En Mis Sueños

By CNemiD

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2ª Parte de: «Entre Luces y Tinieblas» Sinopsis: No tengo recuerdos, no tengo pasado, ojalá supiera adónde pe... More

Nota Aclaratoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49

Capítulo 36

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By CNemiD

Ana se fija en todas las morgen que hay en el lago cuando llega al reino de su padre, observa cómo ellas no apartan sus miradas de las figuras de los dioses Balor y Mack.

"Están disfrutando de las vistas", se dice mentalmente, al verlas tan concentradas en ellos.

Llevan sus imponentes espadas en las manos, se puede escuchar perfectamente cómo los toques de éstas cada vez que chocan entre si, hacen que suene ese característico ruido por el duro y frío metal.

Mack deja de entrenar cuando su padre y él notan la imponente presencia de Ana, se miran entre ellos, esta no tiene muy buen aspecto por lo que pueden apreciar. 

—¿Qué haces aquí?— pregunta Mack, pasándose una de sus manos por la frente, quitándose así parte del sudor por el duro entrenamiento. —¿Ha pasado algo? —insiste con gran preocupación, al observar la cara desencajada que trae. En sus ojos se vislumbra algo de miedo, pero también hay un pequeño atisbo de resplandor, de esperanza.

Ana saluda con su mano a todas esas bellas mujeres, no puede apartar la vista de ellas, realmente son hermosas, magníficas. Los destellos de luz que desprenden, la hacen pensar en pequeños diamantes cuando aprecia sus vestidos cada vez que sacan partes de sus cuerpos del agua.

Los pensamientos de su madre y de su hermana llegan a su mente, haciendo que su corazón se le oprima por el dolor de la pérdida de estas. No había vuelto después de la muerte de Ainé, después de que ellas se la llevasen a lo más profundo del océano. No quería volver a pisar este reino y tener que recordar esa gran desgracia para todos, pero sobre todo, para su querido padre.

Mack y Balor siguen esperando a que ella deje de contemplarlas, él ya se ha acostumbrado a verlas todos los días. Su padre y Elatha pertenecen a este reino hace milenios, conocen a todas las criaturas que habitan en este mundo. Pero a ella aún le cuesta adaptarse a todos esos seres fantásticos y extraordinarios, a su nueva vida de diosa.

—Necesito ver a mi padre— dice con lágrimas en su rostro, mientras contempla por primera vez la luz que desprende el violeta de los ojos de Mack. No se había fijado en ellos, pero ahora que tiene el poder de su madre recorriendo parte de sus entrañas, hace que vea todas las cosas de otra manera, una que nunca imaginó que fuese capaz de poseer.

—Tengo que hablar urgentemente con él —habla más para si misma que para ellos. El estar en el reino de su padre, hace que el aire que respire, se llene de ansiedad sin apenas poder controlarlo.

Éste, al verla tan abatida y cansada, la estrecha cariñosamente entre sus musculosos brazos. Entiende mejor que nadie por todo lo que está viviendo, conoce el dolor que trae con ella porque vive dentro de él. No es fácil ver a Sorcha y no querer decirle lo que cada uno de ellos piensan y sienten.

Balor está parado al lado de su hijo, puede sentir la angustia de ella, sabe que algo ha pasado porque puede apreciar cada sensación que la invade. Es una mezcla de desesperación y pánico. Éste observa la escena con absoluto silencio, mientras los dos se funden en uno con ese emotivo abrazo, observa como sus poderes también hacen lo mismo. Eso lo perturba de una manera inquietante, reconoce que Ana no es capaz de controlar el poder que ruge desde las profundidades de su ser. A pesar de palpar el amor y el respeto que se tienen, sabe que ella no está preparada para una inminente guerra.

La visita de ésta no le da una buena sensación de paz, hace todo lo contrario en él. Y es porque el ambiente se enrarece nada más pisar la oscuridad, lo nota al estar más cerca de ella. Sorcha está otra vez en problemas, o lo qué es peor, en peligro. Ella se aparta de éste, y se funde en otro abrazo fuerte con Bryden.

A la mente de Ana llegan imágenes de cuando los conoció aquella noche cuando llegaron a Londres, le es imposible no hacerlo. No puede dejar de pensar en cómo ha cambiado todo desde que llegaron.

—¿Estás bien? —le habla con suavidad, al sentir como solloza también entre sus brazos. Los dos se miran a los ojos, Mack no entiende nada al igual que su padre. La dejó en el local con Alma, parecía estar bien cuando éste se marchó.

—Me ha tocado, ha sido sin querer, lo juro— balbucea, sin poder creerlo. —He despertado algo en ella... No estoy realmente segura, pero nuestros pensamientos fueron los mismos, pude meterme en su mente al igual que ella en la mía. Necesito contarle a mi padre lo que ha pasado con mi hermana —admite, sin apartarse del calor y del aroma de Bryden. Ese olor la lleva lejos, hacia sus queridos y viejos recuerdos, hacia su amado guerrero Declan. 

—Tranquila— habla éste, mientras acaricia su sedosa melena, —se pondrá contento cuando te vea. Le dice el dios Balor, para que se tranquilice un poco, está temblando por el miedo y por todas las sensaciones que están recorriendo su mente.

Elatha desde su castillo, ha podido sentir la presencia de su hermosa hija nada más pisar su mugriento reino, su corazón palpita por toda la emoción que lo embarga en estos momentos. No lo ha pasado nada bien al perder a su querida y amada Ainé. Se ha vuelto a quedar solo, sin el amor y el calor de ésta. Ya nada volverá a ser lo mismo sin su encantadora presencia, y por eso la culpabilidad lo mata lentamente. Dagda conocía perfectamente la sentencia de muerte a la que ella se condenó. Se maldice una y mil veces al no poder hacer nada para salvarla cómo prometió en su día.

"Ella tenía tanta razón, un ser de luz jamás podría vivir en la oscuridad", se repite cada noche cuando se va a la cama, sin poder dormir desde que ella falleció. Sus hijas no podrían hacerlo jamás, también las condenaría a una muerte como bien le advirtió Ainé.

La rabia y la ira cada día lo consume más, no necesita otro recordatorio de que puede acabar con las vidas de lo único que le queda. De lo único qué ellos hicieron bien, de ese gran amor que se tenían a pesar de ser de dos mundos tan diferentes.

Decidido por todo ese remolino de pensamientos desde lo ocurrido, se limpia las lágrimas que caen sin cesar por su hermoso rostro, y se dirige a toda prisa hacia dónde se encuentran todos. No quiere que su hija pase más tiempo del previsto en su reino, no podría soportar esa muerte sobre sus hombros. Cuando sale, puede verla entre los brazos de su hermano, el pulso se le acelera al sentir todo el amor llenar el aire de su oscuro y frío mundo. Parece que hayan pasado miles de años cuando conoció a su único y verdadero amor. La mujer que le dio sentido a su vida, a su corazón y a dos hijas igual de hermosas que ella.

Ésta se aparta de Balor al sentir la grandiosa presencia de su padre, se gira y se miran fijamente a los ojos. Elatha puede ver las lágrimas en su delicado rostro de porcelana, su corazón se contrae de dolor al ver el gran parecido que tiene Ana con su madre. Tiene que hacer un gran esfuerzo para no derrumbarse pesando en Ainé y en lo perdido que se siente.

Ella camina lentamente, con suaves pisadas va acercándose hacia dónde se encuentra, sin apartar la mirada en ningún momento de la de él. Puede notar y sentir todo ese dolor por la pérdida de su madre, conoce perfectamente los pensamientos de su padre. Él ha dejado que ella entre en su mente y en su destrozado corazón. No tienen que decirse nada para saber lo que están pensando ahora mismo. Cuando llega hasta él, ella se abraza muy fuerte, y éste hace lo mismo al tenerla entre sus brazos.

—Te he echado de menos, pequeña —manifiesta, al oler esa dulce fragancia en ella. Ana no puede articular palabra, ni siquiera está segura de que pueda decir una sola frase, al sentir todo ese vacío que hay en él. Se quedan así por varios minutos, mientras Mack y su padre observan toda la escena, en el aire se puede respirar el amor que se tienen.

—Tranquila... estarás bien, te lo prometo —le comunica, mientras lee cada uno de sus pensamientos. Puede palpar a través de su mente lo que ha pasado, todo el sufrimiento y el dolor que la atormenta. Ha visto perfectamente lo que ha pasado con Sorcha, la conexión entre ellas al tocarse. Ainé dejó su mejor poder a sus hijas, el sentir y crear la armonía entre ellas, a pesar del castigo que éste le dio a Sorcha.

—No sé lo que ha pasado... pero creo que ella pudo entrar en mi mente al igual que yo en la de ella —lo mira con remordimiento al verlo tan mal. Ana se siente verdaderamente culpable por todo lo que ha pasado con la muerte de su madre, con el castigo de su hermana. Por su culpa han pagado un precio demasiado alto, el ver a su padre tan decaído y devastado, la hace sentirse peor de lo que ya está.

—Lo sé, hija, no te preocupes por eso, tu madre hizo un buen trabajo al pasar parte de sus poderes a vosotras. No fuiste tú la que despertó eso en Sorcha, ha sido el poder de Ainé —contesta con una gran sonrisa al recordarla. Al saber que la diosa no iba a darse por vencida aunque la muerte viniera a buscarla.

Ana sigue mirándolo, puede ver el hermoso rostro de su padre y el enorme parecido con su hermana.

—Ainé... siempre me llevaba la contraria en todo, fue su última jugada, su última voluntad. Ella no iba a rendirse aunque fuese en sus peores momentos —le dice, cogiendo su hermoso rostro entre sus manos, para que nunca olvide a su querida madre. Ella sonríe al ver el brillo en los ojos de su padre, Sorcha salió igual de terca que su madre.

—Se acerca el momento, Ana, debemos de estar preparados, tendrás que ir al reino de Oberón y elegir estar con ellos por el bien de tu hermana y el tuyo —le advierte, delante de Mack y su hermano, sabiendo el dolor que eso le causa, y al sentir como su corazón se parte en miles de pedazos de tan solo imaginarlo.

Éstos escuchan al dios Elatha sin decir ni una sola palabra, no se interpondrán sobre la opinión de éste, conociendo el destino que le tocó vivir a Ainé. A Mack no le gusta la idea, y para su desgracia, conoce a la perfección el criterio que tiene Ana sobre eso. Nadie ha podido hacerla cambiar de opinión, ni siquiera su madre lo intentó.

Ella no puede creer lo que su padre le está pidiendo, frunce su ceño al escuchar esas palabras salir de su boca. Creía que su padre ya estaba de acuerdo en lo que habían hablado, en lo que ella había decidido.

—¡No, jamás me uniré a ellos y lo sabes! —se aparta rápidamente de su lado, lo mira extrañada y camina de un lado a otro llena de nervios. —¿Cómo puedes pedirme eso, sabiendo todo lo que han hecho? ¡Han matado a Declan, condenado a mi madre y castigado a Sorcha! ¡Mírate, padre! ¿Dónde has terminado viviendo en contra de tú maldita voluntad? —grita, llevando sus manos hacia su cabeza de tan solo recordarlo. La furia vuelve a entrar en ella cuando recuerda cada momento vivido por su maldita culpa.

Los tres se lanzan miradas, se hacen señales con sus ojos al verla perder parte de su cordura.

—Ana, tienes que hacerlo por el bien de ustedes y de todos nosotros —su padre intenta que ésta entre en razón, le han llegado noticias de que el dios Dagda la reclamará en unos días, pero no se lo dice al verla perder el control. —Ha llegado el momento, hija mía... Si no puedes con el enemigo, únete a él. ¿Lo entiendes ahora? —pregunta, haciendo que ésta recapacite en esas palabras.

—¿Quieres qué mate a Lugh en el reino de Oberón?, porque tuve un altercado con él y no hace mucho de eso. Sus hombres me rodearon, sacaron sus malditas espadas para matarme allí mismo. Gracias a Wings sigo viva... porque mi odio hacia ellos me cegó y no pude concentrarme como Hands me había enseñado.

Todos se quedan pensativos al escuchar a Ana decir esas palabras.

—No voy a volver al reino de Oberón, mataré a tu nieto si vuelvo a cruzarme con él —advierte con su fría mirada hacia la del dios Balor. —¡Es un maldito cretino!, siempre está acechando cada paso que damos con sus guerreros. ¡Ni hablar, no voy a acercarme a ellos, ya me lo advirtió Wings!

Elatha dirige la mirada hacia la de su hermano, los dos recuerdan lo que Lugh hizo a Balor la última vez que se enfrentaron y perdieron su tierra. Lo traicionó y clavó su lanza sin pensarlo dos veces en el cuerpo de éste, creyendo que así terminaría con su vida. Pero algo falló y no lo hirió de muerte, es un tema del que muchas veces han hablado ellos. Lugh no suele fracasar cuando quiere a alguien muerto, y en ese caso, tanto Elatha como su hermano lo saben. Si el general quisiera a Ana muerta, lo habría hecho hace tiempo.

—Yo te entrenaré hija... pero no seré tan benevolente como Hands lo ha sido contigo —contesta, al entender el peligro que acecha a Ana aunque esté en su reino. "No voy a condenarte, haré todo lo posible para que salgas lo antes posible de éste maldito reino", se dice para si mismo, abriendo solo sus pensamientos a su hermano.

Ella abre los ojos como platos al escuchar a su padre decir que él la entrenará.

—¿Entrenarme?— pregunta sin poder creer lo que le ha dicho éste, —ya estoy preparada para ellos, Hands se ha encargado de hacerlo. Me quedaré aquí por un tiempo—. Responde, cómo si todo el trabajo y las horas que han dedicado no haya costado su gran esfuerzo.

Mack sonríe al ver la postura de ésta, —Ana, no ponemos en duda el esfuerzo que Hands ha hecho contigo y tú con los entrenamientos, pero creo que tu padre habla del poder que llevas dentro, y que aún no puedes controlar por llevar su sangre en ti—.

Ella mira hacia el oscuro y terrorífico cielo, todos miran en la misma dirección. Observan como los rayos hacen acto de presencia cada vez que ella habla, eso no es una buena señal para Ana.

—Hija, no estás controlando a tu poder, hay rabia en ti, todos los seres que hay en mi reino lo pueden apreciar al igual que nosotros —admite con una sonrisa en sus labios al ver la cara de desconcierto en ella.

Esta se da cuenta del error tan grande que acaba de cometer sin ser consciente, se ha dejado llevar otra vez por sus malditas emociones. Jamás podrá controlar a su poder, ya que solo hay dolor dentro de su alma.

—¿Cómo puedo hacerlo?, ya no hay nada dentro de mi, la ira y la impotencia pueden más que yo —comunica, llevando sus manos hacia su cabeza al sentir ese remolino de sentimientos.

Su padre la envuelve entre sus brazos, calmando así cada mala sensación que siente su hija. Hace lo que muchas veces Ainé hizo con él, le da parte de la luz que ella le cedió. Esa que fue guardando en su interior cada vez que su mujer lo veía igual de perdido que Ana. Entiende que su hija lleva parte del poder de su madre, pero cada vez que pisa su reino, ésta la va perdiendo. No es un buen augurio para él, ya que el tiempo en el reino de los muertos pasa más rápido que en otros mundos, y por eso Ainé no pudo soportarlo.

—Ven conmigo, empezaremos por lo más básico—, éste saca una espada de la nada y la coge por la empuñadura.

Ana frunce su ceño, no entiende nada. Mack y su padre se sientan sobre unas enormes piedras, para observar lo que Elatha quiere enseñar a su hija.

—¿Vamos a pelear con espadas? —pregunta, poniendo sus manos sobre su cintura e intentando saber el por qué. Su padre le vuelve a sonreír, sigue pareciéndose en eso a su madre. Y es que cada vez que frunce el ceño, éste recuerda cada momento vivido con la reina de las hadas.

—¿Acaso tienes miedo a una simple espada, hija? —dice, bastante divertido al ver la cara de ésta. Ella dirige su mirada hacia dónde se encuentran Mack y Bryden, éstos levantan sus hombros cómo si fuese algo normal para ellos.

—Esta bien, necesito una espada —expresa con un largo suspiro y dirigiéndose hacia dónde está Mack para que le preste la suya.

—¡No, hija!— grita Elatha, perdiendo un poco su paciencia —haz lo mismo que yo, saca de la nada una espada. Ella vuelve su mirada hacia su padre sin entender nada.

—¿Cómo voy a sacar una espada?, ¿ves que llevo alguna en mis vaqueros? —responde enfurecida al escuchar las risas de Mack y de su tío.

Dirige su envenenada mirada hacia los ojos de ellos para que paren, pero no lo consigue. Lleva sus manos hacia su larga melena y se hace una coleta, respira hondo e intenta relajarse. Sigue llena de ira al seguir escuchando las carcajadas, y al notar cómo éstos se divierten a su costa.

Su padre continúa con la mirada fija y afilada sobre la de ella, está serio. —¡Saca la espada, Ana, no tenemos todo el día!—, vuelve a repetir sin ningún tipo de atisbo de alegría en su voz.

Ana se concentra por un momento, y es cuando deja de escuchar las carcajadas de Mack y de Bryden. Eso la ha enfurecido mucho, ya que no entiende el motivo de sus risas y tampoco del chiste. Ésta cierra los ojos al igual que sus puños, para poder buscar en lo más profundo de su mente a esa espada que con tanto ahínco le ordena su padre. Lo desea con todas sus fuerzas, busca dentro de su corazón y de su mente, hasta que nota el frío acero sobre su pequeña mano.

Todos observan la gran espada que Ana empuña con su mano derecha. Un hermoso acero de color azul metalizado aparece de la nada. Tiene el mismo color de sus ojos, brilla e ilumina todo el espacio que los rodea. 

Esta mira extasiada y con un absoluto asombro en sus ojos, cómo esa reluciente espada apenas pesa. La levanta y empieza a dar giros con su muñeca para admirarla mejor, no puede dar crédito a lo que sus ojos están viendo. Es grandiosa y resplandece como si de una estrella se tratase.

Su padre no espera a que continúe admirando a su reluciente espada, así que se lanza sobre ella sin previo aviso. Ana al verlo, levanta la espada con fuerza y éstas chocan entre si, haciendo que el duro metal suelte chispas al tocarse entre ellas.

Elatha no le da tregua a su hija, ésta es rápida y puede ver cada movimiento que éste hace. Eso lo sorprende y lo enorgullece, Hands ha hecho un buen trabajo con ella. Pero ya se lo ha advertido, no será tan comprensivo por el bien de ella. Así que sin pensarlo dos veces, desaparece delante de los ojos de ésta, y se pone detrás del cuerpo de su hija. Le da un fuerte golpe en la espalda y hace que Ana caiga al suelo de rodillas. Esta da un grito de dolor al sentir el duro impacto, jamás había sentido nada parecido. Mack y Bryden miran impotente toda la escena, no les gusta que Elatha llegue tan lejos con su hija.

—¿Sigues pensando qué estás preparada para vivir en mi mundo, hija mía? —pregunta, con sus ojos negros como su endiablado reino.

—¿Pero qué te pasa?, ¡vas a partirme un maldito diente! —grita, al ver la furia en los ojos de su padre.

Elatha se pone a la altura de su hija para mirarla mejor a los ojos —¡levanta!—, grita cerca de la cara de ella sin ningún tipo de escrúpulo. —¡Tus enemigos no te partirán tus hermosos dientes, te matarán si decides quedarte aquí! —la amenaza, sabiendo por todo lo que le tocó vivir a su mujer.

Ana se queda desconcertada al ver toda la ira en los ojos de él, jamás había visto esa parte oscura de su padre. Ella dirige la mirada hacia Bryden y Mack, puede ver perfectamente las caras de estos, están igual de desconcertados.

—¡Estoy esperando, Ana! —vuelve a advertirla, pero ahora con su aura llena de maldad.

Ésta se levanta como un rayo y sin pensarlo dos veces, le da un fuerte golpe en la cabeza. Pero para su desgracia, no le hace el efecto que ella creía que le haría. Los dos son rápidos, los toques de las espadas y de las respiraciones, son lo único que se escuchan en el reino de la muerte. Mack y Bryden se empiezan a poner realmente nerviosos por Ana, conocen a Elatha cuando éste entrena con ellos.

—¿Eso es todo lo que sabes hacer, hija mía? —vuelve a preguntarle lleno de ironía.

Ana no deja de luchar, cae al suelo una y otra vez, pero vuelve a levantarse a pesar del daño que recorre todo su cuerpo. Realmente está magullada por todos lados, su padre no deja de darle golpes sin ningún tipo de piedad. Las fuerzan la van abandonando poco a poco, sabe que no será capaz de darle un solo toque más. Elatha es rápido y no para, cada impacto que da a su hija, es una grieta más que crea a su corazón. A Ana apenas le quedan fuerzas para levantarse del suelo, la sangre brota sin parar de uno de sus labios.

—¡Basta!— grita Bryden enfurecido, al ver las heridas de ella y la ira en los ojos de su hermano. Se interpone entre ellos, lanzando miradas envenenadas hacia el dios de la muerte y empujándolo lejos de su hija.

Éste, al sentir el gran golpe y al escuchar la orden de su hermano, se cae al suelo de rodillas con lágrimas en sus ojos. Ana se desploma en el suelo, está  inconsciente, Mack es rápido y la recoge poniéndola entre sus brazos para que no vuelva a darse más. Su cuerpo está muy magullado, sigue saliendo la sangre de su labio, y tiene un pómulo bastante dañado.

—¡Estás loco! ¿Acaso quieres acabar con la vida de tú propia hija? —lo amenaza Mack, al ver todo el daño que ha causado en el cuerpo de ésta.

Elatha no es capaz de levantar la mirada, no puede ver lo que acaba de hacerle a su preciosa hija. Bryden se pasea de un lado a otro lleno de nervios y con sus manos sobre su cabeza. Jamás había visto a su hermano perder el control de esa manera.

—Llévala al castillo de Hands —le ordena Elatha, sabiendo todo el daño que le ha causado.

—¿Por qué lo has hecho? ¡Maldito seas, hermano! —grita Bryden, mientras lo coge por el cuello y lo levanta sin ningún tipo de problema. —¡Es tú hija, joder! ¿Acaso estás perdiendo la maldita cabeza? —pregunta, sin apartar la fría mirada de la de él y escupiendo esas palabras llenas de odio. Elatha lo mira con los ojos rojos y llenos de lágrimas, la impotencia recorre ahora su cuerpo y a su corazón.

—Tenía que hacerlo, no puede vivir aquí, morirá por mi culpa, mira lo que ha pasado con su madre —responde sin creer aún lo que acaba de pasar. 

Bryden lo suelta del cuello y se aleja de éste.

—¿Y ésta era la mejor manera qué tenías para hacerlo?, ¿dime, era la mejor forma, hermano? —grita, mirándolo a los ojos lleno de rabia al ver el estado en que ha dejado a su hija.

—¡No, no lo era! ¡Pero no tenía otra opción, tengo que hacer que ella me odie para que olvide a éste maldito mundo! ¡Jamás condenaré a mis hijas a vivir aquí! —llora desconsoladamente, mientras su hermano sigue observándolo.

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