Cambio de rumbo

By sacodehuesos79

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Un crimen involuntario. Un vuelo a media noche. Un cómplice inesperado. More

Prólogo: Ding-Dong The Witch is dead
2. It really was no miracle
3. If I only had a brain
4. Come Out, Come Out, Wherever You Are
5.Optimistic Voices
6. We're off to see the wizard
7. If we walk far enough
8. Follow the yellow brick road
9. Pay No Attention To That Man Behind The Curtain
10. No good deed
11. One short day in the Emerald City
12. As long as you're mine
13. If I only had a heart
14. I'm not that girl
15. Something bad
16. Hearts will never be practical
17. Learn it for yourself
18. Somewhere...
19. ....Over the rainbow
20. There's no place like home

1. Defiying gravity

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By sacodehuesos79

Luis Cepeda Fernández nunca ha formado parte del club de la Gran Milla.

Puede añadirlo a la lista de cosas que nunca ha hecho y que hicieron que acabase muy próximo al coma etílico mientras jugaba con Ricky y sus amigos.

Él, que siempre se ha creído un hombre experimentado o, al menos, abierto a experimentar, descubrió hace un par de noches que comparado con aquella gente era, más bien, bastante mojigato.

Menuda decepción para sus fans.

Menuda decepción para sus haters.

Es un pensamiento fugaz que se le ocurre mientras se acomoda en el asiento del avión y busca las tiras del cinturón.

Tiene tal resaca que desearía no haberle prometido a su hermana y a su cuñado una visita fugaz antes del próximo concierto.

Pero las hermanas mayores mandan y la suya le ha convocado solemnemente para un cocido de fin de verano.

Un cocido. En Munich. En agosto.

Solo por su hermana está dispuesto a coger el último vuelo a Londes y darse una buena carrera por el aeropuerto para pillar la conexión con Munich.

Además si sigue la ruta de tugurios de Ricky y sus amigos es posible que en unos días esté en un hospital suplicando un transplante de hígado y no en en su siguiente concierto y no están los tiempo para cancelar bolos con lo difícil que resulta conseguirlos.

Contra todo pronóstico ha conseguido relajarse estos días de vacaciones. Aunque pueda ser un mal bicho a veces, Ricky se ha asegurado de que sea así.

Estuvo a punto de cancelar los planes cuando sus amigas, por razones bastante válidas por otra parte, le habían dejado tirado con un grupo del que solo conocía a su amigo común.

Pero las dos traidoras habían intercambiado un gesto primero y le habían lanzado una mirada acusadora después, de esas con una sola ceja levantado y le habían desafíado, las muy arpías, a hacer algo con lo que no sintiera completamente cómodo.

Vivir un poco había lanzado Mimí. Ampliar horizontes, había carraspeado Ana.

Malditas brujas.

Solo por no darles la razón y reconocer delante de ellas que odiaba irse de vacaciones con desconocidos, había acabado en un yate, jugando al yo nunca como si tuviera quince años, piojo perdido con otras diez personas.

Por alguna razón de todas las cosas que no había hecho y que le habían obligado a beber, la que más risas había provocado era la de no pertenecer al dichoso club de la Gran Milla.

- ¡Pero si te pasas media vida en aviones!

El cabrón de Ricky dando la puntilla siempre.

Pero lo cierto es que en esos aviones en los que tanto tiempo pasa, siempre tiene a alguno de los miembros de su banda cerca y a esos los quiere como hermanos.

No tiene la menor intención de pesar en otras ocasiones, otros viajes, un tiempo atrás en las que podía haber tachado esa experiencia de su lista de pendientes porque, tal y como le ha prometido a las brujas de sus amigas, la idea es pasar, por fin, página y abrirse a nuevas oportunidades.

Alguien le golpea en un hombre y maldice las prisas de ultima hora para sacar la tarjeta de embarque que le han obligado a coger pasillo en lugar de ventanilla como a él le gusta hasta que levanta la vista y ve a la persona que lo ha hecho.

Se trata de la auxiliar de vuelo que le recibió en la puerta y sospecha, al ver su sonrisa, que no se ha chocado por accidente.

Quizás no tiene tanta experiencia como sus compañeros de vacaciones pero por Dios que aún sabe reconocer cuando una mujer le está haciendo una invitación sin palabras.

Aunque no tenga claro a qué le está invitando.

Se inclina para murmurar una disculpa, infringiendo seriamente la distancia recomendada y le pone una mano de uñas rojo vino y manicura perfecta en el hombro solo un segundo más de lo estrictamente necesario.

Los labios, pintado exactamente del mismo color de que las uñas, mantienen la sonrisa y entre ellos asuma la punta de la lengua rosada. La nariz arrugada de una forma que solo puede describir como adorable es, definitivamente una invitación o un guiño.

Sí. No hay duda. Podría apostarse algo a que si le preguntase a esa mujer por el famoso club, no pondría demasiados reparos en iniciarle.

En lugar de hacerlo, como a pesar de todos los rumores es más tímido de lo que parece, menea la cabeza restándole importancia al golpe y se limita a sonreirle con educación.

Pero porque tampoco es ningún santo, clava su mirada en la de ella y se lleva la mano al cuello en ese gesto que unas cuantas mujeres le han comentado que resulta adorable.

La joven está lo suficientemente cerca para que pueda ver con se dilatan sus pupilar.

- En un rato pasaré con el carrito de las bebidas- la sonrisa que se había enfríado un poco vuelve a los labios rojo vino- por si necesita algo señor Cepeda. Mi nombre es Bárbara.

Se aleja, tacones absurdos clavándose en la moqueta del avión y Luis se gira solo un poco para ver como lo hace.

Se descubre pensando que, a pesar de lo ajustada que parece esa falda azul, probablemente no resultase tan complicado levantarla, incluso en el espacio reducido del baño de un avión.

Es pura conjetura de ingeniero claro. Cálculos de dimensiones y todo eso, no es como si fuera a hacer nada al respecto.

Porque sospecha, por la forma en la que ella le ha saludado, acariciando cada letra de su apellido que además de ser una eficiente auxiliar de vuelo, Barbara de los labios rojos, también es una fan.

Y si hay mil razones para no liarse con una desconocida en el baño de un avión cuando eres una figura pública, hay como mil millones para no hacerlo con una fan.

Por otra parte una de las cosas que peor se le dan en la vida a Luis Cepeda es perder con dignidad y Ricky y sus amigos, han picado su orgullo.

De moro que se gira de nuevo, bastante seguro de que se encontrará con la sonrisa de Barbara y efectivamente, allí está con la mirada clavada en él hablando con una compañera mientras efectúan los últimos trámites antes de despegar.

Sopesando los pros y los contras de la estupidez que está pensando hacer, vuelve a su posición original y a hacerlo se le congela la sonrisa.

Ha estado ptan concentrado en otros asuntos que ni siquiera se había dado cuenta de que habían vuelto a abrir las puertas para un pasajero de última hora.

Una pasajera para ser más exactos.

Entra a toda prisa, con la cabeza gacha para evitar las miradas furibundas del resto de pasajeros que, hasta ese momento se removían impacientes en sus asientos sin conocer la causa del retraso y ahora ya tienen a quien dirigir su furia.

Con unas gafas de sol casi más grandes que el resto de su rostro, queriendo pasar desapercibida y consiguiendo llamar más la atención en el proceso.

De primero de famoso, joder.

Luis baja a su vez la cabeza, esperando, rezando para que ella no le haya visto y alegrándose por primera vez de que su falta de previsión le haya condenado a ese asiento en mitad del avión.

Afortunadamente la princesa triste ocupa sin más alharacas su asiento en preferente, alejada del resto de los mortales como debe ser y parece hacer un serio esfuerzo para mimetizarse con la horrible tapicería azul marino.

De todos los aviones del mundo, tenía que acabar en el suyo, piensa Luis sintiéndose un poco Boggart en Casablanca.

Claro que, para ser total, completa y absolutamente justos, él ha invadido su territorio primero.

__________________________________

Un, dos, un, dos, tres.

Un, dos, un, dos, tres.

Aitana ha logrado encontrar un patrón. Es el ruído metálico del carrito de las comidas y bebidas contra la pared a la que los auxiliares de vuelo lo han asegurado cuando empezaron las turbulencias poco después de despegar.

Un dos, un, dos tres.

Desconoce la razón por la que en medio de una situación inesperada y caótica, el patrón se repite de forma rítmica y perfecta, pero ha descubierto que le calma aferrarse a ese ápice de orden.

Prefiere concentrarse en ese detalle ridículo y no en el entrecejo arrugado de las dos miembros de la tripulación que han ocupado los asientos que, normalmente, solo utilizan para el aterrizaje, lo que puede dar una idea de lo negra que está la situación.

Un, dos, un, dos, tres.

También las uñas rojas de una de las auxiliares repiten el patrón. Está tan cerca de ella que puede distinguir el tono en que están pintadas, borgoña oscuro y como sus manos están apretadas con tanta fuerza contra el reposabrazos la sangre no circula por ellas, están pálidas y el contraste con la laca de uñas aún es más espectacular.

Esas no son turbulencias normales.

Algo no va como debería.

Es un castigo. Un puñetero y horrible castigo por lo que ha hecho esa tarde. O por los zapatos rojos de las narices, vete tú a saber.

Con las millas de vuelo que acumula en los últimos años su miedo patológico a volar se ha convertido en un molesto zumbido cada que ocupa su asiento y casi siempre es capaz de ignorarlo.

Pero en cuanto el avión empieza a sacudirse con violencia y los minutos de incerteza se encadenan, Aitana está bastante segura de que puede rescatar del baul de los recuerdos sus antiguas fobias y tener un ataque de pánico en pleno vuelo.

En primera clase, eso sí, bien cerca de los lugares que ocupa la tripulación para poder escuchar como susurran entre ellos que la cosa se está poniendo realmente fea.

Lo dicho. Un castigo. Lástima que su karma se vaya a llevar por delante a otras cuarenta personas.

En primera clase, eso sí, bien cerca de los lugares que ocupa la tripulación para poder escuchar como susurran entre ellos que la cosa se está poniendo realmente fea.

Después de todas las sesiones que le ha pagado a su psicólogo, intentando convencerse de que su miedo a volar es completamente irracional y que no está basado en un peligro real, no deja de ser jodidamente irónico que vaya a morir, precisamente en un avión.

Espera poder evitar el vómito.

Es decir, a Aitana le gustaría evitar morirse por supuesto, pero dado que eso no está exactamente bajo su control, no puede convertirlo en su prioridad.

De modo que decide concentrarse en respirar muy despacio para evitar que el revoltijo de su estómago se convierta en vómito para que cuando encuentren su cadaver, al menos no esté cubierto la última comida que fue capaz de tragar.

Muere joven y deja un cadáver bonito y todo eso.

Cierra los ojos con tanta fuerza que se hace daño en los párpados e intenta pensar en otra cosa.

Ayer mismo estaba tumbada en una deliciosa cala de aguas turquesa. El agua estaba a la temperatura perfecta y no se quemó demasiado.

No llamaba felicidad a ese sentimiento, pero por lo menos se parecía bastante a la calma.

Tenía que haberse quedado en la cala. O en la cama esa misma mañana. Cualquier cosa excepto discutir con su madre por teléfono, con Manuel en directo y coger el coche con las zapatillas de la playa.

Menea la cabeza porque parte de la razón por la que está en ese avión es para evitar pensar en la situación que la ha traído hasta aquí.

Aunque quizás sería bueno hacer examen de conciencia y arrepentirse de sus pecados si es que va a morir como consecuencia de ellos.

Un, dos, un, dos, tres.

Aún con los ojos cerrados está bastante segura de que uno de los miembros de la tripulación esta llorando.

El carrito del que hace menos de media hora le ofrecieron una bebida, sigue dando tumbos contra la pared metálica del avión. Lo han asegurado con cintas azules que son exáctamente del mismo color que el uniforme de las azafatas.

Auxiliares de vuelo, se corrige de forma autómática, se las llama así.

La madre de Manuel la corrigió hace un par de meses en pleno vuelo. Aparentemente no importa que trates a la gente con frialdad rayana en el desprecio si utilizas las palabras correctas.

De modo que, si por un extraño milagro, sobrevive a esto, no puede permitirse meter la pata cuando en un par de días cuente la experiencia en su cuenta de Instagram, agradeciendo la calma que la tripulación les transmitió.

Excepto por la chiflada que se empeña en llorar.

A esa no piensa agradecerle nada.

Pasan un par de minutos hasta que se da cuenta de que la que está llorando ese ella misma.

Se imagina los titulares del día siguiente en grande letras negras de imprenta. Se pregunta si la pandemia que asola el país dará la tregua suficiente para que ocupen la primera página. Se pregunta si se referirán a ella como una joven estrella o como joven promesa.

Se pregunta cuál de sus fotos utilizarán para ilustrar la noticia.

Espera que sea una en la que salga agraciada aunque tampoco es que importe. Después de todo estará muerta. Aplastada por un amasijo de hierro o ahogada en el fondo del mar Mediterráneo.

Dios espera que estén todavía sobre el mar. Odíaría estrellarse contra tierra firme.

Para distraer un poco la atención del aire que no llega a sus pulmones, intenta imaginarse su funeral.

Lo triste que estará todo el mundo y las cosas tan bonitas que dirán de ella en los vídeos homenaje que emitirán todas las televisiones.

Probablemente los acompañen de una canción suya. No de las más movidas claro, porque resultaría absurdo ver a la gente llorando con bases rítmicas machaconas de fondo.

Mejor una de las baladas.

Aunque puede que Vas a quedarte no resulte demasiado apropiada en ese contexto.

Se mece ligeramente adelante y atrás, intentando ahogar el llanto de un niño que llora aterrado unas filas más atrás.

Se pregunta quién estará en su funeral.

Manuel claro, y su familia. Él estará imponente en primera fila con un traje de Hugo Boss, de esos que la firma le envía periodicamente.

Es curioso que nadie haya resaltado nunca que Hugo Boss diseñaba los uniformes del ejercito nazi.

No tiene la idea de como tiene esa pieza de información en su cerebro. Probablemente sea algo que Luis le dijese en algún momento para picarla.

Aitana traga saliva, intenta bloquear el ruido del carro, las uñas de la azafata y los llantos del crío y decide que, de perdidos al río, puede intentar conjurar una imagen de Luis.

Espera que al menos su muerte le sirva para inspirar un par de canciones más. Quizás incluso un disco homenaje.

Tal y como están las cosas entre ellos no tiene la menor idea de si se atreverá a hacer acto de presencia en su funeral.

Su llanto se calma un poco cuando se imagina, con un placer infantil y mezquino, a Luis y a Manuel peleándose por demostrar cuál de los dos está más afectado por su desaparición.

O quizás los dos estén aliviados de librarse de ella.

Malditos zapatos rojos y malditas zapatillas de playa. Maldito acelerador y maldita manía de huir de los problemas.

Para calmarse busca en su memoria otra imagen de Luis.

Le imagina completamente desnudo, antes de todos los tatuajes, con un cigarrillo columpiándose en sus labios después de un polvo, rebobina un poco la cinta y le ve, por fin, encima de ella, embistiendo de forma rítmica, con aplomo y apenas una gota de sudor en la frente y una sonrisa satisfecha en los labios. El cabezal de la cama golpeando la pared en cada movimiento.

Un, dos. Un, dos, tres.

Abre los labios y deja escapar un suspiro dejándose invadir por la imagen.

Por todas las diosas que si va a morir esa noche, por lo menos, piensa hacerlo con un recuerdo agradable.

Sí hay pandemia, sí es el tiempo presente, pero, por supuesto hay cosas que no se ajusta a la realidad porque ¡¡Tachán!! es ficción. Así que nada de mascarillas, porque entonces Luis no podría intercambiar sonrisas lascivas con la auxiliar de vuelo, y sería una lastima privar al mundo de sus sonrisas lascivas.

Además es mi fiesta y la cambio si quiero.

Sí, ya sé que el prólogo pintaba oscuro y ahora pinta regu la cosa pero...

No les mataría a los dos en el primer capítulo ¿no?.

No contestéis todavía.

¿Seguimos para línea?

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