Su jefe era un tirano por el día y un playboy por la noche; y él solo era su asistente hasta que le propone un nuevo contrato.
-¿Cómo su asistente personal?
-No. Como mi prometido.
¿Qué puede suceder cuando ambos se detestan y tienen que actuar ena...
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Jimin se echó a reír como si hubiera escuchado la mejor broma del mundo. Se cubrió la boca con la mano, pero no pudo silenciar las carcajadas que seguían saliendo de su garganta. Hasta estaba llorando de tanto reír.
Jungkook nunca lo había escuchado carcajearse de tal manera, debía reconocer que su risa era muy contagiosa. Sin embargo, aún no entendía el porqué de su reacción.
Se acomodó en el asiento y se cruzó de brazos.
—Este asunto no tiene ni una pizca de gracia, señor Park.
Jimin al escuchar como lo había llamado, con tanta formalidad, hizo que su risa cese. Pero no se contuvo ante tal seriedad y redobló las carcajadas.
—¡Jimin!
El mencionado se dejó caer sobre la encimera calmandose, mientras secaba sus ojos. Miró de nuevo a Jungkook y se rió de nuevo.
¿Cuál era el chiste en esta situación?
Jungkook se puso de pie y caminó hacia él, sin saber qué hacer para silenciarlo. ¿Taparle la boca? ¿Zarandearlo? No. Él lo tomó de los brazos y sin pensarlo, pegó sus labios con los de su prometido callando el ataque de risa y locura.
De nuevo esa extraña calidez inundó por todo su ser cuando lo pegó a su cuerpo y lo besó. Empleó toda la frustración que le provocaba para disque castigarlo y silenciarlo.
Pero había un problema, no se sentía como un castigo. Se sentía placentero.
Un placer ardiente y arrollador.
Se apartó con la respiración acelerada.
—¿Terminaron las risas? —masculló Jungkook.
Jimin lo miró fijamente, por fin en silencio y asintió con la cabeza.
—Antes que te vuelvas a reír de nuevo… Jimin, ¿Quieres casarte conmigo?
—No.
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