Mago Universal: Encrucijada t...

Oleh EscuadrondeHeroes

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Un mal antiguo amenaza con destruir el tiempo y la realidad misma. Mago y Madame Universal son los únicos que... Lebih Banyak

Mago Universal: Encrucijada temporal
Booktrailer
El ascenso del héroe
1. Cripto, el Vampiro Destripador
2. Las Hermanas Slytherin (Parte I)
2. Las Hermanas Slytherin (Parte II)
3. Lobizona (Parte I)
3. Lobizona (Parte II)
4. Xarkaxamum
5. Gigantes de Niflheim (Parte I)
5. Gigantes de Niflheim (Parte II)
6. Los llaneros magníficos (Parte II)
7. Universales de presa
8. Fuera de tiempo
9. Guerra Gorqok
10. Dicotomía Universal
11. Yersinia sinistra pestilenza
12. Universales vs. Zombis
13. Bobbly el duende
14. El monstruo de sombras
15. La Biblia de la Oscuridad
16. Krimson Hill 2065
17. El fuego de la libertad (Parte 1)
17. El fuego de la libertad (Parte 2)
18. La encrucijada de Bobbly
19. Luz en la oscuridad
20. En el principio
21. Lord Máximo
22. In nomine Patris
23. Cacería profana
24. Contra el tiempo
25. El asedio a K'un Dai (Parte I)
25. El asedio a K'un Dai (Parte II)
26. Redención
27. Asalto inesperado
28. El Refugio
29. Tiempo roto
30. Batalla por el Tiempo
Epílogo
Escena post-créditos
Galería de arte

6. Los llaneros magníficos (Parte I)

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Oleh EscuadrondeHeroes

Survivor, 1872.

El golpe captó la atención. Las puertas colgantes de la taberna bailaron en el aire con la tambaleante entrada de un hombre malherido. Se desplomó en la banca de madera más cercana a la barra. Los lugareños no repararon en su estado; haciendo vista gorda al llanero, continuaron en los juegos de cartas y en las conversaciones inundadas con el olor a pólvora de sus vasos de whisky. Después de todo, en Survivor cada quien se las arreglaba como podía; no eran más que eso, sobrevivientes. Por las malas habían aprendido que era su lema de vida.

—Un jugo de tarántula, mézclalo con relámpago taos y ojo rojo —ordenó al cantinero.

—Vaya —respondió el hombre de traje, liberando un leve silbido. En ausencia de cabello sobre su cabeza, mantenía un bigote negro poblado—. ¿Otro mal día para el temerario Diegston Wern? —Limpió el vaso con un pañuelo.

—Si es que Dios no nos ha castigado ya con vivir en este pueblo, espero que este mal trago sea lo suficientemente fuerte para allanar mi memoria y borrar lo que vi.

—Eso suena profundo, Wern.

El cantinero deslizó el vaso por la barra, el vaquero de sombrero negro lo atrapó enseguida. Al menos el piano, los instrumentos de cuerda y la harmónica de fondo le regresaban un poco de tranquilidad.

—Un pájaro de trueno, Will —contestó, con sus ojos oscuros clavados en la nada—. Vi una maldita ave que lanzaba truenos. —Luego de un sorbo prolongado, le regresó la mirada, mantenía un gesto de fastidio que dio un aviso al cantinero: no estaba de juegos—. Con sus alas provocaba una tormenta. Perdí a dos de mis hombres en ella... ¿dime si eso no es un mal día?

—Pájaro de trueno, ¿eh? Eso es nuevo por aquí —añadió un hombre a su lado, vestía con un traje vaquero de colores café—. Como si no fuera suficiente ya con las sequías y los abusos del sheriff.

—No nombres a ese rufián, Mick —contestó de mala gana—. Solo se aparece por aquí para zaquearnos cada tanto. Le llenaría la boca de plomo de tener la oportunidad.

—Me gustaría verte intentarlo, Wern. —La voz gruesa a sus espaldas provocó un escalofrío en la mayoría de ellos, pero no en Diegston Wern—. A no ser que quieras volver a quedar en ridículo frente a todo el pueblo, como el héroe frustrado que siempre has sido.

El hombre acomodó su sombrero vaquero y se giró sobre la silla. Frente a él se alzaba un fornido gorila de unos dos metros. Vestía de gabardina y sombrero negro, a un lado de su pañoleta rojo sangre, relucía la dorada estrella que lo identificaba como sheriff. La mano derecha la mantenía apoyada en la funda de cuero de su cinturón de cuero caído, donde descansaba el imponente pacificador de calibre 45.

Su presencia en el salón provocó un silencio mortal. Solo ante él, los ojos de los lugareños se mantuvieron atentos a sus movimientos.

Las miradas de ambos hombres chocaron en un desafiante juego de amenazas. El silencio había bastado para responderle.

—Eso pensé. —En su rostro se formó una sonrisa burlona que dejó ver sus largas patillas. Con el pie corrió uno de los bancos hacia él y se ubicó en medio de Diegston Wern y Mick Purcell—. Sabes a qué vengo, Will.

—No he reunido lo suficiente —se excusó, con sus manos apretando los bordes en la barra, en un intento por ocultar su impotencia—. Viniste tan solo hace una semana y te llevaste todo lo que tenía. Vuelve en dos semanas cuando el dinero sea suficiente.

—Verás, Will. —Apoyó las manos en la tabla mientras hablaba—. Un hombre de negocios como yo es quien decide cuándo llegar, y no por las órdenes de un miserable cantinero. Te lo resumo de esta manera: mi pueblo, mis reglas.

Las risas burlonas de los hombres que lo acompañaban terminaron de alterar al impaciente Will.

—Pues este miserable cantinero, —Llevó las manos a la barra. Al volverlas a subir sostenía una escopeta apuntándole a Dex Degron—, está harto de ti, maldito bandido.

Mick Purcell y Diegston Wern, en un movimiento coordinado, apoyaron al cantinero con sus pistolas.

—Ya escuchaste a Will, Dex, largo de aquí —amenazó Mick—. Sabes muy bien que nunca fallo.

Dex rio. Sus hombres, que estaban repartidos por toda la taberna, de inmediato los retaron con sus cañones.

—¿De verdad quieren hacer esto? —Sus ojos resplandecieron en rojo, como recordatorio de por qué había sido apodado El Diablo—. La última vez no resultó bien para ninguno de ustedes.

—Puedes retarnos, Dex, ya no tenemos nada más que perder —respondió Will.

Entonces, sin que nadie lo esperara, los ecos de un estruendo desviaron la atención a la calle principal del pueblo. Una poderosa ventisca y frenéticos rayos azules desataban caos extremo, uno de ellos atravesó la pared de la taberna. Cuando salieron, contemplaron la ferocidad en que se movían las nubes púrpuras de la tormenta; el viento azotaba la arena y provocaba que sus gabanes fueran meneados, cada uno de ellos sujetó los sombreros en sus cabezas.

—Es él —reconoció Diegston entre gritos—. Es el pájaro que vi.

Mick se persignó, perplejo. Nunca en su vida había visto algo así.

—Dame otra de esas mezclas que le serviste a Wern. Esto es alucinante.

Con la misma fugacidad en la que arribó, la tormenta desapareció en las nubes. Su pasó había sido rápido, pero arrollador. Gran parte de las fachadas de madera de los edificios habían sufrido las catastróficas consecuencias.

—Brujería —dijo El Diablo—. Esto sin duda es un embrujo de los chamanes de la tribu. —Dex se apresuró en montarse a uno de los caballos atados afuera del establecimiento—. Preparen sus armas, señores, haremos una visita a los Wanikiy.

—¿Qué hacemos con ellos, señor? —preguntó uno de los hombres.

Los matones de Dex apuntaban a Diegston, Mick y Will.

—Enciérrenlos en prisión. Que aprendan que en Survivor nadie desafía al sheriff.

Otro brillo carmesí en sus ojos enfatizó la severidad de la amenaza.

Templo Universal, Limbo Temporal.

—Con esto será suficiente —habló Mago, alejándose del pedestal de paja donde descansaba el huevo de dragón.

Tanto él como Madame contemplaron el cascarón, era tan grande como dos palmos, las escamas negras que lo cubrían compartían un degradado azul eléctrico que se extendía por los orificios más pequeños y abarcaba algunas de las escamas. Sobre él, una minúscula grieta de oscuridad quebranta el espacio-tiempo y lo abrigaba con la energía tétrica que tanto abundaba en la Dimensión Oscura.

—Perfecto, sir James —acotó Victoria—. Ni tan grande como para que escape otro prófugo ni tan pequeña para no alimentar a la criatura. Al menos así no se sentirá tan alejado del calor de su hogar.

—No me quiero imaginar lo que sucederá en la Dimensión Oscura cuando su madre se entere de que el huevo ha caído de su nido...

—Ruego para que su madre no haya sido diseminada en la historia también, darling, de lo contario, no me quiero imaginar lo que le haría al Templo.

Mago se tomó un momento para recrear en su mente las posibilidades. Pasó saliva.

—Realmente espero que no. Mejor pensemos en algo menos catastrófico, como esa película de vaqueros que tenemos pendiente.

—Hay muchas opciones, pero sin duda me tienta esa de...

Un ruido a sus espaldas los interrumpió. El Ojo Universal se abría sobre la mesa oval de la biblioteca, proyectaba las imágenes recientes en Survivor town.

—Esto no está bien —dijo Victoria—. No tiene sentido que el Ave Trueno haga esto. Es una criatura pacífica que lleva la lluvia con su vuelo. ¿Por qué el Ojo Universal la muestra como otro de los prófugos de la Dimensión Oscura? La única forma de ponerla furiosa es meterse con su huevo, porque sin él, el ave no volvería a nacer. Y, para mil ochocientos setenta y dos, aún no había registro de uno.

—Estás en lo correcto —respondió James—. Ningún otro Universal la desterró alguna vez. A no ser que la línea temporal haya sido modificada. —Pasó la vista a su acompañante de cabellos rojos.

—A mí no me mire, darling —se excusó—. Que tenga entendido, mi maestro no tuvo ningún encuentro con el pájaro. Y probablemente Seidkona, Caballero, Doctor y Reverendo tampoco, estaban muy ocupados con otros asuntos como para desquitarse con un pobre ave que no hace más que ayudar a la humanidad.

—Esto requiere una investigación más a fondo. Alista tus botas y sombrero, Madame, nos vamos al Viejo Oeste.

Yee haw —respondió con una sonrisa mientras acomodaba su sombrero blanco opaco.

Cuando James se giró a ella, la observó de pies a cabeza. Pestañeó dos veces con sorpresa. Victoria ya estaba vestida con pantalones vaqueros, camisa blanca, y botas de tacón, chaqueta y pañoleta escarlata. El toque final fue la pistola que enfundó en su cinturón de cuero.

—¿Cómo es que lo haces tan rápido? —preguntó con curiosidad.

—Nunca cuestione a una aristócrata apasionada por la moda, sir James. Le sorprenderá lo rápida que puedo ser para muchas cosas. —Guiñó—. Ahora, veamos qué puedo hacer por usted, galán.

Con el aterrizaje del Templo en Survivor, el frente se transformó en un edificio de madera tan tradicional como sus aledaños: de colores opacos, balcones, poseía una fachada que se extendía por encima del techo, un frente falso muy común en aquel tipo de construcciones que las hacía parecer más altas. La diferencia entre ellas y el Templo, eran los gigantescos hoyos de tiros. Carrozas y diligencias abandonadas, junto a caballos atados, se unían al paisaje. De lo que más llamó la atención de los Universales fue que, para ser el oeste desértico una zona tan calurosa, espesa niebla sumergía el panorama en un ambiente tétrico, fantasmal. Survivor nunca se había visto tan deprimente.

—Sin duda hay algo mal aquí —murmuró James, al tiempo en que paneaba el sector.

—Y esos, son ustedes. —Escucharon una voz detrás.

Había sido lo suficiente severa para ser una amenaza. Se giraron al origen. Dex Degron mantenía una mirada mortal sobre ellos. Mago distinguió entre su vestimenta la brillante estrella que le otorgaba la autoridad en el pueblo.

—¿Qué hacen en mi pueblo? —Su postura rígida era inquebrantable—. Los forasteros no son bienvenidos en Survivor.

—Solo estamos de paso —contestó Mago. Había alcanzado a reconocer dos francotiradores en tejados diferentes y uno en un balcón—. Esperamos no provocar problemas.

—Su presencia aquí ya es un problema. Como podrán ver, Survivor no tiene nada qué ofrecerles, así que largo de mi pueblo. Es la única advertencia. —Lanzó un escupitajo.

—Me parece, buen señor, que la violencia no es necesaria —intervino Victoria, acababa de distinguir tres francotiradores más—. Qué somos nosotros más que dos inocentes extranjeros.

—A callar, zorra. Nadie te pidió que abrieras la boca.

James Jerom desenfundó la pistola y apuntó directo al hombre.

—No permitiré que le hable así a la dama.

—Oh, otro héroe. —Rio—. En mi pueblo ninguno es bienvenido. Si aprecia su vida, le sugiero que baje ahora mismo su arma. Aquí no tiene oportunidad contra mí.

—¿De verdad? Pruébeme —retó—. Usted no me conoce, señor, pero yo sí muy bien a los tipos de su clase. Son malhechores con la lengua lo suficientemente larga para jactarse de su poder, un poder que, a la hora de la verdad, no tiene la estabilidad necesaria para sostenerlos. Tarde o temprano, el miedo con el que reinan terminan siendo nada, y, así como subieron, vuelven a bajar, tan rápido que no tienen oportunidad de reconocer de dónde vino el golpe.

—Pero si tengo nada más que a un moralista ante mis ojos. ¿Es así como piensas ganar? ¿Con tus estúpidas palabras de enclenque? Te demostraré qué es un arma de verdad. —El Diablo reveló su reluciente pacificador—. Te lo dejaré claro una vez más, imbécil. Este es mi pueblo, y si digo que nadie me va a bajar, nadie lo hará.

—No cuentes con ello, amigo —acotó James—. Parece que hay una serpiente en tu bota.

El eco de golpes rápidos pero certeros captó el interés de El Diablo. Algunos de sus hombres cayeron de lo alto de los tejados, otros, fueron desarmados de frente por el potente gancho de las copias de Mago Universal; se habían expandido por los techos mientras distraía a Dex Degron con sus palabras.

—Hay un nuevo sheriff en la ciudad. —De un disparo, el arma del hombre cayó al suelo, James había sido tan rápido que su oponente no lo vio venir. Lo tomó de la camisa y, de un puño al rostro, lo tendió en el suelo—. Y su nombre es Jerom. —Le arrebató la placa y la colocó en su camisa—. James Jerom. —Le puso su bota negra sobre la cabeza—. ¿Oíste, rufián?

Victoria vio a James con una sonrisa de satisfecha. Pronto más emociones como la suya fueron exaltadas con gritos de algarabía y aplausos que parecían venir de todas partes. El espectáculo a mitad de la calle había sido visto desde cada ventana en Survivor. Por primera vez en mucho tiempo, la alegría inundaba el pueblo; los lugareños salían de sus escondites a celebrar su libertad. Finalmente, Survivor estaba a salvo de El Diablo y sus hombres.

—Increíble hazaña, darling. Me llena de orgullo. Mírese, ahora es todo un héroe también en este pueblo.

—Gracias, buena dama. —Movió su sombrero—. Mi deber está con la justicia. —Le guiñó.

—Señor sheriff —habló un hombre que se acercó a ellos—. No sé de dónde venga, pero gracias. —Mago asintió—. Ya era hora, Survivor necesitaba a un vaquero con los pantalones bien puestos, alguien como usted. Todos quienes alguna vez intentaron enfrentarse a El Diablo terminaron muertos o en prisión.

—¿Dónde está la comisaría? Me gustaría ver a esos prisioneros.

—Justo a tres casas de la taberna de Will. —Señaló.

—Gracias, buen hombre.

Cuando Mago intentó tomar cautivo a su inconsciente oponente, dos manos se ofrecieron en ayuda. Así, acompañado de Madame Universal, se internaron en las instalaciones policiales del pueblo. Pasaron la vista por el salón: libros amontonados sobre el escritorio, una máquina de escribir, lámparas, juegos de escopetas en la pared y cabezas de siervos; no era lo que le interesaba en ese momento. Buscaba las celdas. Por lo que había escuchado, estaba convencido de que Dex Degron, si era que tenía la mínima pizca de humanidad, mantenía prisioneros a algunos de los aldeanos.

—Por aquí —avisó uno de los voluntarios, señalando al pasillo.

Al seguir el camino, se sorprendieron más de lo que esperaban. Personas como Will el cantinero, Diegston Wern, Mick Purcell y otros vaqueros eran esperables, pero el puñado de nativos de piel tostada, en especial la mujer de cabello azabache con minúsculos indicios de canas, sí que le era sorpresivo.

—Supondré que ninguno de ustedes está aquí porque realmente lo merezca, así que los declaro, libres de arresto —sentenció James.

Con un ligero resplandor escarlata en el movimiento de mano de Victoria, todas las puertas se abrieron a la par.

—Al mal llamado El Diablo, en cambio, pueden dejarlo por ahí. —Indicó Madame.

Los hombres lo arrojaron adentro sin misericordia. Victoria reforzó la reja con un ligero brillo en sus ojos, apenas visible ante ellos.

—Escuché la bulla y el disparo desde aquí —habló Diegston, acercándose a los Universales—. No puedo creer que finalmente alguien haya derrotado a Degron. Tiene mis respetos, buen señor. —Le tendió la mano—. Wern. Diegston Wern.

—Llámame James. —Le estrechó en respuesta—. Ella es Victoria.

—Encantada, Sir —saludó con otro estrechón.

—Ellos son Mick y Will. —Señaló—. Llevábamos unas cuantas semanas aquí.

—Ustedes no parecen de por aquí —observó Mick—. ¿Vienen del este?

—Sí, así es —afirmó Mago—. El caso de los abusos de autoridad en Survivor llegaron hasta el este. Nos enviaron para solucionar este problema.

—Y vaya que lo hicieron —comentó Wern.

—Y bien, Wern, ¿desde hace cuánto Survivor estaba bajo el yugo de ese hombre? —interrogó Victoria.

—En realidad, hasta hace unos meses. Degron nunca fue el canalla que es ahora —relató—, siempre se caracterizó por ser un buen sheriff. Survivor era un pueblo próspero, hasta que el tiempo de la sequía atacó. Esa vez algo cambió dentro de Dex. Se declaró como la máxima autoridad en el pueblo, comenzó asesinando al banquero como muestra de su poder, ese día zaqueó el banco y declaró que cada aldeano debía pagarle un impuesto.

—Después siguió con otros abusos de autoridad —relató Mick—. Asesinaba a todo el que le ganaba en las apuestas, violaba mujeres, golpeaba niños... infundió miedo y terror, a tal punto que los mismos bandidos se le unieron como su ejército personal. Survivor era un territorio de forajidos por la ley que él había impuesto, hasta hoy.

—Y nunca supimos cómo alguien tan bueno como Dex Degron, llegó a convertirse en El Diablo —concluyó Will.

—Es porque no es Dex Degron —habló una de las nativas. De inmediato las miradas pasaron a ella y la decena de sus acompañantes. Se diferenciaba de todos por la gigantesca pluma en su larga cabellera trenzada y el exceso de collares sobre su blusón bordado—. Percibo en él una energía negativa, un poder oscuro que ha corrompido su alma y ha sacado lo peor de su ser. Ese mismo poder también corrompió al Ave Trueno.

James y Victoria cruzaron sus miradas, sorprendidos, luego las volvieron a la mujer de ojos tan negros como la noche.

—¿Cómo sabe del Ave? —preguntó el nuevo sheriff.

—Ha estado bajo el cuidado de nuestro pueblo durante miles de generaciones.

—Disculpe, madame, ¿quién es usted? —inquirió Victoria.

—Me llamo Ajeiwa, lideresa de la tribu Wanikiy. Y ustedes, Universales, son nuestra única esperanza.

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