El ambiente apasionado del estadio contagiaba su energía y frenesí a los televidentes, en sus casas, en los bares y restaurantes, en las proyecciones en parques y canchas, en donde quiera que se estuviera recibiendo la transmisión del espectáculo de mayor impacto en el único pedazo de civilización humana sobreviviente a la Guerra de los Lamentos.