Atado a ti (2022)

By Lucy_Valiente_W

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Irene Muñoz era una niña cuando conoció a Lucas Castro, el hermano mayor de su mejor amiga, y se quedó impres... More

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By Lucy_Valiente_W

Marina dijo mi nombre y volví de otro mundo.

Un segundo había bastado para imaginar cómo habría sido todo si ella me hubiese invitado a la casa de campo. Estaba bastante segura de que habría intentado seducir a Lucas y probablemente él lo habría aceptado, dadas sus circunstancias. Pero ya se había recobrado, o eso parecía a juzgar por su regreso al piso de Plaza de Cuba y a la gestión de sus empresas.

—¿Vienes, entonces? —preguntó.

—Sí, me vendrá bien, seguro.

—No quiero que estés incómoda.

—¿Qué? ¿Por qué iba a estarlo?

—Bueno...

—Marina, eso pasó hace mil años. No te preocupes. ¿Por eso no me invitaste?

—Le di muchas vueltas y al final pensé que sería peor el remedio que la enfermedad. Mi hermano puede ser muy... intenso. Además, no es que hayas buscado coincidir con él, precisamente.

A esas alturas, a punto de terminar el máster, ya sabía lo que aquello significaba. Sabía lo de su guardaespaldas, el intento de suicidio y que quien tratara de dañar de alguna forma a Marina, no acababa muy bien, como se demostró cuando Ester reapareció en nuestras vidas y yo no pude hacer gran cosa para protegerla. Y sabía que Lucas no había vuelto a tener pareja, por lo que debía de seguir amando a Alicia.

—No se ha terciado —repuse, encogiéndome de hombros—. De verdad, estará todo bien.

Lo estará. Ya no soy una cría y tengo claro que nada debo esperar de él, ni siquiera debo quererlo.

—Solo tengo un problema —añadí—. Ni idea de qué voy a ponerme.

—Pues eso es fácil de solucionar.

Pasamos el resto de la tarde en varias tiendas, buscando los vestidos más indicados para un cóctel benéfico. Bueno, eso me repetí en todo momento, mientras una idea pequeña pero insistente, como el zumbido de una mosca, me insistía que también pretendía verme lo más bonita posible, aunque no sirviese de nada. Al final me decanté por uno azul, que resaltaba mis ojos y el suave bronceado de mi piel.

Dos días después, a eso de las ocho de la tarde, su guardaespaldas nos dejó frente a la puerta principal de una de las mejores mansiones de Tomares, propiedad de un inversor de Icarus. La mayoría de los invitados al cóctel ya se encontraba allí, a juzgar por la cantidad de coches aparcados en la calle, y pude comprobarlo cuando un criado nos guio hasta el salón en el que estaban reunidos, esperando al anfitrión.

Y allí estaba él. Vestido también de azul.

Volvía a ser, al menos en la superficie, el hombre que tanto me impresionó en su día y que seguía negándose a abandonar mis pensamientos, escondido en un pequeño rincón. Un rincón que crecía en los momentos entre el sueño y la vigilia, cuando la fantasía pretendía ganarme, y que, por un instante, pareció contener el mundo entero cuando sus ojos y los míos se encontraron.

Ojos negros, penetrantes y decididos. Ojos que no me parecieron los de un viudo apenado.

El corazón me dio un vuelco terrible, cortándome el aliento, y mi cuerpo se bloqueó, igual que si me hallase frente a una fiera de la que, sin embargo, deseaba ser presa, mientras mi mente se esforzaba por mantenerme sensata, consciente de que nada razonable nos unía. Lucas se acercó a nosotras en su silla mecanizada y, pese a que apenas nos separaban unos pocos metros, me pareció que tardaba toda una vida en alcanzarnos.

—Ella es Irene —le dijo Marina.

—Me alegra verte por fin. Llegué a pensar que eras una amiga imaginaria.

Marina le dio un manotazo en el hombro. Lucas le sonrió de forma que parecía reservada para ella, tierna y como prometiendo que ninguna de sus palabras o actos estaba pensado para dañarla de alguna forma. Había olvidado la imagen de aquel gesto, pero no el anhelo de ser merecedora de él que me hiciera sentir.

El pecho me retumbaba y también la garganta, las manos me sudaban y no se me ocurría nada ingenioso que replicar, así que recurrí a mi propia sonrisa. Pero no quería que me delatase y fue bastante breve, demasiado quizás. Marina me lo confirmaría más tarde, aunque si debía elegir, mejor resultar antipática que patética.

El gesto de Lucas desapareció.

—Venid, os presentaré a alguien interesante.

Decir que me creía incapaz de impresionar a un posible futuro jefe era quedarse muy corto.

—¿Dónde está el baño? —quise saber. Marina se me acercó y me preguntó bajito:

—¿Estás bien?

—Sí, sí. Solo será un minuto.

—Ve, no te preocupes —intervino Lucas—. Te esperamos aquí.

—Gra-gracias.

Ridícula, pensé mientras me alejaba con alivio, y más que sentí cuando logré encerrarme. No podía lavarme la cara porque echaría a perder el maquillaje, que por suerte no se había arruinado con el sudor, así que me centré en secarme cuidadosamente con un poco de papel higiénico, respirar hondo y repetirme que ya había hecho lo más complicado, lo que me había impedido dormir esa última noche, y que en cuestión de un par de horas todo me parecería una tontería.

Ridícula.

Sacudí la cabeza y abandoné el baño con decisión. Era una mujer adulta, que llevaba ya varios años ocupándose de sus gastos y había conseguido que su madre dejara de intentar controlarla, no una niñata enamoradiza a la que le temblaban las piernas con la mera visión de su amor platónico. Y, por encima de todo, esa noche estaba allí para hacer contactos que me ayudasen en mi futuro laboral, no para preocuparme por un hombre que nunca me tomaría en serio.

No pude evitar alterarme de nuevo al volver a verle, pero sí que logré ocultarlo. Con la cabeza alta, le seguí junto con Marina hasta un corrito de cuatro personas: una mujer muy bonita, dos entrañables ancianos y el hombre más atractivo que había conocido. La mujer le sonrió a Lucas de una forma que me gustó muy poco. Marina besó a los ancianos con el cariño propio de los familiares bien avenidos, y es que se trataba de sus tíos; él era el hermano de su padre. Ambos formaban una pareja ideal para mí: llevaban juntos unos cuarenta años y todavía se amaban.

En cuanto al hombre, se llamaba Óscar. El Óscar mejor amigo de Lucas que era probablemente el soltero sevillano más cotizado. Sin embargo, lo que sentí cuando me saludó, cuando incluso un rato después le noté un leve coqueteo, distaba tanto de lo que Lucas me provocaba que me enfadé. No, no solo por eso. Lucas seguía cerca de aquella mujer alta y yo era incapaz de ignorarlo.

—No he tenido un buen día —me excusé—. Perdóneme un momento.

Salí al jardín y el frescor de la noche enseguida me brindó cierta calma. Pero no duró demasiado: mi corazón brincó y corrió a martillear cuando oí que alguien más abría la puerta a mi espalda. Era él. No necesitaba girarme para saberlo.

—¿Estás bien?

Lo era.

—Sí, sí, no te preocupes. Solo necesitaba un poco de aire.

—¿También te agobian las multitudes?

—Un poco, sí.

¿Bastará para que me deje sola? ¿Por qué no prolongar el momento? Después de todo, me ha seguido. Y ya no soy ninguna cría que no pueda ir a por lo que quiere solo porque no durará. Nada es para siempre.

Su silla se movió y me sentí aliviada y también decepcionada, pero entonces me di cuenta de que el sonido no se alejaba, sino que estaba cada vez más cerca. Tan cerca que colocó a Lucas justo a mi lado, a menos de un paso de distancia, lo más cerca que ambos habíamos estado... nunca.

—Quiero preguntarte algo —dijo. Tragué saliva mientras no podía pensar en otra cosa que no fuera lo sabe—. Hace años me dio la sensación de que... te gustaba, pero ahora parece que no te caigo muy bien. ¿He hecho algo que te haya molestado? Tampoco me sorprendería, no es que las mujeres sean mi especialidad.

Durante todo un segundo me quedé sin palabras e incluso sin aliento. ¿Quiere decir lo que creo que quiere decir?

—N-no me has hecho nada. Tranquilo. Solo... —Piensa, piensa ya una excusa. Pero él replicó primero:

—No soy de dar rodeos, así que iré al grano: me atraes mucho. Soy muy consciente de mis limitaciones, pero algo puedo ofrecer. No tanto como otros, pero algo. ¿Empezamos con una buena cena? Aunque no me tienes que contestar ahora.

La impresión me obligó a mirarle a los ojos por fin. Y allí lo tenía, delante de mí, confesando que el interés era mutuo.

Me abalancé sobre él para besarle como tantas veces había deseado hacer. Y él me respondió como tantas veces me había imaginado que haría, incluso me agarró para sentarme en su regazo y sus manos parecieron no querer dejarme escapar. Todo tenía de pronto más sentido que nunca, era más brillante y hermoso, y mi corazón, a punto de estallar, latía al ritmo del suyo. No, eran un solo corazón.

Esto es lo que quiero y jamás podré volver a negarlo.

Pero recobré la sensatez y me aparté de él.

—¿Es un sí? —preguntó, relamiéndose y con los ojos deliciosamente impregnados en orgullo y picardía.

—Es un depende —repuse con toda la dignidad que pude, entre jadeos y sintiéndome colorada como el interior de una sandía madura.

—¿Vamos a mi casa a comprobarlo? Allí podemos cenar.

No tengo hambre de comida, pensé. Pero no iba a decirle eso y ni siquiera debería dejarme llevar tan pronto.

—He venido por trabajo.

—Dime a quien quieres que te presente y lo haré en cualquier momento. Incluso puedo obligarle a contratarte —¿bromeó?

—No quiero enchufes.

—Entrar no es lo más complicado, Irene.

—¿Y tu hermana?

—Ya sabe que estoy interesado en ti, se lo he dicho hace un momento. Bueno, creo que lo sospecha desde que le pregunté si tenías pareja. Y tampoco nos necesita aquí.

Me sentí halagada por su interés y traicionada por parte de Marina, aunque en el caso de ella no tenía derecho. Hacía años que evitaba en lo posible hablar de él. Miré por entre los cristales de la puerta y la vi charlando animadamente con sus tíos.

—No me interesan las aventuras —dije—. Busco algo serio.

—Bien, porque me pasa lo mismo.

No me quedaban excusas ni tampoco las quería. Con el corazón aún alterado y envuelto en una anticipación que disimulé cuanto pude, fui a despedirme de su hermana.

Marina sonrió nada más saber a dónde iba y quiso abrazarme mientras me llamaba cuñada, pero logré pararla a tiempo. Me habría encantado, más de lo que pensaba admitir incluso ante mí misma, pero también habría sido presa de la vergüenza, delatando una esperanza imposible de sucumbir a pesar de los años y la falta de lógica que la sustentase. Ya habría ocasión de celebrarlo si es que lo merecía.

Un Audi azul con los cristales tintados esperaba en la calle. El conductor, un treintañero de rasgos asiáticos y expresión de enfado, ayudó a Lucas a subir al coche y también me abrió y cerró la puerta.

—¿Qué quieres comer? —preguntó Lucas con el móvil en la mano—. ¿Una pizza?

—¿Qué más cosas te ha contado Marina? —quise saber con los ojos entornados, disimulando que la idea de que me hubiera investigado aumentaba mis ganas de volver a besarle. Y aumentaron más cuando le vi sonreír.

—Ella no me ha dicho lo de la pizza. ¿Te gusta, entonces?

—Si es casera.

—Lo casero se me da bien, aunque la pizza será más cosa de Laura. Es una cocinera estupenda. ¿Le confirmo, entonces?

—Sí. Y dime qué más te ha dicho tu hermana. Y ¿cuándo lo ha hecho?

—Bueno, me gusta conocer bien a quienes se acercan a ella, y tú eres su mejor amiga. Pero sospecho que las indagaciones no son solo cosa mía.

Se me prendió la cara. Decir que enterarme de su accidente no activó un periodo bastante largo de mi modo acosadora habría sido mentir con descaro: le busqué en internet e interrogué a Marina de una forma que todavía me avergonzaba. Pero parecía que él tampoco lo veía como algo malo.

—Aun así —añadió—, hay ciertas cosas que no he podido averiguar. ¿Serías tan amable de resolvérmelas?

—Primero dejemos claro algo.

—Adelante.

—Lo de ir en serio va totalmente en serio. Puede que te asustes, pero quiero algo parecido a lo de tus tíos.

Sonrió y se fijó en mis labios. A punto estuve de abalanzarme (otra vez) sobre él.

—Esa es una de esas cosas —dijo—. ¿No crees que mi edad o la silla sean un problema para ti?

—Un problema sería que jugases conmigo.

—Nada de eso, tienes mi palabra.

—¿No sigues queriendo a Alicia?

—¿Seguir?

Su respuesta me dejó descolocada, muda. Y no me ayudó que concretase, que su matrimonio solo hubiera sido algo conveniente para ambos.

Entonces, no pude ni tampoco quise contenerme más y regresé a su regazo y a su boca, sentándome a horcajadas. Mi excitación creció tanto y tan deprisa que pronto me bajé la parte superior del vestido para ofrecer mi erizado pecho a su boca, que lo aceptó con avidez, al tiempo que su mano derecha se deslizaba entre ambos directa al palpitante ardor que me estaba empapando las bragas. Un gemido se me escapó cuando sus dedos acariciaron la tela.

Pero antes de que alcanzasen la carne que le necesitaba, el coche se detuvo y también el motor. Y poco después, cuando apenas me había dado tiempo a recomponerme la ropa, se abrió la puerta de su lado y vi que le esperaba la silla. Lucas se subió a ella mientras el conductor rodeaba el coche para abrir mi puerta.

El aparcamiento contaba con un ascensor que, mediante llave, conducía directamente a su piso. En el interior sonaba una musiquita. Con el deseo aún en las nubes, me acordé de tantas escenas similares como había visto en alguna película o serie y eso, sumado a que estaba un poco nerviosa por cómo sería finalmente el sexo, me arrancó una risita.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—No suelo ser tan lanzada. Suelen venir a por mí.

—Bueno, yo he ido. Más o menos.

—¿Eres dominante en la cama? Eso me gusta.

—Otra cosa que quería saber. Sí, algo sí.

El ascensor llegó a su destino y las puertas se abrieron a un enorme salón con vistas al río. Me alcanzó un delicioso olor, que nos guio hasta la cocina y allí mismo, entre alguna que otra pregunta íntima más, pudimos disfrutar de una maravillosa pizza. No era justo y ojalá pudiera comerla de nuevo, pero estaba ansiosa por concluir de una vez lo iniciado en el jardín de la mansión.

En su dormitorio, sobre la cama, había una caja pequeña y alargada cerrada con un lazo, un regalo para los dos. Algo que demostraba no solo que su interés por mí partía de antes de esa noche, sino que él había estado bastante seguro de cuál sería mi respuesta: un consolador fabricado con las medidas de su propio miembro en color azul.

—Primero me apetece otra cosa —dije.

Me quité las bragas, las arrojé al suelo y fui a sentarme en su regazo mientras despejaba mi pecho. Él no tardó en besármelo ni en colar la mano derecha entre mis piernas, descubriendo lo húmeda que estaba, que incluso me había salpicado el interior de los muslos. Tampoco pasó mucho tiempo antes de que el placer recorriera todo mi cuerpo y lo hiciera con una intensidad sin parangón. Además de por ser con él y de cuánto lo había deseado, había tenido los preliminares más largos de mi vida.

Me centré en él, en brindarle todo el gozo posible sirviéndome de sus pezones y orejas, los puntos que presumía más sensibles. Y lo eran, aunque también quiso que le lamiera los dedos de una mano y chupase su índice como si de su entrepierna se tratase. Me fui calentando más y más, pero ignoraba cuándo detenerme con él y dejé que lo decidiera, que nos condujera hasta la cama.

Nos tumbamos en ella, él sobre mí, entre mis piernas y con el consolador asido. Empezó tanteando mi entrada con la cima, torturándome al pasearla despacio por todos los pliegues y presionando ligeramente mi zona más sensible, hasta que, por fin, se introdujo en mi ardor. Pero lo hizo con una lentitud que me obligó a reclamar.

Sonrió sobre mis labios y fue un poco más rápido. Su pulgar tocó mi clítoris y lo masajeó antes de que el consolador retrocediera. Sentí entonces que me acertaba deliciosamente y le pedí que acelerase, que fuera algo brusco, que me lo metiese todo lo posible, que evitara un pronto final reservando su pulgar para más adelante. Y mis gemidos crecieron y crecieron mientras su mano me follaba mejor que cualquier polla.

El orgasmo me dejó resollando a su lado y mirándole como una mujer mira a un hombre que desea conservar de amante y algo más. Él pareció entender la mirada y no solo me la devolvió, sonrió de esa forma tierna y protectora que creí exclusiva de Marina, o al menos eso fue lo que vi, aun teniendo claro que éramos prácticamente extraños para el otro, que yo no formaba parte de su familia.

Los dos nos acercamos para besarnos y acariciarnos.

—Quiero hacer algo —susurró al rato—, pero sería la primera vez.

Ronroneé y le mordí el labio inferior. Y temblé cuando me reveló dónde quería llevar su boca ahora, y le di alguna que otra indicación, pero no hizo falta demasiado. Poco más que ver su cabeza entre mis piernas, sus ojos negros mirándome fijamente mientras con la lengua dibujaba mi inflamada carne, bastó para llevarme hasta el culmen.

Se tumbó bocarriba y me atrajo a sí para que apoyase la cabeza en su pecho. Su corazón latía tan veloz como el mío. Los dos suspiramos al mismo tiempo y eso me hizo reír y besarle en el cuello.

—¿Quieres un masaje? —pregunté mientras le rascaba suavemente un brazo.

—¿En la espalda?

—Pero no ahora. Algo así es de la tercera o cuarta cita.

Se rio y me devolvió el beso en la cabeza.

—Necesito un descansito —dije.

—Se nos ha hecho de día.

Sorprendida, me giré para comprobarlo. Aún no podía verse el sol, pero las señales de su presencia estaban ahí, en la claridad de un cielo sin rastro de estrellas sobre un esponjoso manto rojizo que cubría el horizonte edificado. Me pareció que era el primer amanecer que veía en mi vida.

Volvió a acomodarnos, esta vez pasándome un brazo por encima al que llevé mis uñas. Su respiración en mi cuello me estremeció, cerrándome los ojos. Me sentí profundamente feliz y ante mí se desplegó un futuro que me resultó de lo más prometedor.

—Creo que me tomaré el día libre —murmuré.

—Buena idea.

Tuve el mismo sueño muchas veces, con ligeras variaciones, como si lo necesitase para saber cuál era mi sino.

Tardé más de lo que querría admitir en darme cuenta de que no era eso lo que se me pretendía decir: todo habría sido más fácil si Lucas y yo nos hubiésemos dado, el uno al otro, el tiempo necesario para poder estar juntos.

Para ofrecernos un amor que nosotros mismos necesitábamos en primer lugar.

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