Capítulo 25

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Los días pasaban con lentitud desde que habíamos perdido el carruaje. Pateé una de las piedras del suelo, las piernas me quemaban, solo descansábamos por las noches y a veces ni eso. El bosque era mucho más extenso de lo que me imaginaba, daba igual a que dirección marchásemos porque había el mismo paisaje por todos lados, que te hacía llegar a la conclusión de que no te habías movido ni un poco.

Nos alimentábamos a base de los frutos que encontrábamos, porque algo que tenía de bueno que fuera tan extenso el bosque, era que estaba lleno de frutos que a simple vista querías comer pero que eran un bonito engaño. En eso teníamos la suerte de que Theon entendía perfectamente que frutos comer y cuales no, por lo que, aunque agarrásemos los frutos aparentemente menos bonitos estos no nos mataban.

Cada vez el grupo estaba peor, Calix todo el tiempo iba en la delantera ignorándonos, Fayra cada día estaba de peor humor y despotricaba sin descanso sobre todos nosotros y nuestra mala suerte, al principio los choques constantes entre Daryl y Fayra quemaban el ambiente, pero al final todos habíamos llegado a la conclusión de que los ignoraríamos, y si se intentaban matar que por lo menos no molestaran.

Era medio día y mi estomago ya estaba gruñendo, pero no podía hacer nada.

-          ¿Vosotros os acordáis de aquella mujer de mejillas encendidas y regordetas todo el tiempo? - interrumpió el silencio Dhara con una sonrisa nostálgica.

-          Oh, sí. Me acuerdo de ella, escasamente, pero me vestía todos los días antes de empezar a entrenar y me traía galletas de...- dijo ilusionado Theon.

-          De chocolate. - concluyó la frase Fayra- Era un amor de mujer, era la única que te hablaba sin problemas a parte de Oscar.

Que dijese el nombre de Abu, me sorprendió, yo había desconocido la mayor parte de mi vida su verdadero nombre hasta hace poco.

-          ¿Tú la recuerdas, Aerilyn? - preguntó Theon, nostálgico.

Yo no recordaba mucho de mi infancia, lo veía tan borroso, que no creía que fuera real lo que recordaba.

-          No sé, no recuerdo mucho- dije.

Calix se giró y nuestros ojos se conectaron, entendiéndolo.





Una niña y un niño jugaban en la habitación, sus mentes divagaban en un mundo creado por ellos. La niña sujetaba un juguete hecho con ramitas del patio y el niño otro igual, esos juguetes habían sido hechos por la niña que amaba jugar constantemente. Se imaginaba siendo ella la muñeca, golpeando y noqueando a cualquier enemigo que se le adelantase en la jugada.

Siempre había entendido que si entrenaba cada día era porque había enemigos acechándola, Abu se lo comentaba siempre.

-          Ataca a tu enemigo.

-          No te dejes distraer por él, es el enemigo.

-          No dejes pensar al enemigo, actúa antes de que él vea venir el golpe.

Pero lo que no sabía era como identificar a un enemigo.

-          ¿Quién es el enemigo? - preguntó la niña.

El niño pensando que hablaban del juego, respondió:

-          Pues el mago malvado, siempre es él- estaba confuso, siempre jugaban así.

-          No, me refiero a un enemigo real- se corrigió la niña.

El niño aun más confuso que antes, acabo respondiendo:

-          No lo sé, supongo que hasta que no actúa no ves que es el enemigo.

Y aquello se le quedó grabado en la memoria.

Porque nunca olvidaría a su primer enemigo.

Jamás.





-          ¿Estás bien? - preguntó Daryl a mi lado.

Abrí los ojos.

-          Si, si, creo que me he mareado un poco- respondí intentando quitarle la máxima importancia.

-          Si quieres paramos- insistió Theon.

Yo negué y empecé a andar dejándolos atrás.

Avancé unos pasos, pero un sonido que tenía tan interiorizado me obligó a parar, y a buscar la procedencia. Era el sonido de las ruedas de un carro. Corrí entre los arboles y matorrales hasta que salí de entre uno de ellos y di justo a un amplio camino indicado con carteles a una ciudad.

Me interpuse en el camino del carromato, y este tuvo que parar para no atropellarme con rapidez.

-          ¿Qué haces niña? - gritó el hombre alterado por el susto.

-          ¿Va a la ciudad? - le pregunté ansiosa por su respuesta.

-          Si, voy a dejar la mercancía. ¿A dónde necesitas ir, niña?

-          La ciudad, me va bien- le respondí.

Era algo habitual por aquellas tierras, tener la simpatía de recoger a alguien por el camino y llevarlo al mismo lugar que tú, si ese era el lugar al que se dirigía.

El hombre asintió y con la cabeza señaló el lugar a su lado para que subiera. Le sonreí y me acerqué para subir, pero cuando puse el primer pie en la escalera, grité:

-          ¡Chicos, tenemos transporte!

Del bosque salieron todos ellos y se subieron a la parte de atrás del carromato. El hombre me miraba sorprendido al pensar que solo iba yo.

-          Podemos empezar con el viaje.

El hombre carraspeó y con un golpe de riendas, nos empezamos a acercar a nuestro destino.

La Última de las MelodíasWhere stories live. Discover now