Capítulo 18

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Su mano se enrosco en mi muñeca y sus ojos azules no se despegaron de los míos mirándome detenidamente.



Los ojos de la niña se inundaron de lágrimas en cuanto escucho el ruido de la puerta al cerrarse. Ella estaba sentada en una pequeña silla moviendo las piernas nerviosamente de delante hacia atrás.

No tenía miedo de lo que pudiera pasar porque sabía perfectamente que su Abu jamás le haría algo malo, tenía miedo de olvidarlo a él.

Él, la primera persona que le había enseñado a hacer chistes.

Él, la primera persona que se había preocupado por ella como una persona, no como un arma.

Él, la primera persona que había pasado más de dos horas con ella.

Él, la persona que se escabullía de su habitación para poder jugar con ella.

Él, la única persona que la entendía.

Ella lloró más fuerte cuando sintió las fuertes manos de su mentor en sus hombros.

- No llores pequeña, ese dolor es insignificante en tu existencia.

La niña se zarandeo bruscamente haciendo caer las manos del hombre, este se movió y se puso delante suya.

- Esto es lo que intentaba evitar.

Y su mano se estrelló contra la mejilla de la niña, un sonido estruendoso sonó por toda la sala.

- Será un momento.



Mis ojos se inundaron de lágrimas. La mano de Calix apretó mi muñeca un poco más y siguió el camino que había estado recorriendo de antes. Nos paramos bajo un árbol diferente a todos los demás, este tenía una altura más pequeña, pero unas ramas frondosas y unas raíces enormes que lo hacían verse tan único entre los de su especie. Calix se acercó al tronco del árbol y empezó a subir por él agarrándose de las ramas más bajas y con su fuerza subiendo cada vez más. Cuando llegó arriba, su pelo oscuro sudaba y se veía mucho más desordenado que antes con pequeños mechones rozándole las mejillas.

- ¿A qué esperas?

Me acerqué al árbol y menos ágil que él empecé a subirlo despacio. Su mirada estaba clavada en mí.

- Sigues igual- dijo Calix con una pequeña sonrisa en sus labios.

Aquello me sorprendió. ¿Estaba sonriendo tiernamente?

- ¿Igual?

- Sigues siendo mala escalando- dijo con un tono burlón.

Seguí subiendo y cuando estuve debajo suya extendí mi mano hacia él y él me la agarró tirándome hacia él y sentándome en la rama del árbol.

- No soy mala- dije decidida, él me miro con una mueca- es difícil, ¿vale?

Se relamió los labios y miro al frente. Desde la altura en la que estábamos veíamos la ladera a lo lejos y los arboles debajo nuestro se veían como una explosión de verde.

- El día que él te enseño a escalar, me lo contaste tan ilusionada..., aun lo recuerdo- dijo con un tono nostálgico.

- Yo..., no te recuerdo..., no recuerdo eso...- dije lentamente.

- Lo sé, pero mientras uno viva de los recuerdos estos no morirán.

Me quedé callada sin saber que decir.

- No te puedo contar mucho, los recuerdos te deberían estar llegando cada uno a su debido tiempo.

Asentí aun sin entender nada.

- Éramos pequeños cuando nos conocimos. Ya sabes ninguno de nosotros nos conocíamos estaba prohibido, pero nosotros...- paró un momento- Nuestras habitaciones estaban al lado, un día me golpeé la cabeza contra la pared con fuerza sin querer y del otro lado sonaron tres golpes de vuelta, eras tú.

Mis labios se entreabrieron sorprendida y ansiosa por escuchar más.

- Empezamos a hablar los dos cada uno desde su habitación, teníamos hasta un código de golpes contra la pared para buscar al otro.

Una pequeña sonrisa se extendió en mis labios.

- Establecimos un vínculo, hablábamos a todas horas y en uno de nuestros cumpleaños, me cole en tu habitación por primera vez y ese fue el principio del fin.

Sus expresiones se fueron endureciendo hasta llegar al final de la frase.

- ¿Por qué no lo recuerdo? - pregunté.

- Tu mente bloquea los recuerdos, pero parece que poco a poco los vas recordando. No te puedo contar más, cuando estés preparada simplemente tus recuerdos regresaran.

La Última de las MelodíasWhere stories live. Discover now