Capítulo 28 🎤

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El beso que comenzó suave se convirtió en fuego en solo unos minutos, Lautaro ya era capaz de percibir que el abismo se abría ante él y que ya nada lo atajaba de arrojarse

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El beso que comenzó suave se convirtió en fuego en solo unos minutos, Lautaro ya era capaz de percibir que el abismo se abría ante él y que ya nada lo atajaba de arrojarse. Gabriela le encantaba de manera física, era como un imán ante el cual él ya no podía resistirse, ya no le quedaban fuerzas y hacerlo, le resultaba demasiado agotador. Pero también, le gustaba su forma de ser, directa y libre, desinhibida y atrevida, al tiempo que era dulce, maternal y cariñosa. El conjunto del efecto que esa mujer tenía en él era devastador, y él lo sabía, pero ya no deseaba resistirse.

Cuando más temprano Karen se acercó a la mesa, y a pesar de la tensión que sintió entre ellas, pudo palpar con precisión la diferencia. Karen era como una hermana y no despertaba en él las emociones que Gaby lograba con una sola mirada o un gesto. Ese día estaba hermosa, con ese vestido lila que caía sobre su cuerpo y le marcaba las curvas, que era a la vez recatado y a la vez sexy.

El beso se hizo intenso y sus lenguas comenzaron a jugar una batalla por conquistar el espacio del otro. Ella, a horcajadas sobre sus piernas, lo rodeaba con las suyas y lo apretaba a su cuerpo con hambre. La corta falda del vestido lila se había subido, facilitando a Lautaro el acceso a sus piernas.

Gaby enrollaba sus dedos en el cabello largo y oscuro de aquel chico que la volvía loca mientras él acariciaba sus piernas o su espalda, indistintamente.

Lautaro se apartó entonces para mirarla a los ojos. Sus labios estaban hinchados y enrojecidos y a él le encantó sentir su aliento agitado sobre el suyo. Sonrió y tomó su mentón con una mano para levantarlo y obtener el acceso a su cuello. Gaby se enredó más a él, como si la distancia y la separación de sus cuerpos le resultase dolorosa. Lautaro besaba y lamía mientras bajaba desde el lóbulo de su oreja y pasaba por el cuello hasta la clavícula.

Gabriela se arqueó hacia él, mandó la cabeza hacia atrás y le facilitó el acceso. Lautaro desabrochó el vestido con facilidad y este se aflojó, liberando los senos redondos y llenos escondidos tras el encaje del sujetador. Él se detuvo a observarla, y ella a mirarlo a él devorarla con la vista.

—¿Te gusto? —inquirió.

—Me encantas —admitió él.

La apartó ligeramente solo para poder verla, el corpiño de encaje en la misma tonalidad del vestido cubría a la perfección su pálida piel dejando al descubierto algunas pecas que cubrían su torso.

—Me encantan las pecas que tienes en tu rostro... pero estas... —susurró Lautaro antes de lamerse los labios—, estas me matan —afirmó.

Gaby sonrió, odiaba sus pecas y no comprendía cómo podrían gustarle a alguien, sin embargo, al oírlo decir aquello, el calor en su vientre se intensificó.

Lautaro bajó ambas telas y liberó los montículos de piel sin desprender la ropa interior. La observó con más hambre aún al descubrir que las pequeñas manchitas bañaban toda la piel. Gaby se deleitaba con el rostro de aquel hombre que estallaba en deseo y la miraba con adoración. Sus pechos se alzaron excitados hacia él como si reclamaran su tacto en aquel mismo instante, él obedeció. Se llevó uno a la boca y lo succionó con fuerza, mientras acariciaba el otro con la mano, pero con la misma intensidad.

Un salto al vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora