DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FA...

By Igelmo

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¿Cómo desprestigiar una falsa religión? Cómo, cuando se trata de la creencia más extendida del mundo. Contand... More

0. PRÓLOGO
1. EL FIN DEL HASTIO
2. ULTIMO DIA DE INFANCIA
3. UNA MISION POSTUMA, 1
4. UNA MISION POSTUMA, 2
5. ASKHAR
6. TERGNOMIDON
7. DOS DEMONIOS Y UN RISUEÑO LADRON
8. LA IMPACIENCIA DE TERG
10. EL ASTUTO ZASTEO
11. HERENCIA
12. ARZON, EL CAZADOR
13. NO HAY CAMINO BUENO
14. CUÉLEBRE
15. EL PRECIO DE LA CONSPIRACION
16. ESPIRITUS DE VIENTO
17. UNA MAVE Y UN TRASGO
18. HUIDA
19. UN BREVE DESCANSO
20. ARENA
21. NEREDE ALETT
22. EL PARAISO DE LA FUNGO
23. "LA PERSONA QUE OS AYUDARA..."
24. UN REENCUENTRO INCOMODO
25. "EL ENGRANAJE"
26. UN DÍA ESPECIAL
27. SEPARACIÓN
28. EPÍLOGO
NOTA DEL AUTOR

9. LOS DIARIOS RECONGITOS

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By Igelmo

 9. LOS DIARIOS RECÓNGITOS

 Kashall'Faer, Narvinia, 30 de payares del 525 p.F.

 Keinfor avanzó por los pasillos del castillo Kholler hacia la habitación de su padre. En los últimos años la salud del anciano se había debilitado. La enfermedad hizo presa en él, postrándolo en su cama de forma permanente. Pese a ello, seguía gobernando la nación sin oposición. A nadie se le ocurriría sugerir en voz alta la cuestión de la abdicación. «No mientras el viejo conserve la consciencia», pensó Keinfor.

 Cuando enfiló el corredor que llevaba a su destino, no podía creer hasta qué punto el Rey había perdido el juicio. Los veinte metros del pasillo estaban jalonados por soldados a ambos lados, tan cercanos entre sí, que con solo estirar el brazo podían tocarse. La enfermedad había agudizado la paranoia del anciano monarca, convenciéndole de que estaba siendo envenenado. Cualquiera que se acercaba a ese ala del castillo era sometido a un escrupuloso registro. Nadie se interpuso en el camino de Keinfor, no obstante.

 Al acercarse a la entrada observó al heraldo. De nuevo un muchacho que no había visto en su vida. «Es el tercero este mes. ¿Qué demonios hace con ellos?». Descartó esos pensamientos e ignorando al joven que intentaba detenerlo entró en la habitación.

 —Buenos días, hijo, que grata sorpresa —dijo el Rey desde su cama, dedicando una funesta mirada al heraldo que se apresuró a anunciar al recién llegado, antes de desaparecer a la carrera. Por supuesto no era ninguna sorpresa, él lo había hecho llamar, por eso se limitó a señalarle una silla junto a su cabecero—: Ponte cómodo.

 —Estoy bien aquí —rechazó Keinfor, quedándose a los pies de la cama. «Espero que esto que siento no sea lástima»—. ¿Para qué me haces llamar?

 —Para hablar... —Un ataque de tos especialmente virulento le interrumpió. Cuando por fin recuperó el aliento continuó—. ¿Cómo fue el conflicto contra el Imperio Narvin?

 —Una escaramuza en un islote no se puede llamar conflicto. Solo resistieron dos horas, antes de retirarse. Pero si se me permite dar mi opinión, lanzaría un ataque de represalia contra Ciudad del Fin. No creo que nos costase demasiado capturar toda la isla.

 —Ya has dado tu opinión. Ahora haz lo que mejor sabes hacer, obedecer. —A Vermin le costaba hablar, pero no por ello estaba dispuesto a renunciar al toma y daca habitual—. Cuando terminemos aquí, moviliza las tropas. Pon en marcha los preparativos para la conquista de Gallendia.

 —Se hará como quieras. Mis capitanes llevan meses planeando el ataque. ¿Alguna cosa más?

 —Sí, que te sientes, maldita sea —elevar la voz le provocó un nuevo ataque de tos. Mientras su padre luchaba por volver a respirar, Keinfor se acercó despacio y se sentó en la silla—. Bien… Creo que ninguno de los dos nos escandalizaremos si digo que me queda poco tiempo.

 »Gracias a Arzon la tristeza te embarga, manteniéndote en silencio. Se agradece poder hablar sin interrupciones. Ya que serás tú el que me sustituyas, creo que hay algunas cosas que deberías saber. Dime Keinfor, ¿has oído hablar de los Diarios Recóngitos?

 —No —respondió el aludido, sentado con los brazos cruzados, indiferente al padecimiento de su padre.

 —Lo imaginaba. Nunca te gustaron las historias ni los libros. Es hora de que escuches la de nuestra familia, te guste o no.

 —La conozco de sobra, me la has contado cientos de veces —dijo Keinfor, levantándose bruscamente y dirigiéndose hacia la puerta—. No tengo tiempo para esto.

 —¡Siéntate! —El grito postró a Vermin durante un buen rato, doblado sobre si mismo e incapaz de llevar oxígeno a sus bronquios; por lo menos consiguió que Keinfor se sentase otra vez, de mala gana—. Como ya sabrás, tras la Guerra del Fin, Benth Kholler'ar, el hijo de Arzon, fue el encargado de dirigir esta ciudad. Un par de cientos de supervivientes, en una región calcinada por la guerra.

 —Todo eso ya lo sé. Podría repetirlo hasta en sueños. Estableció el primer asentamiento en el centro de las ruinas e inició los primeros trabajos de desescombro y reparación. Hasta que un buen día sin dar explicaciones, se fue, abdicando en favor de su hijo. ¿Adónde lleva esto?

 —Cállate y entenderás. El motivo me es sobradamente conocido, la versión que tú conoces es más cómoda. —De nuevo la garganta de Vermin se cerró. Entre carraspeos, pidió a su hijo que le acercase un vaso de agua. Keinfor le acercó uno que estaba encima de la mesita, ansioso porque continuara—. Benth abandonó Narvinia, debido a un desacuerdo con Kashall, su hijo mayor. Él apostaba por el renacer de la República de Narvinia, pero Kashall creía que nuestra familia era la única con derecho a gobernar. En aquella época el arzonismo empezaba a extenderse, y Kashall, y gran parte de la población, creía que no había nadie mejor que los descendientes directos de un dios para estar al frente de la nación. Benth se fue porque se sintió cada vez más aislado. No pudo hacer nada para evitar que su hijo fuese coronado Rey por aclamación popular.

 —Hablando de motivos —comenzó Keinfor, hablando muy lentamente, masticando cada palabra—, ¿cuáles han sido los tuyos para no contarme esto?

 —Maldita sea, deja de interrumpir. Me agotas —murmuró Vermin. Tras unos segundos tomo aire y siguió su relato—. Benth y su hija Erín pasaron a la clandestinidad, mientras Kashall se proclamaba Rey y convertía al arzonismo en la religión oficial del país. Y es que la creencia de que Arzon es un dios es lo que nos mantiene aún hoy en el poder.

 —¿Creencia? —preguntó Keinfor, levantando una ceja.

 —Este desacuerdo es el que generó el conflicto entre Erín y Kashall.

 —Según tu antigua versión ella lo mató porque codiciaba el trono.

 —Pues ya ves que la costumbre de mentirte la cogí cuando aún eras un crío. Ella comprobó que la muerte de Kashall no hizo que la población dejase de creer en lo que la iglesia contaba, así que volvieron a ocultarse mientras ascendía al trono Vermin I —hizo una breve pausa, y comprobó que su hijo le seguía, con el rostro desencajado por la confusión—. Benth pasó sus últimos días dejando constancia de la verdad sobre lo ocurrido en la batalla de Arzon contra Fin, en una serie de diarios. Se escondió para escribirlos, en algún lugar de Recongia. Tras su muerte, Erín se dedicó a viajar por medio mundo, ocultando los textos con la esperanza de que en el futuro la verdad no cayese en el olvido.

 —Espera un momento —interrumpió Keinfor, poniéndose en pie. Presa de la ansiedad empezó a ir de un lado a otro de la habitación, gesticulando efusivamente—. ¿La verdad? Es decir, que tú crees en eso.

 —En la verdad no se cree. La verdad es o no. Kashall no era un necio y yo tampoco. Que la gente crea que somos descendientes de un dios es útil, no hace falta que sea verdad, solo que la plebe crea que lo es.

 —¿Y yo también soy la plebe? He vivido creyendo en esa historia, pensando que todo lo que hacíamos respondía a un designio divino. ¿Y ahora me dices que todo era mentira?

 —Saber esto no cambia nada.

 —¡Lo cambia todo! —gritó Keinfor, fuera de sí.

 —No es cierto. El mundo sigue girando, yo sigo siendo el Rey y tú sigues teniendo órdenes que cumplir. Lo único que cambia es el contexto.

 —Vete al infierno —concluyó Keinfor, dándose la vuelta y dirigiéndose a la puerta.

 —¡Detente! —De nuevo, Keinfor no pudo evitar obedecer. Se dio cuenta de hasta qué punto le habían programado para obedecer órdenes. No era más que otra marioneta en manos de aquel viejo—. Más pronto de lo que crees visitaré ese lugar. Pero antes quiero que envíes a alguien a Norden. A la mansión de Sallen.

 —La mansión ardió.

 —Llevo años dándole vueltas a eso. ¿Y si Sallen tuviese en su poder algún diario? Askhar tampoco apareció. No creo que sea una pérdida de tiempo buscar alguna habitación secreta. Al fin y al cabo no te molestaste por explorar el lugar. Si esos diarios salen a la luz, estaremos en problemas.

 —Como quieras —dijo Keinfor y salió dando un portazo.

 Estaba furioso y a la vez confundido. Su mundo se resquebrajaba, lo único con lo que podía justificar todas las atrocidades cometidas era una mentira. Necesitaba pensar. Se dirigió al cuartel de los Caballeros Tenues, para dar órdenes de preparar el ataque a Gallendia, y pidió a uno de sus oficiales de confianza que viajara a Norden. Después se recluyó en su cuarto durante días.

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