solo falta la taza de café con leche. Menos mal que no te pusieron jugo de naranja, sino hubieras tenido que dejarlo para después. —Al terminar tomó la taza de café con leche, e hizo que se la tomara poco a poco. Con paciencia y cariño logró que comiera.

—Increíble, se lo comió todo. —Comentó Lucrecia, la cocinera —Usted si que tiene paciencia para lidiar con enfermos.

—Son cosas que se aprenden sobre la marcha, señora —sonrió de una manera que hizo que la matrona se sonrojara. —En la Marina también se enferma la gente. Y los compañeros tenemos que ayudarlos a que no mueran de inanición.

Magdalena lo miró, hacía tiempo que sus sentimientos hacia él habían cambiado mucho. Tanto que solo un roce de sus manos, la hacía temblar por dentro. Aquellos detalles cariñosos tan sencillos, hicieron que poco a poco y sutilmente, el recuerdo de aquel mal amor que casi acaba con su vida desapareciera de su mente y de su corazón.

LA EMPERATRIZ DE NUEVA YORKWhere stories live. Discover now