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Oriana

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Oriana

El timbre sonó, y cuando miré a Camila supe que iba a tener que bajar yo.
Me calce las pantuflas con toda la paja del mundo, intentando no ponerme de mal humor por la insistencia del aquel sonido.

— Tenes de novio al más insoportable.

— Y vos lo tenes de amigo. — Me respondió Camila, mientras se tapaba la cabeza con una almohada, intentando no escuchar aquel sonido atordecedor.

Abrí la puerta y, sin preocuparme por cerrar con llave, caminé directo al ascensor, agradeciendo internamente no cruzarme con ninguno de mis vecinos. Tras apretar el botón de planta baja, me detuve un momento para observar mi relejo frente al espejo gigante que adornaba una de las paredes del ascensor, observando mi demacrada apariencia reflejada en él. Mis ojos hinchados me delataban por completo, gritando al mundo entero que acababa de despertarme. Siempre me pregunté qué necesidad había de poner un espejo tan grande en este lugar, como si quisieran que cada residente enfrentara su propia imagen desaliñada antes de partir hacia el mundo exterior.

Al abrirse las puertas del ascensor, me encontré de frente con dos chicos de rulos. Uno de ellos era increíblemente alto, con el cabello tan oscuro como sus ojos penetrantes, mientras que el otro tenía unos ojos celestes que parecían brillar bajo la luz del pasillo. Sus miradas me recorrieron de arriba abajo, sin ningún atisbo de disimulo, como si estuvieran evaluando cada centímetro de mi apariencia. Decidí pasar junto a ellos en silencio, sin recibir ningún saludo por su parte.

Mientras me alejaba, dirigí una rápida mirada hacia los gigantes ventanales que daban al exterior, y allí pude distinguir a Agustín. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al notar una caja entre sus manos, suponiendo que allí se encontraban las empanadas que le habíamos encargado.

Toqué los botones del panel de seguridad, ingresando la contraseña con destreza, y con un suave zumbido la puerta del edificio se abrió, permitiendo la entrada del chico de rulos. Al verlo acercarse a mí, sonreí.

— Hola uru.

Su mirada escaneó mi rostro con rapidez, y una expresión de preocupación se dibujó en sus rasgos. — ¿Qué pasó? ¿Lloraste? — preguntó, sin apartar sus ojos de mí.

Fruncí el ceño al sentir su mirada penetrante y su preocupación. — No, me pegué alta siesta. — Respondí, cerrando la puerta del edificio una vez que él estuvo completamente adentro.

La preocupación en su rostro desapareció tan rápido como había llegado, y en su lugar surgió una sonrisa divertida. Mientras nos dirigíamos hacia el ascensor, empezó a preguntarme por Camila, y sobre qué había hecho en toda la tarde.

 Mientras nos dirigíamos hacia el ascensor, empezó a preguntarme por Camila, y sobre qué había hecho en toda la tarde

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Tomaba lo poco de fernet que quedaba en mi vaso mientras Camila se preparaba para su actuación. La vi pensativa por varios segundos, hasta que, de repente, se sacó una de sus zapatillas y, después de tirarla al piso, corrió lejos de ella.

— ¡La Cenicienta! — Grité, recibiendo aplausos de parte de Camila y escuchando quejas de Agustín.

Camila y yo íbamos empatadas. Agustín, directamente, parecía haber dejado de jugar.

— Qué películas de mierda tiene este juego, loco. — Comentó Agustín, y Camila y yo lo miramos mal, completamente ofendidas ante aquel comentario.

— Ojito con la Cenicienta, vos. — Lo amenacé, recibiendo como respuesta una mala mirada de parte del de rulos. Era muy gracioso ver lo malhumorado que se ponía cuando perdía.

El juego terminó a los pocos minutos, a pedido de Agustín, que aseguraba que si seguíamos jugando a eso, iba a terminar durmiendose. Entre vasos de fernet y empanadas de carne, Camila habia empezado a contarnos con lujo de detalles la discusión que habían tenido los vecinos por la mañana, después de que la mujer descubriera una infidelidad. Mientras Agustín se lamentaba por no haber presenciado esa escena por estar trabajando, yo festejaba cada respuesta que la mujer había dado a los ruegos de su marido para que lo perdonara.

— Le decía que no sabía cómo habían aparecido esos mensajes, pero que él no los había mandado. — Contaba Camila, completamente indignada por la situación. Nosotros la escuchabamos atentamente, sintiendonos igual de indignados que ella. — Mínimo, si va a mentir, que mienta bien.

— Na, pero mira que le va a decir eso, amiga. — Respondí yo, incrédula, tras dejar de comer para poder hablar. — Los hombres son tan pelotudos que no sirven ni para mentir, es impresionante.

Ambos asintieron en silencio ante mi comentario, dandome la razón, mientras seguían tomando del trago en sus vasos. Amaba juntarme a comer y criticar, y sinceramente no creía encontrar mejores personas que ellos para hacerlo.

Mi casa había sido inundada por un silencio, mientras nos dedicábamos a disfrutar de la comida y la bebida. Era todo tranquilidad, hasta que, la voz del único hombre presente nos interrumpió el momento.

— Hablando de pelotudos... — Dijo Agustín, de repente, llamando nuestra atención. Ambas lo mirábamos con interés, viendo cómo él dudaba de si hablar o no.

— ¿Qué? — Preguntó Camila, harta del silencio en el que su novio debatía internamente que hacer.

— Me habló Enzo. — Soltó de repente, dejando en evidencia sus nervios. Lo noté mirándome, completamente concentrado en ver mi reacción. — Y después de contarme que hoy se encontraron, me rogó que le pasara tu número.

Camila y yo, al escuchar esas palabras, nos miramos inmediatamente. Duramos unos breves segundos entendiéndonos sin necesidad de palabras, compartiendo un instante de complicidad, para luego dirigir de nuevo nuestras miradas hacia el de rulos, quien por alguna razón parecía estar visiblemente asustado.

Noté cómo Agustín se inquietaba ante nuestras reacciones, su mirada buscaba comprender en qué estábamos pensando. La pausa se alargó, creando una tensión palpable en el ambiente, hasta que finalmente decidí romper el silencio.

— ¿Enzo te rogó que le dieras mi número? — Pregunté, manteniendo la calma a pesar de la sorpresa que sentía.

— Pero obviamente no se lo diste, ¿o no, Amor? — Preguntó Camila, completamente seria. Agustín solo la miró con una sonrisa nerviosa.

La sonrisa del uruguayo frente a nosotros se ensanchó aún más, sin dejar de lucir nervioso y evidenciando su respuesta. Camila soltó un suspiro audible, mientras se golpeaba con la palma de la mano su frente, completamente decepcionada de su novio.

— Ah, pero toda la vida hablando de pelotudos y terminamos teniendo al claro ejemplo de uno enfrente nuestro.

— Perdón, Ori, estaba re pesado en serio y me dio lástima... — murmuró Agustín, mientras jugueteaba nervioso con el borde de su vaso, tratando de disculparse, pero sin lograr que la decepción en la mirada de Camila disminuyera.

𝗢𝗻𝗲 𝗱𝗮𝘆 (un día) | Enzo Vogrincic Where stories live. Discover now