Los ojos de Lea #PGP2023✅

By SRJariod

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Lea Andrews es una joven capaz de ver fantasmas desde los diez años, secreto que solo comparte con Ángel, su... More

Introducción
Prólogo
1. El comienzo de todo
2.Lo mismo de siempre
3. La primera visita
4. Un curioso despertar
5. La llamada
6. El cerco
7. Paranoia
8. Desaparecido
9. Intercambio
10. Tras la pista
11. Caza
12.Un secreto desvelado
13. La primera conversación
14.Perdidos
15. Encierro
16. Desorientado
17. Dulce hogar
18. Nana
19. El Bosque Frondoso
20. Tenebroso
21. Ayuda
22. Cambio de vida
23. Sensaciones extrañas
24. Presencias
25. Pequeños terrores
26. Sigilo
28. Despertar
29. Sacrificio
30. Medias verdades
31. Dolor
32. La amiga invisible
33. Una dura despedida
34.Sin distancias
35. Amistad en la adversidad
36.La cuenta atrás
37.Revelaciones
38. No hay tiempo
Notícia importante
Extra1: Comisiones
Extra 2:Fan Arts

27. As

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By SRJariod

Año 2008. Antes.

Ángel

—Lea... —susurré intentando acercarme más a través de la rejilla.

La habitación era bastante grande; la iluminación tenía una mezcla de tonos anaranjados y amarillos que facilitaban poder ver sus dimensiones. Muebles antiguos que formaron algún tiempo parte de la fábrica quedaban ocultos por una gran manta gris llena de polvo. Las ventanas casi tapadas por las rejillas dejaban entrar algo del frío de la noche. Al lado izquierdo, había una gran muralla de celdas; mientras que enfrente que daban a otras partes del lugar, entre ellas, por donde habíamos entrado. En el centro, se encontraba Lea atada en una silla de aspecto robusto y unos metales le sujetaban las muñecas y las rodillas.

Lea tenía la cabeza agachada y los ojos cerrados. Su pecho subía y bajaba poco a poco. El líquido del que tenía conocimiento por parte de dos de los miembros de La Gente de la Sombra la había llevado a una especie de sueño inducido; según ellos, decían que se lo había hecho Nana. ¿Quién era? Por el brillo de su frente y algo que se deslizaba por su rostro hasta caer al suelo, supe que estaba sudando. Sus gritos cada vez sonaban peor, la desesperación y el miedo querían huir del lugar del que se imaginaba que estaba. Mi corazón se oprimía ante su agonía y el agujero del error se hacía mayor.

—Es culpa mía —hablé en voz alta.

—No lo es —Christopher se sirvió de los brazos para llegar a mi lado.

—Debería haber estado más atento ante su silencio —me toqué la cara con las dos manos.

—No podías controlarlo, Ángel —me puso la mano en la espalda—. Hay cosas que siempre escaparán de tu alcance. Tienes que vivir con ello —se limitó a observar la habitación que quedaba por debajo de nuestras cabezas.

—Lo sé. Tienes razón. No puedo evitar sentirme culpable —suspiré.

—Te entiendo. Bueno, cuando la saquemos de aquí, te encontrarás mejor —me sonrió. Un ligero brillo fugaz cruzó en sus ojos.

Me fijé que cerca de Lea, había cuatro miembros. Un hombre de fuertes brazos, polo y tejanos negros tenía una mano en cada una de las esquinas de la silla en la que estaba sentada Lea. Una mujer pelirroja y ojos verdes con traje se encontraba colocada a un lado.

Delante de Lea había dos personas: Un niño de unos ocho años, piel oscura, cabello castaño llevaba una camisa de manga larga de rayas blancas y verdes, pantalones azules cortos y unas sandalias. A su lado, había una anciana de pelo castaño recogido en un moño con 4 agujas de color verde, vestía camiseta violeta metida dentro de la faldilla oscura, la chaqueta marrón de cuadros y los zapatos eran del mismo color. Las gafas trasparentes dejaban entrever los ojos almendrados con un extraño brillo, se las ajustaba de vez en cuando para ver mejor. El sombrero negro que residía en su cabeza le otorgaba un halo de misterio.

—¿Cómo van los avances? —preguntó la anciana a la mujer pelirroja.

—Bien. Están haciendo un análisis a partir de la muestra que hemos conseguido —explicó a los demás miembros.

—Buen trabajo —sonrió la anciana y se recolocó las gafas.

—¿Nana? ¿Puedo jugar con ella? —el niño le estiró la falda.

—Aún no, Akil. La necesitamos —le advirtió—. Cuando acabemos, te dejaré hacerlo —se formó una sonrisa en la comisura de los labios del niño que me dio escalofríos.

—¡Bien! —se puso a corretear por los alrededores.

Los gritos de terror salían de su boca con violencia. Observé que sus manos se agarraron a los bordes de la silla para aguantar lo que fuera que le estuviera pasando a su mente. Debíamos actuar ya y buscar la manera de despertarla.

—Necesitamos un plan —advertí a Christopher.

—¿Se te ha ocurrido algo? —levantó una ceja.

—No —suspiré.

No podíamos bajar tal cuál sin la base de nada. Desconocíamos de lo que eran capaces de hacer si nos descubrían y debíamos ser precavidos. No podíamos tentar a la suerte ahora con lo que nos había costado llegar hasta aquí. Teníamos que pensar en algo que nos hiciera exponer lo menos posible y largarnos de aquí, pero por cómo estaban aglomerados sabía que sería difícil.

—¿Qué sabes hacer? —Christopher se giró con sigilo de cara a mí.

—¿Cómo dices? —junté las cejas.

—Cada tipo de fantasma tiene unas habilidades, ¿Qué es lo que sabes hacer tú que pueda ayudarla? —se acercó aún más.

—Puedo lanzar hechizos para ganar tiempo y con mi aura protegerme de los ataques y de que no me vean durante unos segundos —le comenté poco a poco—. ¿Y tú?

—Soy capaz de desaparecer y aparecer en otra parte del espacio cercano al lugar donde me manifesté la primera vez.

—¿Tenemos un plan? —le sonreí entusiasmado.

—Tenemos un plan —me repitió Christopher. Cruzamos una mirada.

—No bajes hasta que la veas liberada —le lancé un último vistazo antes de bajar de la rejilla con cuidado.

—Descuida —oí la voz de Christopher lejos.

Caí sobre rodillas y me centré en todo momento donde se encontraban los diferentes miembros de La Gente de la Sombra que rodeaban a Lea. Tenía que dar con algo que despistara algunos, sobre todo al hombre de fuertes brazos que sujetaba la silla en la parte de atrás; con él me sería imposible abrir las anillas sin que me vieran.

Me metí detrás de un bloque de muebles que quedaban cerca de donde estaba la rejilla. Me daría tiempo a pensar sin poner en peligro que se dieran cuenta de mi presencia.

Busqué por todas partes para ver qué es lo que sería mejor utilizar desviar la atención a otra parte, y me diera tiempo a abrir las anillas antes de que mi aura dejara de darme su protección. Si eran inteligentes, llamarían a otra persona si el origen de los ruidos quedaba lejos. Así, que tenía que encontrar algo cerca para que uno de ellos se fuera de su posición. La gran muralla de celdas podría servir como distracción, con mi mano hice que se abrieran y las cosas que había en su interior se cayeran.

—¿Qué ha sido eso? —entrecerró los ojos la mujer pelirroja.

—Las celdas se han abierto —informó el hombre de fuertes brazos—. ¿Quiere que haga algo, Señora? —apretó más la silla. Si Lea no estuviera inconsciente y gritando, juraría que habría sollozado.

—Si, por favor. —sonrió y se recolocó las gafas—. Tenemos visita —echó una ojeada en todos los rincones. Tragué saliva.

El hombre de fuertes brazos se aproximó a la celda y empezó a poner bien las cosas que se habían caído en el interior. La mujer pelirroja y el niño también estaban atentos a lo que hacía el hombre. La anciana me recordaba a un radar, inspeccionando toda la habitación una y otra vez con la vista.

El aura que adquiría forma de caparazón, envolvió todo mi cuerpo. Me aproximé hacia la silla donde estaba sentada. El sudor se acumuló en mi frente; pasé entre tres de los miembros de La Gente de la Sombra. La anciana que le habían nombrado Nana buscaba con la mirada cualquier cosa que saliera de lo normal, y, por un momento, nuestros ojos se encontraron. Mi corazón dio un vuelco y agradecí que mi aura me mantuviera oculto.

Me agaché delante de Lea. Murmuraba cosas en voz baja y de vez en cuando gritaba y pataleaba. Los ojos se le humedecían tanto que agua salada salía de ellos. Le quité poco a poco, con cuidado y sin hacer ruido, las anillas de las rodillas y de los brazos.

Mi aura empezó a parpadear algo; me quedaba poco tiempo antes de quedarme sin la protección. El hombre de fuertes brazos estaba ordenando la última celda antes de volver a su posición. Tuve que buscar algún lugar en el que pasara desapercibido hasta que Christopher se la llevara de la habitación; no podía irme muy lejos, me senté detrás de la silla y supliqué que Christopher hiciera su parte antes de que el hombre regresara a su posición. Mi aura agotó su energía.

—No sé qué sería —el hombre juntó las cejas.

No podía moverme a la derecha porque me vería la mujer pelirroja. Tampoco delante de ella, entonces me descubrirían Nana y Akil. Fuera donde fuera, darían conmigo.

Los pasos del hombre se acercaban más y más a mí, y, con ello, las pulsaciones de mi corazón aumentaban. Me sentía como un ratón a punto de ser cazado por el gato, cazador que cogería a su presa. Las gotas de sudor se resbalaban por mi rostro, me las sequé con los brazos para evitar que cayeran en el suelo.

Una sombra se movió y desapareció en un instante, no sabía si había formado parte de mi imaginación. El hombre se paró en seco y se quedó paralizado. Los otros tres miembros de La Gente de la Sombra no estaban en mi campo de visión.

—Se han llevado a Lea, encontradla —ordenó Nana. La reconocí por la fragilidad de la voz.

—¿Cómo? Habríamos visto al intruso —dijo la mujer.

—No está solo —la anciana entrecerró los ojos.

—Voy —el hombre corrió al pasillo.

—Si, Señora —hizo saludo militar y se alejó.

Me levanté poco a poco para no hacer ruido. Tan solo quedaban el niño y la anciana; observaban cómo se iban el hombre y la mujer, pero antes de que pudiera apenas moverme, se giraron y me vieron. Algo en el brillo de los ojos de la anciana, a pesar de su imagen frágil y bondadosa, hacía que me dieran escalofríos. Incluso, el niño me devoraba con la mirada.

—Así que eras tú el del ruido —dio un golpe en el bastón.

—Nana —levanté las cejas.

—Así me llaman —se inclinó un poco y saludó con el sombrero.

—Debes ser Ángel —sonrió y bajó el mentón para que pudiera ver sus ojos.

El rugido del viento se escuchó por unos segundos.

—¿Cómo lo sabes?

—Entre los gritos, murmuraba cosas. Muchas veces, pronunció un tal Ángel —observó la silla vacía.

—No te he visto nunca —me moví un poco hacia el pasillo—. ¿Cómo la encontraste?

El frío entraba por las ventanas. La tormenta de nieve caía cada vez con más fuerza. Las nubes tapaban las estrellas y la luna llena. Voces de diferentes orígenes se escuchaban a los alrededores de La Fábrica.

—Me ayudó a encontrar a mi nieto en el parque —observó al niño—. Sé que intentas ganar tiempo hablando para irte sin que me dé cuenta, Ángel. —se ajustó las gafas. Se acercó unos cuántos pasos.

Me acordé de que hace un año o algo así, Lea me habló acerca de que había ayudado a una anciana a encontrar a su nieto que había desaparecido en el parque. Jamás, se me pasó por la cabeza que pudiera tratarse de La Gente de la Sombra, y menos, que con quien estaba era la jefa.

—Ha sido una buena visita —sonreí echando un par de pasos.

—Estás cometiendo un error —avanzó muy deprisa. Pude sentir el aliento en mi cara.

Había movimiento cerca de la fábrica, se escuchaban los pasos de un grupo; debían estar por los alrededores de un lugar donde nos encontrábamos. Esperaba que Christopher siguiera entre las sombras, en silencio y aguardando a que llegara para escapar de ahí. Teníamos que encontrar un sitio seguro donde Lea pudiera descansar tranquila hasta que se despertara.

—La encontraremos tarde o temprano. No se levantará de su letargo hasta que se haya eliminado la última gota del líquido —se inclinó hacia mí con una sonrisa en los labios—. Y hasta entonces, puede pasar mucho tiempo —me quitó un copo de nieve de mi camisa gris.

—Os infravaloré, pero no pasará una segunda vez. Estaremos preparados —la reté con la mirada. Ella me la mantuvo.

—Cuida tus palabras, Joven —se colocó las gafas.

El frío se infiltraba a través de las rejillas de las ventanas y de la ventilación. La tormenta de nieve se identificó tanto que ya no podía ver nada más que cosas blancas ensuciando los cristales de las ventanas.

—No vayas de sabia por la edad, Señora —le contesté formulando cada una de las palabras.

Nana se río a carcajadas; su risa resonó por toda la fábrica. Akil, cuando vio a su abuela reír, se le formó una sonrisa tan inocente que, por un momento, se me olvidó delante de con quien estaba. Aproveché la distracción para dar unos cuántos pasos para atrás y quedarme al principio del pasillo.

—Tienes sentido del humor, Joven. Me gusta —se limpió un par de lágrimas.

—Nana, ¿Puedo jugar ya? —Akil le tiró de la falda negra.

Nana intercambió la mirada entre su nieto y yo; una extraña curva intentó pasar por una sonrisa. Akil se reía mientras dejaba de lado los juguetes que tenía desperdigados por el suelo; empezó a correr alrededor de su abuela.

—Si, Akil. Puedes jugar con él —Nana me señaló con el bastón.

—¡Si! ¡Si! ¡Si! —Akil dio saltos mientras se reía.

—¿Tú no vas? —levanté la ceja. Sonreí y anduve un par de pasos para atrás.

—Yo soy una señora. Tengo una edad y me puedo cansar —hizo como si se arqueara la espalda.

Algo en el niño me daba mala espina; después de tanto saltar, sonreír y reír, se paró en seco y se limitó a observarme. Una tinta negra le empezó a cubrir de los pies a la cabeza. Su sombra subió de tamaño hasta cuadriplicar la altura de Akil y formó una sonrisa maquiavélica mientras sacaba un par de brazos más. Los ojos verdes del niño se transformaron en un color extraño entre negro y gris, unos brazos tocaban los ojos como si quisieran salir. Se escuchaban gritos de vez en cuando que provenían del interior del niño, ¿Qué clase de sombra era? ¿De qué estaba formado?

—Akil, te presento a Ángel. Ángel, este es Akil —Nana nos señaló a cada uno con el bastón.

El niño sonrió y se movió con tanta rapidez que mis ojos no pudieron percibirlo. Un brazo intentó sujetarme y lancé un hechizo del mismo color que mi aura para darme tiempo a huir. No podía enfrentarme a esa cosa. Tenía que encontrar a Christopher con Lea y perderle la vista de algún modo.

Aproveché el segundo que su brazo se recomponía para correr. El pasillo estaba todo oscuro y con el niño del mismo color, no podría saber cuánta distancia me separaba de él. La nieve me serviría para distinguirlo y poder escapar de él. Unos pasos se encontraban cerca de mí.

—Juguemos, Ángel —su risa resonó en todo el lugar.

Me oculté detrás de unas cajas, así no podría ver mi aura. Unas gotas de sudor resbalaron por mi frente. Las pulsaciones de mi corazón palpitaban deprisa, si seguía así, empezaría a hiperventilar; me esforcé por controlar mi respiración.

—Puedo oler tu miedo —la voz se volvió fuerte.

Alguien me cogió de la mano y me empujó hacia la parte de afuera de la fábrica. La tormenta de nieve aceleraba su paso, envolvió todo el edificio de un bonito tinte blanco. Delante de mí, Christopher me miraba con confusión. Lea estaba al lado suyo con los ojos cerrados y se la veía más tranquila que en la habitación; durmiendo así, parecía casi un ángel.

—Has tardado tanto que entré a buscarte —echó un breve vistazo a Lea—. ¿Dónde estabas?

—Se han torcido un poco las cosas —junté los dientes.

—¿Qué quieres decir? —me miró de arriba abajo.

Los pasos de La Gente de la Sombra se escuchaban cada vez más cerca. Me notaba observado, pese a que creía que había conseguido distraer a Akil. La tormenta de nieve aumentaba por momentos.

—Tenemos que largarnos de aquí ya. Te lo explicaré cuando estemos seguros —moví las manos para intentar tranquilizarle.

—¿Cómo? —empezó a decir.

La luz de las linternas de algunos miembros se veía en la lejanía.

La pequeña casa que quedaba a nuestras espaldas se levantó y salió despedida hacia más allá de donde nos alcanzaba la vista. Un enorme ser apareció en su lugar.

—Ángel —la risa me erizó la piel—. ¿Te has cansado o seguimos jugando? —tanto Akil como su sombra sonrieron.

—¿Qué demonios es eso? —Christopher abrió los ojos y con la mano temblorosa le señaló.

—Es el nieto de Nana. Si, ese niño —le dije al ver que entornaba los ojos—. Coge a Lea, tú vas más rápido y corre.

—Pero, ¿Dónde?

—Esperemos encontrar a Elisabeth —le susurré para que el niño no nos pudiera oír.

Christopher se apresuró a llevar a Lea sobre sus brazos y utilizando su habilidad para aparecer y desaparecer en el espacio, fue avanzando un par de pasos delante de mí. De los ojos de Akil, salieron las almas atormentadas que intentaron agarrarme y lancé otro hechizo para ganar tiempo, gruñó y se movió con rapidez.

—No puedes conmigo, Ángel —gritó y dio una rabieta como un niño pequeño.

Christopher y yo nos aventuramos a entrar en la tormenta de nieve con la esperanza que la complicación de la tormenta nos ayudará a perder de vista a Akil. De vez en cuando, miraba para atrás para comprobar si nos seguía y me sorprendía la agilidad con la que se movía entre la espesura de los árboles.

Los fantasmas que hacía unas horas me observaban con curiosidad, ahora se limitaban a apartarse del camino entre nosotros y la cosa que nos perseguía. Algunos de ellos cuchicheaban en voz baja.

—¿Cómo vas, Christopher? —pregunté entre jadeos.

—Pesa un poco y con la habilidad no creo que pueda mucho más —respondió con esfuerzo.

Continuamos corriendo sin parar. Lea temblaba de vez en cuando, por la piel, creía que empezaba a entrar en hipotermia. Debíamos encontrarle pronto un sitio para descansar y resguardarse del frío. Tenía el sitio perfecto en mente, pero necesitaba la autoridad de Elisabeth.

Eché un vistazo atrás. Akil se ralentizaba o lo habíamos dejado confundido hacia qué dirección hubiéramos tomado. La tormenta de nieve nos estaba dando la protección que necesitábamos en estos momentos.

A lo lejos, vimos entre la nieve que caía, una chica de pelo rubio y ojos azules y sabía que se trataba de Elisabeth. Estaba concentrada hablando con un grupo de fantasmas de aura gris y negro claro.

—Elisabeth —grité. Sabía que podría oírme Akil, pero sino tampoco lo haría ella.

—¿Ángel? ¿Qué haces aquí? —me miró de arriba a abajo—. ¿Esta es...? —le tocó el pecho a Lea—. Está muy débil. ¿Y este quién es? —señaló a Christopher.

—La Gente de la Sombra nos tendió una emboscada y se llevaron a Lea, sí, es ella. Este es un amigo, se llama Christopher —le explique a toda prisa—. No tenemos tiempo para presentaciones, ¿Podrías dejarnos la cabaña? —junté las manos y le guiñé un ojo.

—Claro. ¿Para qué...? —empezó a decir.

Entre la espesura de la nieve, una figura gigantesca fue apareciendo más allá de donde nos encontrábamos. Apenas unos metros más atrás, Akil se acercaba con preocupante rapidez; se le veía su silueta y su sombra sonriente.

—Claro —me sacó las llaves desde el bolsillo de su vestido. Su cuerpo se paralizó.

—¿Nos puedes cubrir? —le pregunté mientras Christopher y yo empezábamos a correr hacia la cabaña. Por suerte, quedaba cerca de aquí.

—Si...

Centrados en llegar a La Cabaña y perderlo de vista, solo pude escuchar el ruido de los hechizos de Elisabeth junto con los movimientos y gritos de Akil. Otra más que le debía a mi amiga, siempre estaba ahí cuando más lo necesitaba.

La tormenta de nieve ahora era tan fuerte que no podía saber con certeza adonde nos encontrábamos. Tuve que flexionar las piernas y poner los brazos adelante para avanzar poco a poco.

—Ángel —oí la voz de Christopher—. La Cabaña... —iba unos pasos más adelante por delante de mí.

Un rato más tarde, se empezó a formar una pequeña cabaña de aspecto acogedor algo distanciada del resto del bosque. Sería el lugar perfecto para ocultarla de La Gente de la Sombra.

—Primero tú —abrió la puerta.

Cuando entramos los dos y con la luz de la nieve, nos servía de guía para saber por dónde ir. Si encendíamos las lámparas ambiguas seríamos blanco fácil para ellos. Recorrimos toda la casa hasta que, en una de las puertas, vimos una habitación.

Christopher se acercó con Lea y la tumbó con sumo cuidado. Le puso el edredón hasta la altura del cuello. Ahora mismo, me gustaría también poder descansar como ella, Christopher y yo debíamos velar por ella y esperar a que pronto se despertara.

—Siento haber dudado de ti, Christopher —le confesé.

—Lo entiendo —sonrió—. Protegemos a nuestros seres queridos —se quedó mirando a Lea.

Me acerqué a ella y le di un beso en la mano. Una pequeña llama violeta se deslizó por los dedos y desapareció.

—¿Has visto eso? —Christopher señaló su mano.

—Si. Tendremos que esperar a que se despierte —sonreí, pero en mis ojos había tristeza.

Nos quedamos a observar cómo dormía en silencio.

—¿Y qué es lo que pasó en la fábrica?

—Pues... —Suspiré—. ¿Por dónde empiezo?

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