prólogo.

9 1 0
                                    

Tiene que haber habido una época en la que todo era más sencillo. Hacíamos las cosas sin pensar demasiado. Como mínimo, no nos parábamos a revisar la letra de las canciones para intentar identificarnos. Solíamos pensar que Shake It de Metro Station hablaba sobre bailar. Así que, sí, a veces echo de menos ser una pobre ingenua que sólo tiene buenas intenciones. O al menos creo que lo echaría de menos, si pudiera recordar un solo momento de mi vida en que lo haya sido.

—Aguantad —nos gritaba Coleman, paseándose por delante de nosotras.

Yo seguía conservando mi posición, tal y como llevaba minutos haciendo. Brazos extendidos, rodillas dobladas y siempre, siempre estar más cerca de poder sentarte en el suelo que de poder levantarte.

—Presley, espero de veras que no estés a punto de llorar —dijo la entrenadora Coleman, que se cruzó de brazos, inclinada hacia Amber—, porque yo no entreno a lloronas. ¿Es eso lo que te ocurre? ¿Tienes ganas de llorar? Juro por Dios que observar a algunas de vosotras es como ver pasar un circo ambulante: insufrible y una completa pérdida de tiempo.

Al parecer Amber no lo pudo soportar, porque rompió a sollozar y se fue corriendo hacia los baños. El resto ni le prestamos atención, ni nos inmutamos cuando Coleman hizo sonar Another One Bites The Dust. Era tradición.

Solté aire por la nariz cuando se acercó a mí. Una sonrisa que decía "¿en serio?" le cruzó la cara.

—He visto a ancianas con mejor postura, Masipag. ¿Quieres que llame a alguna de ellas para que te ayuden? —cuestionó, con las manos frente a su cuerpo. Varias gotas de sudor caían por mi frente, pero no la miré—. Eso creía. Si no tenéis una buena posición de aterrizaje, no tenéis nada.

Pocos segundos después, por fin dio paso al famoso sonido de su silbato. Acto seguido, todas las chicas se tiraron al suelo, muertas de dolor y de cansancio. Yo me levanté directamente, y me ajusté la coleta alta. Abrí mi botella de agua y dejé caer un chorro hacia mi boca. Casi inexpresiva, Coleman me preguntó:

—¿Cómo crees que ha estado mi nivel de maldad hoy?

Yo asentí con una sonrisa.

—No ha estado mal. Aunque yo creo que podría subirlo un poco más. Saque a flote sus defectos físicos, eso siempre funciona.

—Me gusta cómo piensas, Masipag.

Chocamos los cinco y yo me colgué la bolsa de deporte sobre el hombro, pues dio por finalizado el entrenamiento. Me dirigí a casa a pie, para hacer el camino más largo. Con los cascos sobre la cabeza, anduve al ritmo de la música. Me habían dado ganas de escuchar esa canción de Queen.

No espero que lo entiendas, pero daría lo que fuera por volver a ese momento. Nunca he sido tan feliz como en esa época de mi vida, en ese gimnasio. Sólo lo era durante las horas que pasaba allí dentro, pero, aun así. Puedo asegurártelo: las cosas sólo fueron a peor desde ahí.

InfameWhere stories live. Discover now