Cambio de rumbo

By sacodehuesos79

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Un crimen involuntario. Un vuelo a media noche. Un cómplice inesperado. More

Prólogo: Ding-Dong The Witch is dead
1. Defiying gravity
2. It really was no miracle
3. If I only had a brain
4. Come Out, Come Out, Wherever You Are
5.Optimistic Voices
6. We're off to see the wizard
7. If we walk far enough
8. Follow the yellow brick road
9. Pay No Attention To That Man Behind The Curtain
10. No good deed
11. One short day in the Emerald City
13. If I only had a heart
14. I'm not that girl
15. Something bad
16. Hearts will never be practical
17. Learn it for yourself
18. Somewhere...
19. ....Over the rainbow
20. There's no place like home

12. As long as you're mine

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By sacodehuesos79

El bungalow de madera está separado de la playa  solo por un pequeño muro de piedra caliza de color melocotón. No es demasiado alto y aún así los pies de Aitana no alcanzan la arena cuando se sienta sobre él. 

La marea está alta y apenas queda una estrecha lengua de arena hasta el mar. 

Hace ya un buen rato que el sol ha iniciado un rápido descenso tiñendo de rojo el cielo del horizonte. 

Es una estámpa idílica. De las que merecen un cuadro o una canción. 

Sin embargo hace un buen rato que el agradable zumbido de su cabeza amenaza con convertirse de nuevo en ruído e intenta concentrarse en el ir y venir de las olas para amortiguarlo. 

- No me puedo creer que nunca te hayas bañado desnuda. 

La voz de Luis, en cambio, no puede disimular la cantidad de alcohol que ha ingerido a lo largo del día. 

Claro que, en su caso, los chupitos fueron a más después de la primera pregunta incomoda de Bárbara. 

Aitana casi habría podido jurar, por la forma en la que la miraba antes de beber que quería provocarla a ella con cada nueva proeza sexual que confesaba. 

- Y yo no me puedo creer que lo hayas dicho delante de un periodista. 

Luis se encoge de hombros y ocupa un sitio junto a ella en el muro. 

Guardando una respetuosa distancia, por supuesto. 

- Mis fotos desnudo están publicadas en las redes sociales, no es un gran secreto. 

Aitana gira la cabeza muy despacio y le mira fijamente. Detrás de ellos, solo la débil bombilla del patio les ilumina y es difícil juzgar su expresión. No sabe si le está tomando el pelo. 

- Quizás no supiese que te habías montado un trío en el backstage de un concierto- espera sinceramente que la penumbra también oculte su rubor- eso no está en redes, creo yo. 

La carcajada suave de Luis la pilla por sorpresa. Es ligeramente áspera y hace que se erice la piel de su nuca. 

- Bueno, es que esa historia en concreto era mentira-hace una pausa dramática y se asegura de tener toda la atención de ella - fue después,  en el hotel. 

Levanta después la botella medio vacía de licor que aún tiene en la mano hacia ella y está casi segura de que le guiña un ojo

Aitana se remueve incómoda. No está lo suficientemente borracha para que esa afirmación no envíe un puñetazo directo a su estómago. 

Tampoco lo suficientemente sobria como para hacer lo sensato que es levantarse y alejarse de esa situación. 

Le puede la curiosidad así que se queda sentada. 

El juego, si es que se le puede llamar así, no ha ido más allá de unas cuantas rondas en las que Bábara y él parecían querer competir por el mayor escándalo. 

- Había que darle algo de texto con el que acompañar a las fotos. 

Aitana ríe incrédula. 

Daniel ciertamente se había mostrado muy interesado por la conversación, tomando también un trago o dos de vez en cuando pero sin perderse una palabra de lo que contaban los demás. 

Ella en cambio, se había negado a participar de algo que consideraba temerario. 

O puede, si era completamente sincera, que tampoco tuviese tantas experiencias que compartir. 

Ahora se siente ridícula por no haberse dado cuenta de que todo formaba parte de un juego. 

Quizás un poco traicionada por no haber sido incluída en la broma. 

- O sea que era todo mentira. 

Ahora no tiene duda sobre el guiño porque Luis se inclina hacia ella para confesar en tono cómplice. 

- Algunas cosas. 

Se aparta y da un nuevo sorbo de la botella. 

Definitivamente está muy borracho. 

Hace más de media hora que Bárbara se encerró en la habitación después de recibir una llamada de su jefa en la compañía aérea. Es poco probable que vaya a cumplir el plazo de cuarenta y ocho horas que le marcaron para presentarse en Madrid y no le queda otro remedio que conseguir aplacar algunos ánimo. 

También Daniel afirmó haber alcanzado su límite después de dos o tres chupitos más y les abandonó para hacer algo de turismo por el pueblo. 

Después de un minuto de silencio incómodo, con los vasos aún vacíos ante ellos, Aitana estuvo segura de que Luis buscaría rápidamente una excusa para no quedarse a solas con ella y decidió que sería la primera en abandonar el barco, retirándose al muro a observar el mar. 

Sin embargo, después de solo unos instantes, aquí están, compartiendo una puesta de sol después de tanto tiempo

Quizás mañana ni siquiera recuerden esta conversación.

- Ahora no está Daniel delante- Aitana se gira completamente y monta el muro como si de un caballo se tratase- cuéntame cuales. 

Luis parece meditar su respuesta con cuidado. 

- Yo nuuuunca- paladea la palabra y la adereza con una sonrisa traviesa- nunca le he mentido a un periodista. 

Podría ser un reproche, una provocación, pero Aitana decide dejarlo estar y le arranca la botella de la mano para dar un sorbo rápido, dispuesta a demostrarle que, al menos esa noche, no se va a dejar amedrentar. 

Luis asiente satisfecho e imita su gesto. Después levanta las cejas indicándole que es su turno. 

Aitana también duda un poco. 

Tiene mucha curiosidad por muchas de las cosas que se han dicho esa noche y alguna duda guardada en la retaguardia de tiempo atrás, pero tiene miedo de sacar esas últimas cuestiones y cargar demasiado el ambiente. 

Así que decide tomar el camino del medio y recoge el primer guante. 

- Yo nunca, nunca...me he montado un trío en un hotel. 

Luis es rápido rescatando la botella del muro y acercándola a los labios. 

Aitana no es consciente de que está conteniendo la respiración hasta que él aparta la botella sin llegar a tocarla y se echa a reir.

Tampoco es que espera que haya vivido como un monje durante estos años. Es más, está bastante segura de que no ha sido así. 

- No- Luis pone los ojos en blanco como tratando de recordar- nunca en un hotel. 

Sin poder evitarlo es Aitana quien suelta una carcajada sorprendida y levanta la mano para empujarle medio en broma. 

No es un gesto consciente, ni busca nada, pero es muy diferente de los abrazos desesperados que han sido su único contacto físico en los últimos días y  puede que sea su propia espontaneidad la que haga que  la temperatura suba un par de grados. 

Durante unos minutos se van pasando la botella en silencio mientras el sol sigue poniéndose. 

Pensativo Luis levanta la mano y acaricia sin darse cuenta el punto exacto donde la mano de Aitana acaba de posarse hace nada. 

Agradece que los dos hayan bebido demasiado para plantearse siquiera compartir algo que no sean bromas y decide que aún están en terrerno seguro para seguir provocándola un poco más. 

- Yo nunca, nunca, lo he hecho en el ascensor de un hotel.

Bebe rápidamente y deja la botella entre los dos, pero no aparta la vista. 

Tampoco Aitana rompe el contacto visual. Se humedece los labios. 

Sabe, exactamente, en que situación está pensando Luis. 

Sabe también que es un juego peligroso este al que juegan ahora. 

Le cuesta tragar saliva y, si no estuviese tan oscuro, Luis podría ver perfectamente como se han dilatados sus pupilas. 

Pero se siente orgullosa de como casi consigue disimular el temblor de sus manos al atrapar el cuello de la botella. 

Recuerda la situación y también recuerda como se mezclaba el olor de su loción de afeitado con el sudor de después del concierto, pero no es capaz de recordar la ciudad en la que sucedió. 

Cuando acaricia la boca de la botella con su lengua, descubre que puede reproducir en su memoria el tacto aspero de la lengua de Luis contra sus pechos mientras su manos buscaban frenéticas por debajo del vestido que llevaba puesto aquel día. 

Solo el golpe agrio del limoncello en el fondo de su garganta evita que se recree demasiado en la memoria de unas pocas embestidas rápidas en una cabina atrapada entre dos pisos. 

Agradece la penumbra y también que el aire del mar le refresque el rostro que probablemente esté encendido como la grana. 

Algo aturdida, busca a tientas el muro para dejar la botella y decide que es necesario, imprescindible incluso que también ella se enfríe y rebaje el peligro de la situación. 

Podría darse a si misma patadas en el cielo de la boca por las palabras que pronuncia a continaución pero no le queda otro remedio que hacerlo. 

- Yo nunca, nunca, me he acostado con Bárbara. 

La sonrisa se borra  automáticamente del rostro de Luis. Levanta las manos indicándole que tampoco va a beber, o quizás que se retira del juego. 

El jarro de agua fría en la situación es inmediado pero Aitana no puede permitirse lamentarlo. Aunque probablemente sería más fácil para ella asumir que Luis es la clase de gusano capaz de acostarse con una por la mañana y tontear con otra por la tarde. 

Aunque pensarle así, con la imagen distorsionada que nació de su rabia y sus celos, le ha hecho la vida más llevadera en los últimos años. 

El silencio de Luis, su gesto pensativo, provoca un nudo de miedo en el estómago de ella. 

Se imagina que la siguente pregunta será por qué estaba en ese avión. Por qué se marchó de Ibiza. 

Quizás vaya aún más allá y le pregunte por qué ni siquiera se ha molestado en cargar su teléfono desde que lo recuperó junto con el resto de sus cosas. 

Pero también, y eso es lo que más teme, puede preguntarle por la confesión ahogada en lágrimas que le hizo ayer en un área de servicio de una autopista italiana. 

De todas las dudas que le consumen y que había decidido ignorar por unas horas, Luis decide escoger la que se repite en su cerebro con más insistencia. 

- Yo nunca, nunca he confundido el freno con el acelerador.

En el silencio que sigue chisporrotea y muere la electricidad que quedaba entre ellos en ese momento. 

Aitana recupera su posición inicial con los dos pies colgando sobre la arena. 

Prefiere no beber pero asiente despacio. Este turno le sale gratis. 

Como en tantas otras ocasiones en su vida, decide que la mejor defensa es un buen ataque. 

- Tu nunca te has confundido y punto- masculla, repentinamente sobria. 

Luis se acerca un poco e imita su postura. 

Hace tres días, en la estación marítima cuando intuyó que había algo que estaba muy mal al escuchar sus evasivas, su instinto le gritó, le aulló a decir verdad, que se alejase de ella lo antes posible. 

Pero de alguna forma, el agujero negro que es Aitana le ha atrapado de nuevo y ahora solo quiere protegerla de lo que sea que provoca el miedo que intuye en su tono de voz. 

- Es evidente que pasas poco  por twitter- carraspea intentando un remedo de humor para aligerar el ambiente y golpea suavemente el hombro de ella con el suyo propio- rara vez pasa un día sin que la cague. 

Aitana detecta la bandera blanca en su voz y se relaja un poco. 

- Lo mío es cagada, sobre cagada, sobre un montón de mierda, Luis,  y todo atado con un lazo de basura. 

La imagen que evoca y el alcohol se confabulan para provocarles una risa floja a la que sigue un silencio, cómodo esta vez.  

- ¿Por qué me estabas provocando esta noche?- Aitana no puede creer que se haya atrevido a preguntárselo, pero por si acaso se arrepiente bebe otro trago a toda prisa para callar a su vergüenza. 

Luis sonrie y busca la botella en la penumbra. Cuando se encuentra con la mano de ella, después de una pausa, hay una caricia que no es, en absoluto, accidental. 

Durante seis segundos, lo sabe porque los cuenta, se atreve a acariciar la piel que encuentra con su pulgar, antes de apartarse y llevarse la botella con él. 

- Estoy bastante borracho- su voz suena demasiado firme como para contradecir sus palabras- cuando estoy borracho me doy permiso para pensar en ti. 

No parece una mala solución. Aitana lleva tanto tiempo sintiéndose culpable cada vez que sus pensamientos se escapan con él, que le entiende. 

Una excusa. Una tregua. O una burbuja si de lo que se trata es de recurrir a metáforas que sean viejas conocidas para ellos

- ¿Jugamos a otro juego?- esta vez no acompaña la pregunta del alcohol, se siente envalentonada por la confesión de él- ¿cómo era aquel de besar primero?

Luis traga saliva. La tiene a menos de cinco centímetros, tan cerca que puede sentir su calor corporal. Sería tan sencillo como girar la cabeza.  

Durante ese rato, el sol ha seguido bajando hasta esconderse en el horizonte y empiezan a verse las primeras estrellas. 

Delante tienen el Mediterráneo. Detrás un periodista que volverá en cualquier momento y al que, probablemente,  no habría trato que aplacase si les encontrase en una situación comprometida. 

Es tentador pensar que lo que sucede no es real, o que no tiene por que tener importancia. 

Pero muy peligroso. 

- Solo me doy permiso para pensar en ti, Aitana. No te llamo, ni te busco, porque soy autodestructivo, pero no tanto. 

Es, quizás, la primera mentira consciente que le dice en toda la noche. 

No la busca, pero le sigue escribiendo canciones que son llamadas de auxilio. Es casi suicida. 

Aitana asiente despacio. Inspira el aire frío buscando despejarse.  

Casi se alegra de que Luis haya puesto cordura en lo que iba a ser una cagada más que sumar a su extensa lista. 

Casi. 

Se gira hacia el patio y salta al interior, meneando la cabeza. 

- Mejor irnos a dormir, entonces ¿no?- sonrie para demostrarle que  entiende que porque la ha rechazado y que no hay resentimiento. 

También Luis se levanta y comprueba que el suelo no se mueve demasiado bajo sus pies. Ese licor italiano es, desde luego, un invento del demonio. 

Recorren juntos  los dos metros hasta la puerta del bungalow y Luis se aparta para dejarla pasar. 

Ponen especial cuidado en no rozarse siquiera, en los tres metros siguientes que separan la pequeña sala de la entrada a las dos habitaciones. 

El sofá que ocupa Daniel sigue vacío. La puerta tras las que probablemente duerma ya Bárbara, está cerrada. 

Puede que al día siguiente ya les den los resultados y cada uno de ellos podrá seguir un camino diferente. 

Este peregrinar extraño habrá llegado a su fin. 

- ¡Qué cojones! A tomar por culo todo. 

Aitana apenas tiene tiempo de registrar las palabras  de él cuando nota una mano aferrando su muñeca que ya está en el pomo de la puerta. 

Luis no tiene que hacer demasiado esfuerzo para que sus cuerpos colisiones justo una décima de segundo antes de que lo hagan sus labios. 

Cuando ella se agarra a su camiseta, no está segura de si lo hacer para no perder del todo el equilibrio o para asegurarse de que él no se aparte. 

No puede y no quiere permitir que Luis recupere la cordura que parecía haber hecho su bandera hace tan solo un par de minutos. 

Sus manos se encuentra en el pomo de la puerta de la habitación de Luis buscando abrir la puerta y los besos se mezclan con risas cuando por fin lo consiguen y se desploman en la cama. 

El mueble endeble cruje, advirtiéndoles de que no está pensado para determinados menesteres pero ninguno de los dos se detiene demasiado a pensar en las posibles consecuencias de una cama rota. 

Aitana casi con furia, le empuja y tira de su ropa al mismo tiemp que intenta deshacerse de la propia en un madeja desordenada de extermidades. 

Es Luis quien, encontrando fuerza y calma, quién sabe donde, la frena y la obliga a cambiar el ritmo. 

- Despacio- lo susurra contra la piel del cuello- por favor. 

Quizas porque la ha besado impulsado por esa sensación de final de viaje, ahora quiere disfrutarlo todo el tiempo posible. 

Por si no se repite más. 

Uno para el camino, que se han mentido tantas otras veces.

 Maniobra de forma que Aitana esté sentada sobre él y se recrea en la forma que el maldito vestido rojo que lleva volviéndole loco toda la noche acaricia su cuerpo. 

Pasea, con las manos primero y con los labios después, la piel del escote, repostando en el sudor de las clavículas antes de aventurarse más al sur. 

Los botones, demasiado pequeños para sus ganas, se van rindiendo uno a uno mientras Aitana se deja hacer aunque se remueve inquieta contra su regazo. 

Ahoga un gemido demasiado alto contra su pelo y se miran después, escondiendo una risa contra la piel del otro, conscientes de que no deben alertar a sus compañeros de alojamiento. 

Lo que sigue no son acrobacias sexuales, apenas material para una fantasía adolescente, pero Aitana piensa que no cambiaría ninguna de las historias que ha escuchado esa tarde, por la sensación de recorrer con sus uñas las líneas de tinta grabadas en su pecho, perdiéndose en cada una de las curvas y vericuetos como si fuese ella quien las estuviese dibujando. 

A Luis por su parte, le cuesta la vida retrasar el momento de lavantar las caderas hasta que sus cuerpos encajen sin que hayan acabado de desvestirse del todo. 

Empiezan a moverse, con ella sentada sobre él, aún mirandose a los ojos, olvidando por un momento las dudas y los miedos. 

Hasta que es demasiado, la mirada, la sensación y la piel y se dejan ir. 

Aún sin recuperarse del todo, se tumban en la cama, sudor y ropas a medio desvestir, sin llegar a separar sus cuerpos. 

En el silencio que sigue, sus cerebros por separado, empiezan a hacer una lista de todas las cosas que tienen que hacer juntos antes de que ese sol que han visto ponerse salga de nuevo. 

Quizás puedan desafirar la noción de que la dimunuta ducha pueda darles cabida a ambos. 

Quizás probar la constitencia de la puerta o el calor de la arena. 

Definitivamente, peregrinar una vez más, pero esta vez desde la punta de los pies hasta la raíz de los cabellos del otro sin dejar un solo milímetro de piel sin recorrer. Quizás sea necesaria alguna parada en destinos francamente notables. 

Será necesario bautizar esta nueva tregua con más licor italiano, es que ha callado por un rato a todos los ángeles buenos,  pero esta vez no serán necesarios vasos ni botellas, solo el hueco de los huesos de sus caderas para beber de ellos. 

Cuando la mañana les amenace con poner cordura, quizás duerman algo. 

Haciendo parada y fonda, antes de reemprender el camino de vuelta. 

Aunque en ese preciso instante, abrazados en una vieja cama en un camping cerca de la fronteera, los dos compartan la curiosa sensación de haber llegado, por fin, a su destino. 


Ciao Bellos! 












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