Good Girls Love Bad Boys © [G...

By AliciaLowell

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Abbie Anderson tal vez no sea una chica tan buena como aparenta ser, tras su adorable fachada se esconde una... More

Aviso
Capítulo 1: Primer día - Abbie
Capítulo 2: La chica insoportable - Kendall
Capítulo 3: La apuesta - Abbie
Capítulo 4: Noche de insomnio - Abbie
Capítulo 5: "Las Reglas" - Abbie
Capítulo 6: La peor contrincante - Kendall
Capítulo 7: Aula de castigo - Abbie
Capítulo 8: La llamada de Niall - Abbie
Capítulo 9: Las peleas - Kendall
Capítulo 10: La cena - Abbie
Capítulo 11: Retos de Agua - Kendall
Capítulo 12: Casa del terror - Kendall
Capítulo 13: Demasiado cerca - Abbie
Capítulo 14: Una prueba dolorosa - Kendall
Capítulo 15: Sin noticias de Ken - Abbie
Capítulo 16: Pelea de chicas - Kendall
Capítulo 17: ¡¡No entres ahí!! - Abbie
Capítulo 18: Nada ha sido real - Abbie
Capítulo 19: Más discusiones - Abbie
Capítulo 20: Un día de peleas - Kendall
Capítulo 21: Nuestros besos - Kendall
Capítulo 22: El accidente de Josh - Abbie
Capítulo 23: Fiesta - Abbie
Capítulo 24: Día de resaca - Abbie
Capítulo 25: En la noche... - Abbie
Capítulo 26: Demasiado bueno para ser eterno - Kendall
Capítulo 27: Una vida rota en mil pedazos - Abbie
Capítulo 28: Las apariencias engañan - Abbie
Capítulo 29: Dificultad respiratoria - Kendall
Capítulo 30: El bate de béisbol - Kendall
Capítulo 32: El caro y doloroso precio de vivir en el mundo real - Abbie
Capítulo 33: Intenciones homicidas - Kendall
Capítulo 34: La desesperación y la locura aumentan cada instante - Kendall
Capítulo 35: Visitas - Abbie
Capítulo 36: Hasta que la muerte no sea capaz de separarnos - Kendall
Capítulo 37: Regalitos y besos - Abbie
Capítulo 38: ¡¡BOOM!! - Abbie
Capítulo 39: No puedes quitarme el siempre que me aseguraste - Abbie
Capítulo 40: Un uno en el infinito - Abbie
Capítulo 41: Dime que me quieres, dímelo otra vez - Abbie
Epílogo: Ocho años después... - Abbie
¡¡¡¡Capítulo EXTRA!!! : El resto de mi vida junto a ella - Kendall
Jones?
Jones? ¡Publicado!
Agradecimientos
Fiona ©
La Tentación de lo Prohibido

Capítulo 31: Dependencia emocional - Kendall

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By AliciaLowell

No editado, a tener en cuenta: Faltas de ortografía y algunas incoherencias a lo largo de la historia.

Uno de los policías comienza a golpear los barrotes del calabozo con la porra y me despierto sobresaltado. Creo que ya es de días. Mis padres me miran furiosos, de brazos cruzados, a través de las rejas.

Me levanto del banco en el que me he tumbado y salgo cuando el policía me abre. Mi padre comienza a gritarme, impidiéndome escuchar la reprimenda de mi madre. Si se creen que voy a arrepentirme o a pedir perdón, pueden esperar sentados. En la vida me arrepentiré de la paliza que le he dado a Niall. Nadie le pone las manos encima a Abie.

Salimos de comisaría y nos montamos en el coche. Mi padre cada vez está más furioso porque paso de él. No me apetece escuchar gilipolleces.

—¡Kendall, no puedes ir pegando de esa forma por la vida! —Grita mi padre—. ¡¿Sabes en qué lío te has metido?!

—Te han denunciado —dice mi madre.

¿Y a mí qué? Que me denuncien todas las veces que quieran, no voy a asustarme por cuatro palabras en un papel. Además, el que va a denunciar aquí soy yo, no pienso dejar que se vaya de rositas. Abie está ingresada por culpa de ese capullo.

—Me importa una puta mierda.

—¡Kendall! —Me regaña mi madre—. Si vuelves a pegarte con alguien, irás directo a un reformatorio.

—Mamá, no sabes por qué le he pegado, así que cierra el pico —le espeto.

—¿Por qué le has pegado?

Mi madre gira la cabeza para mirarme.

—EL cabrón de Niall Ford le ha pegado una paliza a Barbie y ahora está ingresada. Entró en parada cardiorrespiratoria cuando llegó al hospital, mamá. No pienso dejar que nadie le ponga las manos encima a mi Barbie.

Mi madre empalidece nada más oír mis palabras y mira a mi padre, preocupada. Ya es oficial, mi madre ya se ha enterado de que la historia se está repitiendo. No pienso perder a Abie. Ella es diferente, ella me pone en mi sitio cuando me paso de la raya, ella replica y dice lo que piensa. No es una zorra fría y ninfómana. Ella es mi princesa y así será siempre. Si tengo que acabar en un reformatorio por defenderla, lo haré. Nadie se mete con la Barbie del Ken.

—Cariño, ella estará bien —dice mi madre—. Lo de Jane no tiene por qué volver a ocurrir.

—Hijo, ¿estás seguro de que fue ese chico?

¿Acaso cree que soy gilipollas? ¡Claro que estoy seguro!

—Me lo dijo ella cuando estuve en el hospital.

—¿Has estado en el hospital? ¿Por eso no venías a casa?

—Claro, no pensaba dejarla sola. Llevo todo el día con ella, bueno, hasta que me contó lo de Niall y fui a por el bate.

—Cariño, ¿cuántas veces tenemos que decirte que llames cuando no vayas a venir o que pidas permiso?

—Supuestamente ya estáis acostumbrados, ¿no?

—Sí, por eso no te hemos llamado, porque suponíamos que vendrías de una de tus fiestas. ¿Y si te hubiera pasado algo? No puedes desaparecer así como así, Kendall.

—Hoy he demostrado que sí puedo.

Mi madre decide dejar de discutir y el coche se inunda de silencio. Cuando llegamos a mi casa, subo directamente a mi cuarto. Mi madre intenta convencerme para que baje a comer, pero no tengo hambre ni tampoco sueño. Apenas he dormido esta noche, pero no necesito hacerlo, lo de Abie me impide pegar ojo.

Me paso todo el día encerrado en mi habitación a oscuras. Por más que lo intente, no puedo dormir, en realidad, tampoco quiero. Miro la hora en el reloj digital que hay encima de mi cómoda y me levanto rápidamente de la cama. La hora de visitas es de cuatro a siete y son las seis en punto. Puedo estar con ella toda una hora, cuidándola y besándola. Le propondré lo de la denuncia, aunque, diga lo que diga, la pondré igual.

Me cruzo con Karen y Seth antes de salir de casa y les hago un breve resumen por mis pintas deplorables. No me he duchado y no me he afeitado, no tengo fuerzas para hacerlo ni ganas. Mi cuerpo necesita nutrientes, pero no tengo ni pizca de apetito.

Me monto en la moto y salgo disparado. Tengo que llegar lo antes posible para pasar todo el tiempo que pueda con Abie. Zigzagueo por la carretera para esquivar a los coches que van a la velocidad de una tortuga y acelero un poco más. Aparco la moto de mala manera en la puerta del hospital y entro corriendo. La puerta que lleva a las habitaciones de los enfermos de la primera planta está obstaculizada por un guardia de seguridad. Intento esquivar al tío, pero se coloca frente a mí rápidamente.

—¿A qué habitación va?

—A la cuarenta y tres.

—La habitación de la señorita Abigail Jane Anderson, ¿cierto?

Asiento.

—No puede pasar, lo siento. La paciente no está en condiciones de recibir visitas.

—¿Cómo? Necesito verla, por favor —le ruego—. Ella es muy importante para mí y si le pasara algo..., yo...yo no me lo perdonaría.

—Lo siento, yo no pongo las normas, sólo las cumplo.

Me paso las manos por el pelo y corro hacia la mesa de la recepcionista. Le pido papel y boli para anotar mi número de teléfono. Si Abie se siente mejor quiero que me llame de inmediato, necesito hablar con ella, aunque sea a través del móvil.

Vuelvo hacia el guarda de seguridad y le tiendo el papel.

—¿Puede darle esto de mi parte? Quiero hablar con ella cuando se encuentre mejor.

—Veré qué puedo hacer —dice, cogiendo el papel—. Puede que algún médico pueda llevárselo.

—Vale..., gracias.

Salgo del hospital y vuelvo a casa. Mi padre me intercepta nada más entrar por la puerta y me comienza a dar la charla. Sé que soy irresponsable y problemático, precisamente por eso pueden dejar de repetírmelo una y otra vez.

Después de estar veinte minutos fingir estar escuchando a mi padre, subo a mi habitación y me dejo caer sobre la cama. Pasan las horas, incluso los días, y sigo tumbado en la cama, esperando una llamada de Abie, alguna señal de vida. Después de haber ido un par de veces más al hospital, decidí dejar de ir. No van a dejarme entrar, así que prefiero esperar con el móvil en la mano y siempre en carga.

Mi madre me sube la comida y ropa limpia. Tampoco he ido al instituto estos días; no tengo fuerzas. Creo que es de días. Tampoco he dormido mucho, ya que podían llamarme justo en pleno sueño.

—¡Kendall, ya está hecho el almuerzo! —grita mi madre detrás de la puerta.

No contesto. Unos minutos después mi madre entra en la habitación y deja la bandeja con la comida encima de mi escritorio.

—Dúchate y aféitate, vamos a ir al psicólogo en hora y media —me dice mi madre, encendiendo la luz de mi habitación.

—¿Qué? No pienso ir a un psicólogo.

—Sí, vas a ir y vas a comer y te vas a arreglar. ¡Venga!

Como y me arreglo a regañadientes. Mi estómago ruge cuando termino de comer, ya que lleva bastante tiempo sin probar bocado. Cojo ropa limpia y abro el grifo de la ducha. Me restriego bien la cara para quitarme las legañas que me impiden ver e intento que el agua caliente haga desaparecer el entumecimiento que siento en las extremidades. Cuando salgo de la ducha procedo a afeitarme ya que no me he molestado en hacerlo en estos días. Mis padres me esperan abajo, ya arreglados para volver al que un día fue mi psicólogo.

No abro la boca en todo el camino ni en la consulta. Hay un par de personar más esperando ser atendidas por alguien que nos las va a ayudar.

Me restriego los ojos con las manos y los cierro con fuerza, me duele muchísimo la cabeza y tengo el estómago revuelto.

—¿Te encuentras bien, Kendall? —me pregunta mi madre.

—Me duele la cabeza.

—Eso es porque estás desganado. Verás que cuando vuelvas a empezar a comer y dormir con normalidad se te pasará.

El psicoterapeuta sale de su consultorio y me llama. Mis padres se quedan fuera, esperándome. Entro en el despacho y lo observo detenidamente. Sigue completamente igual. Las paredes siguen siendo de color blancas y los diplomas siguen colgados en ellas. El escritorio del doctor Hamilton está lleno de papeles, pero realmente ordenado.

Me tumbo en el diván que hay junto a una silla de cuero y respiro hondo. Las otras veces que he venido no he hablado mucho. Una vez intenté contarle lo que me había pasado con Jane y más o menos pude decírselo. No me ayudó en nada, sólo me sirvió para decir en voz alta lo que me aterraba cada noche. Según él, tenía que desahogarme, pero no podía. Prefería ahogarme que decir nada en voz alta. Tal vez hoy cambien las cosas, aunque lo dudo. ¿Por qué voy a decirle nada a este hombre? No creo que pueda ayudarme con lo de Abie. Ella no se va a poner mejor si le cuento lo ocurrido.

—Bueno, Kendall. Cuéntame, ¿qué es lo que te trae de nuevo por aquí? —dice el hombre.

—Nada, paranoias de mis padres —contesto cortante.

—¿Qué tipo de paranoias? ¿Qué creen que te pasa?

¿Cree que soy imbécil? No voy a caer en ese juego.

—Venga, Kendall, a mí puedes contármelo.

Guardo silencio y miro a Hamilton de reojo. Él comienza a apuntar algo en su libreta.

—La última vez que viniste me contaste algo sobre una tal Jane.

—Sí.

—Me dijiste que había tenido un accidente y que tenías pesadillas.

—Sí.

—Estuviste viniendo seis meses antes de pronunciar su nombre por primera vez. No quiero que tardes tanto en abrirte, esta vez. Nada de lo que me cuentes saldrá de aquí, te lo prometo.

—No me pasa nada.

—Kendall, estás muy desaliñado. Pareces destrozado física y psicológicamente, déjame ayudarte. Haz que tus padres no desperdicien el dinero.

Me remuevo en el diván y me paso una mano por la cara.

—Usted no puede ayudarme.

—Creo que sí. Tú cuéntame qué es lo que te pasa. Es bueno hablar las cosas, no puedes retenértelas durante tanto tiempo.

Lo miro y cedo. Comienzo a contarle lo que ha habido entre Abie y yo. Le cuento los bandazos emocionales que he estado viviendo. Aunque odie reconocerlo, me sienta de maravilla estar soltándome. Mi cabeza comienza a aclararse cuando me oigo a mí mismo decir en voz alta mis pensamientos y mis sentimientos.

Hamilton se limita a asentir y a hacer comentarios y preguntas esporádicas. Es realmente liberador decir todo lo que llevo tanto callándome.

—Kendall, creo que tienes una dependencia emocional respecto a Abie —dice él cuando termino de contárselo todo.

—¿Cómo?

—La necesitas a todas horas y tienes unos continuos pensamientos obsesivos respecto a su persona. Te da pánico la idea de que ella te abandone de la misma forma que lo hizo Jane. Vuestra relación está condenada al fracaso si sigues teniendo esa dependencia emocional.

—No es nadie para decirme que mi relación con Abie está destinada al fracaso —digo fríamente.

—Kendall, las relaciones dependientes son destructivas e inestables y os va a acabar afectando a los dos. Vais a comenzar a desarrollar complejos y pensamientos negativos, ya que cuando discutáis diréis cualquier cosa para haceros daño. No sé si Abie tendrá dependencia o no, pero, según lo que me has contado, tiene pinta de que no va muy desencaminada.

Me levanto furioso del diván y salgo de la consulta, dando un portazo. Me apresuro a salir del edificio en el que está la consulta y espero a mis padres, sentado en el borde de la carretera. Ese tío no es nadie para decirme eso, lo mío con Abie no va a acabar nunca, porque los dos nos queremos. No tengo dependencia de ningún tipo, sólo me preocupo por ella.

Mi móvil comienza a sonar y descuelgo.

—Diga.

—¿Kendall?

Me quedo en shock unos segundos tras oír esa voz.

—¿Abie? Eres tú, ¿no?

—Sí.

—¿Cómo estás, amor mío?

Me arrepiento al instante de haberlo dicho. ¿Desde cuándo digo cosas como esta?

—Bien —dice y hace una pausa—. Así que amor mío, ¿eh?

—Era una broma, no te lo tengas tan creído —miento.

Ella ríe a través de la línea.

—Pues me ha encantado esa broma, amor.

No puedo evitar sonreír cuando me dice eso. Aun no me creo que esté hablando con ella otra vez. La echaba tanto de menos...

—Ojalá te dejaran pasar —suspira.

—Ya —digo—, pero espero poder verte pronto.

No dice nada durante unos segundos que se me hacen eternos.

—¿Qué hiciste cuando saliste corriendo, Kendall?

—Abie, no creo que estés en condiciones para hablar de ello.

—Kendall, dímelo.

Suspiro. Cuando voy a hablar oigo su grito ahogado. ¡¿Qué le pasa?!

—¡Abie, ¿sigues ahí?!

—¡Ken..., por favor,... mí... aquí... miedo! —dice sin aliento.

De fondo puedo oír los pitidos de las máquinas a las que está conectada. El móvil comienza a hacer unos ruidos raros y contengo el aliento cuando lo oigo.

—Hola, querido amigo.

Niall.

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