โœ“DEMON'S FEARS โŽฏโŽฏ แด›แดกแด…

Door OrdinaryRue

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chapter LXIX
chapter LXX
the end?
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epilogue II

chapter VII

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Door OrdinaryRue

Al desencajar el cuchillo de su mandíbula no sentí nada, absolutamente nada, y cuando apreté mis labios y entre estos se deslizó su sangre caliente, tampoco. Era aterrador, pero me había acostumbrado a la muerte. No quería asumir que la llevaba como una segunda piel, aunque era más correcto decir que la arrastraba como una segunda sombra, o, puede, que yo misma me hubiera adjudicado el nombre de la muerte.

Un carraspeo se hizo oír a mi espalda. La pareja esperó expectante a que me girara y, en el proceso, no dudé en intentar retirar el rojo de mis mejillas, más por ellos que por mi misma. Fue algo nefasto, ya que la sangre se pegó a mis guantes y mi piel quedó aún más rojiza, era como si hubiera bebido directamente de una yugular. 

Soy un monstruo.

— ¿Por... —la chica parpadeó aturdida— por qué nos has ayudado? 

Quedé muda sin saber qué responder. ¿Por qué lo hice? Ni yo misma sabía.

— Tengo fe en la humanidad. —suspiré finalmente— Supongo...

Me volví dándoles la espalda, dispuesta a regresar al bosque, sola, porque lo necesitaba, porque así era todo más fácil.

— ¡Espera! —la chica me detuvo aferrándose a la manga de mi chaqueta. Las suelas de mis botas se pegaron al asfalto, sin embargo, seguí sin girarme— Tenemos una comunidad— dijo. Su pareja chistó intentando hacerla callar— Es segura y-

— No gracias. 

No me hizo falta cerciorarme de sus palabras, ni buscar en sus ojos la mentira, supe que era sincera. La cuestión no erradicaba en la veracidad, el problema aquí era yo que no podía rodearme de personas. Por mi bien y por el suyo.  No quería, no podía, ni debía. No, mi único aliento estaba destinado a un objetivo, no iba a desviarme por nadie. 

Él debe morir, punto.

El rostro de Jesús cruzó por mi mente, sus ojos azulados y su sonrisa, tan alegre, tan viva... Cuando murió lo perdí todo, él era mi hogar, no Hilltop. No tenía cabida allí, no sin mi hermano. El bosque era seguro, era bueno para mí, un refugio de la realidad cruel. Y, porque allí, entre los árboles, ellos siempre vagaban en mi búsqueda. 

Me deshice del agarre en mi ropa y crucé la carretera dejando atrás a la pareja.

— ¡¿Le hablaste de Alexandria?! —Rick entrecerró sus ojos mientras ladeaba su cabeza sin darse cuenta. 

Estaba enfadado, todos allí podían sentir su molestia flotando en el aire.

— Nos salvó. —sentenció sin titubear su compañera— Podrían haberme... —se quedó callada, notando la mano de su pareja rodearle la cintura— En cambio, nos ayudó, ¡porque sí!

— ¡No la conocemos! —elevó exasperado su voz.

— Ya basta. —Gleen soltó a su pareja para quedar entre ambos. Primero miró al líder, a quien poco a poco el enfado comenzaba a abandonarlo— Podríamos haber muerto. —le dijo, y aquella confesión fue suficiente para que Rick relajara su expresión y se sintiera ligeramente agradecido con la desconocida. El chico se giró ahora para observar a su esposa— Sin embargo... que nos haya ayudado una vez no significa que sea buena persona, Maggie. No sabemos nada de ella.

Tanto Maggie como Rick chocaron miradas para seguidamente asentirse mutuamente.

— Tenéis razón. —suspiró la mujer dejando caer sus hombros.

— Sí. —concordó Rick— Pero tú también, por lo que la buscaremos ¿de acuerdo? —miró sobre su hombro para encontrarse la figura de Daryl, descansando distraídamente contra la barandilla del porche.

Su amigo asintió a su petición en silencio.

— Me transmitió confianza. —Maggie habló ahora en dirección a Daryl— De verdad que sí. —vio como arrugaba sus labios en una mueca mientras la miraba.

— La encontraré. —prometió el cazador, y una sonrisa se abrió paso en los labios de la mujer.

— Gracias, Daryl.

Cuando la charla se dio por finalizada, Maggie se dejó caer sobre el banco de madera de la entrada. Por mucho que lo intentara, no podía olvidar la mirada de aquella desconocida. Era bonita, aún con la sangre fluyendo por su barbilla, pero, lo que más había calado en Maggie fueron sus ojos. Eran de un azul gélido, y de ellos emanaba una fuerza que le recordó inevitablemente a su líder, Rick. Ambos desprendían el mismo sentimiento sin siquiera intentarlo. 

Meses atrás...

Jesús abandonó Hilltop hacía horas, junto con Ethan, otro superviviente de la comunidad. Y no estaría caminando de un lado para el otro con los nervios carcomiéndome las entrañas, si no fuera porque ha anochecido y él, siempre, vuelve antes de caer el sol. Notaba las miradas de otros habitantes en mi nuca, los estaba alterando.

— Tranquila. —susurró Daniel parándome en seco por los hombros— Tu hermano sabe cuidarse, volverá. —elevé mi mirada del suelo para encontrarme sus orbes oscuros y cálidos— Si no vuelve al amanecer iremos a buscarlo ¿vale? —sonrió para reconfortarme.

— ¿Juntos? —me extrañé al preguntar aquello, sin embargo, él era el único en aquella comunidad al que podía confiar mi vida.

Yo cuidaba su espalda y él la mía. Daniel llevaba protegiéndome casi dos años, desde lo ocurrido en la cantera.

— Juntos. —afirmó, y pude sentir como el corazón se me encogía en el pecho. 

Lo atraje a mí con una mano en la nuca, y dejé reposar mi frente contra la suya mientras me tranquilizaba.

— No puedo perderlo, Daniel. —agité levemente la cabeza, negando. 

— No lo harás. —sujetó mis mejillas, obligándome a que lo mirara— Yo no lo permitiré. —besó mi frente con ternura— Sabes que haría cualquier cosa por ti ¿no? 

Sonreí de lado, a veces podía llegar a ser demasiado tierno, lo que no congeniaba con su aspecto. Asentí, consciente de que en el tiempo que llevábamos juntos, ambos sentíamos algo por el otro, aunque no lo expresáramos en palabras. Besó entonces mis labios, un gesto que empezaba a repetirse con mucha frecuencia estos días y... me gustaba, mucho.

Fui a decir algo, no sabiendo bien el que, simplemente quería alargar ese perfecto momento, porque no quería volver a la realidad, no aún. Sin embargo, en el mundo real mi hermano estaba desaparecido y el estruendo de unos disparos se escuchaba a las puertas de Hilltop.

Ambos nos soltamos abruptamente del abrazo en el que nos habíamos envuelto. Daniel salió disparado hacia la puerta, yo, en cambio, subí a trompicones la torre de vigilancia que había al lado.

Entonces lo vi. Mi hermano estaba al otro lado, junto a Ethan, arrodillado en el suelo y con el cañón de un arma en su nuca. Conté una docena de hombres desconocidos, pero lo más seguro es que hubiera más ocultos en la oscuridad. Que fuera de noche no ayudaba en nada.

— Solo queremos hablar. —dijo el mismo hombre que amenazaba la vida de Jesús— Pacíficamente. —rio, y le sucedieron las carcajadas de sus compañeros.

Comencé a sentir como las puntas de los dedos se me adormecían, el ritmo cardíaco se me descontroló por la ira. Y cuando creí que no podía sentir más que rabia, mi mirada se cruzó con la de Jesús. Estaba aterrado, pero no lloraba, no como yo. Sentí un brutal miedo recorrerme, me di cuenta de que podía perderlo, en tan solo un parpadeo. 

Los hombres nos exigieron bajar las armas, y así lo ordené a regañadientes a los habitantes de Hilltop en las murallas. Liarnos a tiros no era una opción, a penas teníamos un par de armas de fuego y exclusivamente dos personas allí eran capaces de apretar el gatillo sin temblar.

— Bien, buenos chicos. —sonrió mirando directamente en mi dirección— Hora de hablar de negocios. 

Acto seguido silbó y una chica asomó entre las sombras, para terminar golpeando rítmicamente la puerta de una furgoneta que no había logrado ver por la oscuridad. Fue una señal a alguien del interior, y no bastaron ni tres segundos para que un hombre bajara del vehículo. Las linternas que llevaban y la escasa luz de la noche, me dejó ver pocas cosas del desconocido. Una chaqueta de cuero, un atuendo completamente negro y, lo más llamativo, un bate apoyado tranquilamente sobre su hombre. Se me erizó la piel cuando logré ver que estaba rodeado de alambres y púas.

Caminó distendido hasta llegar a las altas puertas de madera de Hilltop, sin embargo, su pequeña figura no dejó de ser amenazante. El aire abandonó mis pulmones cuando sus ojos recorrieron las murallas, y a cada uno de los habitantes que allí se encontraban, para detenerse fijamente en mí. Sonrió enviándome un escalofrío, y como pude, mantuve su mirada, lo que incrementó su sonrisa. Se estaba divirtiendo a costa de nuestro miedo.

— Soy Negan. —rompió el sepulcral silencio.

Ni siquiera me desconcertó despertar por culpa de una pesadilla, era la misma de siempre. Estaba sudando y con el pelo pegado a la nuca.

— Que mierda... —refunfuñé restregando mi cara, como si aquello pudiera arrancar las imágenes de mis ojos. 

Desistí, nunca podría enterrar ese recuerdo, tenía que acostumbrarme. Deslicé mis ojos hasta mi hombro izquierdo, instintivamente hice una mueca de dolor, aunque la herida ya estaba más que curada. Allí, en mi piel, tenía una marca, una que él me hizo. Podía ocultarla bajo capas y capas de ropa, pero siempre permanecería allí, y yo siempre la sentirá como el primer día. Dejando escapar un suspiro me recosté contra el árbol que me servía para dormir, o más bien lo estaba haciendo una de sus ramas más gruesas. Intenté encontrar el cielo entre la espesura sobre mi cabeza, aún era de noche, no obstante, pronto amanecería.

— Un par de horas más. —me dije para forzarme a dormir, pues me gustaba muy poco vagar por la noche. Nunca lograba orientarme sin el sol.

Traté de que el sueño me arrastrara de nuevo, importándome poco si retornaban las pesadillas. Sin embargo, pasaron los minutos y solo alcanzaba a ver y oír a Negan, presentándose, sonriendo, hablándome como si fuera un insignificante y débil insecto. No podía dormir, por lo que me propuse bajar aun cuando fuera de noche. 

Espero no perderme. Aunque da igual, tampoco tengo donde ir.

Nunca abandonaba aquella particular zona del bosque, porque no tenía la necesidad de alejarme cuando tenía todo aquí. Animales, aunque pequeños, un riachuelo donde beber y, lo más importante, ellos patrullaban los alrededores. O al menos solían hacerlo, hasta que yo me asenté y empecé a cazarlos. 

Cuando desenredé las cuerdas alrededor de mis piernas, lo que me impedía caer del árbol mientras dormía, escuché el crujido de unas hojas en la cercanía. Había estado a punto de bajar a tierra firme.

— Aquí es un buen sitio, sí.

Vislumbré la figura de un hombre, con el rostro oculto por un pañuelo, justo entre los árboles a mi izquierda. 

No tardaron en añadirse dos hombres más a la escena, trayendo consigo un par de prisioneros con las manos atadas. Los lanzaron con rabia al suelo, sacando un quejido de ambos. Desde mi posición, pude ver que eran unos ancianos con un aspecto deplorable. Estoy jodida. Lo último que necesitaba era verme envuelta, otra vez, en una situación que no me concernía. Yo no era la heroína, ni la salvadora, de nadie. Sin embargo, el mundo tenía un retorcido sentido del humor, y había encontrado placer en ponerme gente indefensa delante de mis narices.

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