7. Le vendo mi alma a Sophie

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THEA

Cuando Félix llegó en su vuelo no pude ir a recogerlo.

La semana estuvo cargada con días de tormentas peligrosas, lloviznas más benévolas e intervalos de descansos con cielos nublados y una humedad que impedía que se secaran los pisos.

Tuve que quedarme encerrada en la casa, con la compañía de un Erik que prefería estar solo y un Oliver que se negaba a estar a menos de dos metros cerca de mí.

Por eso, cuando finalmente Félix llegó, sentí que mi cuerpo iba a explotar. Quería correr a verlo y abrazarlo. Quería sentirme en casa después de tanto tiempo. Pero me prohibieron salir por culpa de la tormenta y mi amigo insistió en que obedeciera. Después de todo, la familia que lo hospedaba se ofreció a recogerlo en el aeropuerto, por lo que no había necesidad de someterme al implacable clima.

—Pero vendrás a buscar tu uniforme. ¿Verdad? —le pregunté por teléfono. No había pasado ni una hora desde que bajó del avión—. Las clases son el lunes.

—Sí, sólo dame un momento. Quiero desempacar y comer algo.

Eso le tomaría varias horas más.

—No te tardes mucho —le pedí.

Me pareció oirlo sonreír. No es como si el gesto tuviera algún sonido en particular, pero sí lo hacía cuando se trataba de Félix, cuando conoces a alguien lo suficiente como para entender lo que significa cada gesto suyo. En este caso, una sonrisa suya era una exhalación rápida por nariz, seguida de un silencio cálido.

—Yo también te extraño, Thea. Estoy ansioso por volver a verte. Sólo espérame un poco más.

Podía concederle un poco de tiempo, considerando el viaje que acababa de hacer y el cansancio que debía de tener encima.

Félix se despidió y yo pasé todo el día dando vueltas por la casa, en el sentido literal de la palabra. Caminé en círculos dentro de mi habitación, luego abrí la puerta y lo hice en el pasillo. Cuando eso no me bastó, bajé a los pisos de abajo, recorrí cada sillón y cada mesa mientras suspiraba o me mordía la uña del pulgar. Llegada mi tercera vuelta, Erik no lo soportó más y abrió la puerta de su habitación con la suficiente fuerza como para hacerme llegar una brisa.

Me entrecerró los ojos, irritado. Iba vestido con un suéter azul y unos pantalones oscuros. Su cabello estaba sin peinar y sobre su cabeza descansaban sus lentes rectangulares de lectura.

—¿Puedes tener tu crisis en otra parte? Estoy intentando leer. —Comencé a pisar más fuerte, sólo para molestarlo. Erik acabó suspirando y apoyándose contra el marco de la puerta—. ¿Esto es por tu novio?

Dejé de caminar en círculos y levanté la cabeza. Tardé unos segundos en recordar que se suponía que Félix era mi novio y cuando lo hice me sentí avergonzada. A mi cabeza vino esa escena en el desayuno, cuando le revelé a Erik la "naturaleza" de mi relación con Félix y lo vergonzoso que fue. Había intentado convencerlo, y funcionó, pero con la mente fría comenzaba a considerar que se me había ido un poco de las manos.

—Dijo que lo esperara. Probablemente tarde un par de horas en venir a recoger sus cosas.

—Estás ansiosa —adivinó. Cuadré los hombros y asentí, pero si había algo por lo que Erik jamás sería destacado, esa era su empatía—. Entonces ve a entretenerte con algo, no lo sé. —Señaló las escaleras que llevaban al piso de abajo—. Lee un libro, juega a las damas, construye una casa de cartas. Pero hazlo en silencio.

Ahora fue mi turno de entrecerrarle los ojos. Erik no quería ayudarme, sino quitarme de encima para que no lo estorbara.

No podía leer, porque no podría concentrarme, tampoco me gustaban las damas y no tenía la paciencia para construír casas con las cartas.

Enredos del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora