✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯ ʟᴇɢᴏʟᴀꜱ

By OrdinaryRue

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𝗹𝗲𝗴𝗼𝗹𝗮𝘀 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 [TERMINADA] Silwen era la última de su linaje sobre la Tierra Media. Desc... More

Dama de Plata
Gráficos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
epílogo

Capítulo 15

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By OrdinaryRue

Silwen ya no se encontraba frente a sus tres compañeros, pues sus ojos tan solo veían figuras difusas que se entremezclaban entre ellas, confundiendo a amigo y enemigo. Embistió contra un colosal cuerpo, haciendo bailar su espada con movimientos frenéticos. Ágiles y raudos, un torrente de cortes caían sobre tantos cuerpos orcos, que ni siquiera alcanzaban a ver a quien les había dado muerte. Cada alma segada, aumentaba el control que Seregmor poseía sobre su cuerpo y mente. El fuego estalló en la negra hoja, brillando sus runas en su filo. Marcadas en un intenso fuego, incandescentes resplandecían como lava de Mordor. 

Sus compañeros se encontraban demasiado atareados resistiendo contra el sinfín de orcos, como para percatarse del drástico cambio en la actitud de Silwen. Ella golpeó, esquivó y marcó sus cuerpos con acero, uno a uno caían bajo el poder de su hoja. Bestias presas de la misma oscuridad que la poseía a ella ahora. Silwen pronto ya no supo el porqué luchaba en aquella disputa, con movimientos estudiados y mecánicos, movía la espada que formaba parte de su cuerpo. Más allá de que Seregmor tenía un irrompible vínculo con su alma, el cuerpo de Silwen era el que ahora se dejaba dominar también sin ninguna oposición. Un lúgubre velo cubría sus pensamientos racionales, empujándola a ansiar un cruel poder.  No jadeaba, y ninguna gota de sudor caía de su frente empalidecida. La vida y la muerte palpitaban bajo su piel. Una sangre oscura bombeaba en su corazón. Negros como el carbón eran los orbes de Silwen, noche sin estrellas, ya no había luna que la iluminara. 

Legolas resopló al ver como ya tan solo quedaba un orco con vida. Veía la espalda de Silwen tensarse cuando, de un tajo, terminó con la vida de este. La fétida sangre de la bestia salpicó contra la mortecina piel de ella. El salvajismo de Silwen había sido tal, que no había centímetro de su piel no cubierto por aquel líquido negruzco. Tambaleante, Silwen contempló con disgusto como no quedaba ya bestia en pie. Irritada y sin volver su espalda a aquellas tres figuras que ya no distinguía como aliados, se aproximó hasta un agonizante orco tumbado sobre otro cuerpo de uno de los de su raza. Caminó escrutándolo con desprecio, dejando que la punta de su espada, cortara el pasto teñido por la lucha. Deslizó su hoja por la húmeda tierra hasta que alcanzó finalmente su objetivo. Cuando el moribundo orco encontró los vacíos ojos de Silwen, no pudo más que sentir un pavor desconocido invadir cada resquicio de su cuerpo. Intentó alejarse de ella desesperadamente, incapaz de alzarse, retrocedió con el cuerpo tendido en el pasto, con los ojos aún clavados en la negra espada que se cernía sobre él. Aquella elfa albergaba la mayor oscuridad que jamás había presenciado. Seregmor clamaba sangre, y sedienta de esta, Silwen sucumbió a su petición golpeando al orco repetidas veces.

Con una expresión irreconocible, sus ojos escupieron una furia estremecedora. Con el negro de sus pupilas fusionado con el ahora también azabache de sus orbes, observó la atroz imagen que era el orco frente a ella. Ladeando su cabeza escudriñó su estático pecho. Realmente ya no había orco con vida entre aquellos árboles. Empapada de una espesa sangre, encontró que era hora de enfrentarse a quien tenía tras ella. 

Desde las runas de la hoja se susurraba un cántico en una lengua negra, que tan solo Silwen conseguía apreciar. Una espada maldita que cantaba venenosas palabras en su oído. Su influencia sobre el quebradizo cuerpo de Silwen, era fiel al nombre que le había otorgado Sauron. Ella ya no era más que la oscuridad de la sangre.

Tres figuras la encontraron de frente, inmóviles y con sus armas aún a la vista. Los músculos de Silwen se tensaron al instante, intentando discernir inútilmente si aquellos eran también sus objetivos. Levantó la espada en al aire hacia ellos, mientras se preguntaba si debía o no atacar. Una mueca de incredulidad se marcó en los rostros de Aragorn, Legolas y Gimli, ante la ausencia de luz en los ojos de ella. Con una apariencia que se asemejaba más a un espectro que a una elfa y unas ojeras que habían crecido bajo sus ojos con una rapidez inaudita.

Silwen se aferró desesperadamente a la empuñadura, agotada por no reconocer a aquellas tres figuras. Tal era la magnitud de su fuerza en aquel momento, que el acero de la espada se había incrustado en su piel. La sangre se escurrió por la palma de su mano, goteando contra la revuelta tierra. Pero distaba mucho de ser un líquido rojizo lo que emanaba de ella, sino una sustancia tan negra que se tornaba opaca ante la luz que se filtraba en el bosque.

Con las runas marcadas a fuego en la oscura hoja, Aragorn, Legolas y Gimli alcanzaron a apreciar su escrito. Y a pesar de que ninguno tenía conocimientos sobre aquel idioma, los tres sabían que aquello no era otra cosa que lengua negra.

— Envaina tu arma, Silwen. —habló con calma Aragorn, pero algo reticente aún a avanzar hacia su compañera— La batalla ya ha concluido.

Ella agitó su cabeza con fuerza, incapaz de que aquellas palabras salidas de su amigo, alcanzaran a disipar la espesa niebla de su mente. Pues había unos susurros que penetraban con más facilidad en su cabeza. Seregmor atravesaba ese muro de tinieblas sin dificultad.

El semblante de Silwen era aterrador tras el vil cántico de la espada, que empapó sus sentidos tornandolos primitivos e irracionales. Escasos fueron los segundos donde ella había dudado en si atacar o no, pero ahora su cuerpo no albergó duda alguna. Apretó entre sus manos la empuñadura y afianzó sus pies en la tierra. Estaba preparada para atacar nuevamente, diera igual quién estuviera frente a ella.

— Una poderosa sombra influye en ella, puedo sentirlo. —Legolas no apartó su mirada de Silwen, mientras ella le respondía con una atroz frialdad— La sangre fue derramada en el pasado y... —se volvió para buscar a Aragorn a su lado— algo más allá de lo que conocemos anhela encontrarla.

Gimli tragó en grueso tras sus sombrías palabras, y entrecerró sus ojos con cierta desconfianza. Observó con desdén las runas escritas de forma similar al élfico. Destellos de tonos rojizos e incandescentes como el fuego se escupían de aquella hoja. Sin atisbo de miedo y con la determinación brillando es sus ojos, Gimli caminó acortando la distancia con ella. Confiaba en Silwen ciegamente tras haber compartido con ella largos y tortuosos días de viaje. Y el miedo no tenía cabida en su pequeño cuerpo cuando se trataba de ella, pues había contemplado en más de una ocasión, el honor y la nobleza que desprendía en cada uno de sus actos.

— Gimli... —le advirtió Aragorn cauteloso.

Silwen portaba una máscara de inexpresividad. Enfocando ahora sus orbes, en los movimientos del enano. Gimli hizo caso omiso de la advertencia de Aragorn, y pronto se encontró frente a ella bajo su furiosa mirada. Vio como las venas del dorso de la mano de Silwen, palpitaban en negro mientras apretaba con más vehemencia la empuñadura.

Gimli se encontraba ahora algo temeroso, no por ella, sino por el catastrófico desenlace que podría ocurrir, si ella no recobraba la cordura. Ignorando la agresividad de su rostro, incitó a Silwen a bajar lentamente su espada. Pues esta se encontraba aún alzada apuntando a Legolas y Aragorn.

— Eres más fuerte que esto. —dijo con suavidad Gimli, y con una mano sobre la de ella, hizo descender la espada.

La punta del arma acarició la hierba bajo los pies de ambos. Silwen dejó de sostener la hoja con aquella angustiosa necesidad. Debilitado su contacto con la hipnótica arma, el negro de sus orbes se disipó ligeramente. Con ahora el gris reinando en sus ojos, sus tres compañeros albergaron una dulce esperanza.

Gimli se alejó confiado y orgulloso por lo sucedido. Pero aquel efímero instante de lucidez, fue duramente golpeado con un nuevo murmullo de Seregmor. La adictiva ponzoña que era la oscuridad, se adhirió nuevamente a su corazón. Silwen entró rápidamente en pánico al ver ahora a tres enemigos frente a ella con tanta claridad, y encontrando además, que su arma no apuntaba a aquellos desconocidos. Giró lentamente su cabeza, hallando a un enano que la miraba sonriente a menos de un metro. Su ceño se frunció, creando unas intensas arrugas en su frente. Aragorn y Legolas repararon al instante en su brusco cambio, por otra parte, Gimli se encontraba ensimismado, ansiando ya tener de nuevo a su lado a aquella bondadosa elfa.

Silwen hizo una mueca de desagrado justo antes de alzar su espada contra aquel enano, que había tenido la osadía de intentar alejarla de la oscuridad. Legolas fue mucho más veloz que Aragorn, y buscando defender a Gimli de una muerte segura, bajo la hoja de la elfa de la cual estaba perdidamente enamorado, saltó contra ella interponiéndose entre ambos. Golpeó el cuerpo de Silwen con tanta brusquedad, que Seregmor cayó al suelo desprendiéndose de su mano. La hoja impactó contra la tierra y Aragorn se apresuró a alejarla con su pie.

Silwen se encontró aprisionada por el cuerpo de Legolas. Sobre ella, el elfo se adueñó de sus muñecas con ambas manos, y con sus piernas, inmovilizó las de ella. Con la espalda completamente pegada a la tierra, Silwen se revolvió desesperada por zafarse de su agarre. Aunque sus rostros estaban tan próximos que sus alientos se entremezclaban, aquella situación no podía alejarse más de los deseos de él. Pues jamás se había imaginado estar en una posición tan indecorosa con ella, no al menos en aquellas circunstancias. 

Anin gell nîn. (Por favor) —rogó Legolas contra sus labios. Ella se retorcía sin descanso bajo su cuerpo, ahogada en aquella oscuridad que la comenzaba a dejar sin aliento.— Gin iallon, daro ithil nîn. (Te lo ruego, detente mi luna) 

Con un rostro macabro, y unos lúgubres y sombríos ojos, Silwen contempló con desconcierto la dulzura que desprendía la azul mirada de Legolas. Perpleja ante su rostro implorante, que con pesar le suplicaba que cesara sus movimientos, que retornara a su lado tras tanta oscuridad.

Finalmente, y rendida ante los sinceros sentimientos que desprendía Legolas, desistió de su lucha contra él. No lo reconocía, pero encontraba que sus palabras eran las más puras que jamás había oído. Supo en aquel instante, que nadie le había profesado un sentimiento tan incondicional. Bajo las palmas de sus manos, Legolas sintió como ella relajaba su cuerpo, percatándose también, de como Silwen lo observaba con incredulidad. Pues a la elfa se le hacía muy difícil reconocer que alguien sintiera un amor tan asfixiante por ella.

Entreabrió sus labios para preguntarle a aquel desconocido, cómo podía él susurrarle palabras tan llenas de afecto. Cuando algo golpeó su pecho con tal fuerza, que el aire escapó de ella en un suspiro. Un peso se instauró por todo su cuerpo, agotando sus energías y vaciando su alma.

Desorientada, Silwen volvió su rostro hasta encontrar a Seregmor en la lejanía. La espada tendida en el negro pasto, ya no estaba junto a ella. Aquella distancia que separaba a la hoja de su dueña, era corta a la vista, pero ya era más de lo que Silwen alguna vez estuvo de Seregmor.

La unión se tensaba con cada metro de separación, causando en Silwen una agonizante tortura. La cruel aflicción hizo que sus ojos se ahogaran en lágrimas de dolor.
Silwen chilló con el alma destrozada. Legolas aún sobre ella, retrocedió de un salto con el rostro bañado en confusión.

Agonizante, y con su frente empapada por el sudor, volvió a gruñir aparentando sus dientes. Estos chirriaron emitiendo un agudo sonido. Alejada de aquella espada, padecía el dolor de mil vidas y mil muertes. Gimió y sollozó ante tal cruel destino, profetizado en su día por uno de los seres más mezquinos. Pues como el Señor Oscuro le advirtió hace décadas, empuñar aquel arma desencadenaría de forma irremediable una maldición. La condena de Silwen era ver corrompida su sangre, oscurecida como la misma tierra donde fue forjada la hoja. Pero el fin de la elfa se convertiría en uno mucho más atroz, si se negaba a portarla, pues la muerte no tardaría en alcanzarla a ella. Era acertado decir que Seregmor era un arma de doble filo, pues ambos rumbos ponían a Silwen al borde de la vida.

Retorciendo su cuerpo sobre el pasto, dirigió una última mirada suplicante a aquel elfo de cabellera rubia justo antes desfallecer.

— ¿Q-qué? —tartamudeó Gimli asustado, dejando caer su hacha por la sorpresa.

Legolas aterrorizado por la posibilidad de que hubiera muerto, la alzó entre sus brazos asprisionandola contra su pecho. Con los sentidos centrados únicamente en ella, rogó a los Valar escuchar los latidos de su corazón. El pecho de Silwen no subía, estática su respiración, un sudor frío recorrió por completo a Legolas.

Largos fueron los segundos, una agonía eterna para él, donde el corazón de Silwen no bombeaba y dónde el aire no escapaba de sus labios. Ella se negaba a proporcionar la más tenue señal de vida.

Aragorn, quién no había dejado que sus emociones le paralizarán, fue capaz de entender lo que sucedía con su compañera. Se aproximó hasta el arma que yacía en el suelo, la cual él había alejado de Silwen para evitar que la empuñar nuevamente. Su acero era tan negro y vil, como la mayor de las oscuridades, y hasta aquel día nadie había reparado en la procedencia de esta. Con tan solo posar sus ojos en ella, experimentó un temor y un deseo semejante al que una vez sintió por cierto anillo. Con el pulso acelerado, rodeó con sus dedos la empuñadura. Un cosquilleo de poder le oprimió hasta que le faltó el aire. Pero Seregmor no había sido forjada para él, y la hoja no tardó en rechazar a su nuevo portador. La piel que entraba en contacto con la empuñadura, ardió bajo el infernal fuego de la espada, provocando en Aragorn un brutal dolor. Retiró su mano con desesperación y la agitó en el aire en un intento por disminuir el fuego que le abrasaba. Fue un tacto fugaz, pero había osado tocar un arma que iba más allá de lo que su mortal cuerpo podía soportar. Al observar su mano, encontró con horror que esta estaba ligeramente ensombrecida, calcinada por la oscuridad. Suspiró con alivio pocos segundos después, cuando la bruma de su piel se tronó nuevamente a un rosáceo.

— Legolas. —lo llamó Aragorn tras dejar caer la espada nuevamente en la tierra. El nombrado ignoró su llamado, con los ojos rojos y empapados en lágrimas. Legolas estaba al borde de la más absoluta desesperación, teniendo ente sus brazos el cuerpo apagado de Silwen. Con el origen de sus anhelos aprisionado de forma angustiosa contra su pecho, cayó de rodillas contra la tierra. — ¡Legolas! —gritó atrayendo su atención brevemente. Aragorn se encontró con su mirada vacía, el miedo brillaba en sus ojos, pues Legolas jamás había sentido tortura semejante. Supo entonces que nada podía sacar de él en aquel estado, se dirigió a Gimli de forma apresurada— Athelas, las necesito. —ordenó al enano quien aún observaba el cuerpo de Silwen entre los brazos de Legolas— ¡Gimli!—chilló completamente desesperado porque alguien le hiciera el más mínimo caso. Este lo observó al fin, sin poder evitar que una lágrima cayera por su mejilla— ¡Athelas, debemos buscarlas cuanto antes!

gracias por leer <3 los votos y los comentarios bonitos animan mucho —

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