capítulo 8.

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La vida es una carrera, da igual de quién estemos hablando. La cuestión es ser más rápido, "más rápido que". En mi caso, mi proceso mental tiene que ir más deprisa que el de Jennifer, para que nunca me pille desprevenida.

No suelo tener problemas con eso. Al fin y al cabo, es una mujer que está en el paro y lo único que hace activamente es ver Dance Moms. Sin embargo, hoy tiene otros planes.

Estoy religiosamente concentrada, deslizando un dedo por el perfil de Instagram de Mac. Me ha mandado solicitud para seguirme de nuevo y me ha tomado por sorpresa, aunque para bien, creo. Estoy a punto de aceptarla cuando oigo la voz de mi madre a mis espaldas.

—¿Vas a hacer algo hoy o te vas a pasar todo el día con el móvil?

Rodaría los ojos, pero sólo consigo pegar un brinco sobre mi silla porque realmente me ha asustado. Guardo el móvil de inmediato.

—¿Ese era Mac? —pregunta como la cotilla que es, mientras le da un mordisco a sus palitos—¡Está guapo! Sigo sin entender cómo dejaste que se escapara. No encontrarás a otro chico igual.

Me giro hacia ella, ofreciéndole una sonrisa.

—¿Quieres algo, Jennifer? Ya sabes, aparte del número de mi ex.

Ella se ríe de verdad. Entonces se aparta su pelo castaño (uno de sus rasgos que he heredado) y me señala con un dedo antes de decir:

—Deberías buscarte un trabajo.

Es irónico que lo diga ella, pero aun así me tomo el tiempo de contestar.

—¿Has olvidado la parte en la que tengo entrenos casi diarios de cuatro horas?

—Pues trabaja en los días que no entrenas. O por las mañanas, o las tardes, depende.

A ver, sabía que estaba loca, pero a estas alturas ya no hay nadie al volante. Kiwi, nuestro gato (a duras penas es mío) le pasa por entre las piernas y Jennifer lo acaricia. Noto que voy a estornudar pero al final no sale, qué rabia. Me lloran un poco los ojos, así que me los limpio con el dorso de las manos.

—¿Y por qué iba a hacer eso?

—Veamos... —empieza ella, ladeando la cabeza—Tienes veinte años y nunca has trabajado, siempre te lo hemos pagado todo. Además, por mucho que ahora estés en el equipo de LeBlanc, eso no quiere decir que vayas a tener una carrera larga como gimnasta.

Qué maja.

Justo entonces papá llega a casa del trabajo, y suspiro con alivio.

—Papá, menos mal. Tu mujer está intentando persuadirme para que me busque un trabajo a pesar de todas las horas que hago en el gimnasio. Por favor, ¿puedes decirle que es una locura?

Él parece profundizar en el tema mientras se dirige a la cocina.

—En realidad, no me parece una mala idea, Nova.

Lo miro con los párpados caídos. Mi madre ríe, cantando victoria.

—¿Lo ves?

Me contengo para no imitar su tono de voz. Papá aparece frente a nosotras, comiendo de su bolsa de patatas fritas. Intento que entre en razón.

—Papá, ¿de qué narices voy a trabajar yo? Lo único que se me da bien es la gimnasia, y desde luego lo de ser entrenadora me pilla un poco lejos.

—Puedes empezar por buscar un sitio relacionado con tus intereses —sugiere él, con la boca llena. Casi siempre mastica con la boca abierta—. Ya sabes, más allá de la gimnasia.

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