Cambio de rumbo

By sacodehuesos79

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Un crimen involuntario. Un vuelo a media noche. Un cómplice inesperado. More

Prólogo: Ding-Dong The Witch is dead
1. Defiying gravity
2. It really was no miracle
4. Come Out, Come Out, Wherever You Are
5.Optimistic Voices
6. We're off to see the wizard
7. If we walk far enough
8. Follow the yellow brick road
9. Pay No Attention To That Man Behind The Curtain
10. No good deed
11. One short day in the Emerald City
12. As long as you're mine
13. If I only had a heart
14. I'm not that girl
15. Something bad
16. Hearts will never be practical
17. Learn it for yourself
18. Somewhere...
19. ....Over the rainbow
20. There's no place like home

3. If I only had a brain

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By sacodehuesos79

Son las seis de la mañana. 

Aitana no ha sido capaz de pegar ojo en toda la noche. 

Tres horas recorriendo la terminal de punta a punta cargada solo adrenalina e histeria. 

¿Que probabilidades había de terminar en el mismo avión que Luis Cepeda?, ¿qué puñeteras y malditas probabilidades había de que ese avión se desviase de su ruta?

Las mismas, seguramente, que las  de ser escogidos entre miles de personas para participar en un concurso de televisión supone. 

Aproximadamente un porcentaje similar al de acabar enamorándose de la persona menos apropiada. 

Ellos dos siempre han desafiado el cálculo de probabilidades, pero esto ya es ridículo. 

Con todo, no deja de ser irónico que el hecho de encontrarse con Cepeda en un aeropuerto  de mala muerte después de que el avión en el que viajaban juntos casi se estrelle sea la menor de sus preocupaciones. 

Hace quince días, quizás incluso hace quince horas, sería un drama de proporciones épicas. 

Es curioso como un pequeño incidente puede cambiar tu persepectiva de las cosas. 

A las siete de la mañana la terminal empieza a despertar. 

El ruido de cubiertos chocando entre sí anunciando los preparativos de las cafeterías para el desayuno se mezcla con los primeros anuncios de embarque. 

No demasiados, es evidente que es un aeropuerto con poca actividad. 

La compañía con la que han llegado hasta allí ni siquiera tiene una oficina en la terminal y el mostrador de la puerta de embarque que los escupió la noche anterior sigue vacío. No hay rastro de la tripulación que los abandonó a su suerte a eso de las dos de la mañana. 

Deambula un poco más antes de escoger una de las cafeterías que acaban de abrir. 

Le llama la atención porque tiene una extrañas sillas de metacrilato verde que parecen tremendamente incómodas. 

Lo son. 

Intentan recordar como se pide un café con leche en fracés y abandona el intento murmurando disculpas y pidiéndolo en una mezcla extraña de inglés y castellano. 

Al menos recuerda como se dice gracias en francés. 

También como se pide permiso para ir al baño y, misterios del cerebro, que los pantalones que lleva son amarillos. 

Aunque duda mucho que cualquier de las dos últimas frases le resulten de utilidad en este contexto en concreto. 

Sus pantalones son negros. 

Y no le pidió permiso a nadie cuando se precipitó a vomitar por los nervios en el baño a las cuatro de la mañana. 

Desde que vio a Luis tiene un nudo en la boca del estómago que le impide comer. 

Se le ocurre mientras hace esfuerzos por hacer beber el café au lait que todo es demasiado extraño para ser realidad. 

Quizás se trate de uno de esos sueños terrriblemente vívidos de los que la gente habla. 

Una pesadilla más bien. 

Se imagina a si misma contándoselo a alguien cuando por fin se despierte. 

"Todo empezó cuando me llevé unos zapatos demasiado caros y terminó conmigo encontrándome a Luis Cepeda en Córcega después de un espantoso viaje en avión. 

Quizás no se lo cuente a Manuel. Por lo general no le gusta demasiado que mencione a Luis. 

Menea la cabeza para apartar ese pensamiento en concreto. 

Quizás se trate de un viaje de ácido. 

Excepto que Aitana no ha probado nunca el ácido así que no puede estar segura. 

Quizás si cierra los ojos y se concentra sea capaz de despertarse. 

De modo que lo intenta. Aprieta la taza de café caliente entre sus manos tan fuerte que casi se hace daño y aprieta los ojos con la misma fuerza. 

Cuenta hasta cinco antes de abrirlos de nuevo. 

Sigue sentada en la horrible e incómoda silla de metacrilato verde y el ruido atronador de un motor anuncia que un avión acaba de despegar. 

No ha funcionado. 

Quzás si prueba contando hacia atrás obtenga resultados diferentes. 

Cierra los ojos y empieza a contar de nuevo. Esta vez desde diez. 

________

Luis no está seguro si se ha despertado con su propio aliento horrible o por el ruido que empieza a haber a su alrededor. 

Consiguió quedarse traspuesto apoyándose en su mochila en algún momento de la madrugada demasiado agotado como para gastar todas sus energías en no encontrarse con Aitana. 

No es como si ninguno de los dos hubiera cometido ningún crimen acabando en el mismo avión. 

Aunque probablemente el Capitan del barquito de papel opine lo contrario. 

Pero ese no es su problema. 

No lo es desde hace muchos meses. 

Si la situación no fuese una mierda de proporciones épicas,  hasta sentiría algo de mezquina satisfacción al imaginarse su cara si algún periodista del corazón publica la noticia. 

Pero después de casi morir y negociar con Dios para no hacerlo, supone que no es la mejor idea desear amargarle la vida a Manuel Durero. 

Por aquello del karma. 

Se despereza y estira con cuidado las cervicales que suplican clemencia después de varias horas en una postura antinatural. 

Al estirar el cuello aprovecha para intentar localizar a Aitana entre la gente que espera, pero en el lugar que había ocupado la noche anterior solo está su mochila. 

Menea la cabeza irritado. Aitana ya lleva suficientes viajes a sus espaldas como para saber que no se debe dejar abandonado su equipaje en una terminal. 

Pero el estado de la mochila, como el estado de su propietaria, insiste una voz en su cabeza, no es su problema, de modo que se esfuerza por ignorar a otra molesta vocecilla  que le indica que lo caritativo sería ponerla bajo su custodia. 

A la mochila. No a su dueña. 

Bastantes problemas tiene ya. 

Tarda un par de minutos en darse cuenta de que el revuelo de la sala de espera no es el normal de esa situación. 

En el mostrador de información, entre una marea de gente enfadada entrevé a Bárbara, con el maquillaje recién aplicado pero con el mismo gesto de preocupación que la noche anterior. 

Distingue las palabras fronteras y problemas y decide acercarse un poco para entender la situación. 

Cuando se acerca puede comprobar que a pesar del intento por presentar una fachada tranquila, el párpado de Bárbara no deja de temblar. 

- ¡Es indignante!

- ¡No puede ser!

- ¡Teneis que darnos una solución!

Un murmullo de protestas le envuelve y solo se distrae cuando entrevé a Aitana acercándose al montón de gente por el rabillo del ojo. 

Un  joven sentado tranquilamente en la sillas de plástico es la unica nota discordante del grueso de los pasajeros. Tiene una gigantesca mochila a sus pies y parece enfrascado en el contenido de su teléfono. 

Luis sospecha que tiene mas posibilidades de enterarse de lo que ha sucedido acercándose a él que intentando entender algo en el griterío de modo que se hace a un lado y se acerca a él. 

- ¿Disculpa, eres español?

El joven se saca los cascos y le sonríe. Tiene los ojos más verdes que Luis haya visto en su vida y, de cerca, se da cuenta de que no es tan joven. Quizá sea incluso algo mayor que él. 

- Irlandés, en realidad, pero hablo español-  le responde con sonrisa educada. 

Luis levanta las cejas sorprendido. Resulta prácticamente imposible detectar apenas un acento en su pronunciación. 

- ¿Tienes idea de lo que está pasando?- señala con la cabeza la conmoción del mostrador. 

El otro deja apartado el teléfono. 

- Ayer España volvió a cerrar fronteras- arruga la nariz como si la situación apestase- y Reino Unido que era hacia donde nos dirigíamos ha decidido no aceptar vuelos procedentes de España tampoco. 

Luis encaja lo que le acaba de decir con las frases sueltas que acaba de escuchar. 

Por supuesto había sabido antes de reservar el vuelo a Munich para ver a Maria que existía esa posibilidad. 

Las noticias llevaban unos cuantos días siendo preocupantes pero los medios de comunicación insistían en que otro cierre de fronteras era muy improbable. 

Claro que improbable no es lo mismo que imposible. 

También resultaba improbable que Aitana y él acabasen en el mismo vuelo de regreso de Ibiza. 

Y como en tantas otras ocasiones, de pronto, su vida, acaba de complicarse un montón. 

_______________________________

Aitana no acaba de entender cuál es el problema exactamente, pero sospecha, por el volumen de los gritos de la gente, que es bastante importante. 

La compañía que les ha traído hasta aquí, donde sea que estén, ha cancelado el vuelo que han dejado a medias. 

De acuerdo. 

Tampoco es que tenga demasiadas ganas de volverse a subir a un avión. 

Claro que si están en una isla tampoco es que tenga muchas más opciones supone. 

La asistente de vuelo, único miembro de la tripulación presente, debió perder algún tipo de apuesta con sus compañeros para acceder a presentarse delante de toda esa gente que le reclama a gritos una solución. 

Pero es que la pobre mujer no tiene una solución aparenetemente. Solo puede transmitir lo que le han dicho desde la compañía. 

Que el avión sufrió una avería durante la tormenta. 

Eso lo habían sospechado todos. 

Que no estará arreglado hasta dentro de unos días. 

Eso es más preocupante. 

Y que no tienen la menor intención de ofrecerles una solución alternativa teniendo en cuenta que España y Reino Unido se han cerrado las fronteras el uno al otro. 

Resumiendo: Ajo y Agua. 

Por supuesto la joven, la de la manicura borgoña en la que se fijó la noche anterior, no les dice eso sino que les explica con una voz que solo tiembla un poco, las formas de reclamar que tienen una vez vuelvan a España. 

Si es que consiguen volver claro. 

Aitana pestañea atónita entre toda la gente que grita. Normalmente en sus viajes hay alguien le indica donde debe estar y a qué hora, así que mira a su alrededor un poco perdida. 

Bastante. 

La vida es bastante más sencilla con un asistente personal. 

Vuelve al asiento donde dejó la mochila y se sienta derrotada. 

Son las ocho y media de la mañana. 

Desde desde el bolsillo trasero de sus pantalones su móvil reclama su atención. 

No han dejado de entrar mensajes y llamadas y se pregunta si lo más sencillo no sería responder, confesar y pedir perdón y ayuda. 

Aunque es posible que si confiesa le nieguen esa ayuda que tanto necesita. 

También podría llamar a Olga. 

Pero también entonces tendrá que soportar un sermón por haber actuado sin consultar primero y sin valorar las consecuencias. 

Se conoce el discurso. 

Mira a su alrededor viendo lo que hace el resto de pasajeros y localiza entre todos a Luis hablando con un hombre que tiene una mochila gigante a sus pies. 

Se pregunta qué hará él. 

Se pregunta, también, cual sería su reacción si se acercase a pedirle ayuda. 

No es que haya hecho muchos méritos en los últimos tiempos para merecer su apoyo. 

Cuadra los hombros y decide que, por una vez, va a intentar arreglarselas sola. 

Ayer se había sentido poderosa al hacer la reserva del vuelo desde su móvil  así que supone que ese es tan buen sitio para empezar como cualquier otro. 

Aunque ayer sabía exactamente en que parte del planeta estaba y ahora solo tiene una idea aproximada. 

Google le informa de que hay cuatro aeropuertos en Córcega.  

Tambien que el monte Cinto con 2706 metros es el pico más alto de la isla y que la cerveza de castaña es una de las bebidas típicas. 

Aunque duda mucho de que estos últimos datos le resulten de utilidad para salir de allí. 

Gracias a pegar la oreja en la conversación a gritos de otra pasajera averigua que de los cuatro aeropuerto están en el de Ajaccio, el más grande. 

Una rápida búsqueda le permite descubrir que, a pesar de eso, solo tiene vuelos de conexión con Francia y Alemania. 

Con el estado de cierre de fronteras no tiene la menor idea de si puede entrar en uno de esos países sin una razón válida para hacerlo. Escapar de su familia política probablemente no sea una causa justificada a ojos de las aduanas. 

Abandona el móvil desesperanzada. 

Está como al principio. 

Su mirada se escapa otra vez en la dirección en la que Luis está sentado, le observa mientras se rie con el hombre de la mochila y Aitana envidia profundamente su capacidad de hacer amigos de extraños en cualquier lugar y situación a pesar de su timidez. 

Mientras tanto ella están tan desesperada que se está planteando seriamente recurrir a la persona que más la odia en el mundo. 

En fin, quizás no la que más, que para eso esta twitter, pero en el top ten está seguro. 

Se limpia el sudor de las manos en el pantalón vaquero y se pone en pie. 

A veces en la vida hay que hacer sacrificios. 

Tampoco es que a ella Luis le caiga de maravilla. 

Sueños húmedos aparte se le ocurren quince buenísimas razones para no recurrir a él. 

Pero antes de tener tiempo de pensarlo demasiado ha cruzado la sala de espera y se planta delante de su única esperanza. 

Lo que es la vida. 

Carraspea para llamar su atención y Luis se gira hacia ella con gesto neutro. El hombre de la mochila también la observa con curiosidad. 

Pero antes de que pueda abrir la boca para pedir ayuda, Luis esboza una de esas sonrisas que le llenan el rostro y se escapan por las comisuras de sus ojos. 

Sorprendida,  Aitana no puede creer la inmensa suerte de que esa sea su reacción al verla. 

- Luis, ¿puedo hablar contigo?

Se gira y descubre a su espalda a la asistente de vuelo de uñas borgoña. 

Es curioso que hasta ese momento no haya caído en el parecido entre el color de sus uñas y los zapatos que desencadenaron todas sus desgracias. 

Tiene que haber algún tipo de significado oculto en eso. 

Pero, de momento, le basta con saber que la destinataria de la sonrisa de Cepeda no es ella, sino Lady Borgoña. 

Y las razones para no pedirle ayuda se convierten en dieciseis. 












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