―Creí que las rubias eran tontas. ―Creíste mal. Me vuelvo para entrar en casa. Pero su voz vuelve a interrumpirme. No me giro, pero lo escucho. ―Hasta mañana, angelito. Pongo una sonrisa de medio lado soltando una pequeña risa por lo bajo. Lo miro sobre mi hombro. ―En todo caso. Me llaman Demonio.