Noche de tormenta (completa)

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Ela soñó que un extraño de ojos verdes asesinaba a su hermana gemela y, al despertar, descubrió que no había... עוד

Advertencias + Mapa de la ciudad
Prólogo: La cabaña en el bosque
Capítulo I: El asesinato
Capítulo II: La nueva vida sin Ada
Capítulo IV: La ropa de la cabaña
Capítulo V: Los archivos del pueblo
Capítulo VI: No paso solo en Lontford
Capítulo VII: El patrón de las muertes
Capítulo VIII: Precauciones absurdas
Capítulo IX: ¿Noche de miedo?
Capítulo X: Más cerca
Capítulo XI: Desaparecido
Capítulo XII: Conversaciones clandestinas
Capítulo XIII: El estudio de Norman
Capítulo XIV: La verdad de los demonios
Capítulo XV: Diario olvidado
Capítulo XVI: Cómo vencerlo
Capítulo XVII: La verdad sobre Caleb
Capítulo XVIII: Confrontaciones
Capítulo XIX: La historia de Ludo
Capítulo XX: La utilidad de los cuerpos
Capítulo XXI: La desaparición de Pandora
Capítulo XXII: Muertos
Capítulo XXIII: Plazo final
Epílogo: Las próximas en la lista
Extra
Extra 2: Dejarlo ir, dejarlos ir
Segundo libro
Extra 3: Familia

Capítulo III: Las fotografías en la cabaña

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Salimos del cuarto con más dudas que respuestas. Había intentado que las palabras de los profesores no se infiltraran en mi mente y había fallado de manera vergonzosa. No podía parar de repetir cada una de ellas en voz baja. Para mi suerte, Alex y Dora no me juzgaban por eso y, si lo hacían, lo disimulaban muy bien.

En el camino al patio, lugar donde se celebraban todos los actos, nos escondimos de varios profesores que vigilaban los pasillos. Sin embargo, todo nuestro esfuerzo fue en vano. Cuando llegamos a las puertas que daban con el lugar de la conmemoración, el director justo estaba saliendo. Y ninguno de los tres reaccionó a tiempo para esconderse.

—Jennings, Mayer y Suárez, a ustedes los estábamos buscando —dijo el hombre con rostro serio.

Me mordí el labio con fuerza, frustrada, y mis acompañantes se removieron en sus lugares, incómodos. Ninguno de los tres estaba acostumbrado a meterse en problemas, mucho menos a que el director fuera quien nos descubriera.

—Jennings, me gustaría que habláramos en mi despacho —anunció antes de comenzar a caminar.

Alex me dedicó una mirada de apoyo y Dora me dio un suave empujón para que avanzara. Suspiré y caminé unos pasos por detrás del director. El hombre no era conocido por su paciencia, aunque quería creer que no me regañaría dadas las circunstancias.

Llegamos a su oficina, abrió la puerta y me dejó pasar primero. El lugar contaba con pocos muebles, las paredes estaban pintadas de un gris aburrido y la decoración era pobre, deprimente. Me senté en el asiento que el hombre me indicó y esperé a que hablara. Él se acomodó su encanecido cabello castaño y sus ojos se posaron en mi rostro inexpresivo.

—Sé que su situación es difícil, su historia familiar es complicada...

Abrí mi boca para protestar, no obstante, el hombre se apresuró en seguir, sin darle importancia a mis gestos. Bufé.

—Sé que su madre murió cuando su hermana y usted eran tan solo unas bebés, que nunca conocieron a sus abuelos, mucho menos a su padre, ni al de sus primas, pero eso no significa que ustedes... perdón, que usted deba saltearse las normas de la escuela, tampoco debe incitar a otros alumnos a que lo hagan, Jennings.

»No quiero ser estricto con usted luego de lo sucedido, sin embargo, tampoco le voy a permitir que crea que tiene algún derecho especial que le permite saltearse las reglas...

A partir de ese punto, dejé de escucharlo. Ada siempre había tenido razón, el director era un idiota. Yo misma había visto como permitía que su hijo y sus amigos se saltearan las clases. Y ahora me venía a criticar por no querer asistir al patético acto que había organizado para no parecer un insensible ante los ojos del resto de los padres.

Él ni siquiera era capaz de disfrazar su tono de voz despectivo. No le importaba que Ada estuviera muerta. Lo único que quería al mandarme a la dirección era mostrarse como alguien firme, que no iba a permitir que la pobre niñita que había perdido a su hermana ahora también perdiera su camino.

—...espero que lo comprenda —terminó su discurso.

Contuve las ganas de poner los ojos en blanco y asentí con la vista baja. No era buena actriz y él se daría cuenta de que no le había prestado atención si lo miraba a los ojos. Nunca había sido capaz de ocultar la irritación que se filtraba en mi mirada.

—Puede retirarse.

Susurré un apenas audible «gracias» y salí del cuarto con paso apresurado. No me había dado cuenta, pero los últimos segundos que había estado allí, había retenido la respiración. Así que, al salir, mis pulmones me reclamaron por una enorme bocanada de aire que luego expulsé en forma de un enorme y ruidoso bufido.

—¿Qué fue lo que te dijo? —indagó Dora a la vez que se paraba de un salto de las sillas que se encontraban a un lado de la puerta.

Miré sobre mi hombro para comprobar que la puerta estuviera bien cerrada y luego dirigí la vista hacia la castaña frente a mí.

—Intentó darme un discurso al que no le presté mucha atención. Fue algo así como «voy a salvarte del camino equivocado y voy a quedar como un héroe ante todo el impresionable pueblo», aunque con otras palabras.

Dora se rio de mi pésimo intento de burla, Alex, en cambio, negó con la cabeza y se fijó en que nadie me hubiera escuchado.

—Estas vacaciones te hicieron mal, antes no eras tan... tan...

—Ni siquiera sabes qué decir, Alex. Y sí, en las vacaciones perdí gran parte de mi vergüenza, pero no es eso. Estoy cansada de todo... esto y también de callarme lo que opino de los patéticos intentos de todos por quedar bien. Además, no es como si se los dijera en la cara, solo lo suelto en frente de ustedes, necesito decirlo en voz alta —expliqué al mismo tiempo que rodaba los ojos—. Lamento si te suena cruel, pero intento adaptarme a las nuevas circunstancias. Ada siempre fue la que me defendió, la que se encargó de que el resto me escuchara y ya no está. Y la ira y la frustración parecen ser un buen combustible para desvelar todo lo que siempre me guardé.

Él no dijo nada más.

—No quiero permanecer más tiempo aquí —murmuró Dora, en un intento pobre de cambiar el tema.

Si era sincera, yo tampoco quería estar más tiempo en la escuela, sin embargo, tampoco me apetecía dar vueltas por el pueblo para conseguirme un regaño de mi tía. Me mordí el labio de vuelta y luego solté un pesado suspiro.

—No necesito más discursos moralistas, así que deberíamos ir a clases —indiqué con tono desanimado.

Alex fue el primero en asentir y Dora no tuvo más opción que resignarse. A nadie le gusta escaparse solo. Los tres caminamos al salón de clases, el mismo de cada año desde que habíamos entrado en esa escuela. Y, como había sucedido unos minutos antes cuando me bajé del auto, las miradas se quedaron incrustadas sobre mí al instante en que abrí la puerta del aula. La profesora nos dejó pasar con una sonrisa condescendiente adornando sus labios.

Las clases pasaron aturdidoramente lentas. Las cuatro horas de espera hasta el receso de la comida se me habían hecho interminables. Y, para el momento en que había tocado el timbre, mi estómago no paraba de rugir. No obstante, Dora nos frenó a la mitad del camino hacia el comedor.

—¡Esperen! —susurró con fuerza, en un intento de no llamar la atención, algo difícil al estar junto a mí—. ¡Son los profesores de hace unas horas! ¡Hay que seguirlos para ver si dicen algo más! —siguió susurrando emocionada.

Alex no tardó en negarse.

—Ela, por favor... —rogó ella como si yo fuera la única capaz de tomar una decisión.

Lo pensé y, por un segundo, estuve por negarme. Sabía lo estúpido que sería perseguir a un profesor, lo más probable era que terminaran descubriéndonos... pero me daba curiosidad.

Por la mañana había notado que la escuela no había implementado nuevas normas de seguridad. Parecían demasiados confiados sobre que el asesino de Ada no intentaría matar a otro chico. Y quizás eso tenía que ver con lo que los profesores habían dicho.

—Vamos.

Alex se quejó en voz baja y nos siguió unos pasos por detrás. En realidad, los tres éramos muy malos en eso de seguir personas. No lográbamos actuar con naturalidad. Si alguien se fijaba en nosotros, desviábamos la vista o hacíamos gestos raros. Tan solo nuestra forma de caminar gritaba que algo estábamos ocultando. Por fortuna, nadie opinaba al respecto, por lo menos no en voz alta.

Los profesores ingresaron a la sala de maestros y nosotros nos quedamos varados a un lado de la entrada. Sus voces no se oían muy bien.

—Vengan, conozco un lugar donde vamos a poder escuchar.

Dora nos tomó a Alex y a mí de la mano y nos arrastró hasta la puerta del baño. En seguida, el castaño clavó los talones en el suelo, se negaba a continuar.

—¡Es el baño de chicas! —medio chilló.

Dora negó con la cabeza, como decepcionada y volvió a jalar de la mano del chico. Los ojos verdes de Alex buscaron los míos, me pedían ayuda sin pronunciar palabra.

—Nadie viene a estos baños, los de la planta alta son mejor —fue lo único que dije.

Agarré su mano libre y también comencé a tirar. Entre Dora y yo apenas logramos arrastrarlo hasta el umbral de la puerta. Al ver que no pensábamos rendirnos, Alex volvió a revisar que nadie estuviera rondando por el pasillo y entró por su cuenta. Nosotras lo seguimos.

—Alex, dame tu teléfono —ordenó Dora. El chico puso cara de indignación y luego se lo entregó de malagana—. Deberías ponerle contraseña —musitó la castaña.

Dos segundos después, mi celular estaba sonando en mi bolsillo.

—Ela, necesito que atiendas, así vamos a poder escuchar, pero bloquea tu micrófono, solo por las dudas —siguió indicando ella.

Obedecí sin dudar. Una vez que mi tarea estuvo lista, Pandora se subió sobre la tapa de uno de los inodoros y movió la rejilla de los tubos de ventilación. Metió el teléfono de Alex en el enorme caño plateado y lo empujó hacia el lado donde estaba la sala de profesores. Siguió acomodándolo hasta que las voces que salían de mi celular sonaron nítidas. Se bajó de un salto y se encaminó hacia la puerta, se aseguró de que estuviera bien cerrada y la trabó con un pasador que yo no había notado.

—Baja un poco el volumen, no queremos que nadie nos escuche —me pidió.

—Deberíamos tener a alguien vigilando a Jennings —sugirió la voz de un profesor que no reconocí.

—No vale la pena...

—Deberíamos poner más seguridad en la escuela.

—No, él solo la quiere a ella, el año que viene quizás debamos, pero en estos meses debemos concentrarnos en Elma.

—Y en la cabaña, todo lo que suceda allí va a servir para sacarlo del pueblo, para que no regrese por quince años más, por lo menos.

—Nadie sabe porqué se fue del pueblo luego de matar a la madre de las niñas, tampoco se sabe porqué Ludovica está viva, nada nos asegura que ella no haya hecho un trato —mencionó la fastidiosa voz del director.

—No creo que Ludo haya hecho un trato, la conozco. Ella estaba destrozada por la muerte de su hermana, había quedado sola con un padre alcohólico y sus dos sobrinas de tan solo dos años. Ludo era una niña, ni siquiera era capaz de imaginarse que algo así iba a suceder.

—Eso no implica que no haya prometido a sus sobrinas a cambio de su libertad. Saben cómo es él, solo las mata cuando llegan a cierta edad, así que tal vez se fue a esperar a que las gemelas llegaran a...

—Todo lo que dicen son suposiciones, de nada nos sirve especular si no vamos a ir a la cabaña a buscar las pruebas necesarias, si en ese lugar hay una foto de las gemelas cuando eran unas bebés, significa que Ludo hizo el trato, si no la hay, entonces solo estamos acusando a una inocente.

—Ludovica podría haberse llevado la fotografía —obvió el director.

—Las fotos nunca salen de esa casa, la policía ha intentado sacarlas desde hace años, pero de alguna manera siempre las pierden antes de salir, un par de horas después, vuelven a estar colgadas de esa pared —explicó la mujer que había defendido a mi tía.

El timbre de fin del receso sonó y nosotros nos sobresaltamos. Cortamos la llamada con velocidad y Dora se dedicó a buscar el teléfono de Alex. Salimos del baño y, cuando ellos se disponían a regresar al salón de clases, los agarré del antebrazo.

—Tenemos que ir a la cabaña, ahora —expuse con seriedad.

Yo sabía de qué fotografías estaban hablando y no podía ser simplemente otra casualidad. Ambos me miraron como si me hubiera vuelto loca y entendí que les debía una explicación.

—Les prometo que les voy a contar todo en el camino, necesito que me acompañen, no puedo entrar a ese lugar sola —rogué.

Se miraron entre ellos y, para mi sorpresa, Alex fue el primero en ceder.

—Espero que tengas una buena explicación para arrastrarnos a ese lugar, Ela, porque estoy segura de que después de esto voy a tener pesadillas por meses —me regañó Pandora, mientras nos dirigía a una de las salidas de emergencia de la escuela.

—Tiene que ver con la noche en la que Ada murió—fue todo lo que les dije antes de salir del edificio—. Pronto lo van a comprender.

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