14. I'm not that girl

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El primer "Joder, Luis" que atravesó la fina pared de conglomerado de bungalow la despertó. 

Barbara se había retirado de la mesa la noche anterior después de la llamada de su jefa para exigirle que se reincorporase al trabajo. 

Pero no había vuelto por otra razón. 

El juego que ella misma había puesto en marcha, aunque Luis había tenido la idea, le había parecido una buena forma de lanzar su Ave María. 

Un último intento desesperado por convencerle de que pasar la última noche juntos era una buena idea. 

Quizás un par de historias picantes aliñadas con el pánico que tenía a relacionarse con Aitana de cualquier forma, fuesen el aliciente necesario para animarle a cometer juntos una tontería. 

A pesar de que Luis le había dejado las cosas claras el día anterior, los chupitos de licor y el hecho de llevar toda la mañana jugando a ser una feliz pareja para la cámara, le habían alterado las hormonas. 

Después de todo en una semana o dos, el país entero estaría convencido de que  ella era el nuevo amor de su vida. 

Qué menos que disfrutar de alguno de los beneficios reales. 

Pero muy pronto, quizás en la primera o segunda historia, quedó claro que no era a ella a quien Luis quería provocar para hacer una estupidez. 

Aparentemente, el hecho de que  él también hubiera empezado a beber a las doce de la mañana había ayudado bastante a que obviase todas las buenas razones por las que no debía meterse en la cama con Aitana. 

Así que aquella noche, cuando vio el juego de miradas, decidió no volver a la mesa. 

La suerte estaba echada y no favorecía su apuesta. 

Cuando comenzó la segunda tanda de gemidos, intentó taparse los oídos con la almohada y, cuando esta no fue suficiente, se puso los cascos y música a un volumen muy superior al recomendado. 

Pero lo que la rompió, cuando por fin los suspiros cesaron pasado un buen rato, fue la risa grave que le llegó entonces. 

Hacía una semana que conocía a Luis Cepeda en persona. Le había visto cabreado, triste y muy asustado,  incluso había intercambiado pizza, pitillos y bromas con él. 

Pero nunca había escuchado esa risa. 

Esa es la que se clava en su conciencia y la obliga a dar vueltas en su cama durante una hora. 

Puede culpar a la dureza del colchón, pero la noche anterior durmió como un bebé. 

Una de las vueltas la deja mirando al techo. Hay grietas y manchas en algunos puntos de la pintura. 

No sabía que iba a afectarle tanto esta situación y se siente ridícula. 

Después de diez, quizá cien vueltas más, desiste de intentar quedarse dormida. Aparta de un manotazo las sábanas y sale de la habitación. 

No le preocupa cruzarse con Luis y Aitana, porque sospecha que no saldrán del cuarto en toda la noche. 

En la mesa del patio aún permanecen olvidadas las copas y una de las botellas de licor. También un paquete de tabaco a medias. 

Pensando en su dolor de cabeza, evita el licor y enciende, en cambio, un cigarrillo. Deja que el humo queme sus pulmones durante un buen rato antes de expulsarlo. 

Una nueva risa procedente del interior la alcanza y se clava como un millón de alfileres en su cerebro. 

Se creía más inteligente, más espabildada que para colgarse de un triunfito por una sonrisa muy bonita que tenga. 

Cambio de rumboWhere stories live. Discover now