Un salto al vacío

由 LunnaDF

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Ana Gabriela Real, más conocida como Ágatha, es la cantante pop del momento. Miles de jóvenes la admiran y su... 更多

🎤 Sinopsis + Info Importante 🎤
Capítulo 1 🎤
Capítulo 2 🎤
Capítulo 3 🎤
Capítulo 4 🎤
Capítulo 5 🎤
Capítulo 6 🎤
Capítulo 7 🎤
Capítulo 8 🎤
Capítulo 9 🎤
Capítulo 10 🎤
Capítulo 11 🎤
Capítulo 12 🎤
Capítulo 13 🎤
Capítulo 14 🎤
Capítulo 15 🎤
Capítulo 16 🎤
Capítulo 17 🎤
Capítulo 18 🎤
Capítulo 19 🎤
Capítulo 20 🎤
Capítulo 21 🎤
Capítulo 23 🎤
Capítulo 24 🎤
Capítulo 25 🎤
Capítulo 26 🎤
Capítulo 27 🎤
Capítulo 28 🎤
Capítulo 29 🎤
Capítulo 30 🎤
Capítulo 31 🎤
Capítulo 32 🎤
Capítulo 33 🎤
Capítulo 34 🎤
Capítulo 35 🎤
Capítulo 36
Capítulo 37 🎤
Capítulo 38 🎤
Capítulo 39 🎤
Capítulo 40 🎤
Capítulo 41 🎤
Capítulo 42 🎤
Capítulo 43 🎤
Capítulo 44 🎤
Capítulo 45 🎤
Capítulo 46 🎤
Capítulo 47 🎤
Capítulo 48 🎤
Capítulo 49 🎤
Capítulo 50 🎤
Capítulo 51 🎤
Capítulo 52 🎤
Capítulo 53 🎤
Capítulo 54 🎤
Capítulo 55 🎤
🎤 Epílogo 🎤
Extra 1 🎤
Extra 2 🎤

Capítulo 22 🎤

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由 LunnaDF

Gaby golpeó a la puerta y sintió que las manos le temblaban. Lautaro respondió su mensaje anterior con un emoticono y nada más, lo que le generó ansiedad. Llegó a su casa con la excusa de ver a Alicia, y aunque era cierto, lo que más deseaba era verlo a él, sentía como si un magnetismo la atrapara a su alrededor y se intensificara cuanto más cerca estuviera.

Fue Pili la que le abrió la puerta, la pequeña estaba disfrazada de Ágatha y traía unos antifaces similares a los que ella utilizaba en sus conciertos, el corazón de Gaby se enterneció.

—¡Gaby! —La recibió con entusiasmo y se colgó en un abrazo.

—¿Eres Pili? Me confundiste, pensé que eras Ágatha y me pregunté qué haría ella en tu casa —bromeó la muchacha.

—¿Me parezco? Mi papá me dijo que sí —añadió con emoción.

—¡Eres igualita! —dijo Gaby y luego se agachó para quedar a su altura—. No, ahora que miro bien, eres mucho más bella —admitió.

La niña emocionada dio una vuelta sobre sí misma.

—Gracias por el póster —añadió—. ¿Cómo lo hiciste firmar?

—Pues porque mi a mi mejor amiga, Lala, le tocó maquillarla un día, y yo le pedí que te lo hiciera firmar —respondió con una sonrisa dulce. El amor de aquella niña la embargaba de dicha y ternura—. Me alegro de que te haya gustado.

—¿Te acordaste de mí para pedirle a tu amiga eso? —preguntó la niña con los ojos abiertos en un gesto de sorpresa.

—Claro —susurró—. ¿Acaso no somos amigas?

—¡Sí! ¡Eres una amiga genial! —añadió y volvió a abrazarla—. ¡Gracias! Mis compañeras de la escuela no lo podían creer —comentó.

Gaby la envolvió con sus brazos y la levantó del suelo. Pili era pequeñita, delgada y livianita, no parecía tener ocho años sino unos seis.

—¿Dónde están los chicos? —inquirió.

—Papá está haciendo carne asada en el jardín, junto con el abuelo, Alicia salió. Fue a ver a su mamá —comentó.

En ese momento apareció Lautaro y la miró. Había escuchado el timbre y le había pedido a Pili que abriera pensando que era Alicia que regresaba de la casa de su madre, pero al ver a Gaby con su hija en brazos, mientras la pequeña le daba un beso en la mejilla, su corazón comenzó a alterarse.

—Gabriela —murmuró—. Hola...

—Hola, Lauty —dijo ella con cariño y bajó a la niña—. ¿Alicia? Venía a verla... —mintió.

—Decidió que hablaría con su familia, les contaría todo y esperaba que la recibieran en casa —comentó—. Yo le dije que no tenía que apurarse, que podía seguir aquí, pero ella insistió que ya no quería ser más molestia.

—Oh... Bueno, pensaba pasar el día con ella... —dijo y luego ambos quedaron en silencio.

—¡Quédate con nosotros! —exclamó Pili—. Podría enseñarte mis muñecas y también mis disfraces —añadió como si aquello fuera el mejor plan.

—Bueno... yo... —dijo Gaby sintiéndose un poco nerviosa.

—Quédate —pidió Lautaro—, en un rato estará la comida.

Gaby sonrió y asintió, entonces Pili la estiró de la mano y la llevó a su habitación mientras Lautaro regresaba a controlar su carne.

—Mira, estas son Mía y Sara —dijo Pili presentándole un par de muñecas—, y este es el baúl donde guardo los disfraces —mostró abriendo una caja de madera—, tengo de hada, de sirena, de flor, de mariposa... Mira, ponte esta ala —dijo pasándole un ala de mariposa de color lila.

Gaby lo hizo y se sentó en la cama. Observó el pequeño cuarto decorado en blanco y colores pasteles, en una de las paredes estaba el póster que ella le había regalado.

—¿Cuál es tu música favorita de Ágatha? —preguntó.

—Esta —dijo y sacó una tableta de un cajón. Tocó algunos botones y la música comenzó a sonar—. Se llama Vuela.

Gaby sonrió, era una música movida que hablaba sobre un amor que te hacía volar alto. Pili, aún con sus antifaces puestos, comenzó a bailar como si fuera una de las bailarinas, y luego, fingiendo que un peine era su micrófono, cantó toda la música sin equivocarse. Gaby la miró absorta, emocionada del grado en el cual su música era capaz de llegar a las personas, de la intensidad de los sentimientos de admiración que le tenían sus seguidores de todas las edades y del poder que le daban sus canciones para dejar mensajes en los más jóvenes.

Cuando Pili acabó, ella la aplaudió como si fuera ese público vehemente que le gritaba y canturreaba sus canciones en cada concierto. Una música dulce y suave llamada Rosas rojas sonó a continuación y Pili se sentó a su lado.

—Canta bonito, ¿no? —preguntó.

—Así dicen... —respondió Gaby que no podía dejar de ver a aquella niña con una ternura inmensa que le sobrepasaba.

—¿Te gusta a ti?

—Suena bien —dijo ella y acarició con ternura la mejilla de la pequeña—. ¿Por qué te gusta tanto?

La niña perdió la vista en la pared y se mordió el labio. Su sonrisa se esfumó y Gaby frunció el ceño al comprender el cambio de ambiente que se generó en la habitación.

—Mi papá me contó que mi mamá era cantante —admitió—, me dijo que tenía una voz hermosa y que era muy bonita... Soñaba con ser famosa, como Ágatha...

—¿En serio? —preguntó Gaby que no sabía nada sobre la madre de Pili.

La niña se sacó el antifaz y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Nunca quiero hablar de ella —murmuró—, porque pienso que a papá le pone triste... pero me dijiste que éramos amigas y las amigas se cuentan todo —admitió—. Mi mamá no me quiere, nunca me quiso —dijo con dulzura—. Mi papá dice que eso no es cierto, que me quería mucho y por eso me dejó con él para que yo sea feliz, pero yo sé que no es así, me lo dice para que no me duela tanto... Yo veo a las mamás de mis amigas, se van a la escuela siempre, las llevan, las traen, se preocupan por ellas, van a las reuniones con las maestras, les abrazan mucho y les dan besos —murmuró mientras las lágrimas contenidas habían comenzado a caer—, papá hace todo eso por mí, pero a veces... a veces me gustaría tener una mamá —habló bajito, como si fuera su confesión más íntima y asegurándose que su papá no la estaba escuchando—. No le digas nada a papá porque eso le va a poner muy triste... Me encantaron estos días que estuvo Alicia acá porque compartimos cosas de chicas y me enseñó como pintarme bien las uñas y los labios —admitió.

Gaby no tenía palabras para contener a aquella niña que le abría su corazón de una manera impensada. Ella no tenía mucho contacto con niños, salvo con Farah, a quien adoraba, pero que una niña tan pequeña le hablara de un dolor tan grande, en realidad la conmovió.

—Mi papá es el mejor del mundo —admitió—, y está bien si mi mamá no me quiso... si eligió su carrera sobre mí —sorbió y se limpió las lágrimas con el dorso de su manito—. Pero a mí me gusta imaginar que un día la conozco... Me gusta imaginar que es alguien como Ágatha y que alcanzó el sueño de ser la mejor cantante del mundo y la más reconocida por la gente.

—¿O sea que te imaginas que tu madre es Ágatha? —inquirió la muchacha con sorpresa.

—Sí —susurró Pili como si aquello fuera el secreto más custodiado del universo—. Yo sé que es una tontería —admitió—, pero en las novelas que veo con el abuelo, siempre hay un hijo o una hija perdida que luego encuentra a su madre y se perdonan... Y yo cuando a veces extraño tener una mamá, cierro los ojos y me imagino que fui a un concierto de Ágatha y me perdí entre la gente y llegué a los camerinos... entonces yo la veo y ella me ve a mí, se saca los antifaces y allí la reconozco. Le pregunto si es mi mamá y ella me dice que sí y nos abrazamos... ¡No te rías! —pidió anticipándose a un hecho que no iba a suceder porque en realidad los ojos de Gaby estaban llenos de lágrimas.

—Como me voy a reír de algo así... Pero sabes que no es ella, ¿verdad? —inquirió consternada por ese mundo interno de aquella niña a la que imaginó entre unicornios y muñecas.

—Claro que lo sé —admitió—, es solo un sueño, una novela que imagino en mi cabeza... Papá no quiere que vea las novelas con el abuelo porque dice que soy chica, pero al abuelo no le importa, dice que él las veía con la abuela y que quiere que lo acompañe... así conversamos de los personajes y me explica algunas cosas que no entiendo —añadió—. Entonces, después yo me invento esa novela en mi cabeza... porque me gustaría saber que mi madre logró sus sueños, que dejarme valió la pena... —admitió y la voz se le quebró de dolor.

Gaby la abrazó, tenía el corazón roto tras aquella terrible confesión.

—Por eso me gusta, porque me gustaría que mi madre sea así de hermosa y talentosa —admitió.

Gaby no encontraba palabras, sin embargo, experimentó algo que nunca había probado. Quería abrazarla, protegerla, darle los besos que tanto anhelaba, llenar ese vacío tan grande que anidaba en su corazón.

—Mira, escúchame —dijo y la separó para mirarle a los ojitos tan parecidos a los de su padre—. Yo te prometo que siempre voy a ser tu amiga, ¿sí? Que siempre vas a poder contar conmigo cuando necesites a alguien que te aconseje o que te escuche, yo sé que tienes a tu padre, pero cuando necesites de una mujer, siempre me puedes buscar, pase lo que pase, ¿sí? —añadió con toda la emoción y la ternura que aquella pequeña le provocaba.

—La semana que viene —dijo ella ante aquellas palabras—, hay un desfile madre hija en la escuela —añadió—, nunca he participado porque no hay a nadie a pedirle... No es necesario que sea la madre la que desfila, puede ser una hermana o... una amiga —admitió—. Es el sábado que viene...

—¿Me estás pidiendo que participe contigo de ese desfile? —inquirió Gabriela con dulzura, la niña asintió—. Cuenta conmigo —prometió.

—¡La comida está servida! —escucharon gritar a Lautaro.

—No le dirás a mi padre lo que te dije, ¿no? No me gusta que se ponga triste —susurró.

—Confía en mí, Pili, no se lo diré. Será nuestro secreto...

La niña sonrió y le pasó la mano a Gaby para llevarla hasta el jardín trasero donde la mesa estaba servida y el abuelo ya estaba sentado.

—Siéntense, por favor —dijo Lautaro que junto a la parrilla se preparaba para servir los platos.

Gaby no pudo evitar sonreír ante esa visión, Lautaro de pronto le pareció aún más guapo, grande, poderoso, una mezcla del fuego que le inspiraba la pasión más insensata y la ternura que le provocaba su paternidad.

Comieron mientras se reían y comentaban cosas intrascendentes y luego, el abuelo se levantó para ir a dormir una siesta y Gaby se ofreció a lavar los utensilios utilizados.

—¿Puedo ir a ver una película? —inquirió Pili.

—Sí —respondió Lautaro mientras ayudaba Gaby a levantar la mesa—. Si quieres podemos ir al cine más tarde —añadió él.

—¿Con Gaby? —inquirió la niña.

—¿Quieres? —preguntó Lautaro.

—Claro, me encantaría —afirmó la muchacha.

Entonces, fueron a la cocina y Gaby comenzó a lavar los platos mientras Lautaro se disponía a secarlos.

—Tienes una hija hermosa —admitió—. Me ha invitado a participar con ella el sábado que viene del desfile madre hija —comentó.

—¿Qué? —preguntó y se llevó las manos a la cabeza—. No tienes que hacerlo, Gabriela, no es necesario.

Ella colocó una mano sobre su antebrazo y lo miró. Al hacerlo, Lautaro sintió una paz que lo inundó por completo.

—Deseo hacerlo —afirmó.

—P-pero...

—Tienes a una hija fantástica, Lautaro, una criatura hermosa y madura... es importante para ella y a mí no me cuesta nada...

Lautaro arrojó el trapo con el que secaba los cubiertos en un gesto indignado y recostó el peso de su cuerpo sobre ambas manos en el mueble.

—A veces siento que nada de lo que haga será suficiente, no pensé que sería tan difícil, sé que necesita a su madre y cada vez que eso sucede no puedo evitar enfadarme... Intento llenar todos los vacíos, pero...

Gaby se acercó a él y le rodeó con los brazos por la espalda. Lautaro se estremeció ante aquel contacto tan cercano e íntimo, ante el calor del cuerpo de aquella mujer tan perfecta. Ella recostó su mejilla sobre la espalda de él.

—Haces lo mejor que puedes y eso es suficiente, estás criando a una niña maravillosa y ella lo valora... no puedes cubrir todos los espacios, nadie puede, nunca... pero estoy segura de que es suficiente todo lo que haces y ella lo ve —admitió.

Lautaro se dio vuelta sin soltar el contacto y la envolvió entre sus brazos. Sus ojos se encontraron con los de ella.

—¿Cómo te agradeceré lo que haces por ella? —inquirió.

Gaby acarició con dulzura la mejilla de aquel hombre que la hechizaba y le regaló una sonrisa.

—No me debes nada... lo hago por ella, somos amigas ahora —admitió—, le prometí que estaría para lo que necesitara.

—Gracias, Gabriela —murmuró él sin poder evitar atraerla más hacia sí.

—¿Te molestó la foto? —preguntó entonces ella y sus piernas se volvieron de gelatina cuando él apretó el abrazo.

—No tenía palabras... —susurró—, no me molestó, para nada...

Ella sonrió, tomó distancias a sabiendas de que no se contendría un minuto más si seguían así y volvió a sus labores. El agua fresca del grifo le dio un poco de respiro al contacto con su piel caliente por el momento previo.

—Terminé con Matías —añadió.

—¿Qué? ¿Por qué? —inquirió él con susto. Gaby lo miró con curiosidad y el ceño fruncido.

—Pensé que te pondrías contento...

—Gabriela... yo...

—No te preocupes, no lo hice por ti —añadió ella comprendiendo la expresión de Lautaro—, lo hice por mí... pero tú me hiciste ver que no debía continuar, así que te estoy agradecida por eso.

—¿Yo?

—Sí... tú, con tu historia materna, con la ayuda a Alicia... me abriste los ojos cuando al escucharte me di cuenta de que estaba dejando de ser yo misma para complacer a alguien más. Eso y...

—¿Y?

—Y lo que siento cuando estoy contigo... no me siento a gusto estando con alguien cuando mi mente está en otra persona, es un engaño de todas maneras —aseguró y a Lautaro le conmovió aquella sinceridad—. No te preocupes, no lo hice para que suceda nada entre nosotros...

—¡Estoy lista! —exclamó Pilar que apareció en la puerta mirándolos.

—Estás preciosa —dijo Gaby con una sonrisa—. ¿Vamos? —añadió y tomó el trapo para secarse las manos.


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