Quizás mañana

By keythrodd

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Resignado a prolongar algo que va a suceder, Bryce decide dejar el tratamiento para su enfermedad y aprovecha... More

nota
Sinopsis
Playlist
Querido lector
Cita
Prefacio
Hace veinticinco años
Finales de noviembre
Capítulo 1
Capítulo 2
Diciembre
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Enero
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Febrero
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
nota de autora

Capítulo 4

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By keythrodd

Bryce no dijo nada los próximos diez o quince segundos. Sólo me observó, no supe si de la impresión o porque simplemente estaba observándome, pero cuando entendió que debía hacer algo rápido no dudó en acercarse a la barra y pedir servilletas. Me tendió cientos de ellas y sacudió la cabeza, todavía mirando su desastre.

—Discúlpame, ¡Dios! Juro que no te vi, alguien me empujó y cuando supe ya estaba la cerveza encima de ti. Lo siento.

—Descuida, no es… —tragué saliva. Bryce estaba prestando atención a como me secaba la cerveza del pecho, mi clavícula y parte de la cara. De repente sentí la boca seca—, no fue tu culpa. Debí prestar atención.

—Realmente lo siento, ha sido un accidente. De verdad.

Sonaba sumamente arrepentido y preocupado. Como si lo que me hubiese dejado caer encima, en lugar de cerveza, hubiera sido agua hirviendo.

Asentí con la cabeza y sonreí. —Lo sé.

Bryce me miró. No fue una mirada pasajera o una de incomodidad por la torpeza que había cometido. Realmente me miró. Sus ojos tenían una mirada muy intensa, recuerdo habérselo dicho al menos una vez.

Tenía los ojos fijos en los míos y vi que la manzana de su garganta se removió y luego subió y volvió a bajar. Parecía nervioso, pero no supe si por mí o por lo que había hecho.

Finalmente me tendió la mano.

—Bryce Johnson —acepté su mano. Estaba cálida a pesar del frío y era tan delgada que mi mano la rodeó completa.

—Blair Philips.

Bryce me señaló cuando soltó mi mano, luego se metió ambas en los bolsillos.

—Eres la primera que no me insulta por eso.

Ladeé la cabeza y me crucé de brazos. Me reí.

—¿Insinúas que esto te suele ocurrir muy a menudo? —bromeé. Bryce no respondió, sino que se echó a reír un poco. Las dos líneas de expresión ya por sí solas marcadas a ambos lados de su boca se hicieron más pronunciadas. Las miré todo el rato que sonrió.

—Algo así. Supongo que venías hacia la barra cuando te he tirado la cerveza.

—Sí, bueno, en realidad —comencé a titubear con torpeza. Tomé una inhalación y asentí—. Sí.

Bryce volvió a sonreír y señaló detrás de él, en dirección a los dos coches que reemplazaban las neveras donde debían estar las cervezas y no en simples hieleras.

—Bueno, ya que no puedo enmendar el desastre que he hecho con tu camiseta al menos deja que te traiga una cerveza.

Por alguna razón quise decirle que no, ¿Por pena? ¿O es que ya no quería beber? Pero no lo hice. Ofrecerme una cerveza, servirla y traérmela parecía hacerlo sentirse mejor consigo mismo, como si fuera la solución momentánea perfecta para enmendar su desastre. Así que asentí. Tan pronto como Bryce desapareció, volvió a aparecer.

Trajo mi cerveza servida en un vaso de plástico y la suya la mantuvo en la lata. Luego de tendérmela sonrió complacido y seguidamente se fue, pero no muy lejos. Se sentó en un tronco grueso de madera que parecía buena y fuerte, que estaba frente a una de las fogatas, a unos diez metros, tal vez. No me miró más, pero algo, en la forma en la que se había despedido de mí, me dijo que no le iba a molestar que me sentara a su lado.

Porque estaba solo. Yo también estaba sola. Curiosamente su mejor amigo y mi mejor amiga estaban discutiendo en el mismo lugar donde los había dejado. Miré alrededor buscando a alguien con quien quedarme un rato, pero no encontré a nadie además de Aria y Christine que estaban hablando con Mathew Miranda en otro tronco cerca de la segunda fogata. También vi a Finch, pero estaba con su novia, Verónica, bailando.

Me abracé a mí misma antes de sentarme al lado de Bryce. Habían muchas personas que conocía, pero los únicos dos amigos de confianza estaban ocupados. Guardé el suficiente espacio para no hacerle sentir incómodo ni invadir su espacio personal.

—Tú no eres de aquí —dije, interrumpiendo el silencio. Bryce me miró confundido por mi tono que había sonado a afirmación, así que me las ingenié rápidamente—. ¿Verdad?

—¿No lo parezco? —me respondió con una pregunta y sacudí la cabeza con seguridad. Una sonrisa ladeada tiró de los labios de Bryce antes de darle un sorbo a la cerveza— He vivido en Bluffton toda mi vida.

Por mi expresión supe que le había dejado claro que aquella respuesta no me la tragaba.

Bluffton era un pueblo pequeño, y yo había nacido y crecido ahí. Todos los que vivían en el pueblo nacían y crecían ahí. Había algo en Bryce que me parecía familiar, no supe si era alguna facción de su rostro, sus gestos o su apellido, pero un recuerdo en concreto de él en el pueblo no tenía. Ni siquiera Alex que era una obsesionada en saber las historias de las personas me había dado información suficiente sobre Bryce.

Era como si en lugar de haber vivido toda la vida en aquél pueblo, más bien acabara de llegar. Nadie hablaba de él con familiaridad. Nadie recordaba su nombre. Yo jamás lo había visto y la única persona que parecía conocerlo de verdad era Bradley Cook, entonces, ¿Dónde había estado Bryce todo este tiempo para ser un completo desconocido para todos? O casi todos.

—Eso es mentira.

Bryce se río de mi desconfianza. Las mejillas me ardieron de haber apuntado a algo tan segura cuando no tenía derecho.

—¿Por qué mentiría con eso?

Encogí un hombro. —No lo sé.

Lo cierto era que, Bryce tenía razón. No había una razón válida para mentir, y de ser mentira la descubriría, así que era una pérdida total de tiempo. Recuerdo que tampoco sentí que fuese mentira, simplemente lo había dicho porque era impresionante que, después de crecer en el mismo pueblo, jamás nos hubiéramos visto.

—Crecí en este pueblo, pero no con su gente —me aclaró, tomando tranquilamente otro trago de la cerveza.

—¿Por qué? —pregunté, creyendo que me respondería con más información, pero sólo se encogió de hombros y siguió tomando.

Al cabo de unos segundos volvió a hablar.

—No todo el tiempo he estado en Bluffton —pareció haberse atragantado con las palabras porque carraspeó un poco—. He estado en un constante de aquí para allá y estudié en casa.

No pude contener mi asombro cuando lo escuché. Estudiar desde casa. Jamás había conocido a alguien que hubiera estudiado desde casa. Sentí que Bryce comenzaba a removerse, como si quisiera meterse en su caparazón, pero simplemente no lo hizo. Siguió hablando.

—La única persona que me conoce bien es Bradley.

—¿Son amigos desde hace mucho?

—Crecimos juntos —me dijo, mirando fijamente el fuego de la fogata—. Regresé a Bluffton hace dos años y desde entonces me quedé. No suelo salir mucho, sólo a veces con Bradley o fuera del pueblo con mi familia.

Estudié unos segundos sus palabras con cuidado. ¿Qué tan cómodo se debía sentir tener a poca gente a tu alrededor para no estar interesado en conocer a otras personas? De repente me sentí mal de estar invadiendo precisamente esa regla suya, pero Bryce no parecía estar incómodo teniéndome cerca. Lo supe porque me había dado información que yo ni siquiera le había pedido.

—Eres un poco solitario —le dije, sonando un poco a broma, pero la sonrisa que Bryce me regaló no llegó ni siquiera a sus ojos. Era triste, pero más tarde comprendería porqué.

—No me gusta estar rodeado de muchas personas. Principalmente si son personas que van a llegar a quererme.

Me sentí confundida. El cariño humano era una de las tantas buenas sensaciones que sentías a lo largo de la vida. Sentí que aquella información se le había escapado, así que me amarré la lengua antes de preguntar porqué.

—Bueno, no somos tan diferentes —aporté—. Sí fui al instituto y conozco a todo el pueblo, pero sólo mi familia y Alexandra son personas estables en mi vida.

Fue mi intento de evitar que se sintiera como un bicho raro, y al parecer no fallé. Sí éramos diferentes, pero teníamos un par de cosas en común.

—Háblame de ti —me pidió, sonando genuinamente interesado. Incluso se había girado para quedar un poco más en dirección a mí—. ¿Estudias aquí o en el extranjero?

—En California. Estudio psicología —le dije—. He vuelto para pasar la navidad con mi familia, en mi pueblo. ¿Tú a qué universidad vas? ¿Qué estudias?

El rebote de pregunta pareció no gustarle nada. Lo supe por su expresión corporal. Bryce se tomó un momento antes de responderme.

—No voy a la universidad. Decidí tomarme un respiro y hacer todo lo que pueda.

—¿Hablas de divertirte? —le pregunté. Bryce asintió.

Me sentí un poco confundida de su respuesta, puesto que anteriormente me había dejado claro que no era alguien que se relacionaba mucho con otras personas ni que salía demasiado. Supuse que se refería a divertirse solo, o a cumplir una lista de deseos como hacia la mayoría de la gente. Yo también tenía una. Los primeros dos puestos de mi lista eran volar en un globo aerostático y lanzar una luz flotante.

—Pero si me lo preguntas, me gustaría mucho ser piloto —concluyó, sonriendo e inclinándose hacia mí, como si me estuviera contándome un secreto. Sonreí.

—No te olvides de mí cuando lo seas —bromeé, y conseguí sacarle una sonrisa, pero nuevamente no le iluminó ni un poco el rostro.

De repente Bryce me miró y miró hacia atrás de mi espalda. Nuevamente volvió a mirarme y se puso de pie. Lucía emocionado ahora y me tendió la mano mientras me sonreía.

—Ven conmigo —me dijo como si nada. Yo, por supuesto, miré su mano con desconfianza y después a él.

—¿A dónde?

—Te gustará, lo prometo —para ese momento, Bryce ya tenía su mano sujetada a la mía. Me puse de pie, todavía dudosa de si ir o no ir con él—. ¿Confiarías en mí?

—Bueno —comencé a decir, sonando terriblemente dudosa y miré en dirección a Alex y Bradley, o al menos donde se suponía que debían estar. Ya no estaban ahí. Regresé mis ojos a Bryce—, no te conozco lo suficiente.

—Entonces tómalo como una prueba de confianza.

Caminamos alrededor de quince o veinte minutos por la playa en medio de lo que parecía un camino que se había difuminado con el pasar de los años, pero que por algún motivo Bryce se sabía de memoria.

Me ayudó a subir sujetando mi mano cuando el camino se había vuelto cuesta arriba. Ya no había arena, sino arena revuelta con tierra, piedras y muchos parches de zonas verdes. Iba a preguntar hacía donde íbamos, pero entonces los árboles dejaron de cubrirnos y la luz de la luna nos dio de lleno.

Era un lindo mirador. Nuestro mirador, sólo que para ese instante no tenía idea de que lo sería.

Bryce me soltó la mano y se sentó sobre el suelo arenoso. Me palmeó el lugar a su lado y no dudé en cruzar las piernas y luego sentarme a su lado. No me percaté de que había calculado mal hasta que sentí el constante roce de su rodilla con la mía. Me puse nerviosa, pero no supe porqué.

No era la primera vez que me tocaban, ni mucho menos la primera vez que una parte de mi cuerpo se rozaba con la de alguien más. Ignoré la sensación para centrarme en el panorama.

Las olas del mar golpeaban la playa cuando llegaban a la orilla y el sonido era tan satisfactorio que incluso me atreví a cerrar los ojos unos segundos para escuchar. Sonreí. Miré a lo lejos y el fuego de las fogatas ahora sólo parecían dos focos diminutos por la lejanía. Inclusive la música se escuchaba baja cuando estando en la fiesta era ensordecedora.

Una ráfaga de viento nos azotó y me encogí de frio. Mi camiseta seguía mojada, pero estaba comenzando a medio secarse. Lo supe porque el olor a cerveza estaba siendo asquerosamente más pronunciado conforme se secaba la tela.

—Te dije que te iba a gustar —murmuró Bryce, sacándome de mi burbuja personal. Lo miré, pero él no me estaba viendo. Tenía la vista fija en el mar.

—¿Cómo es que conoces este lugar?

Bryce encogió los hombros. —Vengo aquí cuando quiero estar solo. O cuando me da pereza conducir hasta mi casa de veraneo.

—¿Tienes una casa de veraneo?

Asintió con la cabeza. Todavía no me miraba. —Está en la playa también, pero casi nunca la visito. Me gusta más aquí.

Su tono pareció robótico y ensimismado, como si estuviera aquí, pero con la vista y los pensamientos en un lugar muy lejano a este. Estaba sumido en una tormenta de pensamientos que definitivamente no iba a compartir conmigo, y que tampoco me atreví a averiguar.

Aproveché para observarlo. Ahora estaba reflexionando, o más bien disfrutando de su lugar sagrado. Tenía un aspecto un poco demacrado y cansado para estar tan joven. Tenía ojeras y estaba delgado, pero era una contextura normal que ya había visto en otras personas. Quizás simplemente era menudo, pensé. Tenía el cabello tan crecido que algunos mechones le cubrían la frente y de no ser porque era alborotado, este le habría tocado los hombros.

Miré su perfil que en ese momento era lo único que podía ver de su rostro ahora. Tenía una nariz fina y respingona y unos lindos ojos verdes que pronto se volverían mi color favorito. Pestañas espesas y labios extrañamente rojos. Bryce era muy apuesto, y no exageraba. Nunca supe si él lo sabía, pero de haberlo querido habría sido un perfecto mujeriego.

—¿Blair? —me llamó. El corazón se me detuvo un segundo al escucharlo, porque me gustaba como sonaba mi nombre saliendo de su boca— No le digas a nadie de este lugar. No creo que muchas personas vengan hasta aquí.

Bryce me miró casi exigiéndome una respuesta para cerrar la promesa, pero no dije nada, al menos no verbalmente. Simplemente sonreí y asentí. Luego nos quedamos sumidos en un silencio. Nuestro silencio. Hasta que mi reloj timbró en mi muñeca y lo miré apresurada. Mis ojos se desviaron de un número a otro hasta notar la hora. Once y quince de la noche. ¿En qué momento el tiempo había pasado tan rápido?

—¿Pasa algo? —me preguntó, comenzando a preocuparse por mi preocupación. Me comencé a poner de pie al mismo tiempo que Bryce lo hacía.

Nos sacudimos la arena.

—Tengo que, eh —detuve el timbre del reloj y lo miré—. Tengo que irme. Le prometí a mis padres que no volvería tarde —apreté los ojos—. Sé que suena extraño, pero son sumamente sobreprotectores.

—Lo entiendo —se apresuró a decir—. Mis padres son, probablemente, los padres más preocupados que existen —se metió las manos en los bolsillos y me sonrió—. ¿Vamos?

Del modo que subimos al mirador, también lo bajamos. Aunque en esa ocasión no duramos tanto.

Bryce me ayudó a buscar a Alex por toda la playa, pero no dimos con ella y hacía más de una hora y media que nadie la había visto. Maldije internamente de molestia y de preocupación. Fuimos hasta el lugar donde habíamos dejado el Toyota de su madre, pero no había señales de Alex. Las puertas seguían cerradas con seguro, con sus cosas y las mías dentro. Me llevé las manos con frustración a la cabeza. ¿En dónde se había metido?

—Debe ser una broma.

—Seguro está con Bradley —me dijo, intentando tranquilizar la idea de que algo le hubiese pasado a mi mejor amiga.

—Ni siquiera puedo llamarla.

—Tampoco podemos comunicarnos con Brad, así que…

Bryce se encogió de hombros, como quien diría ‘no hay nada que hacer’. Yo resoplé esa vez, pero porque no tenía idea de cómo volver a casa. Mamá no iba a venir por mí tan tarde y probablemente ni Finch, Christine o Mathew querrían llevarme en ese mismo instante.

Bryce pareció leerme los pensamientos en ese momento, porque sacó las llaves de su bolsillo y las levantó para que las viera.

—Brad y yo hemos venido en mi coche, de hecho, estaba a punto de irme cuando ocurrió lo de la bebida, así que no tengo problema en llevarte. También me apetece ir a casa.

Bryce se me quedó viendo, entre impaciente esperando a que yo le respondiera y simplemente mirándome tal cual, como lo había hecho todo el rato. Me obligué a mí misma a disimular que en el estómago me crecía un remolino, no supe si por la idea de ir en su coche con él o el haber escuchado que se había quedado en aquella fiesta por mí, sin conocerme.

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