Cuatro de agosto © [MEMORIAS...

De EstLeRue

42.9K 4.4K 2.4K

[GANADORA DE LOS WATTYS 2021] El zoológico de Saint James, en Nueva York, abre sus puertas a todos los jóvene... Mai multe

Daniel Avery (18)
Lauren Jones (20)
George Monroe (38)
Tyler Shrike (18)
David Bike (18)
Lara Benson (17)
Grace Stevens (27)
Mía Ramírez (17)
Noah Walker (19)
Richard Cole (45)
Jeremiah Sawyers (18)
Lista de fallecidos
Disculpas públicas

Lena Higgins (24)

2.8K 347 126
De EstLeRue

Cinco en punto.

Abro la tienda, barro, hago el aseo, limpio las mesas, le saco un poco más de brillo a los escaparates.

Cinco y cuarenta.

No hay nadie aún. El sol ni siquiera ha salido. Así que me cambio la ropa que he traído por el uniforme de la tienda sin siquiera agacharme detrás del mostrador. ¿Quién me va a ver a esta hora? ¿Las mariposas? Dudo incluso que ellas hayan despertado.

Cinco cincuenta y tres.

Hoy quiero batir mi récord. Ayer el tiempo máximo que tardé en atender a un cliente fue veinte segundos. Veamos qué pueden hacer estas manos hoy.

Seis y diez.

Harry llega.

—Hola, cariño —me dice.

—Hola —respondo.

Pongo los ojos en blanco y suspiro pesadamente. Otro día más soportando a este tipo. Siento que los días que he pasado trabajando con él los he escrito en las paredes de mi conciencia como prisionero de guerra que pinta una raya por día.

En realidad, no es que yo sea así con todo el mundo. No sería tan grosera con él si no se lo mereciera.

Llegué aquí casi dos meses atrás a las seis y cuarenta (tengo un don especial para recordar a la perfección todo tipo de detalles irrelevantes y la hora en ciertos momentos es uno de ellos) junto con una manada de chicos y chicas de instituto en busca de un empleo de verano. Me di cuenta al instante de que era la mayor del grupo. Nadie superaba los veinte o veintiún años.

Gracias al hecho de que llegué veinte minutos antes que cualquiera, me dejaron elegir primero mi puesto.

Tuve una variedad de puestos disponibles para escoger. Rechacé de inmediato todo aquel que tuviera que ver con la vida animal, puesto que los animales no me agradan. Tampoco me atraen demasiado las parejas melosas, así que descarté el puesto de fotografías. Ya que había muy poco que hacer además de limpiar vómito infantil del baño, elegí atender en la tienda. Había dos vacantes disponibles para ese puesto, así que iba a tener un compañero.

El proceso de selección de puestos transcurrió a lo largo de un rato más, al cabo del cual conocí al que sería mi compañero de trabajo por el resto del verano. Un chiquillo agrandado llamado Harry Wheler.

Harry Wheler tiene diecisiete años y muy poca conciencia de su edad.

Ya eran las diez y media cuando tuvimos que presentarnos para comenzar.

—Soy Lena —le dije.

Tenía una carita de adolescente tímido y correcto, eso me inspiraba una cálida simpatía.

O eso hasta que Harry me miró con avidez de pues a cabeza y así como así toda la simparía se desvaneció.

—Harry —respondió—. Harry Wheler —guiño.

A él de seguro le debió parecer la presentación típica de todo un galán de película cliché, pero yo casi no aguanto las ganas de reírme a carcajadas. Vamos, era un niño. ¿De verdad en su pequeña subdesarrollada cabecita de puberto pensaba que eso funcionaba siquiera un poco?

—Bien, hola.

Había reservado lo mejor de mi humor para presentarme con quien fuera que compartiría el puesto conmigo, como nunca, pero ese pequeño con aires de ser grande lo había echado a perder.

Su rutina no cambió durante lo que duró nuestra capacitación para el trabajo. En su cara se notaba toda la hormona revuelta que había en su interior.

Yo no recordaba que cualquiera de mis hermanos hubiera sido así durante su adolescencia, o yo misma no recordaba haberlo sido. Harry me recordaba a un perro callejero y hambriento: ansioso, hiperactivo, con la baba cayendo al suelo y la completa disposición de hincarle el diente a lo que fuera que se cruzara por su camino.

Yo me consideraba "eso" que se había cruzado en su camino.

Como dije, cuando uno tiene hambre come lo que sea, ¿no? Yo no soy la gran cosa. Por eso fue que me sorprendió desde el primer momento que me echara los perros únicamente a mí y no a cualquiera de todas las chicas de su edad, jóvenes y bonitas, que llegaron a postular igual que nosotros.

Esa chica Lauren, por ejemplo. No, cierto, Lauren no es de su edad, y es novia de Noah. ¿Qué tal... mmm... Carah o Mía, las dos niñas chillonas que parecen siamesas? Son un dolor de oídos y de cabeza, pero son niñas bonitas, niñas como él.

¿Por qué a mí?

De hecho, dado mi aspecto, sobre todo, se supone que debería intimidarlo a él y a todos los que llegaron conmigo. Creo que causo ese efecto en la gente, lo he comprobado.

Una vez que llegó el momento de trabajar de verdad luego de haber pasado por el proceso de capacitación, el desagrado que yo sentía por Harry se transformó en auténtica antipatía. El chico pasaba el tiempo observando cada rincón de mi cuerpo como si nunca en su vida entera hubiera visto a una mujer. Yo procuraba (sigo procurando) no darle la espalda, y no me avergüenza decirlo. Pasa que pertenezco a esa mayoría de gente que detesta que un mirón le ande viendo el trasero.

Era soportable cuando Harry tenía clientes a los que debía atender. Pero en el tiempo libre que a menudo teníamos solo había una palabra para describir lo que había: martirio.

Dos semanas después de haberse memorizado cada detalle de mi anatomía, ocurrió lo esperado.

—Sal conmigo —me dijo, de buenas a primeras.

No necesité preguntar si era una petición o una orden.

—No —espeté, volviendo a mis deberes.

Traté de alejarme fingiendo que iba a sacarle todavía más brillo a una mesa que ya se veía lo suficientemente brillante.

—¿Por qué? —preguntó.

<<¿Por dónde deseas que empiece, pequeño?>>

—Eh... ¿porque no quiero? —respondí. Me siguió.

—Vamos, sal conmigo —insistió.

—No —reiteré.

—¿Por qué?

—Porque no quiero.

Podía seguir con ese círculo vicioso por el resto del día, si él así lo quería.

—Debes explicarme por qué.

Lo ignoré y me senté en un banco detrás del mostrador a leer una revista fingiendo tranquilidad y rogando en mi mente que de ahí en adelante los clientes no dejaran de llegar. Sin embargo, volvió a seguirme, se sentó a mi lado y pasó descaradamente un brazo alrededor de mis hombros.

—Anda, Len —tomó mi barbilla con su mano libre, me esforcé por no mordérsela—. Sé que lo quieres tanto como yo.

Y hubiera sido catastrófico si se atrevía a acercarse más, porque se iba a ganar una alegre bofetada.

—Mira, niño —aparté sus dos manos de mí antes de perder la paciencia—. ¿Cómo te lo digo para que lo entiendas? No quiero. Eres solo un crío caliente, ¡solo mírate! No sé si en tu jardín de niños pasen este tipo de cosas, pero en el mundo real no funciona así, ¿lo entiendes? No-va-a pasar.

Me levanté de mi banco y volví al mostrador.

—Y me llamo Lena —añadí.

Pensé que eso bastaría para que Harry me dejara en paz, pero no fue así. Por desgracia no.

Aunque, pese a Harry, no es tan malo trabajar aquí. Todos nos conocemos entre nosotros y me he convertido en algo así como la madre de todos en el grupo.

Ya me conozco los detalles para nada importantes de cada uno.

Tyler dibuja con los dedos sobre la mesa. Carah y Mía esperan los 11:11 de cada día para tomarse de la mano y cruzar los dedos. Noah y Lauren hacen el mismo gesto con una ceja (deben conocerse por bastante tiempo como para compartir características). Dan juega con su comida. David tiene mirada de Rayos X. Robbie come muy rápido. Y Harry... bueno, Harry me mira donde no debe.

Seis y cincuenta y cinco del día de hoy.

—Hoy hay bastante trabajo, nena —me dice Harry en lo que coloca servilleteros en las mesas.

A pesar de todos mis esfuerzos, aún no consigo que me llame por mi nombre.

—Es sábado, ¿qué esperabas? —respondo.

Es bonito estar aquí desde temprano a pesar de que sé que los clientes llegarán aún en un par de horas. Aunque mis compañeros más puntuales de seguro no tardan en llegar.

Dicho y hecho. Ahí llega Noah, solo. Es raro no verlo con Lauren, ellos dos van juntos de arriba para abajo, a donde sea. Pero Noah es puntual y Lau no lo es. Eso sí es bastante comprensible.

Poro después llegan David y Daniel juntos. Tan lindos se ven los dos. Luego de ellos llega Tyler y pasa por un yogurt antes de caminar a su puesto. Lara también llega un rato más tarde.

Odio que Harry sea tan puntual.

—¿Qué harás luego del trabajo?

—Ir a donde no te importa.

—¿A qué hora paso por ti?

Ruedo los ojos por enésima vez en el día y suelto un bufido. Harry se ríe.

No ha dejado de parecerme un niño idiota, pero me he acostumbrado a él y la convivencia se ha vuelto tolerable.

—Buenos días, Lena —George entra a la tienda y estoy automáticamente libre de todo por la siguiente media hora.

Harry jamás me molesta frente a George. Es como un tipo de código ético entre cachorro y veterano. Sí, sé que no debería ser así y a mí tampoco me hace gracia, pero me sirve y supongo que en este caso eso es lo que cuenta.

—Buenos días, George —sonrío.

—¿Quieres sentarte conmigo un rato, linda? —propone en tono afable.

—Cómo no —respondo.

Ya que aún no llega nadie, no tengo nada más que hacer por ahora. Me siento en la silla junto a él.

George es tan amable y tan grandioso que la mayoría del tiempo desearía que fuera mi padre.

Sé que George tiene una bonita familia. Me ha mostrado como quinientas fotos de ella, todas salidas de su billetera sin fondo. Tiene una esposa hermosa e inteligente y tres hijos, una chica de dieciséis, un niño de diez y otra niña de cuatro. Todos son iguales a él en fisonomía y facciones, pero tienen los ojos de su madre. Son una bonita combinación.

George es lo mejor que hay aquí. Es el jefe de seguridad del zoológico desde hace siete años. Llega temprano y se coloca en la puerta principal, su eterno puesto, durante por lo menos hora y media antes de ir a desayunar a la tienda. Es un hombre honesto, inteligente y muy bueno en lo que hace. Es bastante a la antigua, eso así.

Yo le enseñé a usar Whatsapp.

George decía que su hija mayor había tratado de enseñarle, pero había dado su caso por perdido al cabo de unos pocos días sin nada de progreso. Yo decidí tenerle paciencia. No tardó tanto como yo creía. Sí, hasta ahora a veces tiene errores de dedo en los mensajes que envía, pero nada tan grave como para no entender qué es lo que quiere decir.

Por Whatsapp solo habla con su hija, con su esposa y conmigo. Y, siendo sincera, a mí me gusta hablar con él.

—¿Cómo estás hoy? —me pregunta.

—Tranquila. ¿Y usted?

—De maravilla. Mi Maggie perdió su primer diente, ¿lo puedes creer? Se supone que le faltan unos años para eso, pero hoy me fue a dar los buenos días y le faltaba un colmillo.

—Vaya —sonrío.

Recuerdo vagamente que perdí mi primer diente a los siete años, un lunes a las ocho de la mañana.

—Está creciendo muy rápido. Pronto será más alta que yo —sonríe con la expresión bañada de nostálgica alegría.

—Lo mismo pasó con mi hermano menor. A los doce era más bajo que yo, pero ahora que tiene trece ya me rebasó.

—Es lo bueno y lo malo de los niños, hija. Tienes el privilegio de verlos crecer, pero jamás volverán a caber en la protección de tus manos.

Asiento con la cabeza, entendiendo por completo.

Me pasó eso con mi hermano menor, Nicky. O Nick ahora, porque ya no se deja llamar Nicky. Nació y así como así me enamoré de la carita rosada de ese bebé de dos kilos. Yo tenía once, y aún así me dediqué a protegerlo. Fuimos los mejores amigos durante los primeros años de su vida.

Ahora hasta novia tiene. Entiendo cómo se siente George porque me invade la misma nostalgia cuando lo veo de la mano con ella recordándome que ya no es un niño pequeño al que puedo hacer reír con caras chistosas.

A veces me pregunto si a todos los hermanos les sucede así. Mi hermano mayor, Piere, dice que le pasó lo mismo conmigo. Pero no sé si alguien pueda querer a un hermano menor tanto como yo quiero a Nicky (a Nick, pfff).

George termina su desayuno luego de un rato más de plática y se va de regreso a su puesto.

Me quedo sola. Sola con Harry.

—¡Clientes! —exclamo, en cuanto veo ingresar al primero.

He sido salvada por la puñetera campana.

Acudo a mi puesto seguida de cerca por mi compañero mientras contemplo cómo se acerca una dama regordeta de unos treinta años portando broches brillantes en el cabello y enfundada en un vistoso mandil de varios colores (el cual, por cierto, no está libre de encaje igual de colorido). Junto a ella, o detrás, mejor dicho, viene un tropel de niños ansiosos y llenos de vitalidad que cantan una canción infantil pegajosa que jamás he escuchado. No me toma ni diez segundos aprender cómo va.

Esta es una de mis partes favoritas del trabajo: la hora en que debo atender a los clientes y el resto del mundo desaparece.

Una vez que la mujer (quien asumo que es algo así como su maestra) les da la venia para que puedan comprar algo con las propinas dadas por padres emocionados, todos los niños se abalanzan sobre el mostrador. Atiendo a uno por uno sin perder la calma, Harry lo hace también. El producto más solicitado es el chocolate con maní y los demás son dulces y golosinas similares. Me impresiona la cantidad de azúcar que estoy vendiendo. Esto no hará más que darles cuerda, cargar un poco más sus baterías de por sí llenas a rebosar. De vez en cuando miro a uno y a otro, tratando de adivinar cuál de ellos caerá primero.

Un grito me saca de mi rutina y el barullo de los pedidos cesa por un instante.

El origen está en la entrada de la tienda. Distingo a Noah y a Lauren, uno frente a otro, mirándose como yo nunca los he visto mirarse antes. Lauren acaba de gritar algo sobre casarse. Se me ocurren un millón de posibilidades, pero no quiero deducir nada.

—¿Quién más quiere chocolates? —digo, y de inmediato recupero la atención de todos los niños que habían puesto sus curiosos ojitos sobre la escena protagonizada por mis jóvenes compañeros.

Ya más tarde les preguntaré qué es lo que ocurre.

Una niña hermosa con moñitos iguales a los de Pucca en la cabeza me está pidiendo chicles cuando sucede.

Todo se sacude. Mi primera opción es un terremoto.

—Abajo —murmuro.

Solo Harry alcanza a escucharme, y ambos nos escurrimos bajo el escaparate, tal y como debemos hacerlo.

Los terremotos nunca me han asustado. De hecho, me parecen divertidos, lo cual nunca he dicho en voz alta únicamente por respeto a la gente. Sé que los terremotos han matado a mucha gente y destruido muchos hogares, pero a mí nunca me ha tocado vivir nada de eso. Quizás es esa la razón por la que no me afectan como a los demás.

Una vez el ruido se va, me pongo de pie. Debo seguir con el protocolo. Soy la más serena en este momento. Todos están muy aturdidos y el idiota de Harry no lo hará.

—¿Están todos bien? —pregunto.

Los niños murmuran cosas, pero la maestra dice que sí.

—¿Noah, Lauren?

—Bien —oigo que dicen.

Estoy a punto de pasarlo por alto, pero al final percibo a alguien más.

—¿Señor?

Me hace una señal afirmativa y eso me basta.

Verifico con la mirada que todos los niños estén intactos, el botiquín de primeros auxilios se me pasa por la cabeza, pero al parecer no es necesario. Vuelvo la vista abajo, encontrándome con la mirada de Harry.

—¿Sabías que te ves como una diosa desde aquí? —me dice.

—Levántate, inútil —respondo hoscamente.

Se pone de pie.

Ahora se supone que debo tranquilizar a todo mundo. Calmar sus miedos y responder sus preguntas como si fuera un gran oráculo.

La primera pregunta va por parte del hombre del fondo, que se ha acercado sin que yo lo notara.

—¿Sabe en dónde se encuentra el aviario?

Bien, esa no es la pregunta que yo esperaba.

Lo primero que se me ocurre es que este hombre puede tenerle una especie de fobia a los remezones y se encuentra aturdido, en un estado de shock, como para hacerme esa pregunta tan extraña en este contexto.

—¿Cómo dice? —pregunto.

—El aviario, quisiera saber en dónde está.

Y entonces comienza a temblar y hace la cabeza a un lado haciendo crujir los huesos de su cuello para luego volver a su posición original.

—Señor, ¿se encuentra bien? Debo preguntar, porque...

—El aviario. En dónde está —me interrumpe.

Casi no puedo verlo. Viste todo de negro, y la boina y la bufanda solo me dejan ver sus ojos, que son de un verde bastante acuoso. Respira profundamente y cada exhalación parece que dura un siglo.

—Señor, podemos...

—¡El maldito aviario!

Y no me percato de que ha sacado una pistola de su bolsillo hasta que le pega un tiro al techo y todo mundo grita.

Tampoco me doy cuenta de qué es lo que este tipo pretende hasta que tengo el ojo del arma apuntando a mi frente.

Casi puedo sentir desde aquí lo fría que está.

Siento mi alrededor paralizarse y se me ocurren un sinnúmero de cosas. Cómo los ojos verdes combinan con las pistolas y las boinas grises con el crujir de un cuello. Se me ocurre que George jamás dejaría entrar al zoológico a nadie con un arma. Se me ocurre que al tipo se le está acabando la paciencia.

—El aviario. Ahora —ordena.

Me quedo callada. Quiere llegar al aviario por alguna razón y esa razón no es buena. En milésimas de segundo trato de adivinar cuál es. Robar. Destruir. Sabotear. Asesinar. Herir.

—¡Dime en dónde está antes de que te vuele la maldita cabeza!

—En línea recta a la derecha hasta llegar a la casa de los reptiles —escupo—. Justo a la izquierda.

—Bien.

Da media vuelta y, así como así, se aleja.

—¡Hijo de...! —de repente Harry está encaramado a la espalda del hombre y a partir de ese momento todo ocurre como en cámara lenta y sin sonido.

El tipo por alguna razón se quita a dos personas de encima y luego desaparece. Me cuesta unos segundos recuperarme de la parálisis.

Un silencio insólito invade mis oídos. Inmediatamente corro hacia adelante, me arrodillo junto a Harry con lentitud y lo examino.

—Harry —insto—. Vamos, Harry.

No responde. Hay un hilillo de sangre escurriéndose desde la parte posterior de su cabeza.

—¡Harry! —grito, y mi alarido se mezcla con el de Noah.

Noah se encuentra en la puerta, sentado en el suelo, con la cara sangrando y Lauren entre sus brazos. Le grita, la llama por su nombre, pero yo no sé por qué. Y entonces Lauren comienza a retorcerse y a dar manotazos al aire.

Sufre de convulsiones, es lo primero que se me viene a la mente.

Llevo mis dedos a la vena principal de Harry. Bien, está vivo, solo está inconsciente. Él puede esperar.

Me levanto de nuevo y corro hacia Noah con las rodillas temblando.

—¿Qué pasa? —digo.

—Ella... —solloza— ella... ¡ayúdame!

—¿Qué sucede? —insisto. Pero no me mira, sigue paralizado mirándola a ella.

—¡Por favor! ¡Ella... asma... ella...!

Lo que me faltaba. Un ataque de asma.

—¡Necesita su inhalador! —exclamo—. ¡Su inhalador, Noah, dónde está!

—¡No lo sé! —chilla.

Me levanto y corro directamente hacia el botiquín. Sé que vi uno o dos inhaladores ahí dentro una vez. Yo lo sé. Aquí no hay lo mismo que en el tópico, pero cada establecimiento tiene lo básico, solo en caso de emergencia.

Revuelvo las medicinas, cápsulas, comprimidos, termómetros, jeringas de epinefrina, vendas, cremas, bingo, inhaladores. Tomo uno de un manotazo y corro de vuelta al exterior.

—¡Noah, aléjate!

Por un momento pienso que no va a obedecer, pero lo hace. Se aparta luego de haber dejado la cabeza de Lauren con delicadeza sobre el suelo.

—Aguanta, compañera —le ruego en lo que me arrodillo junto a ella.

Quito el inhalador de su empaque, lo agito con vehemencia y la piel de Lauren ya ha adquirido un color azul violáceo en medio de sus toses ahogadas cuando lo introduzco en su boca y le doy un respiro de vida.

El azul se vuelve rojo y luego vuelve a la normalidad. Lauren respira haciendo mucho ruido, pero respira.

—Lauren... —solloza Noah.

Ella trata, con los ojos rojos y llorosos, de responderle, pero no lo consigue.

—No hables por un rato —aconsejo—. Debes tener la garganta muy lastimada.

Niega con la cabeza, aun intentando hablar con una expresión de angustia en el rostro.

—¿Qué ocurre? —le pregunta Noah sosteniendo su cabeza con las manos.

Lauren tose un poco más y luego habla.

—Dave... Dave y Danny... —tose— están en el aviario... tenemos...

Se me rompe el corazón.

—... tenemos que ir por ellos —completa a cuestas.

—No podemos salir de aquí —me adelanto.

Lauren me mira con incredulidad mientras me levanto del suelo. Tomo un respiro imperceptible analizando a todos los que me rodean.

—Nos quedamos aquí —repito.

Antes de darle a Lauren oportunidad de protestar, regreso con Harry. Mientras la maestra consuela a sus niños, vuelvo a arrodillarme a su lado.

—Harry —le digo.

Nada.

—Harry —lo zarandeo con suavidad—. Harry, ya.

Entreabre los ojos. No sé si ha respondido a mi llamado o tal vez su tiempo natural de inconsciencia solo terminó, pero, lentamente, Harry ha despertado.

—Lena... —murmura.

—¿Harry? —pregunto.

—¿En... dónde está Lena?

—Soy Lena —respondo con suavidad.

—¿Lena? —abre los ojos de par en par y se incorpora con más brusquedad de lo que seguro hubiera querido—. ¿Estás bien, te...?

—Estoy bien, Harry —aseguro.

—Bien —suspira, y se deja caer de espaldas de nuevo.

Todo el ambiente se queda en silencio por un momento.

—No vuelvas a hacer eso, ¿sí? —le digo.

—¿Y si te hacía algo?

—Sé cuidarme bastante bien sola —digo—. Espera, voy a traerte hielo para la cabeza.

Me dispongo a incorporarme del suelo, pero él toma mi muñeca y me detiene con la poca fuerza que por ahora posee.

—Yo... ¿tengo oportunidad ahora? —murmura muy bajito con una media sonrisa.

Sonrío yo también. Por primera vez en la vida, Harry Wheler me ha hecho sonreír.

—No —le digo—. Aún pienso que eres un niño. Un niño que debe estar con una niña. Un niño que juega a ser grande. Así que búscate una niña de tu edad y haz algo como esto por ella. Pero eso sí, sé un poco menos idiota.

Su sonrisa se hace completa y cierra los ojos para recostarse plácidamente en el suelo sobre su pequeño charco de sangre.

Me levanto y me dirijo a la hielera a buscar un poco de hielo para hacer una compresa. El silencio todavía me inquieta. Por alguna razón no dejo de pensar en que esa particular manera de hacer crujir el cuello no me es desconocida. No dejo de pensar en que, sea quien sea quien acaba de hacer todo esto hace menos de quince minutos, ya lo he visto antes.

Mi teléfono vibra a medio camino y lo saco de mi bolsillo. Es un mensaje de voz de George. El alivio me invade por completo. George ya viene en camino.

Acerco el teléfono a mi oreja y comienzo a escuchar.

<<¡Lena! ¡Lena, hija, escóndete, por favor... diles a todos que se escondan, rápido, Lena! ¡Rápido, alguien ha saboteado todo! ¡Es una trampa!>>

La sangre se congela dentro de mis venas. Llega otro mensaje y no tardo ni un segundo en escucharlo.

<<¡Lena, preciosa, por favor escóndete y no salgas de ahí! ¡Protégelos a todos, Lena, algún loco se ha metido! ¡Han puesto una trampa en la puerta, un auto, lo han hecho explotar para sacar a toda la seguridad del zoológico y después deben haber saboteado el sistema para bloquear las puertas! ¡Hija, es en serio, no podemos entrar! ¡Por favor, cuídate!>>

Dejo el hielo a un lado y comienzo a teclear frenéticamente.

Lena:
George ✔✔

George, estás ahí?? ✔✔

George:
Niñs mia

Escondrte por fvor

Te aviso si sw algo ms

Lena:
Pero ustedes están bien? ✔✔

Y otra explosión invade el ambiente y rompo en llanto en menos de diez segundos.

Lena:
George!!

Qué fue eso???

Estás ahí??

GEORGE!!

Continuă lectura

O să-ți placă și

43.7K 3.4K 6
Quien diria que Jeon Jungkook, el tipo de los piercings, tatuajes con una actitud arrogante, sarcástica y soberbia Sería el bebé del menos esperado...
5.1K 255 21
Amor enfermo
137K 14.5K 82
Un día normal en una vida cotidiana normal. Todo estaba normal en Corea del Sur hasta que un virus de procedencia misteriosa ataca a sus habitantes...
19.1K 2.9K 11
"¿Vivir o morir? Cualquier cosa que quieras ser o dejar de ser estoy aquí para cumplirla. Vamos, pídeme un deseo". Eli despertó una madrugada de vera...