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Oriana

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Oriana

Miré la hora en el televisor, 02:23. Camila y Agustín acababan de irse, y mientras 'Una Piba Con La Remera de Greenpeace' se escuchaba por todo mi departamento, limpiaba sin dejar de pensar en todo lo que había pasado en el día de hoy.

Había sido un día raro e intenso. Me tenía que acostumbrar. Desde hoy en adelante, casi todos los días serían así. No me quejaba, empezar con las grabaciones cambiaría drásticamente mi rutina, lo supe desde siempre. Sólo pedía poder acostumbrarme a este cambio rápidamente.

Volví a escuchar mi celular sonar a lo lejos. No le había dado uso desde mi llegada a las cinco de la tarde, y pensar en quién podía estar haciéndolo sonar me generó una fuerte intriga. Caminé hacia el bolso, mordiendo mis labios ansiosamente, y lo saqué con cautela.

Al tenerlo en mis manos, lo encendí, observando primero la hora y luego las numerosas notificaciones que adornaban la pantalla de bloqueo. Todos mis compañeros de rodaje se habían encargado de empezar a seguirme en las redes sociales, mamá me había escrito, preguntándome cómo me había ido en la reunión de hoy, y un número desconocido, del cual estaba segura de conocer la identidad, había dejado muchos mensajes pidiendo que le contestara. La curiosidad me consumía mientras deslizaba el dedo para desbloquear la pantalla y empezar a leer los mensajes.

Si, sabía que teníamos que hablar. Íbamos a pasar mucho tiempo juntos, tendríamos que compartir escenas íntimas e incluso desnudos debido al rodaje de la película. Sería maduro de mi parte abordar el tema y dejar todo claro para evitar incomodidades en el set. Pero aunque supiera todo esto, algo dentro de mí se resistía a tener esa conversación, a revivir todo lo que había pasado y cómo me había hecho sentir en aquel momento.

Me había esforzado por borrar esos recuerdos, por dejarlos en el pasado, por guardar todo en una caja cerrada, confiando en que nunca más tendría que volver a ver a Enzo. Sin embargo, su reaparición había logrado destapar esa caja en la que, en su momento, encerré todo lo sucedido y cómo me había sentido, con la esperanza de poder ignorar y no tener que enfrentar el dolor que sus acciones me habían causado.

Sabía que no estaba bien ignorar cómo me había sentido, y que si no lo hubiera hecho, quizás no estaría aún resentida. Pero siempre lo había hecho. Siempre había evadido mis problemas, fingiendo que no me importaban ni me afectaban. Era más fácil guardar mis emociones en lo más profundo de mi ser, en lugar de confrontarlas y enfrentar la posibilidad de herirme aún más.

Algo temerosa, respondí y acepté su propuesta de hablar como dos adultos para dejar todo en donde debía estar: en el pasado. La rapidez con la que Enzo me contestó y agradeció mi aceptación solo hizo que me pusiera aún más nerviosa. No quería enfrentar esta conversación, pero sabía que era necesario.

A pesar de mi temor, reconocí que hacerlo sería importante tanto para el rodaje, como para mi propio crecimiento personal. Aceptar hablar con Enzo no solo era un acto de madurez, sino también una oportunidad para aprender a afrontar mis problemas en lugar de ignorarlos y fingir que no me afectaban.

Me observé en el espejo retrovisor, aplicándome un toque de brillo labial antes de salir del coche, ya estacionado frente a la cafetería donde solía desayunar con Enzo años atrás

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Me observé en el espejo retrovisor, aplicándome un toque de brillo labial antes de salir del coche, ya estacionado frente a la cafetería donde solía desayunar con Enzo años atrás. Según yo, si lucía bien, estaba bien, y por eso hoy me había arreglado un poco más que de costumbre.

Consciente de mi ligera tardanza, salí de mi jeep y me encaminé hacia la entrada del edificio con paso pausado, intentando proyectar seguridad y tranquilidad. Según los mensajes que intercambiamos, él estaba en el segundo piso, en la única mesa del balcón. Me dirigí hacia allí, sabiendo que probablemente me había visto desde que bajé del auto.

Subí las escaleras llena de miedo, consciente de que cada paso me acercaba más a ese encuentro que me hubiese gustado no tener que vivir.

Al llegar al balcón, mi corazón latía con fuerza. Sin embargo, en cuanto mis ojos se encontraron con los de él, un nudo se formó en mi estómago y unas ganas intensas de vomitar me inundaron.

Él me recibió con una sonrisa nerviosa y tímida, y aunque intenté devolverle el gesto, solo pude formar una mueca en mi rostro, reflejando la incomodidad que sentía en ese momento.

— Hola, Ori.— dijo, poniéndose de pie con rapidez para poder dejar un beso corto en mi mejilla. Ambos volvimos a sentarnos, rodeados por una atmósfera de incomodidad y tensión que se palpaba en el aire.

Mis ojos se posaron en la mesa que nos separaba, ya adornada con varios platos servidos, todos familiares, todos parte de nuestra rutina pasada. Las medialunas de jamón y queso, el café recién servido y el licuado de frambuesa y arándanos ocupaban lugar sobre aquella superficie blanca, dandome recuerdos de tiempos en los que éramos más felices.

Un fuerte deja vu me invadió, transportándome de vuelta a 2021, recordando las largas y profundas conversaciones que teníamos mientras compartíamos estos mismos platos, acompañados de risas y complicidad. Pero ahora, en este momento, no podía evitar sentirme fuera de lugar, no podía evitar sentir ganas de irme.

— Espero que sigan siendo tus favoritos. — dijo él, mostrando una pequeña sonrisa, como si buscara romper la incomodidad entre nosotros. Mi mirada seguía clavada en los platos, sintiéndome nostálgica y angustiada ante la diferencia que había entre el pasado y el presente.

— Sí, gracias. — respondí con un tono que apenas disimulaba mi incomodidad.

La incomodidad y la tensión me envolvian en una atmósfera que me resultaba difícil de soportar. No quería sentirme así, ni en este lugar ni con él, pero era inevitable.

Me angustiaba recordar cómo solíamos ser tan felices compartiendo estos momentos juntos, disfrutando de cada instante con una alegría contagiosa. Ahora, sin embargo, esos mismos momentos solo me causaban malestar, recordándome lo lejos que habíamos llegado de aquellos días de felicidad.

— Perdón, Ori. No te das una idea lo mucho que me arrepiento de todo.

𝗢𝗻𝗲 𝗱𝗮𝘆 (un día) | Enzo Vogrincic Donde viven las historias. Descúbrelo ahora