𝐗𝐗𝐈𝐈

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𝐇𝐞𝐥𝐞𝐧𝐚

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𝐇𝐞𝐥𝐞𝐧𝐚

Dolió, y dolió mucho.

El alma me pesaba y quemaba como una tonelada de nieve pura en mis entrañas. Aún podía recordar el rostro de Percy, sus ojos aguamarina mirando cómo me alejaba de él en una motocicleta junto a dos estrellas de cine en un aire lúgubremente alegre. Un rostro triste y frustrado.

Aún podía sentir como mi pesto caía en mi estómago como una bola de metal que me hacía querer vomitar, pero era la representación de la tristeza a mi parecer.

Pero no podría traerlo, ni siquiera quería ir a esta estúpida misión después de que mi madre me insultara de tal manera.

Pero si alguien tenía que correr peligro en esa horrible misión, esa sería yo y no Percy. Aunque me encontraba algo feliz, y no hablaba de él hecho de estar abrazando a Audrey Hepburn, no, había pasado un día entero con Percy como dos adolescentes normales yendo de vacaciones, aun a pesar de todo el calor y la apresurada ida, no lo hubiera cambiado por nada.

Mire mi mano, aún podía sentir la mano de Percy sosteniéndome, sonreí de forma inconsciente, ya le extrañaba.

Rea Silvia me miró, como si supiera lo que yo estaba pensando. Ella era mucho más hermosa de lo que las fotografías y revistas la mostraban ¿Cómo es que no era considerada bonita en su época? Oh, cierto, Marilyn. Recordé el como la había conocido, mi tía solía ver mucho las películas viejas ya que alegaba que le gustaba sentirse a des tiempo, en otra época y lugar que no fuera aquel departamento tan deprimente.

Podría comprenderla de cierta forma.

La forma en que brillaban los ojos de su tía, deseando ser Audrey por unos cuantos y que Andrew fuera Gregory Peck por unos segundos era difícil de olvidar.

Mientras la moto azul celeste recorría zumbando las calles de Roma, la diosa Rea Silvia me comentaba lo mucho que la ciudad había cambiado a lo largo de los siglos.

—El puente Sublicio estaba allí —dijo señalando un recodo del Tíber—. Ya sabes, donde Horacio y sus dos amigos defendieron la ciudad de un ejército invasor. ¡Eso sí que era un romano valiente!

—Mira, querida —añadió Tiberino—, ese es el sitio donde Rómulo y Remo fueron arrastrados a la orilla.

Parecía que estuviera hablando de un lugar en la ribera donde unos patos estuvieran haciendo un nido con bolsas de plástico y envoltorios de caramelos.

—Ah, sí —dijo Rea Silvia suspirando alegremente—. Fuiste muy amable arrastrando a los bebés a la orilla para que los lobos los encontraran.

—No fue nada —dijo Tiberino.

Yo me sentía algo mareada. El dios del río estaba hablando de algo que había sucedido hacía miles de años, cuando en aquella zona no había más que pantanos y puede que algunas chozas. Tiberino salvó a dos bebés, uno de los cuales pasó a fundar el mayor imperio del mundo. « No fue nada».

𝐌𝐨𝐨𝐫𝐥𝐚𝐧𝐝; Percy Jackson [#3] Where stories live. Discover now