―Tranquilo, será rápido. No sufriremos.
―Yo estoy tranquilo, Mia.
―Ni siquiera tenemos que saludar a todo el mundo.
―Deberíamos.
―Son prácticamente desconocidos. Hace años que no los veo.
―Mia ―Logan me miró de reojo, para luego volverse a la carretera de nuevo―. Tranquilízate.
―Vale ―suspiré―. Sí, vale. Tranquila.
La boda de mi madre se celebraba en uno de los lugares con mejores vistas a la playa. Se trataba de un mirador situado en la montaña. Un pequeño prado en medio de ésta en el que habían montado todo, cubriendo la hierba. Habían colocado largas hileras de sillas blancas con una alfombra del mismo tono que dirigía a un pequeño altar de madera clara. Todo estaba perfectamente adornado con flores de distintos colores. Era en verano, así que el sol se ponía considerablemente tarde, así que mi madre había decidido aprovechar la puesta de sol, aunque en esos momentos el sol todavía relucía perfectamente. Todos los invitados estaban agrupados a un lado, otros charlaban en las sillas.
Se suponía que eran mi familia, y ni siquiera los reconocía.
―Vamos ―Logan aparcó el coche y me guiñó un ojo.
Le tomé la mano cuando hube bajado. Había elegido mal los tacones. Anduve del lado de Logan con cierta dificultad, aunque después llegamos a la zona empedrada y desaparecieron los problemas de calzado.
Lo cierto era que él se había puesto bastante guapo. Llevaba un traje negro abierto con una camisa blanca debajo. Además, se había echado el pelo hacia atrás, lo que lo hacía ver más atractivo que de costumbre. En cambio, yo al verme con el vestido que me había elegido, lo miré con mala cara.
―¿No es un poco... recatado?
―No es cierto.
―Lo es.
―A mí me gusta ―me había sonreído ampliamente.
Era un vestido ceñido. Me llegaba por las rodillas, mientras que no tenía escote. De hecho, tenía el cuello Halter, así que era difícil que lo tuviera. Sin embargo, me llevé una agradable sorpresa cuando vi que tenía tanto los hombros como la mitad superior de la espalda descubierta. Logan tenía buen gusto. No me había vuelto a quejar.
Volviendo a la realidad, papá y su estúpida novia ―sí, la había traído― se acercaron a nosotros enseguida. Alex me abrazó como si fuéramos amigas del alma. No le devolví el abrazo.
―Estáis muy guapos, chicos ―dijo ésta, separándose para mirarnos.
―Lo mismo digo ―respondió Logan por mí cortésmente, ya que yo estaba ocupada poniendo muecas a mi nueva mami.
―Tus abuelos querían verte, Mia ―me informó mi padre―. Creo que tu abuela tenía bastante curiosidad con tu novio.
Ay, abuela...
Tomé a Logan del brazo y lo conduje entre la gente.
―Adorarás a mi abuela ―le aseguré.
Mi abuela era fácil de encontrar. Me dirigí directamente a las sillas bajo la sombra y la divisé con un vestido rosa y un moño en su pelo cano. Era una mujer muy baja, al igual que lo había sido mi madre. En cambio, yo había salido alta gracias a mi padre.
―Abuela ―la llamé acercándome.
Ella levantó la cabeza y me miró un momento antes de que una sonrisa de completa felicidad le iluminara el rostro. Hizo un ademán de levantarse, pero la detuve a tiempo. Me dio un abrazo que casi me partió por la mitad.
―Oh, mi niña ―sonrió―. Hacía mucho tiempo que no te veía.
―He estado en la Universidad y demás, abuela ―le dije―. Además, es difícil visitarte cuando vives en otro estado.
―Cuando vengas te haré esas galletas que tanto te gustaban ―me aseguró, dándome un pequeño pellizco en la mejilla―. Ya verás. Me siguen saliendo igual de bien. Intenté enseñar a tu prima pequeña, Leyla, pero no hay manera.
―Vendré en cuanto pueda ―le aseguré―. Mira, abuela, éste es Logan. Mi novio.
Él había esperado a un lado pacientemente mientras mi abuela y yo nos abrazábamos. En esos momentos, dio un paso hacia delante y le dedicó su mejor sonrisa a mi abuela. Fue algo inútil, ya se la había ganado sin siquiera conocerlo.
―Ven aquí para que pueda verte, niño ―le soltó, sonriendo―. Uy, uy, eres muy guapo.
―Muchas gracias ―Logan se echó a reír.
―No me habías dicho que fuera tan guapo ―mi abuela me miró con gesto de acusación―. Pero me gusta. No parece tonto. Ya sabes lo que siempre te he dicho, no busques al más guapo ni al más rico, sino al que te quiera.
Mi abuela y Logan se quedaron hablando un rato. Más tarde empecé a presentarle todos mis familiares, primos, tíos, tías, mi abuelo, algunos amigos de la familia... incluso a gente que se acercaba a verme, aunque no me acordara de quién demonios eran.
La boda transcurrió tranquila. Mi madre iba vestida con un precioso vestido blanco. Supuestamente, tenía que ser una de las damas de honor, pero habían decidido no poner damas de honor, así que me senté con Logan en primera fila, junto a mi abuela. Giovanni se había puesta un traje estupendo, y se había peinado el pelo hacia un lado, mientras que mamá llevaba una trenza bastante elaborada que le caía sobre el hombro. Cuando se besaron, aplaudí junto con los demás asistentes.
Se suponía que tenía que estar emocionada. Quiero decir, era la boda de mi madre. Pero no me sentía así. Quizá era un poco egoísta, pero era así.
El banquete fue al aire libre. Un buffete con barra libre a cuenta de mi ahora padrastro. Antes de cenar, conseguí acercarme a mi madre con Logan agarrado de mi mano. Al detenerme delante de ella, lo primero que hizo fue soltar un chillido de felicidad bastante impropio de ella.
―¡Estoy casada, Mia! ¿Te das cuenta?
Ya lo estuviste murmuró una parte bastante rencorosa de mi interior.
―Es genial, mamá.
Logan estaba junto a mí. Mi madre lo atravesó con la mirada enseguida, como si tuviera rayos X. Mi novio parecía tan relajado como si de alguien de toda confianza se tratara.
―Tú debes ser Logan ―dijo mi madre, algo suspicaz.
―Así es, señora ―sonrió él―. Es un placer conocerla. Enhorabuena.
―Gracias ―replicó, mirándolo un rato más, después pareció pasar por fin el examen, porque por fin le sonrió.
Justo cuando la cabeza de Giovanni se asomó por encima de su hombro para deleitarnos con una sonrisa perfecta y blanca.
―Hola, Mia ―miró a Logan sin cambiar de expresión―. Me alegro de que hayáis venido. Es un placer conocerte, chico.
Logan respondió brevemente antes de que los cuatro nos fuéramos a cenar.
A medianoche la mitad de los invitados estaban borrachos en medio de la carpa que habían montado para cenar. La barra libre había dado sus frutos. Logan y yo aprovechamos para ir a dar una vuelta. Nunca me habían gustado las agrupaciones numerosas, y estaba empezando a agobiarme.
―Te veo un poco seria ―comentó Logan tirando de mi mano mientras rodeábamos la carpa por el prado, junto a la valla que nos separaba del acantilado y dejaba ver la playa y parte de la ciudad.
―¿Eh?
―Y distraída.
―No es nada ―aseguré.
―Es la boda de tu madre ―me dijo, deteniéndose―. Se supone que en un día así todo el mundo está sonriente y feliz por los recién casados.
Suspiré, mirando a cualquier punto, sin ver realmente nada.
―Es que... no me gusta para mi madre.
Había sonado increíblemente mal.
―Y es muy egoísta por mi parte pensar eso. Debería estar feliz por ella.
Logan me miró unos segundos, calibrando lo que debía decir.
―Bueno... si no te gusta nadie puede obligarte a ser feliz. No deberías sentirte culpable ―me aseguró―. Quizá no le hayas dado suficiente tiempo como para conocerlo y lo estés juzgando mal. Imagínate que dentro de diez años os lleváis de maravilla.
―Sí, cuando le lleve a sus nietecitos.
Lo había soltado sin pensar.
Me quedé con la boca abierta, a medio camino de seguir hablando. Logan también había contenido la respiración un momento. Pero, ¿qué me pasaba? ¿Por qué había soltado esa bomba tan de repente? ¡Sólo teníamos diecinueve y veintiún años!
―Sí, bueno ―replicó él, casi natural―. Para eso hay tiempo de sobra.
Suspiré. Se las había arreglado para salir del apuro ilesos.
―Toma ―me puso su chaqueta sobre los hombros―. Estabas temblando.
―¿Y tú no tendrás frío?
―¿Estás de broma? Me estaba ahogando con todo eso encima.
Reí y lo abracé por la cintura casi inconscientemente. Él apoyó la barbilla sobre mi cabeza. Me di cuenta de que hacía una alarmante cantidad de tiempo que no nos abrazábamos sin más. Entrelacé los dedos en su espalda y cerré los ojos un momento. Ninguno de los dos dijo nada.
―¿Tienes sed? ―preguntó él al cabo de un rato.
Asentí con la cabeza.
―Voy a buscarlo ―me guiñó un ojo―. A ser posible, no te pierdas por el monte, que nos conocemos.
Le saqué la lengua mientras se iba riendo.
Cuando se hubo ido, me apoyé de espaldas a la valla del acantilado, contemplando la mancha negra en la oscuridad que debía ser el mar. Me pregunté por qué no todos los días podían ser así, de risas y abrazos. Pero tenía que estar Ethan de por medio. Ethan y sus idiotas amigos. Nunca había odiado tanto a alguien. Ni siquiera a Jamie, y eso que él había hecho de mi vida un verdadero infierno. No, Ethan era peor, mucho peor.
Y lo peor de todo, era que eso casi había hecho que Logan y yo lo dejáramos una buena cantidad de veces. Me daba rabia pensar que, un noventa por ciento de esas veces, había sido porque había jugado conmigo como si fuera idiota. O quizás lo que más me molestaba era que yo me había comportado como una.
―No es una noche para que una chica esté aquí sola.
Casi di un salto del susto antes de darme la vuelta, estupefacta por reconocer la voz.
―¿Connor? ―pregunté, confundida.
―Sorpresa ―sonrió ampliamente―. No me esperabas, ¿eh?
―¿Qué haces en la boda de mi madre? ―pregunté, frunciendo el ceño.
Él, para mi mayor confusión, se echó a reír con ganas. Tuve que esperar un buen rato para que dijera por fin lo que tuviera que decir.
―Ay, Mia, no te lo han dicho, ¿verdad?
―¿El qué?
―Estoy aquí porque también es la boda de mi padre.
Qué.
Mi primer impulso fue reír. No podía ser cierto. Connor no podía ser hijo de Giovanni. Me habría enterado de un momento a otro. No. No era posible.
―¿Qué te hace tanta gracia? ―inquirió.
―Tú no eres el hijo de Giovanni.
―Siento decepcionarte, pero sí lo soy ―levantó las manos cuando me quedé seria de golpe―. Supuse que ya lo sabrías.
―¡Yo qué voy a saber! ―me enfadé.
―Pues yo sabía de quién eras hija ―sonrió a su vez.
Por un momento, no supe qué decir. La confesión me había dejado completamente en blanco.
―Pero, no puede ser. Giovanni tiene un solo hijo.
―Sí. Yo. No se te dan bien las matemáticas, ¿no?
―¡Pero tú tienes un hermano! ¡Sois clavados!
―Digamos que nuestros padres son la misma persona, pero que ese hecho no coincide con nuestra figura materna.
―¿¡Sois hermanastros!?
―Sí.
―¿Desde cuando?
―¿Hace falta que te responda a eso?
Suspiré. Se me estaba yendo la cabeza por momentos.
―Entonces... tú y yo... somos...
―Hermanastros.
La palabra la había añadido Logan. No me había dado cuenta de que había llegado. Me tendió una copa llena y la sostuve mientras me pasaba un brazo por la cintura.
―Hermanos ―replicó Connor, sonriendo.
―Hermanastros ―corregí.
―Llamémoslo hermanos, mejor ―puso una mueca―. Suena mejor, hermanita.
―Hermanos ―murmuró Logan, que parecía extrañamente contento con la noticia.
―Bueno, chicos, tengo que ir a hablar con los invitados ―se despidió Connor, haciendo una reverencia algo ridícula―. Nos vemos después, supongo. O no. Adiós, cuñado y hermanita.
Se fue con las manos en los bolsillos. Miré a Logan, que estaba casi sonriendo.
―¿Qué te hace sonreír, si puede saberse? ―pregunté.
―Sois hermanos ―replicó―. Ahora ya no tengo que preocuparme de que se enamore de ti.
Puse los ojos en blanco mientras me daba un beso.
―Es broma, nena ―aseguró―. Confío en ti.
Le devolví el beso sin decir nada más. Un rato más tarde, volvíamos a estar abrazados mirando la playa en silencio.
―Me gustaría que fuera siempre así ―confesé.
―A mí también ―admitió―. Te prometo que haré lo que pueda para que sea así.
―Y yo ―murmuré―. Lo prometo.
No sé qué tienen las promesas, que a veces las pronuncias sin siquiera pararte a pensar si las cumplirás o no.