Los ojos de Lea #PGP2023✅

SRJariod

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Lea Andrews es una joven capaz de ver fantasmas desde los diez años, secreto que solo comparte con Ángel, su... Еще

Introducción
Prólogo
1. El comienzo de todo
2.Lo mismo de siempre
3. La primera visita
4. Un curioso despertar
5. La llamada
6. El cerco
7. Paranoia
8. Desaparecido
9. Intercambio
10. Tras la pista
11. Caza
12.Un secreto desvelado
13. La primera conversación
14.Perdidos
15. Encierro
16. Desorientado
17. Dulce hogar
18. Nana
19. El Bosque Frondoso
20. Tenebroso
21. Ayuda
22. Cambio de vida
23. Sensaciones extrañas
24. Presencias
25. Pequeños terrores
26. Sigilo
27. As
28. Despertar
29. Sacrificio
31. Dolor
32. La amiga invisible
33. Una dura despedida
34.Sin distancias
35. Amistad en la adversidad
36.La cuenta atrás
37.Revelaciones
38. No hay tiempo
Notícia importante
Extra1: Comisiones
Extra 2:Fan Arts

30. Medias verdades

48 12 0
SRJariod

Año 2012. Antes.

—¡Ah! —grité al caer al suelo del agujero.

—¿Estás bien? —Ángel me ayudó a levantarme.

—Si —me quité toda la mugre que pude de mis pantalones.

La luna llena brillaba con intensidad y marcaba el camino al mar de estrellas que iluminaban el cielo nocturno. Las hojas de los árboles se movían al ritmo del viento. Agradecía llevar ropa de invierno, aún quedaba para que llegara, pero por el frío, dentro de poco entraríamos en la estación del otoño.

Un gran parque se encontraba en el lado opuesto. Se escuchaba el sonido del agua caer sobre una fuente. Los patos graznaban con voces agudas moviendo sus alas y se escuchaba la melodía de los grillos, escondidos entre la vegetación del parque. Solitarios y parejas paseaban tranquilos de tener momentos en soledad. El mismo sitio donde me encontré por primera vez a la jefa de la organización de La Gente de la Sombra sin saberlo. Fantasmas de diferentes auras observaban con interés a los vivos, sobre todo los grises y negros.

—No puedo creer que estemos cerca de casa —mis ojos se humedecieron—. Me cuesta aceptarlo.

—Ahora podremos descansar un poco de ellos. Espero que Christopher esté bien —Ángel suspiró.

—Yo también

Anduvimos por la larga calle que nos separaba de mi casa; todas eran iguales por fuera, de ladrillos rojizos, puerta marrón y chimenea medio oculta. Me reconfortaba regresar y que Ángel me acompañara. Podríamos desconectar de ellos, o, al menos durante un tiempo.

Al principio, Christopher me provocaba mala sensación y mi intuición me pedía que me alejara de él, con esos ojos vacíos que no expresaban ninguna emoción, me hacía sospechar. Pero con el paso de los años, me había demostrado que se podía confiar en él y que solo quería ayudar. La última vez que lo vi fue cuando La Gente de la Sombra nos acorraló con Nana y Akil al frente y se quedó atrás con tal de cubrirnos enfrentándose a ellos, y así, Ángel y yo pudiéramos regresar a casa. Deseaba que hubiera venido con nosotros. Le debíamos una.

—Lea —señaló Ángel más allá.

Me llamó la atención las sirenas de un par de coches de policía. Mi casa estaba acordonada por una valla que impedía el paso a los pocos curiosos que aún se resistían a irse. Se escuchaba movimiento dentro.

—¡Mamá!

Y si le había pasado algo malo y no podía haber hecho nada para impedirlo. Los terrores nocturnos que había vivido bajo los efectos del líquido que me inyectó Nana me habían mostrado mis mayores miedos; no quería que se hicieran realidad.

El viento se levantaba con más violencia. Algunas hojas descoloridas de los árboles caían al suelo, formando pequeños caminos hacia mi casa por las esquinas. Las nubes taparon la luna llena que sonreía orgullosa.

—¡Espera! —Ángel intentó agarrarme sin éxito.

Sin hacer caso a las súplicas de Ángel para que pensara un momento antes de tomar la decisión, con los ojos escociéndome y notando como el agua salada se deslizaba por mi rostro, corrí con todas mis fuerzas sintiendo que los latidos de mi corazón iban a salir del pecho ante la preocupación de lo que le podría haber pasado a mi madre. Escuchaba unos pasos detrás de mí, sabía que Ángel estaba intentando seguirme el ritmo.

Las curiosas miradas de los vecinos alrededor de la valla me observaron mientras agachaba la cabeza para cruzar la línea que me separaba de la casa y de mi madre. Pese a que el color de las sirenas de los dos coches de policía no paraba de girar, no había ningún agente dentro.

Los recuerdos que compartimos mi madre y yo se amontonaban en mi mente. La idea de perderla me carcomía; aún le quedaba mucho por vivir, era muy joven. Había estado conmigo en las buenas y las malas, ahora me tocaba a mí. Me picaban mucho los ojos.

Ángel me alcanzó.

Las luces del comedor estaban encendidas. Se escuchaba una conversación providente del interior de la casa de, al menos, tres personas. Había un par de policías tomando notas.

—Adelante —Ángel colocó una mano en mi hombro. Le brillaban los ojos.

Cerré los ojos un momento. Cogí todo el aire que pude y lo solté. Había llegado el momento de volver a casa, por fin. Había soñado muchas noches cómo sería el reencuentro y cada vez me emocionaba más que la anterior.

Abrí la puerta.

Las voces de los dos policías se callaron y me observaron fijamente. El primero de ellos era un hombre de aspecto ancho, pelo canoso, bigote y ojos azules. A su lado, había una mujer de mediana edad, piel negra, pelo afro recogido en una cola y ojos marrones; los dos llevaban traje y sombrero azul marino. La tercera persona estaba sentada en el sofá y quedaba oculta por los policías, solo supe que vestía un sencillo batín colorido.

—¡Lea! —reconocí a mi madre que se giró para poder ver quién había entrado. Costaba ver la blancura de sus ojos a causa del enrojecimiento.

—¡Mamá! —un montón de lágrimas cayeron por mi rostro.

Mi madre y yo corrimos para fundirnos en un abrazo lleno de cariño y dulzura. La estreché con todas mis fuerzas para asegurarme que de verdad estaba con ella y no era un sueño más, producto mis deseos. Mi madre me acarició los cabellos como solía hacer cuando necesitaba calmarme. Nos miramos a los ojos y sonreímos sin dejar de llorar. Me empezaba a costar respirar por la mucosidad.

Ángel se quedó apoyado a un lado de la puerta sonriente. Los ojos se le humedecieron y su ojo marrón y verde brillaba con luz propia. Su aura azul eléctrico se volvió más fuerte y recorría su cuerpo con mayor velocidad.

—Te quiero, Mamá —le dije sin dejar de abrazarla.

—Te he echado de menos. Pensaba que no te volvería a ver. Han pasado algunos años. ¿Dónde estabas? —nos separamos un poco. Le habían aparecido más arrugas en la frente y en la comisura de los labios.

—Me habían secuestrado —mi madre se llevó las manos a la boca y sus ojos se volvieron algo más rojos. Las lágrimas seguían cayendo por su cara.

Unos pasos se acercaron por detrás de nosotras. Los policías acababan de anotar algo y nos observaron en silencio.

—Señorita Andrews —el hombre se quitó el sombrero—. Necesitaríamos que viniera a comisaría para hacerle unas preguntas.

—Sé que debe descansar. Serán solo unos minutos —prometió la mujer.

—Claro —respondí con esfuerzo.

—Te acompaño —mi madre me cogió de la mano.

Los policías fueron los primeros en salir de casa y se quedaron junto los coches. Los vecinos se amontonaban por el giro de los acontecimientos de última hora; debía haber corrido la voz con rapidez.

—Por aquí —el hombre abrió la puerta de atrás.

Mi madre, Ángel y yo nos sentamos atrás del hombre policía. Nos separaba una rejilla que me hacía sentir como si hubiera hecho algo malo. La mujer iba en el coche de delante y sirvió de guía al hombre hasta llegar a la comisaria; el camino se me hizo corto.

Sabía lo que tenía que decir. Ángel había procurado entrenarme en eso para cuando llegara la hora. Habíamos tenido tiempo de sobra para preparar la historia y contar la media verdad que me convenía. Al fin y al cabo, todo no era falso.

Dentro de la comisaría, un policía estaba pasando papeles. Detrás de él, quedaban guardadas diferentes tipos de llaves y materiales que se habían perdido. Delante, estaba la mujer que había estado tomando notas en casa.

—¿Otra que perdió la mochila? —preguntó el hombre sin mirarnos. Quedaba a nuestras espaldas.

—No, Esteban. Interrogatorio —la mujer se inclinó hacia él.

—Algo diferente a la rutina. Ya era hora —le dio las llaves y volvió con los suyo.

La mujer siguió yendo por delante de nosotros. A su lado, el hombre de pelo canoso intentaba igualar el ritmo, los pasos se veían torpes.

Fuimos por un pasillo estrecho en el que nos cruzábamos con policías que venían de diferentes salas. Después, giramos a la izquierda, donde una puerta quedaba una apartada de las otras.

—Es aquí —la mujer corrió la puerta para que pudiéramos entrar.

La sala solo tenía una mesa en el centro, una cámara de seguridad y un gran cristal a un lado. La mujer cerró la puerta sin esfuerzo.

—Por favor, sentaos —ofreció la mujer—. He avisado que hagan menos ruido mientras estemos aquí —avisó a su compañero.

—Bien —el hombre amontonó los papeles blancos y se los pasó a su compañera.

Me senté delante del hombre de pelo canoso. Mi madre estaba al lado y quedaba delante de la mujer. Ángel se situó a mi otro lado, sacó un cigarrillo e hizo un par de caladas antes que el hombre empezara a hablar.

—Bien. Empecemos por lo sencillo. ¿Cómo se llama?

—Lea Andrews.

—¿Cuántos años tienes?

—16

—Está bien. Según aquí, vive en la calle Montanos, número 43. ¿Es así? —entrecerró los ojos en la dirección un momento.

—Si —mi madre me estrechó la mano por debajo de la mesa.

La mujer dejó a un lado un par de papeles y sacó un bolígrafo.

—Explícanos lo que pueda de lo que sucedió —el hombre y la mujer me miraron fijamente. Tuve que apartar la vista para no conmocionarme.

Noté la mano cálida de Ángel en la mano que me quedaba libre.

—Me secuestraron. Eran dos personas, pero no llegué a verles las caras porque la llevaban tapada. Estaba atada en una silla y de vez en cuando me hacían preguntas acerca de quién era; no descubrí con qué propósito. Al final, se despistaron y dejaron algo que podía servirme para ayudar a escapar y poder llegar a casa —mis lágrimas se deslizaban por mis mejillas. Mi madre me abrazó.

—Entiendo —la mujer apuntaba a toda prisa todo lo que había explicado—. ¿Se acuerda de cómo fue el secuestro? ¿Algún detalle que nos dé una pista?

—Sé que estaba cocinando la pizza que mi madre me había dejado y alguien me agarró por detrás y me puso una bolsa —expliqué entrecortada. Mis ojos enrojecieron—. Oí el movimiento de un coche y la voz de un hombre y una mujer. Disculpad, ¿tenéis un pañuelo? —mis lágrimas no paraban de caer.

La mujer y el hombre susurraban cosa entre ellos y al final asintieron la cabeza.

—De acuerdo. Es suficiente. —el hombre sonrió.

—Podéis iros. Gracias por su colaboración —la mujer corrió la puerta y me dio un pañuelo.

Mi madre me abrazó al salir de la comisaria.

—Te quiero, Lea —me dio un beso en la frente—. Haré todo lo que esté en mi mano para que dejes atrás estos malos años —me pellizcó la mejilla.

—¡Ay Mamá! ¡No soy una niña!

—Para mí siempre lo serás —me sonrió y sus ojos brillaron.

Me perdí en sus ojos. Parecía que quisiera decir muchas cosas más que, al final, prefirió callar.

—Lo has hecho bien —Ángel me dio unas palmadas en el hombro.

Los tres nos fuimos a casa deseando que aquellos demonios quedaran enterrados por toda la eternidad. Era hora de recuperar el tiempo que había perdido de pasar con mi madre, no dejaría que volviera a sufrir por mi culpa.

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