XII. Duodécimo deseo

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Eva

Aparecimos en la zona de los calabozos. Había estado aquí otras veces, era donde Totrian encerraba a sus victimas, y luego las sacaba cuando las usaba para sus ritos y sacrificios. Un escalofrío recorrió mi piel al imaginarme a mis amigos en esa situación, ellos podían estar encarcelados en este lugar. Les dije a los demás que miraran a ver si ellos estaban en las celdas. Miramos a fondo, pero no estaban en ninguna de ellas. Pero lo más extraño era que todas las salas estaban absolutamente vacías. Recordaba que siempre estaban llenas de pobres almas condenadas.

—Es raro que no haya nadie en las celdas —les advertí a los demás.

—Y si fuera una trampa —pensó Adán preocupado.

—En teoría no deben de saber que estamos aquí.

—Tienes razón Veuliah, pero si han raptado a nuestros amigos, tiene que ser porque saben que encontraremos una manera de llegar a ellos. —Roger debía de tener razón, ellos tienen que saber que estábamos aquí.

—Apuesto a que hubiésemos podido venir con mis poderes —dije preocupada.

—Claro, nos han engañado. Han debido de llevarse a Lilim para que vengas aquí. Prueba a usar tus poderes ahora —ordenó Veuliah.

—Bien —cambié mi vestido por un aspecto rockero, obviamente de color rosa chillón—. Funciona.

—Chicos a lo mejor solo pueden detectar su poder porque tiene energía diabólica, por eso cuando hemos venido aquí hemos usado la magia de Veuliah. Ahora que has usado tus poderes te habrán detectado y los habrán bloqueado —alertó Adán.

Intenté volver a cambiar mis ropas, pero esta vez no pude. No tardarían en venir a por nosotros.

—Van a venir a por nosotros —les anuncié a los demás con preocupación—. Adán y Veuliah será mejor que os escondáis, ellos no pueden detectar vuestra presencia angelical. Roger tu vuélvete invisible y no te separes de mí.

—Pero vosotros podéis correr peligro —dijo Veuliah.

—Tienen razón. Por ahora lo mejor será que hagamos lo que dice Eva, además si corrieran peligro les ayudaríamos. —Que mono era Adán cuando me daba la razón.

Adán y Veuliah se ocultaron. Roger se volvió invisible. Solo faltaba esperar. Por suerte no tardaron en llegar. La presencia maligna se notaba en cada átomo del aire.

—Vaya, que pronto has picado el anzuelo. Pensé que eras más lista. —Me quedé mirándole sin decirle nada—. ¿Te ha comido la lengua el gato? ¿O es qué no te acuerdas de mí? Soy yo Focalor.

De repente una tremenda risa estalló de dentro de mi ser. Sabía cuando le molestaba que se rieran de él, solo esperaba que fuese una buena manera de distraerlo.

—Ja, ja, ja, ja —fingí que me reía como en los viejos tiempos—. Foca de calor. Ja, ja, ja —Me hacía tanta gracia su nombre que cada vez que lo escuchaba empezaba a reírme para fastidiarlo.

—¡Deja de reírte estúpida! Siempre igual, no sé porque mi nombre te resulta tan gracioso.

—Ja, ja, ja. Perdona es que es muy gracioso. Es como un nombre de payaso —murmuré con picardia.

Enfadado Focalor me lanzó una fuerte ráfaga de viento. Choqué contra un muro. El impacto fue tan fuerte y doloroso que no pude evitar gritar.

—¿Qué? ¿A qué ahora no te hace gracia mi nombre? —Se preparó para lanzarme otro fuerte ráfaga de viento.

Cuando la ráfaga estuvo a punto de levantarme del suelo. Sentí que una energía me rodeaba, y impidiendo que me volviera a hacer daño. No tardé en darme cuenta de que era Roger, quien había usado sus poderes.

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