Hormonas Revolucionadas

By ACuatroManos

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Cuando Jessica Galloway confiesa haber nacido como John Galloway frente a todos sus compañeros, el instituto... More

Sinopsis
CAPÍTULO 01: Donovan.
CAPÍTULO 02: Jessica.
CAPÍTULO 03: Donovan.
CAPÍTULO 04: Jessica.
CAPÍTULO 05: Donovan.
CAPÍTULO 06: Jessica.
CAPÍTULO 07: Donovan.
CAPÍTULO 08: Jessica.
CAPÍTULO 09: Donovan.
CAPÍTULO 10: Jessica.
CAPÍTULO 11: Donovan.
CAPÍTULO 12: Jessica.
CAPÍTULO 13: Donovan.
CAPÍTULO 14: Jessica.
CAPÍTULO 15: Donovan.
CAPÍTULO 16: Jessica.
CAPÍTULO 17: Donovan.
CAPÍTULO 18: Jessica.
CAPÍTULO 19: Donovan.
CAPÍTULO 20: Jessica.
CAPÍTULO 21: Donovan.
CAPÍTULO 22: Jessica.
CAPÍTULO 23: Donovan.
CAPÍTULO 24: Jessica.

CAPÍTULO 25: Donovan.

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By ACuatroManos

El lunes me desperté con un dolor terrible de cabeza. El despertador me sonó como de costumbre y lo enterré debajo de la almohada para que dejase de sonar. Odiaba los lunes.

Suspiré y me levanté de la cama, sentándome en ella y apoyando los codos en mis piernas mientras me pasaba las manos por la cabeza. Aún quedaba toda una semana por delante en la cual tendría que ver a Danielle. Suspiré de nuevo. ¿No podía dormir de nuevo y despertar al año siguiente donde las cosas estuviesen más calmadas?

Me levanté de la cama y me duché, me vestí e hice todo lo que hacía por las mañanas antes de bajar a desayunar. Mi padre ya se había ido a trabajar y solo quedaba mi madre en casa, que ese día entraba más tarde por no sé qué cosa me dijo.

—¡Recuerda que esta noche no estaremos ni papá ni yo en casa! —chilló mi madre desde su habitación antes de que yo saliese por la puerta—. ¡Que tengas un buen día!

—Vale, mamá, tú también.

Aún con sueño cogí las llaves de casa, la mochila y salí por la puerta, dirigiéndome hacia la moto. A las ocho de la mañana el tráfico era horrible pero por suerte siempre acababa llegando vivo al instituto. Vi a Rooney apoyado en el muro de siempre esperándome. Después de su desaparición en la fiesta no había vuelto a saber nada más de él, y la verdad era que me moría de ganas de hablar con él sobre el tema de la fiesta de la otra semana.

—Buenos días, tío —le di un golpe en el brazo cuando ya tenía la Benelli aparcada.

—Hey.

A nuestra izquierda un grupo de chicas acababan de reunirse con la incorporación de dos de ellas: Jess y Danielle. Giré la cabeza rápidamente y observé como Rooney hacía exactamente lo mismo.

—¿Estás bien?

Rooney me miró y asintió, pasándose una mano por la cara.

—Eh, sí. No he dormido muy bien.

—Oye —el grupo de las animadoras se quedaron ahí y yo avancé, empezando a subir las escaleras seguido de Rooney—. No lo hemos hablado antes, pero en la fiesta, Jess te estaba...

—Ya. Esto... en la hora de la comida tengo que hablar contigo.

—Hablemos ahora, aún quedan cinco minutos para que suene el timbre.

—Es que es largo de contar.

Y dicho esto desapareció de mi vista, subiendo las escaleras que quedaban a toda velocidad para mezclarse entre la muchedumbre. Suspiré. Ese chico cada día actuaba más raro.

Fui a entrar por la puerta del instituto cuando alguien me dio un golpe en el hombro, tirando mi mochila al suelo. Me giré para ver quién había sido y me encontré con Jared y compañía.

—Buenos días, Donovan el Defensor.

—¿Quieres algo, Jared? —volví a colocarme bien la mochila sobre el hombro—. Tengo prisa.

—Solo darte los buenos días.

Sam, Gavin, Ian, Neil y demás, los cuales me daba pereza nombrar, se rieron ante el comentario que dijo su líder. Yo no estaba para tonterías: eran las ocho de la mañana, lunes y me dolía la cabeza a morir. Lo último que quería era aguantar estupideces saliendo por sus bocas.

—Pues ya lo has hecho, adiós.

Me giré para irme pero noté que alguien me agarraba del brazo. Qué pesados, la Virgen Santa.

—¿Se puede saber qué queréis ahora?

Me volví a girar para quedar frente a ellos —con la esperanza de que fuese la última vez porque me estaba mareando ya con tantas vueltas— cuando vi a Jared mucho más cerca de mí que la anterior vez.

—Espero que sea la última vez que nos dejas en evidencia delante de todo el mundo, amigo.

Habló tan cerca de mi cara y tan bajito que noté el olor de su aliento: menta y tabaco. Buena combinación de buena mañana. Tampoco pude evitar reírme ante el énfasis que le puso a la palabra "amigo".

—Y yo espero que sea la última vez que le hagáis eso a una chica, amigo.

Le imité.

Noté cómo apretaba la mandíbula, aguantándose las ganas de darme un puñetazo y soltaba todo el aire que había contenido en los pulmones por la nariz, como si fuese un toro. Asentí con la cabeza victorioso ya que Jared no dijo nada más y me giré, viendo que mucha gente se había parado para observar el numerito que acabábamos de montar él y yo. Entre esa gente vi a Danielle y a sus amigas. Ésta estaba con los ojos como platos y apostaría lo que fuese a que el corazón le latía a mil por hora. Cuando nuestras miradas se encontraron ella agachó la cabeza, llevándose un mechón de pelo detrás de la oreja y empezó a hablar con sus amigas.

Suspiré de nuevo. ¿Algún día se acabaría esta jodida revolución?

Llegó la hora de comer y yo estaba ansioso de meterme algo de comida en el estómago. En la cola de la barra del comedor me encontré con Rooney. Le saludé con un choque de puños y después pedí mi sandwich de pollo con lechuga y tomate y mi bebida diaria. Rooney pidió su comida y cuando estuvo preparada nos fuimos a sentarnos en la mesa...

—Oye —le dije—. ¿Dónde nos sentamos?

—Pues con Jared y esos como siempre, ¿no?

—Ya bueno... es que creo que ya no somos tan amigos como antes. Podemos ir a la mesa de las animado...

—Está Jess. Creo que no es buena idea.

—Vamos tío, ¿aún le estás dando vueltas al tema?

Estábamos de pie en medio del comedor sin saber dónde sentar nuestros culos y hablando de un tema que era mejor hablar en privado. Teníamos que buscar un sitio. Al fondo de la cafetería vi una mesa donde no había nadie, así que cogí a Rooney por el brazo —haciendo que casi se comiese el suelo de morros— y me dirigí a aquella mesa.

—Por los pelos —dije.

Ambos nos sentamos y colocamos la comida en la mesa.

—Lo que te decía, Roon, no le des más vueltas. Yo no le diré nada a Jessica. Puedes estar tranquilo. Mira, no sé por qué dijiste eso en mi casa pero...

—Tú no, pero yo sí.

Alcé las cejas.

—¿Que tú sí qué?

Rooney suspiró y se pasó las manos por la cabeza. Se quitó las gafas y se apretó el puente de la nariz con los dedos. Después se las volvió a poner.

—A ver, ¿te acuerdas que Jess me estuvo buscando en la fiesta? —asentí pegándole un bocado a mi sandwich—. Bien, pues... antes de que ella se fuese me la encontré y estuvimos hablando un poco.

—Vale, ¿y?

—Pues... me puse nervioso y...

—Dime que no le dijiste lo que me dijiste en mi casa.

—No, pero... La cagué, porque se lo dejé entrever.

Cerré los ojos y me pasé las manos por la cara, suspirando. Negué con la cabeza repetidas veces y después volví a abrir los ojos y miré a mi amigo quién se estaba mordiendo una uña.

—¿Y qué pasó?

—Nada. Se cabreó conmigo y se fue.

Rooney se encogió de hombros y empezó a comer su comida. ¿Y ya está? ¿No pensaba decirme nada más? ¿No pasó nada más?

—¿Y qué más?

Sabía que ahí tenía que haber algo más. No se podría haber quedado ahí, en la fiesta, sin hacer nada. Jessica le importaba y no iba a dejar que todo se fuese a la mierda. Conocía a mi amigo.

—Fui a su casa.

—¿Cuándo?

—Pues este viernes —bebió de su botella de agua y yo le miré queriendo saber más—. Fui a su casa y hablé con ella.

—Dime qué le dijiste.

—Le pedí perdón no sé cuántas veces por lo que dije de ella. Le dije que me sentía muy culpable por lo que había dicho y que en realidad no lo pensaba así, no sabía qué estaba diciendo. Le conté que había tenido un mal día y todo eso.

—¿Y qué te dijo ella?

—Me preguntó que por qué dije eso si no lo pensaba de verdad —muy bien, ya éramos dos quienes nos hacíamos esa pregunta y gracias a Jessica yo podría saber también la respuesta—. Le dije que no lo sabía. ¡Y es verdad! No tengo ni idea de por qué lo dije, simplemente las palabras salieron solas por mi boca. Después pensé que me echaría de su casa pero me dijo que por qué me había comportado tan bien con ella si a sus espaldas la criticaba como todo el mundo. Eso me dolió, tío. Ahora ella se piensa que voy diciendo barbaridades a sus espaldas y no es así. Solo he dicho eso y tampoco es que lo piense de verdad.

—¿Y qué pasó después?

—Nada, le dije que lo sentía unas cien veces más y me largué de su casa.

—¿Te fuiste? —quería no chillar, pero la sangre me estaba hirviendo por la situación en la que estaban mi mejor amigo y su amiga.

—Sí. ¡No podía hacer nada más! Todo lo que le tenía que decir se lo dije. Le pedí perdón y le dije que lo sentía. ¿Qué más podría haber hecho?

—No sé, quedarte hasta que te perdonase o hacerle ver que te importa de verdad. Digo yo.

—Sí, ¿al igual que hiciste tú cuando Danielle se subió a esa mesa con ese megáfono y te dejó delante de todo el mundo?

Los ojos de Rooney echaban chispas. Había ido a doler con ese comentario, y lo había conseguido. Apreté la mandíbula y me reí amargamente. Bastante suplicio tenía ya con ver a Danielle cada día como para que ahora mi mejor amigo me echase en cara nuestra ruptura.

—Yo... Donovan, yo...

—Déjalo. Me largo.

Dejé lo que me quedaba de comida sobre la mesa y agarré la mochila con un brazo, poniéndomela sobre el hombro. Estaba a punto de irme cuando le dije la última cosa:

—Yo no le iba a contar eso a nadie, por si te sirve de consuelo. Así que yo de ti dejaría de darle tantas vueltas e iría a que Jessica me perdonase, no vayas a hacer como yo, que no hice una mierda para que Danielle volviese conmigo.

Estaba a punto de salir del comedor y vi cómo Danielle y compañía se nos habían quedado mirando. También vi como la recién nombrada se levantó de su mesa y se dirigió a la que yo acababa de abandonar junto a mi amigo. No supe qué quería Danielle de él ni qué le iba a decir, pero estaba seguro de que había ido por Jessica. Sabía que Jessica los tenía bien puestos y que aún estaba enfadada con Rooney y aunque se estuviese muriendo de curiosidad no iba a ir a hablar con Rooney.

Salí y me fui a las escaleras donde hace días las ocupaba Danielle llorando por lo de la fiesta con Sam. Me senté y pensaba quedarme allí sentado todo el tiempo que faltaba para que volviesen a empezar las clases: veinte minutos. Pero después de cinco minutos vi a alguien salir por la misma puerta que había salido yo y se dirigía hacia mí. No era más ni menos que Danielle. Me puse nervioso.

—Vaya, ¿no tienes frío aquí?

Se metió las manos en los bolsillos de la cazadora de las animadoras y juntó sus piernas, balanceándose sobre ellas. Me hice a un lado y dejé que se sentase a mi lado. Yo seguía con mi mirada clavada en el suelo.

—Un poco. Se puede soportar.

—¿Por qué no entras?

Me giré hacia ella y la miré de soslayo.

—¿Por qué has salido?

—No me has contestado. Y yo te he preguntado primero.

—Ya sabes por qué no entro. ¿Ya no odias las preguntas con respuesta?

Danielle suspiró y bajó la mirada hacia sus pies. No se esperaba mi respuesta barra pregunta. Aunque la verdad era que yo tampoco me la esperaba salir de mí.

—He hablado con Rooney —dijo ella volviendo a alzar la mirada—. No sé qué te habrá dicho para que te hayas puesto así, en realidad no me ha contado nada. Pero lo siente.

—Ya, últimamente siente muchas cosas.

—Donovan...

—¡¿Qué?!

—No seas así.

—Cállate. Tú no tienes ni idea.

—No, Donovan, no me voy a callar —me cogió la cara y me obligó a mirarla a los ojos. En ese momento un 95% de mí quiso besarla—. Sé lo que siente Rooney, le entiendo perfectamente. Yo la cagué y no sabes cuánto me arrepiento por ello. Así que creo que sí que me hago una idea de lo que siente tu amigo.

—¿De veras, Danielle? ¿Tanto te arrepientes como dices? Porque yo no veo que hayas hecho nada para cambiar eso.

—No es tan fácil, Donovan.

—Bien, pues esto tampoco —me solté del agarre de Danielle y volví a girar mi cabeza, mirando hacia una dirección cualquiera.

—Muy bien, haz lo que quieras —noté cómo su cuerpo se levantaba y desaparecía de mi lado. Pensé que se iba a ir para dejarme solo de nuevo cuando se detuvo para decir algo más—. Pero no digas que no te lo avisé. Rooney te aprecia de verdad, no cometas la misma estupidez que cometí yo.

Quise levantarme, cogerla del brazo y decirle que aún estaba a tiempo de arreglar lo que hizo. Estuve a punto de hacer eso pero después pensé en todas las ocasiones que tuvo para hacerlo y que ni ella ni yo dimos el paso. Y también pensé en Zeena. No se merecía que le hiciera eso. Tenía que dejar de jugar a ahora sí y ahora no con Danielle. Tenía que apartarla de mi vida para siempre si quería empezar algo con Zeena. Y cuando vi a Danielle entrar por la puerta del comedor, tomé la decisión.

Pasé las horas de clase de la tarde aburrido, mirando por la ventana o garabateando cosas sin sentidos en la libreta. No atendí demasiado. Cuando llegué a casa e hice los deberes para el día siguiente (siempre a última hora) le envié un mensaje a Zeena para quedar esa noche para cenar ya que mis padres iban a salir. Al momento me contestó con un efusivo "¡Síiiiiii!" y dijimos hora y sitio: di Angelo, como siempre.

Llegó la hora de salir de casa y tras arreglarme un poco salí de casa y me dirigí a la pizzería con mi Benelli. Durante toda la tarde no había podido dejar de pensar en Rooney y en cómo se estaría sintiendo, seguramente no muy bien. Quizá me había pasado al irme y dejarlo solo, ya tenía suficiente con Jessica y seguramente no lo había dicho en serio pero... yo también tenía un límite. Estaba segura de que al día siguiente todo estaría menos tenso y estaríamos como siempre. En esos momentos me quería centrar en Zeena y en nada más que Zeena.

Aparqué y entré en el establecimiento que ya estaba decorado con las lucecitas de Navidad, aunque no había nada más Navideño. Menos mal. Pillé mesa al lado de una ventana y a los pocos minutos llegó Zeena subida en la moto de su hermano, que desapareció justo en el momento en que ella entró en en la pizzería.

—¡Hola! —saludó animada ella.

Me levanté de donde estaba sentado y con una enorme sonrisa le di dos besos. Olía demasiado bien y me resistí a no hundir mi cabeza en su cuello. Ella rodeó sus brazos en mi cuello y me dio un fuerte abrazo. Qué cariñosa era.

—¿Cómo estás? —pregunté. Ella se separó de mí y los dos nos sentamos, uno frente el otro—. He visto que te ha traído tu hermano.

—Sí, me pidió perdón por lo de la fiesta. Se pone fatal cuando se coloca.

Asentí sin querer darle más vueltas al tema. No era asunto mío.

Me quedé embobado mirándola mientras ella elegía lo que iba a comer. Su pelo pelirrojo estaba suelto y con suaves ondas que terminaban un poco por debajo de sus hombros, y se había maquillado tan poco que de no ser porque sus pestañas estaban tan largas ni siquiera me habría dado cuenta. Estaba muy guapa. Como siempre, vaya.

Levantó la vista hacia mí.

—¿Pasa algo?

Me encogí de hombros y le sonreí. Por alguna razón que no terminaba de comprender, me sentía feliz cuando la tenía cerca. Me apetecía sonreír a pesar de todo lo que había pasado en los últimos meses.

—No creo que sea capaz de comerme una pizza yo sola —confesó.

—No hay problema, estoy dispuesto a comerme una y media.

No lo dije como una broma, pero a ella le hizo gracia, por lo que ambos terminamos riendo. Cuando estaba nervioso, me entraban ganas de comer y nunca me había sentido así.

Pedimos una pizza margarita y otra carbonara. Se suponía que era para compartir, pero ya sabía que terminaría devorándolo yo todo. Y seguramente no importaba. Hablamos durante la cena. Zeena me habló de las clases y evitó el tema de su hermano cuando fue posible pero sí mencionó que Noemi me mandaba saludos. Yo le hablé un poco de cómo me iba a mí, aunque en realidad nada trascendental. Lo que había ocurrido ese día con Rooney y Jessica seguía confundiéndome hasta tal punto que cuanto menos lo pensara, mejor para mí. Ojalá mi mejor amigo fuese capaz de hacer lo mismo... aunque ya sabía yo que no. Con Zeena, había olvidado incluso la pelea que había tenido con él, y mi conversación con Danielle... eso era lo que tenía que pasar, eso era bueno, significaba que avanzaba, ¿no?

—Qué bueno está esto, Dios —suspiró Zeena cuando le dio un nuevo bocado a la pizza carbonara.

Estuvimos toda la noche hablando de todo o de nada, hasta que nos trajeron la cuenta y discutimos sobre quién debería pagar.

—Si tú pagas —me dijo—, yo te tengo que invitar a algo de postre por ahí.

No me parecía un mal trato, así que accedí.

—¿Tienes algún sitio en mente? —pregunté mientras le sostenía la puerta para salir.

—Pues sí... Los padres de una amiga tienen una confitería que... madre mía, de verdad —puso los ojos en blanco y me reí—. Te juro que nunca has comido nada así.

—¿Dónde está?

Menos mal que ella había venido con su hermano y se había quedado con su casco, porque yo solo llevaba el mío. Seguí sus indicaciones y aparqué en un parque que me dijo, no muy lejos del centro, pero sí una zona que yo no tenía por costumbre frecuentar.

Al final de la calle, había una pequeña pastelería, como ella misma había dicho, que tenía un aire francés. Apenas tenía cuatro mesas dentro, pero había mucha gente, y eso que era lunes.

Dejé que Zeena eligiera por mí, y pidió dos tartaletas pequeñas con moras o algo así por dentro.

Nos sentamos a comer en uno de los bancos del parque, que estaba bastante vacío.

—¿Sabes qué? El otro día me encontré a la capitana de animadoras de tu instituto, Jessica, y a Danielle en una tienda. Fuimos luego a tomar algo.

—¿En serio?

Habría preferido no saberlo. Quería apartar de mi mente a mi ex novia, pero si Zeena no me la hubiera recordado, habría sido otra cosa fácilmente.

—Sí. Me cayeron muy bien. Aunque lógicamente yo a ellas no tanto.

—¿Por qué lógicamente?

Zeena levantó la mirada y sonrió.

—Pues porque me gustas.

Vaya. No me esperaba eso.

—Lo siento, no suelo ser tan directa —su voz tembló, y apartó la mirada, con lo que supe que estaba nerviosa y que se retractaba—. Bocazas, sí, te habrás cuenta, no me callo ni debajo del agua, como el día que nos conocimos, pero nunca te habría dicho eso... o sea... quién sabe, igual sí, pero no de esa man...

Con la mano que tenía libre, acaricié su mejilla y la besé. Casi con prisa. Para que no estuviera nerviosa, para que me dejara pensar y porque, ¿la verdad? Me apetecía.

—Tú también me gustas.

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