Siempre tuve miedo de un día despertarme con 40 años y darme cuenta de que el camino recorrido me llevo a un lugar donde no quiero estar. Al borde de los 30, empiezo una carrera a contra corriente para revertir algunas consecuencias de mi trayecto, forzar un desvío para evitar o cambiar un resultado inminente. Me creo plenamente capaz. En lo único que creo es en lo que puedo ver y por suerte el espejo que compre es tan grande, no como mi ego, sino como mi necesidad de certidumbre.