Capítulo 1

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Capítulo uno

Tenía frío, de hecho, últimamente siempre tenía frío. Observaba las flores marchitas que había llevado hacía un tiempo atrás. Era triste, nadie más llevaba flores a su tumba, ni siquiera yo sabía muy bien por qué lo hacía. Supongo que una parte de mí, por mínima que fuera, se sentía culpable, pero tampoco sabía por qué.

Quizás no era culpa, sino lástima, porque él nunca fue capaz de encontrar el amor, nunca logró encontrar la felicidad o pensar con claridad. Había algo en su mente, algo oscuro, eso estaba claro. Luego de un tiempo llegué a la conclusión de que él también estaba enfermo como mi madre, de que cualquier mente que piensa de esa manera tan perversa es porque no está sana. O simplemente la vida no le enseñó a valorar lo realmente importante y solo le quedó aferrarse a lo material, al dinero, lo superficial. Era el único mundo que conocía, no lo culpo por haberse hundido tanto en esas sombras que lo destruyeron.

Hacía un año me enteré de su fallecimiento. No sentí nada, ni alegría, ni tristeza, solo indiferencia. Sin embargo, unos meses después en los que intenté buscar de alguna forma algo que me hiciera sentir lo que fuese por él, solo encontré vergüenza.

En prisión no logró ningún aliado, amigo o algo que lo ayudase a defenderse de los demás. Las cárceles son peligrosas si no se tiene un compañero, no podía demostrarse de mejor forma considerando su ejemplo. Antonella me contó lo poco que sabía de cómo falleció. Dijo que dentro de prisión siempre hay peleas entre los reos, que a veces pelean de manera brutal y en casos extremos algunos de ellos acaban muriendo. Ella no estaba feliz de que Owen hubiese muerto, creo que alegrarse del fallecimiento de otra persona no es humano, pero tampoco sintió lástima.

No sé por qué fui meses después de enterarme que había muerto al cementerio, o por qué le llevé flores, o por qué ignoré a Matt al decirme que no tenía ninguna razón por la cual ir. Simplemente lo hice, no sé por qué, pero lo hice.

Y más tristeza me daba ver que fueron las mismas flores que yo llevé aquella vez las únicas que permanecían ahí, que nadie más se había siquiera encargado de llevarle algunas rosas, aun cuando él era tan conocido.

La respuesta era simple, sus únicos amigos, si es que podían considerarse así, solo se acercaban a él por interés, y después de muerto no lograrían nada intentando agradarle. ¿De qué serviría? De nada.

Dejé las flores nuevas junto a la lápida y quité las flores marchitas.

Me aferré a mi abrigo y seguí caminando.

° ° °

—¿Puedo verla?

—Sí. Hoy ha estado muy tranquila. No ha sido necesario sedarla.

—¿Sigue presentando reacciones agresivas?

—No, ya no, pero su enfermedad no le hace tener una noción verdadera de la realidad.

La enfermera abrió la puerta y pude ver a mi madre. Estaba sentada junto a una ventana viendo con atención. En cuanto notó mi presencia, se volvió en mi dirección y sonrió.

—Elizabeth. —Se levantó y caminó hacia mí—. Mira que linda estás...

—Hola, mamá —intenté sonreírle de vuelta y nos sentamos.

—¿Cómo estás, mi niña?

—Bien, gracias.

Tomó mis manos sin borrar esa expresión de felicidad.

Antonella y yo éramos las únicas que la visitábamos a veces. Aunque ella menos que yo, y yo solo cuando venía a Greenville, Carolina del Norte.

Eterno atardecer  ©   (Ex Flawless love)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora