Bailaba cada noche en el bar Namida por dinero; desnudaba su cuerpo al son de la canción y protegía lo único que tenía valor para sí: su identidad, tras un antifaz que cubría su cara. Hash mostraba su piel y la tinta que lo dibujaba, pero a pesar de ello, nadie la conocía. Nadie sabía que, tras acabar su número, quedaba una joven luchando por sobrevivir. Yaz la conoció por causalidad en una vieja y pequeña cafetería. Y se enamoró a primera vista del sonido ronco de su voz y su mirada cargada de secretos; sin embargo, su propia ingenuidad lo cegó de una verdad cruda: Hash era como una belladona; tarde que temprano, el veneno de sus pétalos lo destruirían, aunque primero lo llevasen a un éxtasis celestial.
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