Tal vez, algún día

By karipop78

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Los años pasaron y muchas cosas han cambiado, Candy se ha casado con Neil, Terry se ha separado de Susana cad... More

TAL VEZ, ALGÚN DíA Part 1
DECISIONES
SORPRESAS
EL ENFRENTAMIENTO
HARRIET 1era parte
HARRIET parte 2
Recuerdos y culpas
Noche sin fin
Frente a frente
Revelaciones
Mía
Capítulo extra
Tormento
Lo Quieras o No capítulo 14

Un indicio, una verdad y muchas lágrimas

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By karipop78

Antes que nada quiero darles las gracias a todas por sus mensajes de petición para la continuación de esta historia, no crean que la había olvidado, es solo que se atravesaron varias cosas y no le había dedicado el tiempo que se merece.

La verdad esperaba publicar hasta el fin de semana, pero hoy vi un mensaje que me ha llegado al corazón y considero que ustedes lectoras se merecen todo mi respeto por el tiempo que me regalan al leer y votar, así que aquí estoy, compartiendo con ustedes un episodio más.

No me comprometo a actualizar cada semana porque no me daría tiempo, pero si hacerlo más constante, ya voy agarrando mi ritmo anterior y organizando mis nuevas responsabilidades.

Tambien les hago saber que todos los estrenos serán en "la morada mística" (página de Facebook) les invito muy cordialmente a pertenecer a esta morada, lo único que tienen que hacer es responder unas sencillas preguntas y aceptar el reglamento, si no lo saben pueden ponerse en contacto conmigo o bien poner el porque desean unirse.

Sin más preámbulo les dejo con la lectura. Espero esta sea de su agrado.



Tal vez, algún día

Capítulo 7

Un indicio, una verdad y muchas lágrimas

En el capítulo anterior...

Candy lo observó, Albert tenía el cabello revuelto, la camisa arrugada, él siempre tan pulcro, era evidente que se había peleado con alguien y ese alguien era Terry.

– No me mientas Berth, tu no – solicitó la rubia mientras tomaba el rostro del hombre- por favor, dime qué ha pasado.

– No hablamos mucho, pero vino con unas ideas que...

– ¿En dónde está?

– En el jardín, con Harriet, ella se le ha colgado y no lo quiere dejar, me sorprende su actitud ante un desconocido- respondió el rubio.

Candy cerró los ojos, comenzó sus ejercicios de respiración que le funcionaban, uno, dos, tres y hasta el diez, los abrió de nuevo, miró hacia su ventana y con voz suave pero firme habló...

– Albert...debo decirte algo.

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.

Candy miró hacia la ventana, el fresco viento del otoño entrando por ella la transportó hacia otro lugar, unos años atrás...

Hogar de Pony abril de 1919

– ¡Te ves muy linda hija! – exclamó la señorita Pony al recibir a Candy que llegaba como cada mes llevando víveres al hogar.

– Estoy igual que siempre señorita pony – respondió avergonzada.

– No Candy, te ves diferente – dijo la hermana María al tiempo que le tomaba el rostro para mirarla mejor.

La rubia desvío la vista, ellas tenían razón, desde hacía tres semanas que tuvo su encuentro con Terry algo cambió en ella, el color volvió a sus mejillas, sonreía más seguido a pesar de todo y si bien todavía tenía momentos de melancolía ahora se sentía con fuerza, algo en su interior estaba cambiando y la llenaba de energía.

– El ambiente del hogar me hace bien – habló para justificarse alejándose despacio, soltándose del escrutinio de la monja – venir aquí es... es...– suspiró llenando sus pulmones del aroma a sopa y conservas – me reconforta – declaró soltando el aire.

– Aun así, hija – habló la señorita Pony – tienes una luz diferente, me da gusto por ti – la mujer sonrió palmeando el hombro de la rubia – los últimos meses has estado tan apagada que me preguntaba ¿Dónde había quedado mi niña traviesa? – inquirió la regordeta y dulce mujer al tiempo que se limpiaba las manos con una servilleta bordada – verte ahora con tus ojos brillantes y esa sonrisa tan linda me tranquiliza.

Candy abrazó a su madre, le dio un beso en la frente y se quedó un momento llenándose de su calor.

– Gracias señorita Pony – dijo al tiempo que se apretaba a ella – por todo lo que me ha dado.

– ¡Oh hija! No te he dado nada.

– Me dio un hogar, una familia...

– Ya, ya Candy, vas a hacer llorar a la señorita Pony – proclamó la hermana María limpiándose discretamente los ojos interrumpiendo el momento o las tres acabarían llorando como cada que Candy iba a verlas.

La rubia soltó a su madre y siguió acomodando los víveres que había llevado, se movía de aquí para allá, subiendo y bajando del banco para acomodar los enseres en las alacenas pues debido a su estatura no alcanzaba los lugares más altos, estaba acomodando las últimas cosas cuando, al bajar de nuevo un mareo casi la hace caer de bruces.

– ¡Candy! – exclamó la hermana María al tiempo que la sostenía de la espalda evitando que cayera – ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? – preguntaba la monja con evidente preocupación.

– Estoy bien, no pasó nada – mencionó la rubia tomándose la cabeza con los ojos cerrados – fue un mareo, ya pasó.

– ¿Desayunaste? Uno no se marea de la nada debe ser la falta de alimentos – manifestó.

– Sí señorita Pony, si desayuné, el estar subiendo y bajando me aturdió, pero ya estoy bien.

– Debes cuidarte más hija, bajaste mucho de peso después de aquello y... – la mujer mayor no terminó la frase, sabía que era muy doloroso para Candy el recordar la pérdida de su bebé.

– Lo sé señorita Pony, pero ya estoy recuperada de eso, no se preocupe – sonrió para tranquilizar a su madre.

El resto de la mañana y parte de la tarde la rubia estuvo ayudando en lo que podía a las buenas mujeres del hogar, antes que el sol se ocultara se despidió de todos y junto con Dorothy regreso a "su casa" en la mansión Leagan.

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– Buena hora de llegar "cuñada" – espetó Eliza quién bajaba por las escaleras y veía entrar a Candy y Dorothy por la puerta principal – no sé cómo mi hermano te sigue permitiendo ir a ese lugar tan sucio y lleno de niños piojosos – declaró despectiva cruzando los brazos.

– Lo que haga o deje de hacer solo me compete a mí y a mi esposo "cuñada" al menos hago algo de provecho, no como tú – respondió la rubia casi cruzando con ella en las escaleras.

– ¿CÓMO TE ATREVES MALDITA HUÉRFANA? – vociferó la pelirroja al tiempo que sujetaba el brazo de Candy y levantaba la mano para darle una cachetada – ¡NO ERES MÁS QUE UNA ZO...!

– ¡ELIZA! – exclamó una potente voz masculina desde la entrada – más vale que dejes de molestar a mi mujer o me veré en la necesidad de enviarte al rancho de México – advirtió Neil Leagan acercándose hacia ellas.

– ¡No te atreverías! – gimió Eliza asustada.

– No me pongas a prueba hermanita – susurró el moreno sujetando a la mujer de la barbilla muy cerca de ella mirando sus ojos marrones, iguales a los suyos.

Eliza se apartó del fuerte agarre de su hermano, se tocó la quijada adolorida y lanzó una mirada de odio hacia Candy quién había subido dos escalones más para alejarse de los hermanitos Leagan.

Neil ignoró la mirada de su hermana subiendo hasta alcanzar a Candy, la tomó de la cintura y le dio un beso suave en los labios.

– ¿Cómo te fue en tu paseo querida? – inquirió acercando su rostro al cuello de Candy para aspirar su aroma.

– To...todo bien – balbuceó la rubia conteniendo las ganas de apartarse – llevé las cosas al hogar y pasé la tarde ayudando a las hermanas – informó al tiempo que ponía las manos sobre el pecho de su esposo en un afán disimulado de contenerlo para que se alejara – llegaste temprano.

– Tengo que revisar unos documentos, pero puedo hacerlo desde aquí, ¿Me llevas té y galletas al despacho?

– Claro yo...te los llevaré en un momento, voy a cambiarme.

– Te espero mi amor – aseguró el hombre bajando de nuevo para irse a su despacho.

Neil pasó junto a su hermana que todavía seguía en la escalera, su sonrisa cínica y los ojos con ese brillo diabólico le indicaron a Eliza que era mejor mantenerse quieta y callada, su hermano no era el niño asustadizo de antes y el poder que su padre le había otorgado le daban la suficiente autoridad para hacer con ella lo que quisiera. La pelirroja apartó la mirada para que Neil no pudiera ver el temor reflejado en sus ojos, se limitó a bajar unos pasos detrás de él e irse al salón de té a leer algo.

Candy desde su lugar más elevado se limitó a observar cómo los que fueron antaño compañeros de travesuras ahora eran personas completamente diferentes.

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– Me asustó mucho ver al señor Neil – expuso Dorothy acomodando algunos vestidos de Candy en el armario de su recámara – cuando pone esa mirada y sonríe de esa manera pareciera que el diablo lo posee.

– Él es el diablo Dorothy – afirmó Candy terminando de peinarse.

Dorothy se santiguó ante la aseveración de la rubia.

– Te dejé todo listo para mañana – dijo señalando las prendas en el diván junto a la ventana – la ropa sucia se la entregaré a Marie ahora que baje para irme a casa – agitó una bolsa de tela – sólo me falta una cosa, pero... – titubeó –¿Candy? ...este mes no me has dado tus lienzos para lavar, ¿Lo has hecho tú de nuevo? – inquirió.

– ¿Mis lienzos? No los he utilizado todavía.

– ¿No? Pero si ya estamos casi a final de mes y tú...bueno...ya sabes...

La rubia que estaba sentada frente al espejo se puso de pie, Dorothy tenía razón, desde la pérdida de su hijo su flujo antes anormal se había vuelto tan puntual como un reloj, y este mes en particular no recordaba haberlo tenido. Se alejó un poco y así ver mejor su reflejo, se observó de arriba abajo, sus verdes ojos mirando cada parte de ella, ¿Podría ser qué...? ¡No, no era posible! ¡Sólo fue una vez! Su mirada buscó la de Dorothy, en ellos había temor, uno muy grande.

– ¿Candy?

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Lakewood actualidad.

– ¿Candy? ¡Candy! – la voz de Albert se escuchaba lejana – pequeña ¿Qué pasa?

Candy lo miró todavía ausente, regresando de sus recuerdos, miró para todos lados dándose cuenta que estaba en la casa Andley, en lakewood, se tocó el vientre, el movimiento que sintió le recordó que estaba embarazada, de nuevo, con Albert tomando su mano, lo miro sin ver, con la mirada aún perdida.

Cuando al fin pudo dilucidar el tiempo y espacio actual se soltó de su amigo dejando su cuerpo caer en las mullidas almohadas, acarició de nuevo su abultado vientre de casi seis meses de embarazo, miró a Albert, ya no tenía dudas y sus ojos reflejaron decisión. La hora de la verdad había llegado.

– Cuando supe que estaba esperando a Harriet fue el momento más feliz de mi vida – pronunció – ella es mi milagro Berth, pero el saberla en camino me llenó de un mar de emociones que me golpearon como una ola, arrastrándome de un lado a otro entre la felicidad, la incertidumbre y sobre todo el miedo.

– ¿Miedo? ¿Por qué? – inquirió Albert interrumpiendo su relato.

– Miedo por mí, por mí hija y por todas aquellas personas a quienes amo.

– No te entiendo pequeña – el hombre sacudió la cabeza, arrugó la frente, reflejo de su expectación.

– Creo que es momento de que te enteres de varias cosas, yo esperaba tener más tiempo, pero todo se ha precipitado – la rubia comenzó a jugar con una de las caracolas de su cabello, nerviosa – espero que después de lo que voy a contarte entiendas un poco todo lo que he hecho y me ayudes una vez más.

Albert asintió y Candy comenzó su relato, desde el principio, cuatro años atrás.

.

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– Las flores de este jardín son muy hermosas ¿Verdad hijo? – inquirió Eleonor mientras caminaban entre los rosedales.

– Si, son muy hermosas – respondió el castaño al tiempo que recorría con la mirada todo el lugar.

– ¡Pa! – habló Harriet llamando la atención del castaño al tocar su mejilla – ahí – señaló un árbol.

Terry la miró sintiendo un vuelco en el corazón, todavía la traía cargada y era una extraña sensación sostener su cuerpecito tan suave y liviano.

– ¿Donde? – le pregunto a la nena.

– Ahí – señaló la niña de nuevo.

– ¿Quieres ir al árbol?

La niña asintió.

– Así que también eres una pequeña mona – el hombre sonrió ante la mirada traviesa de Harriet.

– Mona pecas papá – mencionó la niña, un brillo en las pupilas azul gris lo hicieron recordarse a sí mismo, unos años atrás cuando en una tarde llamó así por primera vez a Candy, en el colegio.

Dorothy, unos pasos atrás de ellos se llevó las manos a la boca para ahogar un alarido asustado, "papá" ¡Harriet lo había reconocido! Mil y una veces le dijo a Candy que no le enseñara a la niña los recortes donde aparecía Terry, mucho menos decirle que era su papá, pero esa terca mujer cuando se le metía algo en esa cabezota dura no había poder humano que la hiciera cambiar de parecer.

– ¡Te ha llamado papá! – mencionó Eleonor emocionada acercándose a ellos tocando la cabellera rojiza y ensortijada.

– Debe estar confundida – el castaño trato de no darle importancia.

– No lo creo, el hombre que se casó con Candy no tiene nada de parecido contigo y al señor Andley le dijo tío, ella ya sabe diferenciar – observó la ex actriz acariciando la sonrosada y tierna mejilla de Harriet.

– No pongas ideas en mi cabeza Eleonor o ahora mismo nos vamos y me la llevaré – afirmó el castaño sin dejar de observar a Harriet estrechándola contra su pecho.

– ¡NO! – gritó Dorothy asustada – ella...ella...– la mujer tartamudeaba al ser observada por Terry y la dama a su lado quienes se giraron a ella ante su exaltación – ¡Acaba de aprender esa palabra! – se apresuró a decir.

– ¿Cuál es tu nombre? – preguntó Eleonor con toda calma a la mujer de ojos miel.

– Soy... Dorothy – respondió tragando saliva.

– ¿Hace mucho que trabajas para los Andley?

– No señora...bueno si...yo trabajaba para los señores Leagan y cuando Candy.... La señora Candy fue adoptada vine aquí para ser su mucama.

– ¡Ahhh! ¿Y después? – interroga Eleonor.

– Bueno ...yo...– Dorothy comenzó a jugar con la falda de su vestido negro.

– Ven Dorothy, yo soy la madre de Terry ¿Lo conoces verdad? – dijo tomándola del antebrazo.

– Sí señora.

– Entonces deja que él atienda a la niña, ella no quiere soltarlo y yo estoy cansada del viaje, tengo hambre y sed ¿Me invitarlas un poco de té y galletas? – preguntó mientras se colgaba con más firmeza de la empleada.

Dorothy asintió, comenzó a caminar empujada por Eleonor hacía la casa mientras Terry llevaba a Harriet al árbol que la niña pedía.

.

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Julio de 1917

La clínica feliz recibía cada día a más gente, en ocasiones el doctor Martín y Candy tenían que permanecer hasta altas horas de la noche atendiendo pacientes, los vecinos que otrora se quejaban del borrachín que a veces se dignaba atender a alguien ahora no vacilaban en recomendarlo; y es que, después de la llegada de una linda chica rubia el hombre poco a poco había cambiado, gradualmente dejó de beber y con ayuda de la muchacha fue haciendo mejoras a la vivienda que fungía como clínica hasta quedar como lo que hoy era, un lugar adecuado para la pronta atención de niños, jóvenes y adultos de escasos recursos.

La paga no siempre era en efectivo, pero, eso era lo de menos, pan, fruta, jamón, huevos, cualquier cosa era bien recibida por el médico y su joven enfermera.

– Candy – habló el hombre – me preocupa que te vayas tan tarde – externó al ver la calle oscura y con poca gente andando.

– No sé preocupe doctor Martín se defenderme muy bien – afirmó la chica agitando el puño en alto.

– Aun así, hija, es peligroso para una señorita como tú, deberías de aceptar la ayuda de Albert para transportarte.

– He estado muy bien todos estos años doctor, además ya siento que abuso al aceptar que pague la renta del departamento y me de esas exageradas mesadas – dijo encogiendo los hombros, bajando la cabeza avergonzada.

– Es su obligación Candy, al fin y al cabo, eres su hija adoptiva – afirmó el doctor.

– Hace mucho que no uso ese apellido.

– Pero ya fuiste presentada como miembro de esa familia, tu rostro ahora ya es conocido.

– Entre la gente rica – señaló la rubia – aquí sólo me conocen como Candy White.

– Saliste en el periódico.

– Solo una vez y estaba vestida y arreglada de otra manera, con esta ropa y este peinado soy una chica común y corriente – finalizó haciendo un guiño travieso y sacando la lengua después de dar un giro y hacer una pose.

– De todos modos, ve con cuidado.

– Lo haré, no se preocupe, hasta mañana doctor Martín – se despidió agitando la mano al tiempo que se alejaba.

La clínica feliz no estaba tan lejos del departamento en la calle magnolia, tan sólo veinte minutos de camino, de doce a quince si se apuraba, al ser ya bastante tarde Candy apresuró un poco el paso, esa noche no había muchos transeúntes, así que caminando sobre la banqueta y siempre protegida por la luz del alumbrado público la rubia caminaba lo más rápido que sus piernas le permitían.

Llevaba casi diez minutos de camino cuando un auto que pasaba se detuvo unos metros adelante.

Candy disminuyó la velocidad de su andar, sujetó su bolso con fuerza y miró para ambos lados de la calle, no había autos ni personas cerca.

– Tranquila Candy – habló para sí misma.

Volvió a mirar a ambos lados para cruzar la calle cuando vio que se abría la puerta del auto, estaba a punto de hacerlo cuando...

– ¿Candy? – la voz conocida de un hombre detuvo el andar de la rubia.

– ¿Neil? – inquirió la chica mirando sorprendida a la persona que bajó del vehículo rojo – ¿Qué haces por aquí?

– Vine a dejar a un amigo que vive cerca ¿Y tú?

– Yo pues...– comenzó a jugar con la correa del bolso – voy a mi casa...bueno...a mi departamento.

– ¿De verdad? – preguntó el hombre con evidente sorpresa – no sabía que vivías por aquí.

– llevo algunos años viviendo unas calles más arriba – dijo la rubia señalando hacia el frente.

– ¡Oh vaya!, qué coincidencia ¿Quieres que te lleve? – ofreció amable.

– ¡No! No, muchas gracias, ya casi llego – se apresuró a contestar.

– Vamos prima, no muerdo – la sonrisa que asomó en el rostro del pelirrojo descolocó a Candy quien hizo una ligera mueca – no te preocupes – agitó el hombre las manos – entiendo, me voy – dijo ingresando de nuevo a su auto.

Candy se sintió mal por su comportamiento, si bien era cierto que hacía un tiempo Neil se comportó mal con ella también tenía mucho que no sabía de él, hasta hace poco, en su cumpleaños.

– Está bien Neil, no quiero ser grosera – se disculpó acercándose antes de que él arrancara – aceptaré tu propuesta, aunque mi casa está muy cerca.

.

.

.

Lakewood actualidad

– Esa fue la primera vez que Neil se acercó a mí – dijo Candy mientras una lágrima resbalaba por sus mejillas – de haber sabido lo que él pretendía...yo nunca... – bajó la cabeza comenzando a juguetear con el listón de su vestido.

– No entiendo Candy, eso no me lo habías contado – expresó Albert acomodándose en la silla, cruzando las piernas.

– No le di importancia fue sólo esa vez, me dejó en la puerta y se marchó sin más, al menos eso creí, un mes después pasó lo del incendio y regresé al hogar.

– Si eso...fue... extraño – manifestó el rubio.

– Fue él – informó Candy.

– ¿Cómo?

– Neil mandó a incendiar la clínica.

– ¡Eso no es posible! – exclamó Albert incrédulo – ¿Porque haría algo así?

– El doctor Martín ya había dejado de beber, no había ni una sola botella de alcohol en la clínica salvo el que servía para las curaciones, esa tarde antes de irme yo misma acomode todo en su lugar, cerré las vitrinas con llave, verifique el material de curación disponible, si no fuera precisamente porque olvidé mis llaves el doctor hubiera muerto ese día, cuando regrese él estaba tirado en el piso, y las llamas se estaban avivando, apenas y logré sacarlo a rastras, los vecinos me ayudaron a sacar algunos libros y objetos personales del doctor, él dijo que se había resbalado con algo y al caer se golpeó la cabeza, ¡Pero fue tan rápido! Dijeron que el incendio lo provocó el derrame de una botella de whisky y un cigarrillo, ¡El doctor no fumaba!

– ¿Cómo estás tan segura que fue Neil? – cuestionó Albert sin creer lo que Candy le decía.

– El me lo dijo, sabía que al quedarme sin un lugar para trabajar me pedirías que regresara, yo no quería pero le brindaste ayuda al doctor para montar otra clínica en el pueblo cerca del hogar, él no habría aceptado tampoco pero en ninguna clínica lo admitían por sus antecedentes con la bebida y aunque mi nombre fue limpiado tampoco quise regresar a ningún hospital, por eso le dije al doctor que aceptara, así estaría cerca del hogar, cerca de ti, todo fue muy conveniente.

– En eso tienes razón, de hecho, fue el mismo Neil quién buscó el lugar para la nueva clínica, me pidió que no te dijera nada porque sabía que no le tenías mucha confianza – recordó el rubio.

– ¡Era un maldito manipulador! – exclamó Candy golpeando el colchón.

– ¡Cálmate! – pidió Albert – aun así, Candy, ¿A dónde quieres llegar con todo esto que me estás diciendo? ¿Porque ahora?

– Son demasiadas cosas Berth, eso tan solo fue el comienzo, en cuestión de meses ya estaba comprometida y casada con Neil, me preguntaron una y otra vez ¿Por qué? Archie, Annie, tú, mis madres... ¡Todos! Pero yo no podía decir nada, sus vidas estaban en juego.

– Candy es una exageración lo que estás diciendo, Neil no era tonto, pero no tenía tanto poder para hacer algo en contra de nadie – señaló el rubio.

– Eso es lo que todos creen – declaró Candy son una sonrisa sardónica – en una cosa estoy de acuerdo contigo, Neil no era nada tonto, escondió muy bien toda su maldad entre sus sonrisas cordiales, sus modales finos y elegantes, nadie creería que detrás de la máscara había un hombre cruel capaz de hacer lo que fuera con tal de lograr su objetivo ¿Sabes cuál era ese? Tenerme.

– ¡Por dios Candy! – Albert se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro – ¡No puede ser cierto todo lo que me dices!

– ¡Pero lo es! Cuando casi te matas en una de tus cabalgatas matutinas ¿Quién crees que le puso algo al caballo? ¿Recuerdas quien casualmente estaba contigo ese día?

Albert detuvo su andar abruptamente girando el cuerpo para mirar a Candy con los ojos muy abiertos.

– ¡Imposible! – Albert negaba insistente – esa mañana me encargué yo mismo, él me alcanzó después, por el río fue el día que me dijo que quería cortejarte

– ¿Y cuándo se acercó a ti no lo perdiste de vista? ¿No te bajaste del caballo para meter tus pies al agua? Siempre lo haces, o al menos cada que nosotros paseábamos las pocas veces que visité Lakewood te vi hacerlo.

– ¿Pero el cómo podría saber?

– Tu mismo has dicho que él no era tonto, aprovechó la oportunidad, utilizó la misma treta que con Annie aplicó cuando éramos niños, y esa no fue la única vez que atentó contra ti.

– Candy...me estás asustando.

– No me alcanzan las palabras para decirte todo lo que él hizo, tuve que casarme con él, fingir ante todos que estaba enamorada, que él me había conquistado, pero cuando estábamos solos...

– ¿Te... golpeaba? – preguntó Albert mirándola profundamente.

– No, no había necesidad, cuando vi de lo que era capaz no me quedó más remedio, acepté casarme cuando por medio de engaños se adueñó del rancho Cartwright y amenazó con destruir el hogar de Pony.

– ¡No puede ser! Él no tiene... – El rubio movía los ojos de un lado a otro, pensando, absorbiendo información.

– El rancho que dejó de herencia al bebé es el de Jimmy, pero nadie más que el abogado, él y los Cartwright lo saben.

– No puedes adquirir una propiedad y no aparecer en el registro – informó Albert.

– Se que parece increíble, que no crees que Neil haya sido capaz de cosas tan horribles, por eso ...– Candy trató de incorporarse.

– No te levantes, dime qué necesitas – pidió Albert acercándose para evitar que la rubia se pusiese pie.

– En mi bolso, ahí sobre el buró – señaló.

Albert procedió a acercar el bolso negro a Candy, está metió las manos y de él sacó un sobre blanco.

– Toma – extendió la mano con el sobre hacia Albert – aquí está escrito de puño y letra de Neil parte de lo que hizo para que me casara con él y la razón por la que vine hoy hasta aquí a pesar y en contra de las recomendaciones médicas.

– Es la carta que el abogado te dio después de leer el testamento de Neil – expuso Albert al ver la caligrafía del sobre con el nombre de Candy.

– Necesito que la leas, cuando acabes sabrás entonces a qué he venido y por qué.

– Se supone no deberías poner un pie fuera de casa y no sé qué tiene que ver con esto– mencionó el hombre con el ceño fruncido, sacudiendo el sobre.

– Vine a pedirte ayuda Berth.

– ¿Para qué?

– Para irme lejos de aquí.

– ¿Irte? ¿A dónde? ¿Por qué?

– A donde Terry no pudiera encontrarme.

– Pero ... ¿Por qué? Sigo sin entender.

– Porque Terry es el padre de Harriet y Neil lo sabía.

Albert quedó boquiabierto, tratando de entender lo que Candy le acababa de confesar.

.

.

.

En el jardín de las rosas Terry se encontraba sentado sobre la hierba con Harriet corriendo y brincando a su alrededor, le traía piedras, hojas que recogía del suelo, ramitas que habían caído del árbol y cuánta cosa que le gustará, él la observaba detenidamente, su risa infantil, la forma en la que arrugaba la nariz eran iguales a las que hacía Candy pero cuando veía algo que le llamara la atención juntaba las cejas y sus ojos brillaban, como si estuviera enfrentando un desafío, cómo lo hacía él cuando se enfrentaba al duque.

Estaba tan ensimismado mirando a la niña que no vio pasar el tiempo hasta que, una ráfaga de aire otoñal desprendió los pétalos de las flores creando una lluvia de colores que hicieron a Harriet reír con júbilo mientras brincaba intentando atrapar alguno, el castaño sonrió una vez más, ampliamente, sin darse cuenta disfrutó el momento de juego infantil el cual no tardó mucho, Harriet era demasiado inquieta para distraerse con una sola cosa así que, después de recolectar algunos pétalos se los llevó a Terry como lo había hecho momentos antes con las piedras y las hojas para después ponerse a correr alrededor del gran árbol, como todos los niños de su edad, Harriet todavía no controlaba su centro de gravedad, en una de sus vueltas tropezó con una raíz resaltada cayendo de bruces sobre la fina hierba, sin embargo, al meter las manos estas se rasparon con las piedrecillas y la hicieron llorar por el dolor.

Terry se incorporó veloz para tratar de evitar la caída pero no lo logró, en dos zancadas ya estaba junto a la niña ayudándola a levantarse al tiempo que le sacudía el vestido y revisaba su cabeza buscando algún golpe, la niña le mostró las manitas llenas de tierra, tenía algunos puntos rojizos por las piedritas que se le clavaron y otras tantas que todavía tenía en ellas, con cuidado le sacudió los residuos con las propias mientras la pequeña hipaba y gruesas lágrimas salían de sus ojos que con la luz del sol y el cielo azul se habían tornado de ese color y hacían resplandecer las vetas verdes en sus iris; el hombre quedó prendado de esos ojos, la observó de nuevo, el cabello rizado, las cejas, la nariz, la boca, esa marca sobre su labio, exactamente igual a la de su madre, en el mismo lugar, si el cabello fuera rubio y lacio sería su madre vuelta a nacer.

– ¡Suficiente! – exclamó levantándose de un impulso tomando a la niña en brazos de nuevo – vine por respuestas y ya esperé demasiado – y se encaminó hacia la casa.

Terrence había avanzado unos pasos cuando algo llamó poderosamente su atención, se detuvo al ver unas rosas que se le hicieron familiares, el aroma era peculiar, dulce, de un tono y textura muy suave pues a pesar de tener a Harriet en sus brazos no resistió la tentación de tocar esos pétalos blancos con un leve toque de rosa, iguales a las que recibía hace...

– ¡Maldita sea Candy! – susurró arrancando furioso la flor sin importarle haberse clavado algunas espinas.

Siguió su camino hasta llegar a la entrada de la casa, subió los tres escalones y entró al salón, estaba por hablar cuando la figura alta de Albert bajaba por las escaleras.

– ¡Necesito hablar con Candice ahora! – exigió furioso, apretando el tallo que llevaba en su mano y sosteniendo a Harriet de tal manera que pareciera que alguien se la fuese a arrebatar.

– ¡Candy no puede ver a nadie! – espetó Albert en el mismo tono áspero que él – ¡Está delicada de salud y debe descansar!

– ¡Bien! ¡Entonces dile que cuando pueda me busque y que me llevo a Mi hija conmigo!

– ¡NO!

Fue el grito que se escuchó desde arriba donde una rubia vestida de negro se sostenía con las pocas fuerzas que tenía.

Continuará...

Primrose. 

Mil gracias por su apoyo.


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