Quizás mañana

By keythrodd

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Resignado a prolongar algo que va a suceder, Bryce decide dejar el tratamiento para su enfermedad y aprovecha... More

nota
Sinopsis
Playlist
Querido lector
Cita
Prefacio
Hace veinticinco años
Finales de noviembre
Capítulo 1
Capítulo 2
Diciembre
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Enero
Capítulo 14
Capítulo 15
Febrero
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
nota de autora

Capítulo 13

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By keythrodd

Ya era la segunda semana de enero cuando estaba recibiendo la brisa de las últimas señales de invierno. Estaba en el mirador otra vez, mirando las olas venir con fuerza y estrellarse contra la arena. Escuchar a las gaviotas y sentir el viento y el sol contra mi piel. La diferencia era que, no era el sol del medio día, sino que estaba ya comenzando a descender. Se estaba escondiendo para cuando llegamos a nuestro lugar.

Los días posteriores a ese había hecho todos los asuntos pendientes que tenía. Llamé a Nick para desearle feliz navidad y un feliz año nuevo. También para saber cómo estaba porque en las últimas cuatro semanas no había sabido absolutamente nada de ella. Visité a mi abuela, fui a comer con mis padres, almorcé con los Johnson el primero de enero y fui a la cafetería con Alex hacía tres días atrás.

Todo iba muy bien hasta ese momento. Tan bien, que ni siquiera había notado que las cosas se estaban empezando a desmoronar. Quizá fui un poco ciega, o quizá simplemente la felicidad me tenía aturdida. Ese día, desde la mañana, habíamos estado los cuatro en la casa de veraneo de Bryce. Ya se nos había hecho costumbre ir al menos una vez a la semana. También se nos había hecho costumbre el salir los cuatro juntos.

Para ese momento había notado la relación tan sólida que tenían Bradley y Bryce. No me lo creerías, pero el amor de Brad hacia Bryce era tan palpable, que a veces me abatía. Alex me quería, y yo la quería a ella, por supuesto, pero no se comparaba al amor que sentían ellos mutuamente. Era como ver a un hermano mayor cuidando de su hermano pequeño. Era normal puesto que habían crecido juntos, pero para mí seguía siendo encantador.

Ese mismo día, luego de jugar al voleibol en la playa, Bryce dijo que quería irse a casa. Claro que fue sólo una excusa para llevarnos al mirador que ya hacía bastante no visitábamos. Estábamos sentados sobre una manta de franela. Yo estaba en medio de sus piernas con mi espalda pegada a su pecho mirando el mar. Bryce llevaba en silencio desde que salimos de la casa de veraneo, pero no lo sentí extraño, puesto que tampoco se caracterizaba por hablar mucho.

Rodeé una parte de su brazo cruzado sobre mi pecho con mi mano y suspiré en silencio. Llevábamos un mes saliendo, parecía poco, pero yo sentía que había pasado toda mi vida junto a él. Sin embargo, el problema era que seguía sin saber qué exactamente sentía Bryce por mí. Quizá su forma de hacérmelo saber era queriéndome en silencio y con actos como el contacto físico que era muy habitual en él. Pero yo quería escucharlo. Siempre había creído que el amor más bonito era ese que se gritaba a los cuatro vientos, pero era muy obvio que pensábamos distinto.

Me removí con nervios contra su espalda y me relamí los labios. Cuando creí estar lista, hablé.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —le dije. Sentí un sutil movimiento de su parte, pero no me hizo falta girarme para saber que se había alejado y estaba observándome.

Al cabo de unos segundos contestó.

—Claro —me dijo con tranquilidad—. Dime.

—¿Qué sientes por mí? —pregunté temerosa.

Yo no estaba acostumbrada a preguntar cosas como esas, pero con Bryce no sentía vergüenza, si no más bien inquietud. Y quizá un poco de nervios.

Bryce se tomó unos segundos para pensar en silencio, así que fui paciente y esperé, porque tampoco quería dejar ver mi precisa, una precisa que honestamente era absurda tomando en cuenta todo lo que Bryce había hecho por mí hasta ese momento. Cuando finalmente consiguió la respuesta adecuada, se volvió a pegar a mí, me pasó los brazos por los hombros uniendo sus manos frente a mi cuerpo, me besó la cabeza y suspiró.

Entonces dijo:

—El sentimiento que tengo hacía ti, Blair, es el mismo que tuve la primera vez que vi el mar.

No pude, sino apretar los ojos y sonreír cuando lo escuché. Y dejándome llevar por esa descarga de sentimientos, sin importar si los suyos eran igual de fuertes que los míos o no, simplemente lo solté.

—Te quiero —le dije, escuchándome nerviosa. Sentí alivio cuando volvió a besarme la cabeza y me abrazó todavía más fuerte, correspondiéndome.

—Yo también te quiero, Blair.

Dos días después, un viernes trece de enero de 1989, íbamos en el auto con dos maletas, compras recién hechas, mantas y música puesta hacía las afueras de Bluffton. Bryce había preparado un fin de semana para él y para mí. Sólo él y yo en una cabaña frente al lago. Te mentiría si te dijera que no estaba nerviosa. Lo estaba y mucho, porque era la primera vez que pasaría realmente a solas con él. Sin amigos de por medio y sin horas de llegada. Sólo él y yo.

Me giré a verlo y solté una sonora carcajada cuando lo escuché cantar Bette davis eyes de Kim Carnes. Le subí el volumen a la radio casi de inmediato, porque me pareció que estaba en su mejor momento y yo, por supuesto, quería presenciarlo.

Más tarde ese mismo día, estábamos sentados en el borde de una tarima de madera que daba frente al lago. Para ese entonces ya habíamos metido las cosas dentro de la cabaña y estábamos comiendo un paquete de tortitas tostadas. Bryce estaba callado y pensativo, otra vez. Últimamente se quedaba así muy a menudo, metido en su mundo, sin compartir sus pensamientos, pero sí los silencios largos.

—¿Cómo se conocieron tus padres? —no supe exactamente porqué lo había preguntado, si por curiosidad o para acabar con el silencio entre nosotros, pero de lo que no hubo duda, era de que Bryce no se lo esperaba.

—Bueno, la verdad es que no lo sé, ellos nunca hablan de su pasado —me dijo, luego giró a mirarme—. ¿Qué tal los tuyos? ¿Cómo se conocieron?

—Oh, eso fácil. Son pareja desde el instituto, más o menos.

—¿Desde el instituto?

Asentí con una sincera sonrisa.

—Increíble, ¿Verdad? —dije—. ¿Tú qué piensas del matrimonio?

Bryce necesitó un momento para contestarme.

—Pienso que es algo sagrado —apuntó—. Que no es algo que puedes hacer con cualquier persona —estaba jugando con una hoja que había caído del árbol que nos estaba dando sombra en ese momento. Cuando el silencio se alargó, giro a mirarme—. ¿Y tú?

—Nunca me he puesto a pensar en ello —fui honesta.

—¿Pero te gustaría casarte algún día?

—La verdad es que no lo sé —comencé a ponerme nerviosa de su mirada tan intensa sobre mí. En ese momento no pude evitar pensar en la posibilidad de que aquello fuese una forma de lanzar un aviso, así que busqué una mejor respuesta—. Puede que sí, creo. Ha de ser especial que alguien quiera compartir su vida entera contigo.

Bryce simplemente asintió, me sonrió y regresamos al inicio, sólo que ahora se sentía bien compartir algo tan personal como lo era el silencio. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que una idea me cruzara por la cabeza.

Me puse de pie, todavía al borde de la tarima, me saqué los zapatos y la trenza que me había hecho. Lo dejé todo sobre la madera antes de bajar los escalones y caminar por el sendero.

—¿A dónde vas?

—Estamos con un lago a menos de veinticinco metros —dije mientras me alejaba—. Vamos a meternos.

No me hizo falta repetirlo.

Bryce se sacó la camiseta y los zapatos antes de correr cuesta abajo, tomarme de la cintura y llevarnos hasta el agua. El sol de la tarde no nos quemaba la piel, pero daba la luz perfecta para ese recuerdo. El agua era de un color verde cristalino y desde donde estábamos no era tan profundo, y estaba un poco fría, pero tan fresca que quise quedarme dentro toda la tarde.

—Me gusta estar contigo —declaró de repente. Estábamos todavía en el agua, me estaba observando y segundos antes nos habíamos besado un poco. Se había medio ahogado también, lucía agitado, pero no me preocupé por eso.

Mi pecho se calentó.

—A mí también me gusta estar contigo.

—¿Sí?

Le di un beso y luego asentí. —Sí —ladeé la cabeza—. ¿Qué más te gusta? —pregunté— ¿Qué otra cosa te gusta de mí?

A mí me gustaban muchas cosas de Bryce, cosas que ya le había dicho en voz, cosas que jamás me cansaría de reconocer. Sin embargo, cuando él me las decía a mi, me sentía en las nubes. Bryce tenía una manera de decir las cosas para que se sintieran honestas. Salidas desde lo más profundo de su corazón.

—Lo que me gusta de ti no es lo que veo —me dijo, apartando los mechones de cabello que se me habían pegado a la frente y un poco a las mejillas—, es eso que siento.

Claro que, esa tarde al decirlo, se sintió como la primera vez que me dijo que me quería.

No supe cómo pasó, pero de repente ya no estábamos en el lago, si no dentro de la cabaña, mojados y besándonos. Tenia la ropa completamente pegada al cuerpo y sin apartar la mirada de sus ojos yo sola me la comencé a quitar. Por cada botón de mi camiseta que soltaba, era una alteración a mi pulso. Bryce no dejaba de observarme, un poco nervioso y un poco sumido en el momento. Siguió con sus ojos cada movimiento de mis manos. Desde zafar mi camiseta hasta despojarme de mis shorts. Eventualmente quedé en ropa interior. Nunca había estado desnuda frente a alguien y nunca me había imaginado que sería frente a Bryce. Sin embargo, en el fondo, me sentí aliviada de que así fuera, porque estaba segura que nadie nunca me vería con los ojos de amor con los que Bryce me miraba siempre.

Cuando comencé a retirar los tirantes de mis hombros, Bryce comenzó a caminar hacia mí. Siempre con la mirada puesta en mis ojos, sin parpadear, casi sin respirar. Una vez estuvo frente a mí, no dijo nada, pero al mismo tiempo me lo estaba diciendo todo.

—Nunca he hecho esto antes —sentí la necesidad de confesarlo, porque no sabía qué tanta ventaja tenía él sobre mí. Aunque estaba segura que la experiencia no era lo importante.

—Está bien, yo tampoco —me besó la frente—. Pero no tiene que ser ahora.

Sacudí la cabeza, antes de arrimarme más a él y hablar cerca de sus labios.

—Quisiera hacer el amor aquí contigo —susurré, llevando mis manos a la atadura de su pantaloneta—. Ahora.

No voy a mentirte. Bryce lo dudó los primeros cinco segundos, no supe si porque estaba nervioso de que para ambos fuera la primera vez o porque simplemente no estaba listo. Sin embargo, tan pronto como solté el cordón de su pantaloneta y esta bailó en su cadera, Bryce reaccionó, me tomó firmemente de las mejillas y me besó.

Cada prenda que hacía falta se fue desapareciendo conforme pasaba el tiempo. Primero fui yo.

Bryce se arrodilló y retiró mis bragas de algodón blancas sin apartar la mirada de mis ojos. Cada vez que sus dedos rozaban sin querer mis piernas, yo tenía un espasmo de los nervios y de la sorpresa de sentirlo piel con piel aunque fuese de forma fortuita y ligera. Al retirarla subió hasta mis labios, dejó un suave beso en ellos y metió sus dedos índices debajo de las tiras de mi sostén. Luego las retiró, lenta y delicadamente, antes de llevar sus manos detrás de mi espalda y retirar el broche.

Eventualmente, cuando quedamos desnudos frente al otro, fue como llegar al final de todas nuestras capaz. Nos observamos unos segundos. Por primera vez presté atención a esos detalles que no había notado antes; su clavícula huesuda, sus costillas tan notables, el color pálido de su piel. Pero antes de que pudiera seguir mi escrutinio, preocuparme o llegar a alguna conclusión por mi cuenta, Bryce me tomó y me besó. Esta vez sin soltarme por un largo, largo rato.

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