Sueños de Cristal

LunnaDF

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HISTORIA PUBLICADA POR NOVA CASA EDITORIAL - SEPTIEMBRE 2017 Se dice que todos tenemos un ángel de la guarda... Еще

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Booktrailer
Sinopsis
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Epígrafe
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Epílogo

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LunnaDF

Elisa sintió que el estómago se le encogía al escuchar el tono serio de Caliel. Ese «tenemos que hablar» no le daba buena espina. Trató de mostrar un semblante sereno y asintió.

—Está bien, hablemos.

Dejó el pastel a un lado y le dedicó toda su atención al ángel. Este la miró durante un eterno par de segundos y Elisa se removió incómoda ante su mirada brillante. Era verlo a los ojos y sentir que la piel se le encendía.

—Tú sabes —dijo él sacándola de sus pensamientos— que las cosas ahora son más... difíciles que antes. Sabes que la humanidad ha ido perdiendo el rumbo y que, aunque nosotros estamos aquí para darles un empujoncito en la dirección correcta, la gran mayoría nos ignora. Es por eso que... —El sonido de la alarma local interrumpió a Caliel.

Elisa miró hacia la puerta aguzando el oído y su semblante confuso dio paso al terror. El sonido de los pasos de su madre corriendo hacia la cocina hizo que girara sobre su asiento y la mirara entrar luciendo igual de aterrada que ella.

—¿Es eso una...?

—Alerta roja —completó su madre, confirmado sus miedos.

Después de decir esas dos palabras no perdieron el tiempo. Cada quien fue a su habitación, tomó la mochila que guardaban para casos de emergencia y salió de vuelta al pasillo.

Elisa estaba comenzando a temblar. Había oído rumores acerca de la alarma —de los casos en los que sonaba— y en la escuela le habían advertido que ese sonido jamás se trataba de un simulacro. Sabía que debían salir de aquel lugar —si se podía alejarse lo más posible hasta los límites de la ciudad—, pero estaba comenzando a entrar en pánico y así no podía pensar con claridad.

—Elisa. —La voz de Caliel captó su atención. Parecía aterrorizado—. Tienen que salir de aquí. ¡Ahora! —agregó al ver que la muchacha no se movía.

—Pero...

—¡Sal, ya!

Elisa miró hacia el pasillo donde se encontraba la habitación de su madre. Ana todavía no salía.

—¡Mamá! —Un ruido sordo comenzó a vibrar a su alrededor y Elisa tuvo en miedo. Entonces el suelo, las paredes, el techo, todo comenzó a sacudirse—. ¡Mamá! —la llamó con más fuerza.

Tuvo que sostenerse de la pared porque no podía sostenerse sobre sus pies. En aquel entonces Ana asomó su cabeza por el pasillo e intentó caminar hacia su hija.

—¡Sal de aquí, Elisa! ¡Iré atrás de ti!

La oscilación del piso estaba tornándoles imposible poder dar un paso tras otro, pero lo intentaban. Los cuadros con fotografías estaban comenzando a caer al suelo, las ventanas se sacudían con fuerza, las puertas de la alacena se abrían y cerraban aumentando así su miedo, pero lo peor de todo fue al ver que del techo comenzaba a caer polvo. Elisa se atrevió a elevar la mirada y vio que comenzaba a agrietarse con rapidez. Si no salía rápido de ahí la casa les caería encima. Literalmente.

Elisa buscó a Caliel a su alrededor, pero no lo encontró. Jamás había estado tan asustada en su vida. El corazón le latía a mil por hora mientras intentaba sin éxito avanzar hacia la salida. Tenía el presentimiento de que iba a morir. Sentía que ese sería su último día en el mundo.

Habían transcurrido escasos segundos desde que el temblor había comenzado, pero ella los había sentido larguísimos. Sentía que tenía horas atrapada ahí en esa casa que, aunque antes le había dado seguridad, ahora sentía una trampa mortal.

«Por aquí, Elisa».

Entre el ruido a su alrededor y el de su cabeza aterrorizada escuchó la voz de Caliel. No podía ver más que una neblina rodeándola, pero entonces, frente a ella, apareció una tenue luz... y Elisa la siguió convencida de que era su ángel protegiéndole, mostrándole una salida. Le costó mucho avanzar. Varias veces pensó que caería, pero una fuerza la impulsó a seguir intentando y al final logró llegar a la puerta.

Cayó de rodillas al exterior intentando correr. Elevó la vista y vio autos sacudiéndose en medio de la calle, árboles caídos, una casa derrumbada y una multitud en donde el pánico cundía. Se quedó ahí incapaz de levantarse, llorando por el miedo que atenazaba su corazón, y menos de un minuto después... todo se calmó. La paz volvió solo por un segundo; el suelo dejó de moverse al igual que los vehículos...Y entonces la gente comenzó a gritar y correr.

Elisa no estaba segura de poder incorporarse. Temblaba de pies a cabeza, pero se impulsó como un resorte al darse cuenta de que su madre seguía dentro de la casa.

Sabía que debía huir —se lo habían dicho muchas veces tanto sus padres como sus maestros—, no debía entrar a casa por nada del mundo, pero tampoco podía echarse a correr sin su madre. No sin su única familia.

—¡Mamá! —llamó recargada en el marco de la puerta principal—. ¡Mami! ¿Dónde estás?

El polvo seguía flotando en el interior, impidiéndole ver con claridad a pesar de que había mucha —demasiada— luz, pero tras algunos segundos logró distinguir una silueta en el suelo... y se dio cuenta de que un trozo del techo se había desprendido y caído.

Justo sobre Ana.

Esta se encontraba recostada sobre el suelo con los ojos abiertos llenos de lágrimas, las manos extendidas hacia Elisa... y en una de sus manos llevaba una foto de Jorge con ella vestida de blanco a su lado. Había regresado a recuperar la foto del día de su boda.

—Lo siento mucho, Elisa.

Y aquello le había costado la vida.

La muchacha observó al cuerpo inerte de su madre durante un par de segundos antes de sentir el frío tacto de Caliel sobre su hombro. Una réplica de menor magnitud comenzó a sacudir el suelo de nuevo y eso fue suficiente para que Elisa cayera de rodillas sin despegar la vista de la mujer que le había dado la vida.

—Debemos marcharnos —escuchó que decía Caliel—. Esto no ha hecho más que empezar.

Pero ella estaba demasiado entumecida para entenderlo o hacer caso. La alarma continuaba sonando —no había dejado de hacerlo durante todo ese tiempo— y Elisa solo deseaba apagar el sonido. Deseaba apagar todo y solo... acompañar a sus padres.

—Elisa...

—Déjame sola —le dijo al ángel sin verlo—. Solo... vete. Déjame.

Se limpió las mejillas con las manos sucias y temblorosas, pero las lágrimas continuaron cayendo; al parecer no podía detenerlas.

—No puedo hacer eso. Te prometí nunca dejarte.

Caliel seguía a su lado intentando hacerla entrar en razón, pero ella no quería oírlo; dolía. Todo dolía.

Los minutos siguieron pasando, las réplicas siguieron llegando y poco a poco las calles se fueron vaciando. La gente se había marchado a un lugar más seguro, pero Elisa seguía arrodillada frente al cuerpo frío de Ana. Continuó llorando su partida durante un largo tiempo, y cuando las fuerzas dejaron su cuerpo, al fin Caliel pudo convencerla de que buscaran un lugar seguro para pasar la noche.

Caliel no sabía cómo iba a explicarle todo a Elisa. No sabía cómo contarle que, segundos antes de que el terremoto iniciara, Caliel había sentido ese llamado instándolo a que regresara a las filas en el cielo. Pero él se había negado a dejarla por su propia cuenta. Ahora las cosas iban a tornarse más difíciles de lo que alguna vez fueron. Y Caliel no sabía cómo decirle a Elisa que ahora él era quien iba a necesitarla.

Mientras caminaban por las calles silenciosas y oscuras en busca de un lugar seguro, Elisa trató de mantener sus pensamientos alejados de la muerte de su madre, por lo que comenzó a pensar en el motivo tras el terremoto.

Ella vivía en una península, en una ciudad con un lago rodeado de montañas. Sabía que pocas décadas atrás habían logrado predecir los fuertes terremotos a escasos segundos —con suerte un minuto antes— de que ocurriera en base a la actividad sísmica que se registraba en las montañas. Sabía que cerca de ellos había una falla importante, pero al no haber sentido temblores durante los últimos años se habían sentido "a salvo". Habían ignorado las advertencias y los consejos para estar preparados por creerse fuera de peligro y aquello les había costado muchas vidas ese día.

Si tan solo su madre no hubiera regresado por esa foto...

—Hoy dormirás aquí. —La voz de Caliel la trajo de nuevo a la triste realidad. Ya llevaban horas caminando y al fin se habían detenido frente a una iglesia que, en vez de darle paz, le traía una sensación... escalofriante.

—¿Aquí?

—Sí. —Caliel miró alrededor—. Puedo sentir cada vez la oscuridad más cerca —susurró. Elisa estuvo a punto de decirle que estaban ahogándose en ella, pero decidió callar al final.

Entraron al lugar frío y solitario lugar y Elisa de inmediato se recostó sobre una banca para intentar dormir. Cerró los ojos...

—Elisa, tengo que contarte algo. —Otra vez era su ángel.

—Mañana —pidió ella en un hilo de voz.

—No, no puede esperar. Es importante. —La chica abrió los ojos, suspiró y volvió a sentarse sin ánimos al escucharlo tan desesperado. Caliel, al ver su actitud taciturna, le acarició la mano—. Ahora nos necesitaremos el uno al otro. Somos lo único que tenemos.

Y ella, al escuchar eso, asintió para animarlo a hablar.

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