La chica de intercambio ©

Por ImNeli

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Segunda parte de Baby, Boy! Theodore McClain es un chico dulce, inteligente y es extremadamente guapo. Las m... Más

La chica de intercambio
Prólogo
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Por ImNeli

— ¿Echaste tu nombre en el cáliz de fuego, Harry? —le preguntó Dumbledore con tono calmado.

Obviamente no, Dumbledore. Por Dios, eso no se pregunta. Ruedo los ojos mientras sigo leyendo.

—No. —contestó Harry, muy consciente de que todos lo observaban con gran atención. Semi-oculto en la sombra, Snape profirió una suave exclamación de incredulidad.

No me gustaría estar en los zapatos de Harry Potter en ese momento.

— ¿Le pediste a algún alumno mayor que echara tu nombre en el cáliz de fuego? —inquirió el director, sin hacer caso a Snape.

—No. —respondió Harry con vehemencia.

— ¡Ah, «pog» supuesto está mintiendo!—gritó Madame Maxime.

¡Ay cállate maldita gigantona! Mierda, tengo que estar muy loco para estar peleando con un personaje ficticio.

Snape agitaba la cabeza de un lado a otro, con un rictus en los labios.

—Él no pudo cruzar la raya de edad —dijo severamente la profesora McGonagall—. Supongo que todos estamos de acuerdo en ese punto...

—«Dumbledog» pudo «habeg» cometido algún «egog» —replicó Madame Maxime, encogiéndose de hombros.

—Por supuesto, eso es posible —admitió Dumbledore por cortesía.

Dumbledore tiene paciencia. ¿Cómo se atreve a dudar de él, esa gigantona? ¡Agh! A veces odio a estos personajes estúpidos.

—Joder, Theo. —me gruñe Charlie cuando se acuesta a un lado de mí. Bajo el libro que estoy leyendo y lo observo por unos segundos, pero inmediatamente sigo con lo que estaba haciendo. Sé de antemano que el mundo mágico es más interesante que lo que sea que mi mejor amigo, Charlie Miller, o Char, me dirá a continuación.

— ¿Qué pasa, Char? —un suspiro resignado sale de sus labios y tengo que cerrar el libro para poder prestarle atención.

—Theo, mañana inicia el cuatrimestre de la universidad y tú estás aquí desperdiciando tu tiempo con esa cosa, cuando deberíamos estar camino a la gran fiesta que se está celebrando en casa de Dai. —frunzo el ceño. Ciertamente, no considero que leer sea una pérdida de tiempo, pero iniciar una discusión con Charlie Miller al respecto sí sería un total desperdicio. Char nunca pierde; se considera este tipo de persona que siempre tiene la razón. Aunque, también es de los que son muy atractivos y se gana la atención de la mayoría de las personas que lo rodean. ¿Qué nos une? Aparte de que nuestras madres son mejores amigas de toda la vida, nada más que nuestras diferentes personalidades. Es como si él fuese de un relativamente intenso color negro y yo un aburrido y poco interesante color blanco.

—Charlie, sabes que no me gustan esas actividades. —murmuro—. Además, siempre te diviertes con los gemelos, ¿por qué no vas a esa fiesta con ellos? —pregunto. Charlie lleva sus dedos a las sienes y gruñe como si tuviera jaqueca. Mis músculos se tensan al escuchar su suspiro, y sé que no saldré ganando de esta absurda petición.

—Los gemelos irán, pero no quiero dejar a mi mejor amigo como todo un asocial en el apartamento leyendo un tonto libro de Harry Potter. —dice, arrebatando de mis manos mi apreciado libro. Me levanto de la cama con cierto malestar y tomo el libro para ponerlo en el estante color caoba que tenía en mi habitación. Como si de una imagen televisiva se tratase, me imaginé como Rubeus Hagrid y su varita en forma de sombrilla apuntándole a Charlie y diciéndole algo como: "Jamás insultes a Harry Potter en frente de mí."

—En primer lugar, no vuelvas a llamar tonto libro a Harry Potter. Si lo vuelves a hacer, te castraré mientras duermes. —Casi me echo a reír con su cara de espanto y de sus manos yendo directamente a su entrepierna—. Segundo, no me gustan las fiestas, Char. Personas con mucho alcohol en sus sistemas, vómitos, demasiado desorden auditivo. Me gusta la tranquilidad de mi habitación y me gusta leer. Este soy yo. —concluyo, alzando mis manos y mostrándole mi presencia; pero mi impecable presentación de mi persona se fue al caño en cuanto un bufido burlón salió de sus carnosos labios. Debí suponer que eso no detendría al extrovertido Charlie Miller.

— ¡Por favor, Theo! —su labio inferior forma un puchero mientras junta sus manos como si fuese a rezar—. Hazlo por mí, ¿sí?

Cierro los ojos, derrotado por la insistencia de mi mejor amigo. Siempre era lo mismo. Cada que hacían sus estúpidos planes de fiestas donde terminaban vomitando o desmayados en alguna acera, me involucraban de alguna manera a pesar de que me negaba.

Supongo que estas son las consecuencias de juntarme con personas completamente diferentes a mí.

—Está bien, pero volveré temprano a casa. No quiero llegar tarde al primer día de este nuevo cuatrimestre. —digo, con cierto fastidio. Charlie salta de la cama, sonriendo emocionado, y llega hasta mí para darme un abrazo. Ruedo los ojos.

—Como quieras, Nerd. —niego divertido y decido tomar una ducha para ir a la dichosa fiesta. No duro mucho en la ducha, por lo que Char sale de la habitación en cuanto salgo del cuarto de baño. Coloco un poco de música en el speaker y comienzo a vestirme. Me inclino por utilizar unos jeans azules ajustados que, ciertamente, nunca había usado en mi vida, mi sudadera gris de Harry Potter que tanto amaba y unas Vans negras muy cómodas para ir a una fiesta. No soy de peinarme mucho, así que dejo mi pelo desordenado y mejor decido ponerme algo de perfume. Aunque es seguro que el olor ni se note en esa masa de sudor que será esa fiesta. Es muy probable que desde que pongamos un pie en la casa donde se hará la celebración, Charlie y los gemelos se desaparezcan con su círculo de amigos y me dejen abandonado en uno de los sillones o en algún taburete del bar. Por eso no me gustaba ir de fiesta con ellos.

O con alguien. Simplemente no era mi estilo.

— ¿Estás listo, McClain? —me miro en el espejo, ignorando la pregunta de Andrés, uno de los gemelos, y cuando tomo mi celular decido que ya estoy listo.

—Ahora sí lo estoy. —Alan sonríe en cuanto aparezco en su campo de visión y me ofrece las llaves del coche. Lo miro confundido.

—Manejarás tú. —me dice. Frunzo el ceño, evidentemente sorprendido—. Como es seguro que no vas a beber alcohol, harás de chofer esta noche. —me encojo de hombros, restándole importancia. En cualquier caso, si me voy temprano, todos tendrían que irse conmigo. Ahora mismo tengo el control. Sonrío ante sus miradas confundidas y sin decir nada más, salimos de nuestro amplio y totalmente cómodo apartamento.

A parte de vivir los cuatro en un mismo lugar, compartimos un deportivo rojo. Un Audi R8 que nos regaló mi padre hace un año atrás cuando iniciamos nuestra vida universitaria en Londres. Ciertamente, el carro es mío, pero como no salgo a menudo y no soy muy sociable, los gemelos y Charlie lo disfrutan más que yo. No me quejo, siempre que tengo que salir a alguna librería o al supermercado a comprar mis golosinas favoritas, los chicos me llevan sin ningún problema. Además, siempre vamos juntos a la universidad. Fuimos aceptados hace un año atrás. Desde que tengo uso de razón, he compartido casi toda mi vida con mis primos, Alan y Andrés, hijos de mi tío Óscar y mi tía Alisha. Luego llegó Charlie cuando yo tenía unos cinco años. Es hijo adoptivo de mi tía Katherine y mi tía Ashley. Somos inseparables desde entonces.

El camino a la fiesta fue de lo más normal. Los gemelos se encargaban de contarnos sus chistosas anécdotas, mientras que Charlie se entretenía en soltar sus comentarios graciosos o sarcásticos. Yo, por otro lado, solo me limitaba a escucharlos o a reír de sus ocurrencias. Cuando llegamos al dichoso lugar, estaba abarrotado de personas y la música retumbaba a un punto que creí que todas las ventanas, que son bastantes, estallarían en cualquier momento. Encontrar un espacio para parquearnos fue muy difícil, pero luego de unos minutos encontramos un local que tenía su propio estacionamiento y estaba cerrado. Nos bajamos del auto.

—Bien. Recuerden no comer nada que no esté empaquetado. Aquí son capaces de vomitar en la comida. —arrugo mi cara con asco. ¿En serio que le veían a este tipo de actividades?

—Que puto asco, Char. —dice Alan ante el comentario tan desagradable de mi mejor amigo. El mencionado ríe y hace un grito de emoción, para luego indicarnos que entremos a la emocionante fiesta. Sin más remedio, sigo a mis amigos con evidente desgana y entro al ruidoso lugar. Al principio me sorprendo. No negaré que estaba muy diferente a cómo lo imaginaba. La casa está organizada de cierta forma para que toda la sala parezca una pista de baile, los muebles están pegados a la pared y nada que sea de valor se ve a simple vista. Hay una escalera que dan a la segunda planta, pero esta tiene una cuerda y un letrero que dice: Prohibido El Paso. La cocina también tiene una cuerda y su respectivo letrero, pero dentro de esta se encuentra un chico y una chica que se encargan de servir las bebidas; algo así como una barra improvisada. Supongo para que ninguna persona destruya todo a su paso. Por último, en una esquina de la sala se encuentra una bocina gigante junto con muchos equipos más que están siendo manipulados por un Disc Jockey. Las personas bailan sin parar, ríen, beben mucho alcohol y comparten fluidos salivales.

— ¿Dónde se supone nos vamos a sentar? —pregunto, casi grito, a Charlie. Este solamente me da una sonrisa y se encamina hasta un grupo de chicos que lo saludan de forma animada en cuanto lo ven. Los gemelos y yo lo seguimos.

—Hey, chicos. —Dice Char—. Ellos son los gemelos Alan y Andrés. Él es Theo. —saludo con un asentimiento de cabeza.

Los chicos se presentan como Liam, un rubio extremadamente simpático y con una sonrisa graciosa, Noah, con unos grandes ojos negros y su cara toda seria, y por último, Dai, el dueño de la casa y un agradable sujeto. No tardamos mucho en sentarnos en uno de los largos sofás de la casa y algunos sillones. Los muchachos se enfrascan en una conversación animada, aun cuando era casi imposible hablar en este lugar, y después de un largo rato deciden ir por algo de tomar. Me doy por vencido cuando noto que ninguno de ellos regresan y suelto un suspiro. Sabía que algo como esto pasaría. Voy hasta la barra, donde me encuentro con Liam hablando con una chica rubia, o más bien coqueteándole. Pido una soda, bajo una mirada extraña del chico que me atiende, y le doy un sorbo. Saco mi teléfono para aparentar tener algo más interesante que hacer con él, que bailar en esta absurda fiesta. No sé cuánto tiempo pasa y ya llevo un largo rato atragantándome con botellas de refresco y casi orinándome en los pantalones. El humo que hay en todo el ambiente me molesta en los ojos y ya quisiera echarme agua en la cara.

—Disculpa... —le grito al barman—. ¿Me podrías decir dónde está el baño?

—Es por ese pasillo a la derecha. La primera puerta que veas. —le agradezco y camino hasta donde me indicó. Pasar por el grupo de personas bailando, pegándome de sus líquidos corporales, me produce cierto asco. Para entrar al baño hay una pequeña fila de chicas y chicos borrachos, y ya me estaba cansando. Mis pies ardían por estar parado por más de dos horas y mi cabeza comenzaba a doler del fuerte ruido en toda la estancia. Fue un maldito error venir en primer lugar. Mis ojos brillan de alegría cuando noto que por fin es mi turno para entrar. El baño es casi diminuto. Se trata de una pequeña ducha, con un inodoro y un lavamanos que viene con un espejo incluido. Un olor desagradable inunda mis fosas nasales en cuanto me adentro más y tengo ganas de salir cuanto antes a tomar aire fresco. Orino y lavo mi cara.

—Maldito asco. —murmuro para mí, mientras me encamino hasta la salida. Diviso a lo lejos a mi mejor amigo manosearse con una extravagante pelirroja que lo besa casi hasta desgastarse los labios. Ruedo los ojos, divertido por la situación, y salgo por fin de aquella trampa infernal a la que llaman fiesta. Hay un pequeño jardín, así que camino hasta un árbol y me siento en la hierba recostando mi espalda del tronco. Saco un cigarro, el único mal hábito que había tomado cuando tenía dieciséis años. Recuerdo la primera vez que lo hice. Estábamos en casa de los gemelos, quienes estaban solos porque sus padres estaban en un viaje de negocios.

Desde que la nicotina hizo contacto con mi sistema, le cogí cierto gusto a la sensación de tranquilidad que esta me brindaba cuando estaba ansioso o enojado. No he sabido dejarlo, aun cuando mi madre me sorprendió fumando y me hizo prometerle que lo dejaría.

Alguien se sienta a mi lado. Es una chica muy bonita, debo admitir. Lleva una ropa peculiarmente diferente a cualquier chica que había visto en este lugar; unos pantalones verdes militar que le quedan algo holgado, un t-shirt negro y unas botas militares negras que le quedaban increíblemente bien. Su pelo es oscuro, y no sé si es porque es de noche, pero es una morocha de piel blanquecina y mejillas sonrojadas. Sus ojos son de un tono azul mar, grandes y muy hermosos, rodeados de unas largas pestañas negras.

Dándole una calada a mi cigarrillo, observo por último su boca. Especialmente yo, en lo primero que me fijaba cuando veía a una chica, era en sus labios. La textura, el tono y el tamaño de su boca, era perfecta. Un rojizo extrañamente apetecible.

— ¿Tienes otro cigarro? —me pregunta después de unos segundos que solo nos dedicamos a observarnos. Su voz no me decepciona; es tan bonita como ella.

—Sí. —le digo. Saco otro cigarro de la caja que aguardaba en mis bolsillos y se lo entrego. Ella lo lleva a su boca y con un gesto me pide que lo encienda. Lo hago.

—Esta fiesta es una mierda. —susurra para sí misma, pero la forma en que arruga su nariz me parece graciosa. Suelto una risita.

—Concuerdo. —el cigarro casi se consume en mis dedos hasta que ella vuelve hablar. Despacio, con una tranquilidad desbordante que me deja aturdido. Es como si nada le importase, sin sentimientos, fría.

— ¿Vienes solo? —pregunta, colocando sus encantadores ojos en los míos.

—No. ¿Tú sí? —ella niega de un lado a otro, la brisa moviendo su cabello hacia atrás.

— ¡Lie, ven! —le grita una chica desde la entrada de la casa. Es alta y lleva en sus manos una botella de cerveza. —Dai nos ha conseguido unos asientos.

—Hasta luego, chico del cigarro. —y con cierta despreocupación se levanta y me hace un gesto con sus manos al estilo marine. Repito la acción.

—Hasta luego.

Pasaron unas tres horas después que hablé con esa hermosa chica, aunque no la volví a ver en toda la noche; pero, sí me encontré con Andrés y, aunque no sé cómo rayos pasó, me emborraché después de unos cuantos shots y un estúpido juego de verdad o reto. Volvimos a casa a eso de las cuatro de la madrugada; ni siquiera recuerdo cómo llegamos o quién manejó al final. Solo sé que me acosté en mi cama y me dejé llevar por un profundo sueño.

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