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Las calles de Tokio que siempre hervían de gente estaban más apacibles que de costumbre, o al menos eso le pareció a Mikey quien se había acostumbrado a salir de noche debido al cambio en su horario de sueño. Ya no recordaba cuándo había sido la última vez que había pasado por esos sitios y realmente los extrañaba, especialmente porque los puestos de dorayakis no estaban abiertos de madrugada.

Iba por su tercer dorayaki cuando se detuvo bajo la sombra de un árbol para ver el cielo despejado de fines de otoño. Por alguna razón que desconocía, estaba especialmente sensible.

Se llevó una mano al rostro para limpiar con la manga de la sudadera las migas que le habían quedado en la comisura de los labios. Era una sudadera que Ken-chin le había prestado y que le llegaba casi hasta las rodillas. Solo entonces cayó en la cuenta de por qué había estado más susceptible, más hambriento y emocional esos últimos días. Él y Ken-chin habían estado viviendo juntos desde hace dos semanas y Mikey había decidido que aprovecharían cada momento de su juventud amándose hasta caer rendidos de cansancio.

—Qué estés en un burdel no significa que vamos a estar haciéndolo todo el día, enano —lo regañó en una ocasión en la que Mikey se le había trepado al regazo y comenzó a quitarle la bufanda y la chaqueta como si se le fuera la vida en ello— la gente también tiene que comer, dormir, estudiar... Tengo prueba mañana, ¿sabes?

Mikey solo reía mientras le recordaba que la vida era una y que si murieran mañana, seguramente lamentaría haber pasado sus últimas horas estudiando inglés en lugar de estando con él.

Al final Mikey siempre ganaba esas discusiones. Era precisamente por eso que ahora estaba como estaba: más adormilado que de costumbre, con un camino de pequeñas marcas rojas que bajaban por su cuello hasta su pecho y dolor en las piernas y caderas. Una sonrisa traviesa se formó en sus labios al recordar. Tal vez podía acostumbrarse a esa nueva vida, una vida en la que Ken-chin lo cuidaba y se encargaba de él. No tendría que estar preocupándose de cosas que no podía manejar y no terminaría decepcionando a nadie.

Le dio otra mordida al dorayaki e inhaló satisfecho. Ken-chin le estaba dando una segunda oportunidad y sabía que debía aprovecharla. Lo que no sabía era que al doblar la esquina se encontraría cara a cara con la persona de la que había estado escapando todo ese tiempo.

—Mikey... —dijo Emma en un susurro mientras abría los ojos de par en par. También Mikey quedó pasmado, solo que él logró reaccionar más rápido y dio media vuelta sin decir ni una palabra y comenzó a caminar rápido— ¡MIKEY!

Cuando se dio cuenta de que su hermana no lo dejaría pasar como si solo se hubiera confundido, comenzó a correr a toda velocidad, tan rápido que su bolsa de dulces quedó olvidada en el suelo tras de él.

—¡MIKEY, ESPERA! —gritó la muchacha, quien también había comenzado a correr— ¡ESPERA!

Las personas que dejaban atrás se los quedaban mirando y algunas de ellas incluso intentaron detener a Mikey creyendo que era un ladrón. El rubio no había sentido mayor adrenalina que en ese entonces, cuando derrapaba en un callejón para perderla de vista. Emma corría muy rápido, casi tanto como él; de no haber sido porque estaba usando zapatos de tacón, seguramente no habría sido capaz de deshacerse de ella, pero lo logró tras saltar a un árbol que usó de puente para llegar hasta un basurero... El problema fue que calculó mal la distancia y cayó dentro de él. Maldijo para sus adentros dispuesto a salir lo antes posible, pero entonces escuchó la voz de su hermana muy cerca de ahí.

—¿Mikey? —lo llamó con la respiración agitada luego de la carrera— ¿Mikey?

Mikey sentía como su corazón se rompía en mil pedazos, pero no dijo nada. Se quedó muy quieto en medio de la basura a la espera de que Emma pasara de largo y así lo hizo. Solo entonces respiró tranquilo a pesar de estar metido hasta el cuello el apestosas bolsas de plástico.

Como atrapar un fantasma y no enamorarse en el intento (Drakey)Where stories live. Discover now