Cambio de rumbo

De sacodehuesos79

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Un crimen involuntario. Un vuelo a media noche. Un cómplice inesperado. Mais

Prólogo: Ding-Dong The Witch is dead
1. Defiying gravity
2. It really was no miracle
3. If I only had a brain
4. Come Out, Come Out, Wherever You Are
5.Optimistic Voices
6. We're off to see the wizard
7. If we walk far enough
8. Follow the yellow brick road
9. Pay No Attention To That Man Behind The Curtain
10. No good deed
12. As long as you're mine
13. If I only had a heart
14. I'm not that girl
15. Something bad
16. Hearts will never be practical
17. Learn it for yourself
18. Somewhere...
19. ....Over the rainbow
20. There's no place like home

11. One short day in the Emerald City

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De sacodehuesos79

Desde la puerta abierta del baño, Bárbara les observa.

En la habitación en penumbra, Aitana duerme en una de las camas gemelas. Sentado en la otra, Luis la contempla en silencio. 

Después de reanudar el viaje, tardaron casi tres en horas en llegar a la frontera entre Italia y Francia. 

La idea inicial era alcanzar Niza y pasar allí la noche

Pero el agente de aduanas francés les miró arrugando la nariz como si los cuatro ocupantes del vehículo fueran portadores de la mismísima peste negra, antes de devolverles su documentación negando vigorosamente con la cabeza. 

- Ce n'est pas possible! 

Con las últimas restricciones, les informó, no podían cruzar la frontera sin el resultado de una prueba negativa realizada en los últimos tres días. 

Necesitaban encontrar una clínica, hacerse las pruebas y esperar los resultados antes de poder cruzar a Francia y proseguir con su viaje. 

 Daniel sugirió desviarse un poco al norte y cruzar la frontera por algún lugar que no estuviese vigilado y Bárbara estuvo a punto de apoyar la idea hasta que cruzó una mirada con Luis en el espejo retrovisor. 

Era evidente que no se fiaba en absoluto del periodista y quería tenerlo vigilado de cerca hasta asegurarse de que cumplíría su parte del trato. 

De modo que buscaron un hotel, pero todos estaba ocupados por los turistas que se habían quedado en la misma situación que ellos intentando cruzar a Francia. Descartaron también los apartamentos y, buscando un poco más consiguieron reservar un bungalow en un camping cerca de la playa. 

 Después de su extraño ataque de nervios en medio de la carretera, la forma en la que Luis se comportaba a Aitana había cambiado radicalmente. 

La trataba con delicadeza, como si fuera a romperse en cualquier momento. 

Al llegar al bungalow la acompañó hasta su habitación y esperó mientras se sacaba la ropa llena de polvo por el viaje. 

Después de que se metiese en la cama, ella ni siquiera tuvo que pedírselo para que se quedase cerca hasta que fuera capaz de conciliar el sueño. 

Bárbara piensa que si aún le hubiesen quedado dudas de las posibilidades que ella misma tiene con Cepeda, se le habrían borrado de golpe al ver la forma en la que vela el sueño de Aitana. 

- Parece que la atracción le va ganando camino a la repulsión ¿no?- cruza la cama poniendose de pie sobre ella y ocupa un espacio al lado de Luis. 

Apenas a un metro, con el rostro despejado Aitana duerme tranquila. Bárbara se da cuenta de que el hecho de ocultar su constante mirada de tristeza y preocupación le quita años de encima. 

A Bárbara se le ocurre que, quizás, en esos momentos, Luis no está viendo a la mujer que odia, ni siquiera a su compañera de viaje de esos últimos días, sino a la que persona que lo fue todo durante un tiempo demasiado breve. 

Su mirada está perdida y tarda unos instantes en registrar lo que Bárbara acaba de decirle. 

- Viene y va- menea la cabeza como para despejarse- como siempre. 

Barbara resolpla y se recuesta contra el cabecero de la cama. 

-¿Donde has dejado a nuestro intrépido reportero?

- En el sofá- se gira hacia ella- yo me quedo con la otra habitación. 

Bárbara paladea las palabras antes de decirlas. 

Tiene que hacerlo porque lleva tres días mezclada en esta locura y de no hacerlo siempre se preguntará qué podría haber pasado. 

Aunque conozca la respuesta antes de preguntar. 

- ¿Quieres compañía?- le guiña un ojo quitándole seriedad a sus palabras y le da el margen para interpretarlas como una broma y dejarlo estar. 

Luis inspira. 

Tiene varias opciones. Tomar esa salida fácil que Bárbara le ofrece y responder con otra broma es la más tentadora. 

También podría aceptar lo que le ofrece, sabe que no es del todo una chanza y pasar una noche con la mujer notable que tiene enfrente. 

Es una idea apetecible y le permitiría evadirse un rato de esta situación. 

Pero con la primera estaría insultando su inteligencia y la segunda opción tampoco sería justa para ninguno de los implicados. 

Hace unos días, cuando se conocieron en el avión primero, incluso cuando cruzaron Córcega en un coche hubiera sido más fácil. 

Pero ahora Bárbara está dispuesta a sacrificar su anonimato por echarles una mano. 

Extiende la mano y acaricia despacio la pierna que Bárbara ha extendido en su dirección. 

- Eres la leche.

Bárbara sonrie y mordisquea una uña en la que ya casi no quedan restos del esmalte.

- ¿Eso es un no?

En realidad no hace falta que le conteste. Tiene claro que no va a pasar nada entre ellos esa noche o cualquier noche.

Pero prefiere interrumpirle antes de que la remate diciéndole que pueden ser buenos amigos. 

Hay que intentar conservar la dignidad en la medida de lo posible. 

En un universo paralelo, menos bizarro que la realidad en la que se encuentran, Aitana Ocaña no habría embarcado en el último momento su avión. La tormenta no hubiera jodido el tren de aterrizaje y al aterrizar en Lutton, le habría ofrecido una copa, en su habitación, en el hotel que la compañía les había reservado y se habría asegurado de que también se tomase el café del desayuno. 

Pero en esta realidad, en la todo está del revés, las cosas son como son. 

Aun así, por no quedarse con la duda el resto de su vida, Bárbara se inclina hacia él y le besa. 

Solo porque sí. 

Algo breve, el tiempo justo para saborear el tabaco en sus labios antes de apartarse. 

Debería ser incómodo al separarse, pero la sonrisa que comparten es extrañamente fácil. 

Quizá lo de ser buenos amigos no sea tan malo. 

Aún así no puede resistirse. 

- Una lástima, chaval- se reclina de nuevo en el cabezal y se cruza de brazos fingiendo enfado, arrancándole una sonrisa a Luis- Una verdadera lástima. 

***********************

Limoncello. Maraschino. Campari. Cynar. Fernet. Galliano. Amaretto. Sambuca. Grappa. Strega. 

La mañana siguiente Aitana descubre que una de las costumbres italianas con las que no hay virus que pueda terminar es la de ofrecer degustaciones de su miriada de licores tradicionales en pequeños vasos de plástico. 

Quizás los tiempos de cuarentena y cierres obligados hayan hecho que los locales de productos típicos sean especialmente generosos y dispuestos a captar clientes atrayéndolos con la promesa de más alcohol. 

Apenas ponen un pie en el primer puesto del mercadillo semanal de Ventimiglia, una joven con un impoluto mandilón blanco se acerca rauda al grupo y les ofrece una bandeja llena de diminutos vasos de plástico cargados con licor hasta casi derramarse.  

- Vuoi assaggiare un limoncello?

Luis es el primero en aceptar la oferta y de un solo trago, casi sin pasar por la lengua ante el disgusto de la joven, hace desaparecer el licor amarillo. 

Apenas una mueca demuestra que está más agrio de lo que esperaba. 

Daniel apenas moja los labios y Bárbara lo acuna en sus manos durante un rato mientras pasa el peso del cuerpo de un pie a otro. Está más nerviosa de lo que esperaba. 

Aitana lo acerca a la nariz con cuidado un par de veces y lo aparta  asqueada, pero ante la mirada severa de la camarera no le queda más remedio que quedarse el vaso y su contenido. 

Un par de puestos más adelante, tiene que hacer equilibrios para balancear el primer vaso de plástico con otro que le ofrecen y que tampoco se atreve a rechazar. 

Este tiene un color mucho oscuro y juraría que les han dicho que se llama amaretto. 

Los aguanta, intentando no derramarselos por encima a la espera de encontrar una papelera donde dejarlos. 

Por supuesto decir que no, sería mucho más fácil, pero nunca se le ha dado especialmente bien. 

Luis ni siquiera pestañea antes del segundo chupito y después de encestar el vaso vacío en la papelera y felicitarse por su buena puntería, tira de la muñeca de Bárbara y los dos se alejan unos cuantos metros. 

Es la hora de la función. 

Aitana no les pierde de vista mientras avanzan por los puestos y aceptan entre risas nuevos licores de diferentes colores. 

Todavía al lado de Aitana, Daniel saca las primeras fotos de la supuesta pareja y con cada chasquido del objetivo, Aitana decide que no es tan mala idea tomarse un licor de alta graduación a las doce de la mañana. 

Después de todo, sería de muy mala educación tirarlos. 

A unos cincuenta metros de distancia, Luis inclina la cabeza hacia Bárbara y ella sonrie mientras la devuelve una mirada de adoración. 

Muy creíble todo. 

Excepto que Aitana sabe, porque hay cosas que no se olvidan tan facilmente, que la sonrisa de Luis no es real. 

Ella ha sido espectadora de primera fila de sus sonrisas sinceras. Las que le llenan tanto los ojos que tiene que cerrarlos para contener la alegría, esas en las le importa un comino que se vea el colmillo rebelde que estropea la simetría de su sonrisa.  

Así que en ese momento, aún a pesar de la distancia, Aitana sabe que esa mueca extraña que distorsiona sus labios, es solo fingida y que está odiando cada minuto de esta pantomima. 

Está haciendo lo que más desprecia en el mundo. 

Por salvale el culo a ella. 

Otra vez. 

El vasito de marrasquino que le ofrecen a continuación le sabe a gloria. 

Si Daniel hiciese públicas las otras fotos, las de ellos dos, también le afectaría a él por supuesto, pero está claro que la más perjudicada sería ella. 

Después de todo, el mundo entero cree que su vida es otra. 

Con el tercer chupito de limoncello casi es capaz de encontrar humor en la situación y pierde un poco el equilibrio cuando se le escapa una carcajada. 

Daniel la mira de reojo y sigue con las fotos. Aitana, algo avergonzada, esconde una segunda risa detrás de la palma de su mano, como si quien la hubiera pillado emborrachándose a las doce de la mañana fuese su padre y no un periodista.  

Intentando disimular, le da la espalda y niega con la cabeza ante un nuevo ofrecimiento de licor. 

Se endereza e inspira hasta que el aire del mar le llena por completo los pulmones y la cabeza.

Vuelve a hacerlo hasta que se siente  un poco más despejada. 

 Quizás también ayude que le esté dando la espalda a las idilicas escenas de pareja. 

Mira por encima de su hombro justo a tiempo para pillar a Bárbara besando a Luis en el cuello con sorprendente naturalidad. 

Justo sobre la vena que palpita cuando se enfada. Al lado de la piel que se eriza cuando se la acaricia de forma correcta. 

Aitana pestañea. Probablemente para apartar una pestaña. Puede que para frenar las lágrimas que se acumulan sin previo aviso en sus ojos. 

Concentra toda su atención en el siguiente puesto del mercadillo. 

Es uno de esos puestos espantosos en los que se venden animales vivos. Pececillos de colores malviviendo en diminutas peceras, tortugas con pinta miserable y pájaros enjaulados. 

Aitana los contempla entre horrorizada y fascinada. 

Uno de los pájaros no está dentro de una jaula. Un pequeño canario se columpia en un estribo de metal sin intentar escapar. 

Aitana se acerca más a él con curiosidad, ignorando el ceño fruncido del vendedor. 

Se pregunta por qué no intenta escapar el pobre bicho o si podría sobrevivir siquiera en el mundo exterior de hacerlo. 

Con lágrimas fresas en los ojos, se le ocurre que quizás haya animales que han nacido para estar en cautividad. 

- ¿Qué te parece?

La pregunta la pilla por sorpresa e interrumpe sus reflexiónes, pega un respingo olvidándose del pájaro. Se gira hacia Daniel que señala con la cabeza a la pareja que está unos metros más adelante. 

Esa misma mañana, en la habitación que comparten, Bárbara se probó un vestido de verano verde oscuro que le cae justo por encima de la rodilla. 

Está, sencillamente espectacular. 

Aitana se encoge de hombros y aparta la mirada demasiado rápido. 

De todas las cosas que ha vivido en los úlitmos días y han sido unas cuantas, probablemente la que le provoque pesadillas en un futuro sea haber sido testigo privilegiado de como Luis y Bárbara pasean de la mano por entre los puestos del mercado de Ventimiglia. 

A Dante puede que se le pasase comentarlo en La Divina Comedia, pero ese tiene que ser uno de los círculos del infierno sin el menor género de duda. 

Sin saber muy bien a donde mirar, incapaz de resistir la tentación, se gira de nuevo hacia la pareja a tiempo para ver como Bárbara le enseña a Luis un vestido que acaba de sacar de una percha. 

Poco importa lo que se ponga, cualquier prenda de ropa la haría parecer una puñetera diosa. 

A su lado Aitana que, irónicamente, ha ocupado las portadas de las principales revistas de moda del país y es reverenciada por millones de personas, se siente pequeña e insignificante. 

Y puede, quizás, algo más que un poco borracha. 

Prefiere no preguntarse lo que sucedió la noche anterior, después de que ella se derrumbase agotada en su cama. 

Esa mañana, su compañera de habitación dormía pacíficamente a su lado, de modo que no tiene idea de si ha habido excursiones nocturas entre habitaciones.

Esta mañana les ha observado incómoda mientras intercambiaba bromas con demasiada confianza durante el desayuno. 

Esta claro que a Luis lo que le molesta es que haya una cámara apuntándole y no, necesariamente, el tacto de la piel de Bárbara bajo sus manos. 

Aitana se remueve molesta y busca a su alrededor otro impoluto mandilón blanco que le proporcione lo necesario para convertir el ruido de su cabeza en su zumbido soportable. 

Tiene demasiadas cosas en las que pensar como para perder el tiempo con un absurdo e innecesario ataque de celos. 

Degusta el contenido de este nuevo vaso un poco más despacio que los anteriores. En parte porque el líquido ambarino, strega, le han dicho que se llama, sabe a rayos y, en parte, porque no le apetece demasiado ponerse en ridículo vomitando en cualquier macetero. 

El día anterior Luis fue tan dulce con ella, tan solícito, que hubiera sido terriblemente fácil cerrar los ojos e imaginarse que estaban en otro tiempo y en otro coche. Quizás incluso imaginarse que lo natural era estirar la mano para acariciar la piel entre la nuca y los rizos negros mientras conducía. 

Claro que en ese otro tiempo, los periodistas solían estar en el coche de atrás, no en el asiento de atrás.

Luis se acerca de nuevo a ella y a Daniel mientras Bárbara paga el vestido que, finalmente, se ha decidido a comprar y acepta gustoso el vaso de Strega. Dos vasos más tarde, ignorando el ceño fruncido del camarero que se los ofrece, da cuenta también de lo que queda en el vaso de Aitana. 

- Joder, necesito una ducha- murmura entre dientes

Si Aitana albegase algún tipo de sentimento de culpa por la forma en la que ha manejado su propia vida en los últimos años, es más que probable que pudiese encontrar un reproche o un insulto en esas palabras.

Despues de todo, ella misma ha sido complice voluntaria en teatrillos similares al que acaban de representar. 

Pero lo que Luis no sabe, quizás porque no se lo haya dicho nunca, es que Aitana decidió hace tiempo que si los beneficios excedían a los costes, no tenía demasiado sentido entretenerse con escrúpulos. 

Así que ahora pestañea inocente y finge no haber entendido el sentido de sus palabras.

- Vamos Luisín, que la chica no es tan fea . 

La chica en cuestión tiene una boca que inspira un par de pecados capitales y piernas que empiezan en sus orejas y  que, Aitana está bastante, bastante segura,  a Luis no le importaría lo más mínimo tener rodeando sus propias caderas. 

Él suelta una carcajada sorprendida ante la réplica y la sonrisa se queda después en sus labios, quizá pegada por el alcohol. 

Mira a Aitana mientras pasea la lengua por sus dientes blancos hasta detenerse en el colmillo, ese maldito colmillo asimétrico que le hace parecer el gato que acaba de comerse al canario. 

Sin saber por qué, le viene de pronto a la cabeza la imagen en la que se refugió la noche en la que el avión les sacó de Ibiza mientras creía que iban a morir. 

Luis desnudo sobre ella haciendo que el cabezal de la cama embistiese con un ritmo lento contra la pared. 

Un, dos. Un, dos, tres. 

Quizás el calor que trepa por su estómago hasta su cuello, no sea provocado por el alcohol. 

Al menos no del todo. 

Espera, sinceramente, que Luis no pueda adivinar lo que está pensando en ese momento, pero el muy desgraciado se acerca y se inclina hacia ella, mucho, demasiado. Tanto que Aitana puede sentir su calor permeando entre sus cuerpos.

Se acerca aún un poco más...y encesta el vaso plástico en la papelera que ella tiene justo detrás antes de guiñarle un ojo y apartarse. 

Debe ser cierto que hay cosas que no se olvidan jamás. 

Porque juraría que a este juego ya han jugado antes.  

                                                       ************************************

Es imposible resistirse a comprar un par de botellas de los licores de las tiendas donde les ha ofrecido degustaciones.

Puede que los sirva la próxima vez que organice una fiesta.

Pero puede también que los necesite cuando las fotos de Barbara y él inunden las revistas y le crucifiquen por ellas.  

Un chupito de limoncello para cada vez que le llamen hipócrita por dejar que le saquen esas fotos. 

Otro de strega para recodar que lo ha hecho para evitar males mayores. 

Uno de amaretto para borrar el absurdo, infantil y esteril placer que ha sentido al ver a Aitana sin poder evitar los celos ante la escena.    

Mientras le quita el sello a la botella de amaretto, sentado en el pretil que separa el patio del bungalow de la playa, piensa que las botellas quizás ni siquiera llleguen de vuelta a Madrid. 

Afortunadamente hicieron encontraron una clínica que les hiciera las pruebas antes de pasarse por el mercado. Ahora ni siquiera podrían andar en línea recta. 

Solo tienen que esperar veinticuatro horas por los resultados. 

Como lugar para esperar, se le ocurre que ese pequeño rincón del mundo no está del todo mal.  

Barbara y Daniel vuelven de la cocina con los contenedores de comida preparada que han comprado en el camino de vuelta del mercado. 

Aitana aparece pasados unos minutos. También ella se ha comprado uno de esos vestidos de algodón con los que parece que todo el mundo se viste en ese pueblo.

El de Aitana es rojo y aletea con la brisa del mar. 

Y Luis necesita otro chupito de amaretto si está encontrando poesía en esta situación perversa. 

No hay demasiada gente en la playa, apenas un par de personas ocupan la arena y el único sonido que les llega es el de las olas rompiendo en la orilla. 

Con Luis y Aitana demasiado cohibidos por la presencia del periodista para relajarse del todo, es complicado encontrar un tema de conversación que no se extinga muy rápido. 

Es Bárbara la primera que dice las palabras malditas, las suelta como una broma por la necesidad de llenar el silencio y a Luis le cuesta no escupir la bebida al escucharlas. 

- Yo nunca, nunca, me he bañado desnuda en una playa. 

Es posible que parte de toda esta debacle empezase con palabras similares.

Daniel suelta una carcajada y levanta su vaso antes de dar un sorbo largo. Aitana niega rápidamente ruborizada con una sonrisa nerviosa. 

A Luis es posible que el efecto de las copas de degustación no se le haya pasado del todo. 

O que la botella que amaretto que ya está mediada empiece a pasar factura. 

Porque, de repente, le parece una buena, fantástica, fabulosa idea, clavar la mirada en Aitana, levantar las cejas en señal de desafío y acercar el vaso a sus labios. 

- ¿Y quién no?- murmura antes de beber. 

Tienen veinticuatro horas que pasar antes de poder seguir el camino. 

Así que jugar se ha dicho. 




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