Cambio de rumbo

Por sacodehuesos79

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Un crimen involuntario. Un vuelo a media noche. Un cómplice inesperado. Más

Prólogo: Ding-Dong The Witch is dead
1. Defiying gravity
2. It really was no miracle
3. If I only had a brain
4. Come Out, Come Out, Wherever You Are
5.Optimistic Voices
6. We're off to see the wizard
7. If we walk far enough
9. Pay No Attention To That Man Behind The Curtain
10. No good deed
11. One short day in the Emerald City
12. As long as you're mine
13. If I only had a heart
14. I'm not that girl
15. Something bad
16. Hearts will never be practical
17. Learn it for yourself
18. Somewhere...
19. ....Over the rainbow
20. There's no place like home

8. Follow the yellow brick road

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Por sacodehuesos79

Estira los pies y busca un trozo de sabana fresca que no se haya contagiado de su calor. 

El tejido de algodón bajo su mejilla tiene el tacto ligeramente áspero de la tela que ha sido lavada millones de veces. 

Todavía está en el delicioso estado entre el sueño y la consciencia y tira del edredón para mantenerse en ese interludio seguro y cálido. 

Sin embargo hay algo húmedo y aspero en su rostro. 

Negándose a abrir los ojos, Aitana levanta la mano para apartarlo. 

No tiene la menor intención de despertarse y enfrentarse al mundo todavía. 

Aún dormida Aitana levanta la mano para retirarlo. No tiene la menor intención de despertarse todavía. 

Pero la sensación de humedad se mantiene y no le queda otro remedio que abrir un ojo para averiguar de dónde procede. 

Los enormes ojos de Sopa la interpelan a tan solo unos centímetros de su rostro y Aitana esboza una sonrisa, dejándola acercarse para poder acariciarla. 

Es probableme que necesite que la saque, quizás que le de de comer. De lo contrario se limitaría a materse en la cama con ella como hace otros días. 

- ¡Sopa ven aquí!

La orden seca llega desde otro punto de la habitación y tiene el mismo efecto en ella que un jarro de agua congelada. 

Gira el cuello y se encuentra a Silvana sentada al pie de la cama con gesto severo. Sus miradas se encuentra y Aitana se aguanta las ganas de preguntarle quién se cree que es para darle ordenes a su perra. 

- Buenos días Aitana- su gesto se mantiene pero su voz se vuelve dulce como la miel. 

E igual de pegajosa. 

- ¿Has dormido bien? 

Menea la cabeza molesta. No soporta que Silvana invada su espacio privado, pero nunca se atreve a decirle nada porque, después de todo se trata de su casa. 

Así que suspira e intenta incorporarse pero por alguna razón no es capaz de hacerlo, así que no le queda otro remedio que observar a Silvana que, desde este extraño ángulo contrapicado, resulta casi amenazadora. 

No es que esa esa su intención, claro. 

Casi nunca lo es. 

Aitana sabe que tiene que recordar algo. Algo importante. Pero no está muy segura de lo que es. 

- ¿Has pensado lo que te dije ayer?- Silvana se pasea un dedo por la sien como si estuviese luchando contra un dolor de cabeza. 

Aitana cierra los ojos de nuevo y se esfuerza por recordar. 

Al hacerlo le viene a la memoria la extraña pesadilla que tuvo la noche anterior. 

Un avión a punto de estrellarse. Un autobus polvoriento. Un barco. 

Y Luis Cepeda. 

No es que eso último sea especialmente extraordinario. No es la primera vez que sueña con él. Pero la noche anterior fue especialmente realista. 

Casi lo último que recuerda antes de despertarse con los lametazos de Sopa, es un abrazo intenso y la sensació de refugio. 

- ¡Contéstame Aitana!

La voz de Silvana sube varios decibelios para arrancarla de la fugaz sensación de paz que le trae el recuerdo. 

No espera una respuesta, la exige. 

Pero por más que se esfuerza no es capaz de recordar. 

Cuando vuelve a abrir los ojos, Silvana está sentada aún más cerca, invadiendo de forma inaceptable su espacio personal. 

Le llama la atención verla vestida de negro. Ella suele decir que es un color que la envejece. 

- Yo no...

Intenta buscar una excusa, dilatar la respuesta, ganar tiempo al menos para hacer memoria. 

- Te advertí lo que pasaría si no haces lo que te pedí, ¿verdad?

Su voz está demasiado cerca y también su cara. Sus labios son demasiado fijos y ese perfume dulzón de pachuli que preparan especialmente para ella en una tienda de la Calle Hortaleza, le da ganas de vomitar. 

Como sigue sin poder moverse, Aitana intenta retroceder pero tampoco de eso es capaz. 

- ¿No te daría mucha pena no volver a ver a Sopa, Aitana?

Le vienen a la mente imágenes y frases sueltas de una discusión. Una amenaza. 

Después un movimiento equivocado en el coche y un aullido de dolor.  

Pero todo es muy confuso. 

- Es más, sería una verdadera lástima que le pasara algo ¿no?

No entiende como lo hace Silvana para que su voz suene todavía más cerca. Es como si estuviese hablando desde dentro de su cerebro. 

Quizás sea algo que haya aprendido haciendo teatro. 

O brujería. 

Lo único que le queda claro es que tiene que proteger a Sopa, sacarla de esa casa. 

Puede que incluso salir ella, ya que se pone a la tarea. 

Pero no puede moverse. 

Ni levantarse. 

Ni respirar. 

No puede, tan siquiera gritar. 

__________________

Cuando abre los ojos sobresaltada se encuentra la mirada de Luis clavada en ella. 

Tiene la boca seca y su corazón va a mil por hora. Nota la sangre galopando por sus sienes y le cuesta respirar, pero está bastante segura de que no ha gritado. 

Cree que acaba de tener una pesadilla en la que Silvana la amenazaba pero ha abierto los ojos y se ha encontrado con los ojos de Luis Cepeda clavados en ella. 

Esa es, normalmente, la parte que pertenece al mundo de los sueños. 

Fuerza a su trabajo a trabajar más deprisa para intentar comprender la situación. 

Desde una cama a un par de metros de ella, Luis la observa medio incorporado sobre la almohada. Medio cubierto por la sabana.

Pero ni media sonrisa. Está completamente serio.

A Aitana le viene a la memoria una palabra. 

Mañana. 

Fue lo último que le dijo la noche anterior. 

No como promesa, sino casi como una amenaza. 

Tampoco fue un sueño, todo lo que recuerda de golpe. 

Debía haber supuesto que Luis sabría que había algo extraño en su huída a medianoche. 

Después de todo, siempre ha sido capaz de leerla con insultante facilidad. 

Durante unos segundos interminables se miran. Finalmente Aitana desvía la mirada y se remueve incómoda, cayendo en la cuenta de que no son los únicos ocupantes del cuarto. 

Barbara, de las largas piernas, ocupa una tercera cama de la habitación. 

Carraspea intentando despertarla para que sea ella quien reciba la mirada inquisidora de Luis. 

Pero la auxiliar de vuelos que, ironía de ironías, ocupa la cama entre amos, se limita a darse la vuelta y murmura algo entre sueños. 

Luis esboza por fin una sonrisa que apenas existe y Aitana es consciente de que sabe que solo intenta retrasar el momento. 

Le dijo que le contaría la verdad sobre su huida. 

Pero piensa en la pesadilla que acaba de tener y en la secuencia de eventos que la han llevado hasta este momento. 

Piensa en el rostro normalmente impasible de Silvana, contraído en una fea y agria mueca al soltar su amenaza tan solo dos días antes. 

"Lo perderás todo. Te juro que no volverás a verla".

Traga saliva preguntándose cual será la reacción de Luis si le cuenta todo. 

Aitana sus movimientos mientras se despereza y se estira. Como si ambos fueran cada lado de un espejo de feria, por cada músculo que Luis estira, uno de los de ella se contrae con la tensión. 

No sabe cuanto tiempo más podrá detener su interrogatorio y no quiere imaginar su mirada cuando sepa la verdad. 

A pesar de su angustia, su estomago se contrae y ruge, recordándole que la noche anterior no comió nada más que dos tabletas de chocolate del minibar antes de caer desfallecida. 

Ante el sonido, la sonrisa de Luis se ensancha y casi alcanza sus ojos. Sin dejar de mirara a Aitana, se inclina sobre Bárbara y le toca un hombro para despertarla. 

El foco de la atención de Aitana se desplaza por unos instantes a los largos dedos de Luis rozando la piel desduda del hombro de otra mujer. 

No es una caricia, pero aún así el gesto la incomoda sin que pueda evitarlo. 

La molesta sensación no mejora cuando la otra mujer se incorpora y se estira mostrándoles a ambos su cuerpo apenas cubierto de ropa con considerable confianza en si misma. 

Esa es, precisamente, una cualidad de la que Aitana nunca ha estado especialmente sobrada. 

Observa a Bárbara, fascinada por la forma nada casual en que estira el cuello al bostezar o como consigue que con un movimiento sutil de su hombro el tirante de su camiseta resbale por la piel morena. 

Aitana no sabe si ella es consciente siquiera de lo que hace. 

Para algunos animales los rituales de apareamiento son instintivos. 

De lo que no tiene la menor duda es de que ese espectáculo, natural u orquestado, no tiene nada que ver con ella. 

________________

- ¿Muerto?

El hombre detrás del escritorio asiente solemne y repite la palabra en inglés y en castellano para asegurarse de que le ha entendido.

- Dead, Muerto, sí

Luis inspira y retiene el aire durante unos cinco segundos.

Después de desayunar se ha adelantado hasta el consulado mientras Bárbara y Aitana buscan una tienda de ropa en la que aprovisionarse de lo básico. 

Su plan es solucionar el problema de la documentación de Aitana lo antes posible y reservar el primer avión que les permita volver a casa. 

Al menos a lo que esa palabra signifique para cada uno de ellos. 

Bárbara recibió una llamada en el desayuno. Su compañía le informó de que tenía cuarenta y ocho horas para presentarse en su ciudad base, Madrid. 

Aitana, que no había abierto la boca más que para devorar el desayuno, se limitó a torcer el gesto al oir mencionar un avión. 

Y Luis, que a estas mismas horas, contaba con estar haciendo la digestión de un cocido fuera de temporada con su hermana y su cuñado, solamente quiere meterse en su piso y gritar contra una almohada durante diez horas seguidas. 

No acaba de entender este juego absurdo del destino que pone a Aitana una y otra vez en su camino y no le permite dejarla atrás de una vez por todas. 

Quizás sea el karma. Puede que en alguna vida anterior se dedicase a arrancar la piel a tiras a gatitos muy monos, a escupir a ancianas o a robar el dinero del cepillo de la iglesia. 

No es que en esta vida sea un santo, pero cree que no merece tanto sufrimiento. 

Pero en otra vida debió ser un cabrón de mucho cuidado. 

No hay otra explicación posible para que en ese mismo momento, un hombre diminuto de aspecto severo y gafas de pasta, le informe desde detrás de un escritorio de que il signore Pisanello, cónsul honorífico de España en Livorno está, trágica y prematuramente muerto. 

Luis traga saliva y dirige una mirada furtiva al enorme crucifijo de madera que hay detrás del escritorio antes de empezar a soltar blasfemias. 

El funcionario del consultado malinterpreta el gesto angustiado del joven y le explica apresuradamente que no se ha tratado de covid. 

El cónsul encontro la muerte, le explica, dos meses atrás en las serenas aguas de la costa amalfitana, que no lo fueron tanto cuando una moto acuática impactó contra su cabeza mientras hacía submarinismo. 

Una desgracia. 

Pero además en la actual coyuntura, no ha sido posible sustituirle y no hay manera de que puedan arreglar el problema de Aitana en Livorno. 

- Morto- resume finalmente. 

Está muerto el cónsul y lo está también, aparentemente, cualquier posibilida de Luis de librarse de una vez por todas de esta absurda situación. 

Mientras el funcionario busca información de las oficinas consulares más cercanas, por la puerta abierta del consulado aparecen Bárbara y Aitana y las pone al día de la situación rápidamente. 

Si Aitana está frustrada o impaciente por recuperar su documentación lo disimula admirablemente. 

-Eh, ma con el virus no puedo asegurarle que estén operativas- el funcionario tuerce el gesto- magari a Firenze o Milano. 

Luis espera expectante una respuesta más concreta. Solo cuando pone las manos en el escritorio de madera maciza y se inclina hacia adelante, el otro hombre parece entender el mensaje de que espera que le resuelva esa duda antes de que le dejen seguir leyendo Il Corriere de la Sera en paz. 

Sin molestarse siquiera en disimular los ojos en blanco, levanta el teléfono, marca un número e intercambia una rápida perorarta con la persona al otro lado de la línea. 

- Firenze está más cerca, un poco más de una hora en tren. Mi compañera puede esperarles si llegan antes de las cinco. Si me deja su documentación se la puedo ir adelantando y puede ir preparando la de su mujer. 

Es dificil saber cual de los dos, si Aitana o Luis, protesta más rápido o con más volumen ante la percepción equivocada del hombre. 

Solo Bárbara disimula una risa en medio de una tos y se aguanta las ganas de hacer una broma al respecto. 

_______________________

El taxi les deja en la puerta de la estación con el tiempo justo para subirse a un tren que Bárbara ha reservado durante el trayecto desde el consulado.

Buscan en silencio sus asientos asignados y se sientan, Barbara y Aitana juntas, Luis enfrente. 

No dicen ni una palabra mientras las afueras de Livorno, grises y feas como todas las periferias de las ciudades, pasan por la ventana cada vez más deprisa.  

Poco a poco el paisaje se vuelve más verde, casi amarillo, con enormes extensiónes de campos en las que se acumulan enormes balas de heno. 

Como si el cambio de escenario hubiera tenido un efecto sedante en ella, Aitana habla por primera vez. 

- No sé si os he dado las gracias por todo esto- carraspea- a los dos. 

Luis aparta la mirada de la ventana y asiente, incómod, antes de volver a dirigir su atención al paisaje. 

Por la forma en que le mira triste, está claro que Aitana espera algo más. Bárbara siente lástima y sonrie. 

- No te preocupes, hay cosas peores que un viaje por la Toscana ¿no?- le guiña un ojo para quitarle algo de gravedad al asunto. 

Desde luego, este extraño peregrinar no era la forma en la que había pensado pasar esos días, pero tampoco es tan horrible. 

Al menos este año tendrá una buena historia para contar en la cena de navidad con su familia. 

Aitana le devuelve la sonrisa aliviada pero insiste en mirar a su otro compañero de viaje. 

Está claro que Luis no piensa ponérselo tan fácil como Bárbara y se empeña en mirar por la ventana con gesto severo. 

Sabe que se ha limitado a contestar con evasivas a sus preguntas y no ha cumplido la promesa de la noche anterior. 

- Luis- en sus labios la palabra es casi una súplica pero no obtiene respuesta más que un meneo de cabeza. 

Está claro que la tregua que decretaron ayer por la noche se considera suspendida y es ella quien ha violado los términos del acuerdo al no contarle lo que quiere saber. 

Tampoco es que les hayan sobrado las ocasiones para hablar con calma, pero las murallas están de nuevo en alto y parecen más dificiles de superar que nunca. 

Baja la cabeza desanimada y se aguanta las ganas de llorar. 

- Cuando estaba haciendo la carrera mis amigos y yo nos recorrimos el norte de Europa en tren- Barbara decide echarle un cable para cortar la tensión- pero siempre pensé que me hubiera gustado hacerlo por Italia. 

Aitana reconoce la frase como lo que es, un chaleco salvavidas y se aferra a él con desesperación. 

- ¡Que guay!- mientras intenta tragarse las lágrimas su voz suena forzada pero no soporta el silencio- yo nunca lo hice, lo del tren, me hubiera gustado hacerlo con mis amigos, pero no tuve ocasión. 

En el reflejo de la ventana, el gesto de Luis se endurece aún más.  No puede evitar preguntarse si estará pensando en los pocos viajes que pudieron hacer mientras estaban juntos. 

O, quizás, en los que se prometieron el uno al otro durante su breve tiempo juntos y nunca llegaron a realizar. 

- Pero tú ya viajas mucho- Barbara insiste su intento- por tu trabajo. 

El sonido que emite Luis a medio camino entre una risa y un bufido, no les pasa desapercibido a ninguna de las dos que intercambian una mirada. 

Aitana piensa en dejarlo pasar. Quizás discutir con él no sea lo mejor en sus actuales circunstancias. 

Pero cuando está a punto de contestarle a Bárbara para intentar mantener viva la conversación, escucha a Luis rezongar algo por lo bajo y se le escapa una réplica sin poder evitarlo. 

- ¿Hay algo que quieras decirme Luis? 

Barbara se recuesta en su asiento incómoda. 

Al parecer los dos imanes está de vuelta en la fase de repulsión y prefiere no estar en el fuego cruzado, pero Aitana ocupa el asiento del pasillo y es difícil escapar. 

Luis aparta por fin la mirada de la ventana y Aitana se encoge y se arrepiente de haber hablado. 

Conoce a la perfección esa mueca dura, la que juzga y no deja pasar ni un solo fallo en nadie.  

La que hace tan difícil estar a su lado a pesar de lo doloroso que es estar sin él.

- ¿Trabajo Aitana?- su sonrisa es fría y su tono amargo- ¿así lo llamamos ahora?

Aitana siente que le empiezan a arder las mejilas con la humillación pero se niega a ceder y no quiere bajar la mirada. 

Ni siquiera se da cuenta de que está hablando hasta que ve la sorpresa en los ojos de Luis y el triunfo por pillarle desprevenido se aloja en su pecho como una pequeña llama vibrante.  

- ¿Sabes Bárbara?, tienes mucha suerte de haberte encontrado con Luis- traga saliva incómoda- él nunca se equivoca. 

Toma aire antes de seguir hablando, recarga el fusil y dispara de nuevo. 

- Excepto conmigo claro- imita su sonrisa torcida y le desafía- pero, claro,  incluso la gente perfecta tiene derecho a equivocarse de vez en cuando. 

Solo hay una mínima, infinitesimal parte de si misma que espera que la contradiga cuando habla. 

La parte racional, la que conoce su carácter duro, sabe que confirmará sus peores temores si lo hace. 

Pero antes de que ninguno de los dos tenga tiempo de atacar, Bárbara se levanta golpeándose la parte superior del muslo en la mesa que hay entre ellos. 

- ¡Perdón!- murmura antes de salir en dirección al pasillo.

El ambiente está demasiado cargado para que pueda hacer nada al respecto y prefiere no verse mezclada en el fuego cruzado. 

El ruido del traqueteo es más intenso en el pasillo entre los dos vagones pero Bárbara casi lo agradece. 

La puerta del baño indica que está ocupado, pero puede intentar una escapada al vagón restaurante, aunque apenas queda media hora para que lleguen a Florencia. El problema es que no recuerda si tiene que volver a pasar por el campo de batalla para llegar. 

Decide que puede probar en la otra dirección y en caso de equivocarse al menos ganará algo de tiempo. 

Quizás encuentre alguna puerta abierta por la que tirarse a las vías. Probablemente fuese menos peligroso que intentar mediar entre Luis y Aitana. 

Pero antes de entrar en el siguiente vagón mira por la ventanilla y algo llama su atención. 

Solo se acuerda porque ella misma ayudó a Aitana a poner la mochila al compartimento cuando se subió al avión. Negra con un dibujo de una rosa roja. 

Pensando rápido, Bárbara se esconde para que no puedan verla desde el interior del vagón y se inclina hacia el cristal con cuidado. 

Junta a la mochila, sentado tranquilamente y enfrascado en su teléfono, está el hombre al que persiguieron la noche anterior por las calles de Livorno. 



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