Atado a ti (2022)

By Lucy_Valiente_W

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Irene Muñoz era una niña cuando conoció a Lucas Castro, el hermano mayor de su mejor amiga, y se quedó impres... More

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By Lucy_Valiente_W

Me desperté antes que Lucas y fui directa a darme una larga ducha. Después, evité mirar hacia la cama y cogí mi ropa, de la bolsa que él había traído, y volví a meterme en el cuarto de baño para vestirme allí.

―Irene ―dijo cuando regresé a la habitación. Contesté con un ruidito, centrada en ponerme los zapatos―. ¿No recuerdas lo que te dije anoche?

―Lo recuerdo perfectamente. No es de ti de quien desconfío.

Se rio. Mis ojos se me amotinaron y a punto estuve de lanzarme encima de él. Tumbado allí, desnudo entre las sábanas, era mucho peor que el brownie.

―Venga, vístete. Tengo que estar a las dos.

―Hay tiempo, tranquila. ¿Desayunamos aquí o de camino?

―Aquí. No sé cómo puedo tener hambre, pero así es.

―Yo sí que lo sé.

A medida que nos acercábamos a casa, crecía en mí la necesidad de dar una excusa para no ir a la comida. Aunque Lucas no me había dicho nada al respecto, ni a favor ni en contra, eso mismo, que evitase el tema, me tenía preocupada.

No obstante, sucumbir habría sido un error. Así que, antes de arreglarme, le pedí un momento para hablar.

―¿Te arrepientes? ―preguntó.

―No. Quiero saber si no quieres que vaya a esa casa. Prefiero que me lo digas a que hagas como si nada.

―¿En serio?

―En serio.

Lanzó un hondo suspiro que hablaba por sí solo.

―No me hace mucha gracia, pero nunca te pediría algo así. Eres muy joven y tienes que salir con gente de tu edad. Tienes que divertirte. Y aunque me complacieras y te quedaras aquí conmigo todo el fin de semana, eso no acabaría bien al final. Y ya te he dicho que espero que esto tenga futuro.

Me quedé mirándole hasta que me correspondió y, entonces, le besé en la mejilla. Había necesitado aquello, que me confirmase que no estaba pensando en alejarnos. Él giró la cabeza y su aliento me rozó los labios, sin embargo, no fui yo quien se apartó.

―Aún queda una hora ―dijo―. Podríamos ir a un sitio. No está lejos.

Me llevó a un pequeño parque y me enseñó un rincón al que solía ir cuando tenía mi edad. Se sentaba a leer bajo un gran árbol de raíces sobresalientes. Que dijera que era la primera vez que invitaba a alguien me llenó de gozo.

Fuimos a recoger a Marina y luego Héctor nos llevó a los tres a la casa del compañero de Antonio, un enorme chalé de una urbanización situada en el pueblo de Tomares, con jardín y piscina acordes. Me despedí de Lucas con un beso que casi le alcanzó la comisura de la boca.

―Que os lo paséis bien. Y tened cuidado.

―Sí, papá ―dijo Marina.

Lucas se quedó observándonos hasta que desaparecimos tras la puerta de la entrada principal. Antonio nos la había abierto y enseguida nos ofreció algo de beber. Había bastante gente dentro de la casa y la mayoría era desconocida, por lo que no tardé en sentirme un poco fuera de lugar. Además, no dejaba de preferir estar en otra parte.

Pero me obligué a centrarme en el presente y disfrutar de la compañía de mis amigos. Y poco a poco, fui sintiéndome más y más a gusto, hasta que, al final, me animé a bañarme y después a bailar un rato. Entonces, uno de los chicos que estudiaba con Antonio se me acercó y me dijo al oído que era preciosa.

―No me gustan los cumplidos ―repuse, apartándole.

―Bien, porque no lo es.

Me recordaba muy poco a Lucas y, por eso, perdoné su flirteo aunque sin pretender darle esperanzas. Él, sin embargo, se fue animando, acercándoseme cada vez más, hasta que decidí ir al cuarto de baño. Y cuando me siguió al interior de la casa, tuve que decirle que no estaba interesada.

―Antonio no me ha dicho que tengas novio ―se excusó.

Sentí una punzada en el pecho. No podía llevarle la contraria y solo le repetí que me dejase tranquila.

―¿No te gusto ni un poquito? ―preguntó, agarrándome de la cintura. Intenté alejarme y no lo permitió―. Vamos. He oído cosas muy buenas de ti.

―¿Qué? ¡Suéltame ahora mismo!

―Venga, no se me da nada mal.

Forcejeé, pero no me soltó e incluso intentó besarme, así que le golpeé en la cara. Nunca me había visto en una situación semejante y me pareció lo mejor. Sin embargo, lo único que conseguí fue una réplica que me tiró al suelo. La boca me supo a sangre y todo mi cuerpo me obligó a ocultarme en el baño. Aunque no estábamos realmente solos y su expresión indicaba que lo suyo había sido involuntario, no pensaba ponerme a llorar delante de él.

Evitando verme en el espejo, me lavé la boca y la cara y me senté en el inodoro a esperar. Esperar a que se me pasase el sabor metálico y a que se secaran mis lágrimas, mientras no dejaba de pensar que si me hubiera quedado con Lucas, como tanto había deseado hacer, aquello nunca habría pasado. Y esperar a que bajase mi coraje por no haber sabido manejar mejor la situación.

Al final, saqué mi móvil para escribirle a Marina que me marchaba. No fue hasta ese momento que me acordé del botón de alarma. De Héctor. Cuando salí del cuarto de baño, no vi a nadie y logré alcanzar la puerta de entrada a la casa, pero antes de salir, escuché que Antonio decía mi nombre.

―¿Qué ocurre? ―Había reproche en su voz y también en su gesto, hasta que se fijó en mi rostro y todo él se envolvió en suavidad―. ¿Estás bien? Dime qué ha pasado.

―Nada. Quiero irme a casa.

―¿Te has dado un golpe?

―No, estoy bien. Nos vemos el lunes.

―Espera ―pidió, agarrándome de un brazo. Instintivamente me aparté de él―. Dime qué ocurre. ¿Alguien te ha hecho daño? ¿Ha sido Ismael? Te he visto yéndote con él, pero es un buen tío...

―No lo es. Pero déjalo. Adiós.

Me detuvo de nuevo, esta vez colocándose delante de mí.

―Quiero que me digas si te lo ha hecho él ―ordenó―. No querría partirle la cara por nada.

―No hagas eso. No es necesario. No pasa nada.

―Algo ha pasado. ¿A quién defiendes? ¿Ese tipo tiene algo que ver?

―¿Qué? Lucas no tiene nada que ver.

―Entonces, dime qué ha pasado.

Suspiré.

―Ha pensado lo que no era. Le he pegado y él...

No esperó a que terminase de hablar: se fue directo al jardín, buscó a Ismael y le dio un puñetazo en mitad de la cara. Aquello no cambiaría lo sucedido y quizás incluso lo empeorase, sin embargo, me sentí un poco mejor. Cuando Ismael fue a responder, otro compañero lo agarró y le tiró a la piscina. Era el anfitrión y no quería peleas allí.

Antonio regresó conmigo y me aseguró que Ismael no sería bienvenido en más reuniones.

―En parte es culpa tuya ―repliqué―. ¿Qué le has contado?

―¿Yo?

―¿Hablas de mí con otros hombres?

Su expresión me contestó. Abandoné la casa con él tratando de que le escuchase. Cuando alcancé el coche, Héctor me abrió la puerta y miró a mi perseguidor como si le estuviera advirtiendo de algo. Y a Antonio no se le ocurrió hacer nada mejor que criticar a Lucas.

―Lo estás empeorando ―dije, cerrando la puerta del coche.

Golpeó la carrocería con una mano. Héctor, tan velozmente que me impidió captar sus movimientos, dejó clara su formación en artes marciales cuando agarró a Antonio de manera que no pudiera moverse. Y algo le dijo antes de soltarle, pero el cristal me impidió oírlo, aunque tampoco estaba segura de quererlo saber.

―¿Cabe la posibilidad de que no le comentes nada a Lucas? ―le pregunté a Héctor en cuanto ocupó su asiento―. No tiene importancia.

―Nada le he contado desde que me indicó que no lo hiciera, señorita. Pero, de todos modos, no es relevante en este caso.

Saqué mi móvil y me miré en la cámara. Mi mejilla derecha se había coloreado de rojo y estaba un poco más grande de lo normal.

―Póngase hielo al llegar al piso ―añadió.

―Se va a dar cuenta.

―El culpable es quien debería estar preocupado.

Era inevitable que aquello me gustase, igual que me había gustado el puñetazo de Antonio. Las consecuencias, por pequeñas que fuesen, me obligaban a intentar impedirlo en el caso de Lucas. Bueno, tampoco quería que Antonio sufriese ningún daño por mi culpa.

―Sabe que puede reclamarme en cualquier momento, ¿verdad?

Entonces, se me ocurrió una idea. No quería volver a encontrarme en semejante situación, volver a sentir esa debilidad, y si alguien debía resarcirme, esa era yo misma.

―¿Señorita?

―¿Sería posible que me enseñases alguno de esos movimientos que has usado antes? Para defenderme. Y, bueno, me he quedado con las ganas de darle una patada.

Se quedó en silencio.

―Tienes que consultarlo con Lucas ―deduje―. No te preocupes, yo lo haré.

―Es mi jefe, señorita. Por mi parte, estaré encantado de ayudarla.

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