Mirada de Dragón ©

By jazminsuarezcruz

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[Mirada de Dragón | Mi ángel oscuro 1] La vida de Zoé es un desastre porque su propio padre le ha roto las al... More

Mirada de Dragón ©
Personajes.
Prefacio.
1 | Amnesia
2 | El chico nuevo.
3 | Presa
4 | Problemas y respuestas
5 | Choques eléctricos
6 | Consejos del abuelo
7 | La pianista.
8 | Ojos color violeta
9 | Espada de dolor
10 | La cantante del cementerio
11 | Enfrentamiento
13 | Los hijos de Drakon y Raella
14 | El helado es mi salvador
15 | Me gusta la paz
16 | Dejar de ser cobarde
17 | Él
18 | Mirada de dragón
19 | Rabia
20 | Error es igual a humano
21 | Escoria
Final | El misterio de la laguna
Epílogo

12 | ¿Quién soy?

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By jazminsuarezcruz

Zoé

La conciencia y la razón llegaron hasta mí, permitiéndome abrir los ojos y percibir con claridad lo que me rodeaba. Me encontraba recostada en una camilla, dentro de una habitación demasiado iluminada. El pitido de fondo que marcaba el ritmo de mi corazón terminó por confirmarme que me encontraba en un hospital. Ya lo recordaba, Aleksander me había empujado fuertemente contra una pared. El inmenso dolor hizo que perdiera las fuerzas y el conocimiento. ¡Demonios! ¿Y si me había roto la columna y ahora no podría volver a caminar? «Oh, no...tranquila, Zoé, que no cunda el pánico, no te asustes a lo menso» me susurré, entonces intenté mover mis piernas. ¡Uff, gracias al cielo! Las sentía un poco adormecidas, pero sí tenía el control de ellas. En ese momento la puerta de la habitación se abrió, creí que se trataba de una enfermera, pero vaya sorpresa que me llevé al ver que estaba equivocada y que en realidad era la Sra. Castell, la madre de Ari.

—Hola, Zoé, ¿cómo te sientes? — preguntó mientras verificaba mis ojos con una lamparilla.

—Creo que bien, pero quiero saber... ¿me he roto los huesos?

—Te hicimos radiografías y puedo asegurarte que ningún hueso se ha dañado.

—¿Realmente está segura? —quise saber — Porque es casi imposible, escuché y sentí el concreto resquebrajarse con el impacto.

—Así es, Ariel me lo ha contado todo, pero no sé qué es más extraño, el que hayas salido ilesa, que Aleksander haya tenido tanta fuerza o que tus ojos hayan cambiado de color. —La miré con impaciencia y nerviosismo

—¿A qué se refiere?

—Recuerdo que cuando te conocí tus ojos eran de un color café oscuro, y...—sacó un espejito del bolsillo de su bata para entregármelo—justo como lo esperaba, ahora son de un gris plateado.

No daba crédito a lo que estaba viendo. La Dra. Castell tenía razón.

—¿Y esto qué significa? — apenas pude decir, porque el miedo me ahogaba —¿me voy a quedar ciega? ¿Tengo una enfermedad terminal? — no lo soporté y las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas. Odiaba mi vida, pero tenía miedo de morir.

La Dra. Castell se sentó en el borde de la cama y me acarició la frente con ternura.

—Tranquila, no pasa nada malo. Sólo significa que eres especial.

—Especial, ¿cómo?

No entendía nada.

—No puedo explicártelo ahora, Zoé, recuerda que las paredes oyen— expresó haciendo un ademán para hacerme ver que había mucha gente en el hospital. —Te lo explicaré mañana. Todos estaremos en casa, le pediré a Ari que vaya por ti a tu casa, ¿a qué hora te parece bien?

—A las 10— emití.

—Bien, le pediré a una enfermera que te ayude, puedes irte a casa.

Después de que la Dra. Castell se retirara me deshice de la bata de hospital y arreglé mis cosas para volver a casa. Me sentía un poco adolorida, pero nada que no pudiera soportar, de hecho, me sentía peor cuando mi padre me golpeaba, él si se tomaba en serio el hacerme daño. Cuando me miré al espejo fue como si estuviera viendo a una desconocida, nunca en mi vida había escuchado que a las personas les cambiarán de color de ojos. Como si no fuera suficiente con el color de mi cabello. Hasta eso lo veía más normal porque existían personas con mechones de pelo blanco, o la gente albina. Sabía que algo anormal pasaba con mi cuerpo, pero no pensé que algo como esto me sucedería.

Cuando salí del baño de la habitación, dispuesta a irme de ese lugar que me transmitía tristeza y agonía, Ari ya se encontraba allí.

—Hola, pequeña. Mi madre me pidió que te trajera esto. — dijo, extendiéndome una pequeña cajita.

—¿Qué es?

—Son lentes de contacto, no podemos dejar que llames tanto la atención con tu belleza.

Me ruboricé.

—No digas cosas así que me incomodan. — exigí.

—Lo siento, sólo digo la verdad.

—Ush— puse los ojos en blanco— pero tengo un problema— Ari arqueó las cejas lleno de duda, en espera de mi respuesta —No tengo dinero para pagarlos, ni tampoco sé cómo colocarlos, ¿y si me saco un ojo?

Ari sonrió, pero no se burló como pensé después de decir semejante bobada. A veces pareciera que mi propósito en esta vida es hacer el ridículo.

—No te preocupes, pequeña Zoé, estoy aquí para ayudarte. — dijo, acariciando mi mejilla y sonriendo, que incluso me pareció ver sus ojos brillar. Ari parecía tener un corazón de oro.

Me pidió que me sentara en la camilla. Con mucho cuidado y ternura tomó mi rostro entre sus manos y procedió a colocarme los lentes de contacto. Una cosa rara paso por mi cuerpo al tenerlo tan cerca, que no podía explicar en ese momento porque nunca en mi vida me había sentido así; había un cosquilleo en mi vientre y en mi pecho, que incluso sentía a mi corazón latir más rápido y mis manos empezaron a sudar, ¿eran nervios? ¡Si, eso debe ser! O tal vez...tal vez el color de su cabello me hacía sentir muy feliz, porque era rizado y rojizo, no podía pensar en otra cosa que no fuera un precioso día soleado. O quizá era su nariz larga y puntiaguda, como la de un duende mágico, o sus ojos del color de la miel. No lo sé.

—Listo— anunció —¿nos vamos?

Asentí.

El dolor no cesaba mucho, por lo que no tenía de otra más que caminar un poco lento, el problema fue que cuando llegamos a la salida del hospital había unos cuantos escalones, pero como soy muy terca, no quise ir por la rampa, no obstante, en cuanto bajé el primer escalón una punzada de dolor recorrió mi columna. Lo siguiente que pasó fue que Ari me tomó entre sus brazos para llevarme hasta el auto. Y ¡Pum! Allí estaba esa sensación de nuevo, ¿qué estaba pasándome? Al parecer tengo un cuerpo de acero porque no me rompí ni un solo hueso, pero mi corazón es demasiado débil en presencia de Ari. ¡No puede ser!

—No tienes que cargarme, ya puedo caminar, solo fueron unos tontos escalones. —indiqué.

—Lo sé, pero me gusta. — expuso, y yo me ruboricé. No sabía qué hacer, ¿debía salir corriendo? ¿o solo dejar las cosas así? ¡Demonios!

Cuando llegamos hasta el carro fue que me soltó y me ayudó a entrar con mucho cuidado.

—¡Muchas gracias! — le expresé con todo mi corazón, a lo que él revolvió mi cabello como si fuera una niña pequeña.

—No hay de qué, Angelito. — me desconcertaron tanto sus palabras que no supe qué contestar, así que solo me limité a sonreír.

El viaje a casa fue muy ameno pues el atardecer pintaba el cielo de unos colores hermosos y Ari me contó sobre la vez en que su madre le había comprado un pato y este le arrebató su bolsa de cheetos. Su anécdota fue realmente graciosa. A pesar del incidente, había sido un buen día, aunque lo que me dijera mañana la Dra. Castell me tenía algo preocupada.








Al día siguiente, había suspensión de labores por el festejo de día de muertos, así que, como me lo indicó la Sra. Castell, Ari fue por mí a casa, le dije a mi madre que debía adelantar un proyecto, y mi padre había salido desde temprano. Ahora estaba más nerviosa, tal vez por la incertidumbre que me causaba lo que la Dra. Castell tenía que explicarme, o porque estaba casi segura de que cuando mi padre llegara a casa comenzaría nuestro agotador enfrentamiento entre una chica inútil y un enorme hombre alcoholizado. ¡Ugh!
—Tranquila, Angelito. — sugirió Ari, asentí, pero por dentro moría de la curiosidad, y al mismo tiempo, rezaba porque no me diera malas noticias.

Su casa era prácticamente una mansión en una montaña boscosa, en el patio había una fuente con un ángel que sostenía un arco con una flecha que apuntaba hacia el laberinto de arbustos que había al frente.

—Adelante, Zoé, pasa— me recibió amablemente la Sra. Castell.

Cuando entramos el padre de Ari estaba sentado en la sala, nunca había visto al Sr. Castell; Era un hombre bien vestido, con barba rojiza, del mismo tono que el cabello de Ari, parecía un vikingo. Joven, apuesto y con los ojos verdes. No obstante, se veía muy amigable.

—Mucho gusto en conocerte, Zoé. — expresó mientras estrujábamos nuestras manos.

—Siéntate, querida. — me indicó la Sra. Castell— Bien, no sé cómo decirte esto— comenzó a decir, con un toque de nervios que detenían sus palabras— Lo primero que tienes que saber es que, si no te rompiste ni un hueso es porque eres un ángel, un ser celestial que ha sido enviado aquí a la Tierra para cumplir un propósito, pero lo realmente preocupante es quién o qué es ese tal Aleksander que ha tenido una fuerza sobre humana para lanzarte tan lejos de una forma tan brusca.

Sus palabras eran imposibles de creer, fue como si me llevaran a otra dimensión, ¿era realmente real o estaba soñando?

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