Breathe || CAMREN

By camisouterspace

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Lauren es una repartidora de correos en la ciudad de Vancouver, no cuenta con la vida perfecta. En algún mome... More

Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
NOTA
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Final
Epílogo
Nueva Historia

Capítulo 1

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By camisouterspace


Lauren's POV

La brisa fría pegaba contra mi cara mientras corría las calles de Vancouver en bicicleta, yo trataba de acomodar mi gorra con una mano mientras que con la otra continuaba llevando la dirección del caballo de hierro. Aquel día estaba helando más de lo normal y es que cómo no, si se acercaba la nieve. Mi chaquetón, que abrigaba bastante, incluso necesitaría un refuerzo porque en caso de no hacerlo mis pulmones podrían sufrir y acabando por empeorar las cosas. No me gustaba el frío.

Cuando llegué a la dirección anotada sobre el papel me detuve y aparqué la bicicleta a un lado de la acera acercándome a la canasta que traía en la parrilla para luego sacar una caja de tamaño medio, anduve hasta la puerta y toqué el timbre donde segundos después una mujer de tez morena respondió. Hice lo rutinario al entregar paquetes y luego de aquello volví a montar en la bicicleta para continuar con mi trayecto, me quedaban algunas direcciones por visitar.

Cuando por fin terminé con el trabajo del día me percaté de que ya había oscurecido y que gotas de lluvia comenzaban a mojar las calles de la ciudad. Al salir de la oficina de correos tuve que correr una calle abajo, empapándome totalmente para poder tomar el autobús que me llevase a casacy vivía lejos lo cual hacía todo peor. Llegué a casa cubierta por un frío que me partía hasta la última y más diminuta célula de mi cuerpo, al entrar lo primero que hice fue acercarme a la chimenea la cual ya estaba encendida por lo que suponía mi primo estaba en casa.

— ¿Malcolm? — le llamé esperando una respuesta que no llegó, repetí 2 veces la acción y seguía sin obtener respuesta.

Rápidamente me acerqué a la que era su habitación, no estaba preocupada, solo se me hacía extraño que no contestase. Malcom no estaba allí, ni en mi habitación, ni en ninguna parte de la casa. Solo me quedaba por ver el baño pero no pude entrar porque estaba asegurado con llave. Golpeé varias veces la puerta con mayor temor, no recibía ningún tipo de respuesta y aquello comenzaba a inquietarme.

— Un poquito más de cuidado con la puerta que no andamos para pagarla, joder. — sentí como todo mi cuerpo se relajaba e inconscientemente solté un suspiro.

— Lo siento, pensé que...

— ¿Que iba a matarme? No. — dijo dirigiéndose a su habitación y lo seguí. — No otra vez.

Malcolm vivía conmigo desde hacía un año y poco más, se había convertido como en mi mejor amigo, era realmente mi mayor apoyo.

— Pues con esa cara tuya mira que si lo intentaría. — dije en tono de burla y lo vi bufar.

— Idiota.

— ¿Qué tal tu día? — lo vi acostarse en su cama y tomé asiento en la esquina de esta.

— Como siempre, nada cambia, autos por arreglar por aquí y por allá. ¿Tú?

— No hay novedad tampoco, supongo.

A veces sentía que estaba demasiado muerta para ser tan joven, sentía que no respiraba, pero es que con la vida que cargaba era muy difícil mantener con las energías de un adolescente promedio. Mis días se basaban en 3 cosas básicas que no cambiaban: por las mañanas asistía al instituto, por las tardes me dedicaba a trabajar en la oficina de correos y por las noches hacía mis deberes escolares y si me quedaba tiempo limpiaba la casa, todo dependía de la suerte del día.

Luego de hablar con Malcolm fui a resolver algunos ejercicios de matemáticas, yo corría con la suerte de ser becada en el instituto debido a mis buenas notas y a mí situación económica, no me gustaba recibir esta ayuda por parte del gobierno por pesar pero no me quedaba de otra, era esto o no estudiar y claro que eso no era una buena opción, así que me adaptaba a las cosas. Aproximadamente una hora después acabé con mis deberes y fui a mi habitación donde caí dormida minutos después.

                                  [ . . . ]

En la ciudad llovía, no mucho pero sentía algunas gotas caer sobre mi ropa, las calles estaban llenas de neblina y temperatura bastante baja. El invierno comenzaba a pegar fuerte en la ciudad y yo casi no lo soportaba, sentía mi cerebro y manos quemar por el frío a pesar de estar usando gorra y guantes, pero es que ya llevaba varios minutos esperando que aquel gran portón fuese abierto o que al menos alguien se asomara pero aquello no ocurrió, entonces opté por irme, porque de no hacerlo seguro moriría congelada.

Hoy debía cubrir un barrio en la parte más exclusiva de la ciudad, en donde vivían los más afortunados de nacimiento pero en donde también el frío era arrasador. Acelerando en la motocicleta de la empresa — que solo la usaba cuando debía ir lejos del centro — sentía todo mi cuerpo congelado debido a la brisa helada que pegaba, casi dos años y aún no me acostumbraba al clima de aquí.

Hice unas cuantas paradas en diferentes direcciones, en donde, a diferencia de arriba si obtuve respuesta y cuando acabé me dirigí a la oficina de correos. Milagrosamente hoy había terminado más temprano y podía irme a casa antes de que comenzara el hielo de la noche porque así era casi imposible de trabajar.

— ¿Entonces ya puedo irme? — pregunté mirando al tipo de lentes apoyados en la punta de la nariz que estaba sentado tras aquel escritorio que tanto poder imponía.

— Cuando acabes, por supuesto. — dijo dándole una bocanada a su pipa, dejando expulsar luego el humo.

— Pero ya he acabado. — contesté con el ceño fruncido.

— No, no lo has hecho. No has dejado el paquete en casa de los Cabello.

— Si no han contestado. Pasé casi 15 minutos esperando bajo el frío a que abrieran y nadie respondió. — me expliqué, no entiendo que quería de mí, podía morir congelada.

— Ellos no son cualquiera, Lauren, son los Cabello. Y si no sabes quiénes son deberías coger una puta computadora y buscar...

En internet, sí sí sí. Los Cabello. Claro que los conocía, es decir, ¿quién en esta ciudad no lo hacía si eran prácticamente sus dueños? Alejandro Cabello era un político con demasiado poder, dinero e influencia en el país y por consiguiente en Vancouver, era uno de los mejores conocidos y supuestamente de los más honestos pero para mí solo era otro corrupto de mierda, y a eso súmenle a Sinuhe, quien es su esposa y pertenece a una de las dinastías más grandes, los Estrabao, tenía entendido eran cubanos pero muy poco rastro de eso quedaba en ellos.

— ... entonces irás allí y no podrás ir a casa hasta que ese paquete esté en sus manos, ¿has entendido? — asentí con desgana y luego salí de la oficina de correos tomando la motocicleta para ir nuevamente.

Quedaba lejos por lo que me tomó un buen rato en llegar y ya todo estaba oscuro. Quería ir a casa. Volví a tocar aquel timbre esperando por fin una respuesta donde una voz femenina sonó, parecía muy joven pero realmente no le presté atención, solo necesitaba irme a casa a terminar de estudiar para mi examen de química. El gran portón se abrió y entré dejando la motocicleta estacionada afuera. Caminé por la gruta que conducía a esa gran mansión. En la puerta una chica me recibió, lucía tan joven como yo.

— Buenas noches, señorita. Disculpe la hora pero vine esta tarde y no obtuve respuesta. — por alguna extraña razón mi voz temblaba, seguro era el frío que se me había concentrado en la garganta.

— No hay cuidado. Ven, dame. — dijo para recibir el paquete pero negué.

— ¿Es usted mayor de edad? Solo puede ser firmado por un adulto.

— ¿Lo eres tú? — preguntó de vuelta, más que con desafío fue con intriga, y yo negué. — Ya está, si tú puedes repartirlo, yo puedo firmar. — y me quitó el portapapeles de las manos depositando su firma con velocidad. — Toma.

— Gracias. — no sé porqué agradecí, otra tontería en el día. — Ahora debo irme, pase una buena noche señorita Cabello. — me giré pero su voz me detuvo.

— ¿Cuántos años tienes? — volví a mirarla y la detallé. Llevaba una pequeña falda color blanca junto a una blusa rosa que le llegaba más arriba del ombligo, su cabello negro iba recogido en una coleta y sus pies estaban descalzos, ojos oscuros, labios carnosos y piel canela.

— No los suficientes. — dije sin más porque no entendía su interés.

— ¿No los suficientes para repartir o para firmar? — preguntó cruzada de brazos y recostada en el marco de la gran puerta.

— Para ninguno.





He escrito esta nueva historia y quise compartirla. Lo hago más que todo para entretenerme en mis tiempos libres, además de que es algo que me gusta bastante. Si quieren apoyarme con esta nueva historia son todos bienvenidos. Gracias.

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