Roberto Iñiguez siempre tuvo un rostro hierático, al menos eso siempre recuerdan los que lo conocieron, principalmente sus alumnos, debido a que toda su vida, por no decir todo el tiempo, recluido la mayor parte en la oficina de matriculas, siempre envueltos entre papeles y libros de asistencia, buscó mostrarse lo más hermético posible, lo cual solo ayudó, ya después de su muerte, a contribuir con el mito de un hombre totalmente solitario.
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